Es domingo por la tarde. En la orilla del lago los niños vuelan cometas y los padres hacen barbacoas mientras unos metros más allá la juventud se dedica a derrapar con bicicletas, motos y quads. Una estampa que encajaría en cualquier lago de recreo, solo que este es el Baikal, el más profundo del mundo y el segundo más grande; el 20 por ciento del agua dulce del planeta se concentra aquí, lo que le convierte en la mayor reserva y en una de las más puras. Eso sí, cubierta durante al menos cinco meses al año por una capa de hielo de un metro de espesor. Sobre ella derrapan todo tipo de vehículos ante el estupor de quien llega por primera vez. Nada indica el camino seguro y los primeros pasos son vacilantes, por lo resbaladizo del terreno y por el temor a que el hielo se abra bajo tus pies. Porque es tan transparente que ves las grietas perderse en sus profundidades y no, como que no te acaba de dar confianza. Pero ver todoterrenos acelerando en la lejanía confirma que el hielo aguanta tu peso y mucho más.
La forma más común de alcanzar este lago para los extranjeros es meterse en el Transiberiano y parar en Irkutsk. La ciudad es una popular parada porque parte el recorrido entre Moscú y Vladivostok en el punto medio, y aunque sus únicos alicientes son media docena de prescindibles museos regionales, resulta un buen campamento base para explorar el Baikal. Desde Irkutsk parten muchas furgonetas que en una hora te dejan en Listvyanka, un pueblo que saca partido a su ubicación en la orilla suroeste del lago tanto en verano como en invierno. Sobre todo en invierno, aunque sea a fuerza de explotar la forma más original de deslizarse sobre el hielo. Ahí van los que hemos visto: trineos tirados por perros, rutas a caballo, alquiler de bicicletas, motos de nieve y quad, paseo con raquetas, con esquís, paseo en coche, en todoterreno, aerodeslizador, construcción de esculturas de hielo y excursiones hacia el centro del lago.
Furgoneta sobre el Baikal helado
Una pareja de finlandeses que conocimos nos comentó que era el hielo más transparente que habían visto, y de eso algo conocen. Al internarse un poco en el lago, tras apartar la nieve aposentada en la superficie, casi esperas ver omules, los peces autóctonos, toda una exquisitez ahumados. O, si no estuviesen a más de 1.500 metros de profundidad, los restos un tren que, como el Titanic, padeció un exceso de confianza en sí mismo y se hundió. Y es que en la guerra ruso-japonesa de 1904, las prisas por transportar tropas al este llevaron a los rusos a instalar unas vías provisionales sobre el helado Baikal. Las vías aguantaron, pero no el hielo.
Hacia la mitad del lago en la orilla oeste está la isla de Olkhon, un espacio de 72 kilómetros de largo casi deshabitado que conjuga rocas chamánicas con cuevas excavadas en el hielo y naturaleza casi virgen. Y hacia el este, siguiendo el trazado ferroviario que bordea el sur del lago, está Ulan Ude; parada obligatoria para quienes no siguen la ruta transmongoliana pero quieran sentir algo de la cultura de ese país. En la orilla occidental del Baikal se asienta uno de los grupos étnicos minoritarios más grande de Siberia: los buryat. Comparten ascendencia y costumbres con sus vecinos de Mongolia, y esa mezcla étnica salta a la vista en Ulan Ude. Eso sí, alrededor de la cabeza de Lenin más grande del mundo, con casi ocho metros de alto y fabricada en bronce. Un foco de imágenes trucadas al estilo de las de la torre de Pisa, todo sea dicho.
La cabeza de Lenin más grande del mundo
Una vez Ulan Ude queda atrás se encaran los últimos 3.648 kilómetros de travesía, con tres noches de por medio y todo el agua hirviendo para té y noodles baratos que se desee. En nuestro vagón de platskart, la tercera clase a la que le hemos cogido el gusto, viajan hastiados desde hace tres, seis y hasta siete días un montón de ciudadanos provenientes de Kirguizistán, Tayikistán y Kazajstán. Se dirigen al lejano este ruso con la esperanza de encontrar un trabajo, casi siempre en el entorno de la construcción. Llevan una semana jugando a los mismos juegos de cartas contra los mismos contrincantes, sorbiendo ruidosamente las siempre parecidas sopas de sobre, masticando las mismas galletas saturadas de azúcar y mojadas en el mismo té.
Nunca dejas de ser el turista con el que enumerar jugadores
de fútbol, el que no entiende lo que le dicen, el que capta la atención de los
aburridos viajeros con cada cosa que
hace. Y menos en un platskart. Tú
también te fijas en ellos, pero sus ojos te arrasan en número. De incómodo
blanco de miradas pasas a ser el indiferente centro de atención. Tu viaje en
tren depende del vagón en el que caigas. El nuestro, reconozcámoslo, producía
claustrofobia y aprensión antes incluso de que el tren partiese de Ulan Ude.
Pero obviando la incomodidad, la litera sarcófago y el envolvente aroma de
nuestro vagón, esta última etapa nos ha permitido conocer a gente de multitud
de nacionalidades, arrancarles unos (pocos) aplausos con unos malabares
improvisados con naranjas, arