09 jun 2014

Radiografía europea de Melbourne

Por: L. Pejenaute / J. Galán

Skyline de Melbourne desde Kilda Beach

Para saborear un café decente hemos recorrido Australia de norte a sur, y antes Asia de oeste a este. Hasta Melbourne no se produce el milagro; sentados en una terraza al sol, acariciados por las notas alegres de un acordeón, nos sirven un expreso digno de la mejor cafetería de Roma. Al primer sorbo las papilas gustativas suspiran de gratitud (“¡casi un año sin probarlo..!”), y así lo harán el resto de sentidos en los próximos días al detectar constantes notas de familiaridad en el ambiente. El europeo se sentirá como en casa paseando por la segunda ciudad más grande de Australia. En cada esquina te topas con un nuevo argumento para otorgar a Melbourne el título de la ciudad más europea bajo la Cruz del Sur. ¿Nos acompañas en el paseo?

Estamos en uno de los callejones que se cruzan con grandes avenidas para formar el CBD, o centro urbano. Su planta en cuadrícula recuerda al Ensanche de Barcelona, y aquí las terracitas surgen como setas. El café es, como hemos dicho, toda una institución; no sirve cualquier cosa. Pero tampoco le hacen ascos a un buen vino, como atestiguan numerosas vinotecas de diseño.

Joven melbourniano frente a la biblioteca

Caminando aparecemos en Collins Street, una avenida flanqueada por altísimos plátanos, una iglesia presbiteriana y un sinfín de tiendas de ropa, la mayoría de lujo. Los locales conocen esta zona como Paris End, porque siempre fue el lugar indicado al que ir para pavonearse frente a la alta sociedad. Hoy el ambiente, sin embargo, no es nada estirado. Cada cinco pasos te ves obligado a detenerte ante los encantos de un artista callejero. Hay muchos, y muy buenos. El panorama indie de Melbourne es la envidia de Sídney, aunque nunca lo reconozcan. Las dos ciudades mantienen una rivalidad profunda que viene de antiguo, tanto que la capital, la insulsa Canberra, fue construida desde cero a medio camino entre las dos urbes para zanjar la contienda.

Al doblar una esquina entramos de sopetón en un túnel de colores. Hemos llegado a Hosier Lane, un nudo de callejuelas cubiertas de grafitis, lugares públicos donde aglutinarlos. No son obra de aficionados; representan murales complejos, de trazos precisos y con la medida justa de provocación. En una de las casas de este escaparate de arte urbano está la galería Until Never, icono del arte underground de Melbourne.

Horsie Lane

Tanto trasiego da ganas de una cerveza bien fría, y en su búsqueda descubrimos que este es el único lugar de las antípodas donde prefieren el fútbol al rugby. Y además, desata pasiones dignas del Mediterráneo. Los derbis son comunes, pues nueve de los 18 equipos de la liga australiana juegan como locales en Melbourne, una ciudad del tamaño de Madrid. Durante los partidos, entre marzo y septiembre, los melbournianos se vuelcan en el footy. Las casas de apuestas se frotan las manos, la prensa deportiva escupe páginas y páginas y las calles se quedan desiertas durante los partidos. Desiertas, que no silenciosas, porque el barullo de los pubs traspasa las paredes. Dentro, la cerveza y la sidra corren a raudales.

Grafitero de Horsie Lane, a plena luz del díaEsta deportiva ciudad acoge también un premio del Mundial de F-1 y el Abierto de Australia, aunque quizás el evento deportivo más peculiar sea la Copa Melbourne, una carrera de purasangres reconvertida en un acontecimiento social solo apto para las mejores galas.

Como no tenemos nada en la mochila a la altura de la ocasión buscamos una alternativa más económica –y menos frívola–. Resulta que, a imagen de Londres, los mejores museos de Melbourne son gratuitos. De la National Gallery of Victoria International nos quedamos con su muro de agua, su inesperada colección del Greco y su tour de arte terapéutico; del Centro Australiano de Arte Contemporáneo impresiona su exterior, que imita una antigua nave industrial de color rojo óxido. Obra de arquitectos locales, imita (de nuevo) el modelo europeo de Kunsthalle, o sala de exhibiciones.

De vuelta en la calle, la arquitectura de Melbourne sorprende. Si tuviéramos que usar una palabra para definirla sería ecléctica; quedan en pie muchos edificios de la época de la fiebre del oro del siglo XIX, pero junto a ellos se alzan bloques de estilo industrial y otros residenciales, legado de los inmigrantes europeos que llegaron tras la Segunda Guerra Mundial. Una ciudad para fotografiar en dos planos, que diría el fotógrafo Raúl Cancio.

Y acabamos este paseo con una anécdota histórica que nos contó una guía en el pavimento ondulado –a imitación de las modernas plazas europeas- de Federation Square, en el corazón de Melbourne. “En 1835 llegó hasta el río Yarra, que atraviesa la ciudad, un explorador llamado John Batman”. Vaya, con ese nombre la cosa promete. "La ubicación le gustó y pronunció una frase que aún se mantiene en el escudo de Melbourne: 'Este es un lugar para el pueblo'. El amigo Batman convenció a los aborígenes locales de venderle la zona –unas 250.000 hectáreas- a cambio de un baúl lleno de harina, mantas y cuchillos”. No han pasado ni 200 años, pero en ese tiempo Melbourne nunca ha dejado de mirarse en el espejo de Europa.

Una turista se fotografía en horsie Lane

02 jun 2014

Sídney, ¡qué colores!

Por: L. Pejenaute / J. Galán

Opera House desde el paseo

Un paseo junto a la Ópera House

No importa lo típico que sea. Si solo tuvieses un par de horas para pisar Sídney, no habría duda de qué visitar. Salvo algún entusiasta especializado, que quizá eligiese el renombrado museo de las enfermedades humanas, todos los demás se quedarían con pasear junto a la Ópera, con el skyline de la ciudad y el imponente Harbour Bridge ejerciendo de marco perfecto. Siempre hay un concierto, una exposición o un espectáculo de danza al que asistir. Este centro de espectáculos se inauguró hace más de 40 años y aún reivindica su espacio como uno de los edificios más reconocibles del mundo.

El otro lado del paseo que lleva a la Ópera

Sídney se bebe en los callejones

¿Cómo diferenciarse en un mundo que prueba todos los trucos posibles para llamar la atención, de relaciones públicas, flyers y neones? Hay bares de Sídney que han encontrado la respuesta: esconderse en callejones del centro de la ciudad, disimular sus entradas para que parezcan la puerta por la que salen las toallas sucias de un hotel y esperar a que corra el boca a boca, que los clientes cuenten que en tal callejuela hay un bar ambientado en los años 20 (Palmer & Co). Que el camarero debe subirse a una escalera de mano para alcanzar las botellas de licor (Baxter Inn) o que sirven una Piña Colada con nitrógeno líquido (The Roosevelt). Nunca bajarías a esos sótanos sin que alguien de confianza te lo aconseje, pero ahí comienza la diversión.

Interior del Palmers&Co, uno de los pubs escondidos de Sidney

El Real Jardín Botánico y el jardín secreto de Wendy Whiteley

Un jardín urbano cuidado hasta el más mínimo detalle, cercado a un lado por el mar y que, en uno de sus extremos, ofrece el mejor ángulo para fotografiar la puesta de sol entre la Ópera de Sídney y Harbour Bridge. Visitar el Real Jardín Botánico de Sídney es gratuito, por él buscan sustento cacatúas de día, murciélagos de noche y un montón más de aves y mamíferos. Además, entre sus plantas se descubren estatuas que van de lo clásico a lo postmoderno, de leones a sátiros de la mitología griega. Al otro lado de la bahía le planta cara el jardín secreto de Wendy Whiteley, un espacio reconvertido por esta artista australiana: de un basurero junto a las vías del tren que salen del centro de la ciudad se ha convertido en un lugar florecido, con bancos para relajarse y esculturas diseminadas.

Royal Botanic Gardens Sydney

Loa mercadillos de fin de semana

Los sábados y domingos son día de mercadillo en Sídney. Aunque el concepto de mercadillo sea un tanto diferente del que tenemos en mente. Hay ropa de marca, productos del mundo y comida gourmet. Libros usados, ropa de segunda mano y juguetes. Hay decenas de ellos, desde los que se montan relajados entre musíca en patios de colegio (Glebe), más estirados en iglesias (Paddington), a aquellos diarios en los que los dependientes asiáticos avasallan con souvenirs (Paddy's).  

Mercadillo de Glebe, un sábado a la mañana

Los ibis blancos australianos

Quizá sea una tontería, pero sentarte en una alfombra de césped rodeada de rascacielos a la hora del lunch de los ejecutivos y que al menor descuido veas como un ibis blanco australiano les roba el sándwich es algo que no te esperas antes de caminar por Sídney. Damos por hecho las gaviotas, palomas y gorriones. Pero que en una capital de cinco millones de habitantes viva tal cantidad de estas aves que pesan más de dos kilos, tienen picos de 15 centímetros y no muestran ningún miedo hacia las personas resulta tan cómico como si hubiese gallinas salvajes en el Retiro de Madrid.

Ibis

Cuando los edificios públicos se iluminan

Es una celebración que solo dura un par de semanas entre mayo y junio, pero hace chispear el otoño de la ciudad. Porque en muchos de los edificios públicos se proyectan imágenes de colores. Claro, de nuevo la joya de la corona es la Ópera, que desde las seis de la tarde hasta la media noche convierte sus "velas" en tocadiscos, pieles de cebra y todo tipo de motivos geométricos. Todos los museos muestras animaciones en sus fachadas y los sydneysiders salen a la calle a contemplar el consumo energético que convierte sus edificios emblemáticos en pantallas de televisión. 

Vivid Sydney 2013.- F. BELYEU

La mayor pantalla de cine del mundo.

Este es uno de esos récords que no duran mucho a quien lo ostenta, pero ahora mismo se queda en el Imax de la capital australiana. Imagínate una pantalla de 35 x 29 metros, medidas que se anuncian como parecidas a un edificio de ocho plantas. Tan grande que casi no eres capaz de ver toda la pantalla de una vez. Queda en Cockle Bay, una caótica zona portuaria cerca de la Ópera, y lo mejor de todo es que en la oficina de información turística que hay al lado regalan vales descuento de 2x1.  

Skyline de Sídney

14 may 2014

Nimbin, un sueño atrapado en 1973

Por: L. Pejenaute / J. Galán

Un joven pasea por la calle principal de Nimbin

Puestos a conducir de noche, la comarcal que lleva a Nimbin es ideal para no dormirse: la niebla deja ver solo la próxima curva, corazones verdes, YinYangs y cruces rosas de pintura reflectante diseminadas por los árboles. Llegar a las nueve implica no ver a nadie; un silencio solo roto por un vecino que sale a recibirnos e indica un descampado donde pasar la noche. Allí hay una nevera oxidada, que no solo da miedo por la puerta del congelador meciéndose al viento. También está en mitad del prado, parece colocada a propósito para hacerte pensar dos veces sobre lo que te rodea. Por la mañana nos despiertan unos gritos. Un lugareño nos ofrece trabajar para él en la recolección de marihuana. “Alojamiento y comida por cuatro horas de trabajo, o seis y podéis fumar lo que queráis”.

Aunque solo sea legal la venta de derivados del cannabis como galletas o pasteles, la calle principal de Nimbin es un mercadillo de drogas blandas. El pueblo, hoy famoso entre los turistas por su fama de reducto hippie, es la sede del Mardigrass australiano. Pero en la historia hippie de las Antípodas simboliza mucho más. Comenzó hace 41 años, al celebrarse aquí el cuarto Aquarius Festival. Nadie sabía que sería el último ni tampoco que auparía al pueblecito a la categoría de mito del New Age. Nimbin se atrapó en aquel mayo de 1973, cual día de la marmota, y aún parece restregarse las legañas, aturdida ante el siglo XXI.

Tertulia entre dos generaciones

La vida lleva aquí un ritmo pausado, apacible y decadente. El pulso del pueblo se mide en la calle principal, abigarrada de colores y aromas, saturada de personajes cuyo estado habitual oscila entre la mirada perdida, la sonrisa y la mueca desfigurada. También hay quien muestra las tres. El trasiego de turistas le da una pátina artificiosa a los símbolos hippies. Pero mirando más allá de las camisetas teñidas, los atrapasueños horteras y el negocio de la marihuana libre, Nimbin mantiene orgullosa el legado del movimiento Back to Earth (De vuelta a la tierra) que pintó este pueblo con arcoíris psicoactivos.

Personajes de la calle principal desde otro angulo

El Aquarius fue el equivalente australiano al festival estadounidense de Woodstock. En mayo de 1973 peregrinaron hasta este paraje recóndito estudiantes, músicos y artistas del país. No se limitaron a escuchar música y fumar hierba; el evento se planteó como un experimento conceptual que explorase estilos de vida alternativos, donde la música enhebrase las artes, el movimiento ecológico, la armonía, el pacifismo y la libertad. Cerca de 10.000 personas asistieron a la última edición; curiosamente, los mismos que hoy viven en Nimbin.

Muchos festivaleros se instalaron en la zona y otros miles llegaron en los años siguientes, atraídos por los bajos precios de la tierra y el estilo de vida alternativo. Se forjaron comunas, entre las que destacan las 800 hectáreas de Tuntable Falls, una comunidad que todavía cuenta con unos 200 miembros. En paralelo al experimento social, el pueblo se convirtió en un paraíso para los amantes de las drogas. Todo estaba a favor: la marihuana crecía exuberante en el clima templado y húmedo de Nimbin y la comunidad estaba más que deseosa de utilizar las numerosas granjas orgánicas para sacarle todo el partido; las setas nativas alucinógenas brotaban salvajes en los bosques de alrededor; los recién llegados venían con la furgoneta cargada de LSD y quienes solo querían comprar ni siquiera tenían que bajarse del coche. Las drogas se convirtieron en parte indisoluble de la experiencia Nimbin, y así sigue siendo.

En la calle principal, resucitada con la luz del sol, se ofrecen trapicheos en cada esquina, mientras otros vecinos siguen con su rutina diaria. Además de varias decenas de tiendas basadas en el cáñamo, consideramos que hay dos paradas imprescindibles. Una es el Rainbow Café, regentado por una de las cooperativistas más veteranas del pueblo y famoso por sus deliciosos desayunos y por un patio donde solo respirar es relajante. El otro es el Museo de Nimbin, de acceso libre con donación voluntaria. Este último es un espacio imprescindible para entender la magnitud del cambio que experimentó el pueblo. Se trata de un espacio abarrotado de objetos, documentos, y sobre todo manifestaciones artísticas del propio Festival Aquarius y de los años que siguieron.

Señora pillada en a la entrada del Museo de Nimbin

Pero todo mito tiene claroscuros y el de Nimbin se llama heroína. Apareció por primera vez en la zona a finales de los 70 y en apenas unos años reemplazó al cannabis. “Ya no podías salir descalza a la calle”, cuenta una abuela entre bocados a un gofre: “Había jeringuillas por todas partes. Es una lacra que aún sufrimos, aunque ya no esté tan a la vista”.

Nada es perfecto, las utopías se desdibujan. El tráfico de drogas y el turismo alejan el rumbo de Nimbin de los ideales que propugnaban los hijos de la Era de Acuario. Pero todavía merece la pena desviarse de las grandes autovías para visitar este eslabón perdido de otra era. Es un referente de la cultura sostenible, pero el mayor motivo para visitarlo es simplemente ese: visitarlo, antes de que el siglo XXI engulla del todo su carácter.

 

30 abr 2014

Surferos, hippies y poetas en Byron Bay

Por: L. Pejenaute / J. Galán

Byron Bay Aerial   LISA TULK-SNOW

Desde hace décadas, el mejor lugar para pasar las ocho de la mañana en Byron Bay es el club de surf. Porque poco a poco hasta allí se acercan un vecino, otro, otra y una más, y así hasta los 20, 30 o 50 que, dependiendo del tiempo, mantienen un ritual diario: caminar media hora hasta The Pass, el final de la larga playa, meterse en el agua y volver nadando el kilómetro y medio que hay hasta el punto de partida.

Una costumbre que encarna la voluntad de esta población australiana relajada, orgullosa de su herencia New Age, donde conviven gente de negocios que decidió cambiar, hippies de medio pelo, hippies de verdad, gente que vio el dinero en este enclave privilegiado y productores ecológicos. 

Arts Factory FB

La historia de este lugar comienza con su nombre. Los aborígenes que vivían cerca antes de la llegada de los europeos ya sabían de qué iba la cosa y llamaban a esta bahía Cavvanbah, lugar de reunión. Entonces llegó el capitán Cook y le cambió el nombre a Cabo Byron porque le debía una a John Byron, el primer marino que circunnavegó el globo en menos de dos años y que acabaría siendo el abuelo del poeta Lord Byron.

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Por eso ahora las calles de Byron Bay han hecho suyos muchos nombres de poetas. Y por la mezcolanza de sus gentes, esta población de menos de 10.000 habitantes encarna la bohemia relajada de la que nació en los 70 el Arts Factory, una congregación de artistas de la que terminó surgiendo un festival, el Bluesfest, que en los últimos años ha congregado a músicos como Bob Dylan o Santana y que se celebra en abril.

Esa es la clase de revoltijo que lleva a un músico callejero a compartir una cerveza con un hombre trajeado a la orilla del mar, mientras otro usa la playa como lienzo para sus inmesos dibujos y la arena como pintura. La calle principal de Byron Bay, atestada de tiendas de moda, es recorrida por gente descalza bajo un sol que calienta sin quemar. A unos pasos queda la playa principal, reflejo de la excelencia surfera australiana.

  

Con esa calma que arropa subimos a lo alto de la colina donde se alza un lustroso faro de un blanco inmaculado, el más potente de Australia. Por el camino nos vemos en el punto más al este de la Australia continental, otro de los lugares estupendos para el avistamiento de ballenas. Pasado el faro, donde uno se puede quedar a dormir, se sigue una ruta de senderismo que desemboca en una playa.

Allí a lo lejos se ve a tres surfistas de remo que se centran en las olas hasta que unas aletas que emergen captan su atención. Descubierto el misterio, siguen tomando olas, ahora con compañeros, unos delfines que juegan en las crestas de las olas. Por encima se marcha un sol cubierto por las nubes, creando coloridos contrastes, como los que mantienen viva Byron Bay.

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En este punto del viaje, donde pueblo tras pueblo desfila bajo los neumáticos gastados de la furgoneta que surca la costa este australiana, parece afianzarse la impresión de que todos se parecen. Si algo funciona, para qué tocarlo. Pero hay joyas escondidas que mantienen, al menos, parte de su carácter. Una de ellas es Byron Bay.

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28 abr 2014

Las montañas rusas más australianas

Por: L. Pejenaute / J. Galán

Atracción acuática de White Water World. DREAMWORLD


El silencio apenas dura un segundo, pero se hace largo. Para cuando quieres enterarte has salido disparado de espaldas a 160 kilómetros por hora. El túnel se acaba y notas cómo tu estómago se eleva hasta una altura de 36 pisos antes de caer en picado hacia tierra notando toda la fuerza de la gravedad en tus carrillos desfigurados.

¿Estás en Australia y te van los parques de atracciones? La ciudad costera de Gold Coast es tu sitio. Si donde caben dos caben tres, aquí hay hasta seis parques acuáticos y temáticos, todos juntos en apenas tres salidas de autopista. De entre ellos, DreamWorld ostenta el título del parque temático más grande de Australia, con atracciones extremas como la Torre del Terror, mencionada arriba, una montaña rusa en la que vas montado en moto o una de las instalaciones laser más grande del mundo.

Montaña rusa Superman. WARNER BROS. MOVIE WORLD, GOLD COASTAl otro lado de la autopista del pacífico destaca Warner Movie World, un complejo adosado a los estudios de cine del mismo nombre. Aquí la estrella es Superman, una montaña rusa aupada a las listas de las mejores del mundo que acelera de 0 a 100 en dos segundos.

El clima cálido de Gold Coast siempre es receptivo a un chapuzón, por lo que los parques acuáticos también son protagonistas. A WhiteWater World se accede desde Dreamworld, mientras que Wet´n´Wild forma parte de Warner Movie World, ya se sabe cómo es la competencia. En el primero encontramos una colección de toboganes extremos, mientras que el segundo destaca por tener una amplia zona familiar pirata.

Australian Outback Spectacular no es un parque temático propiamente dicho sino una cena seguida de un espectáculo. Se pretende evocar la esencia del Outback, tan remoto y ajeno en este mundo de surf y playa, a través de exhibiciones de jinetes, estampidas de ganado y bailes regionales. Para una experiencia aún más surrealista, los osos polares y los tiburones de SeaWorld rizan el rizo de la oferta de entretenimiento de la Gold Coast.

Vivan los excesos, se debió pensar al construir esta ciudad. Desde Brisbane seguimos la cinta de arena dorada que se extiende a babor hasta encontrar una masa de altísimos rascacielos que la tapa. Estamos en Surfers Paradise, también capital de la fiesta, el desmadre, el consumo desaforado y, por supuesto, el surf.

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Dando vueltas por el paseo marítimo no podemos evitar compararlo respetuosamente con nuestro Benidorm. Nos cruzamos hordas de estudiantes recién graduados, grupos de amigos de despedida de soltero, grupos de chicas solas dispuestas a darlo todo. Un desfile de gente disfrazada de animales que se mueven con soltura entre macrotiendas surferas, bares exclusivos, discotecas y la playa más larga que hayamos visto nunca integrada en un centro urbano.

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Para tomar perspectiva siempre es bueno acercarse a las nubes, y el edificio más icónico de Surfers Paradise, uno de los edificios de apartamentos más altos del mundo, te deja 230 metros más cerca de ellas. Desde esta plataforma de observación de este rascacielos se divisa una panorámica de toda la Gold Coast. Los surferos se concentran en las últimas olas de la tarde. El horizonte es púrpura y está cuajado de montañas rusas. 

 

El Viajero: Guía de Viajes de EL PAÍS

Sobre el blog

Del frío siberiano al calor tropical, devorando meridianos rumbo a las Antípodas. Porque se puede viajar de Europa a Australia sin coger un avión. Este blog pretende relatar lo vivido en una ruta en la que se cruzan personas, curiosidades, tradiciones y consejos. Cabe de todo, menos los atajos.

Sobre los autores

Leyre Pejenaute y Javier Galán

"Si te pusieses a cavar un agujero en el suelo, y cavases sin parar, acabarías llegando a Australia". La pequeña Leyre Pejenaute lo intentó con su pala de plástico, pero solo llegó a meter un pie. Sin embargo, la fascinación por esa idea nunca le abandonó. Quizás por eso se le quedó pequeña la carrera de Derecho, los periplos de ida y vuelta por Europa y América, las temporadas en Italia y Reino Unido y los diversos trabajos rutinarios frente a un ordenador. De lo que nunca se cansó fue de contar historias. Ahora se ha dado cuenta de que es más práctica una mochila que una pala. Y aunque tenga que dar un buen rodeo en lugar de ponerse a cavar, va a volver a intentarlo.

Si se acepta que los continentes son cinco, a Javier Galán solo le queda por respirar el aire de Oceanía. Ha dejado de planear los viajes en casa, porque sabe que un vistazo a una guía o una conversación en un hostal pueden darle un giro de miles de kilómetros a la ruta inicial. Le ha pasado en Europa, al sur de Sudamérica, en India y Estados Unidos. Estudió Derecho y Periodismo pensando que las hojas de papel se parecen tanto que se olvidan, mientras que lo que ocurre en tránsito se queda marcado. Ahora actualiza y alarga un viejo proyecto porque ha encontrado a una compañera; si lo llega a hacer solo se habría olvidado de hablar.

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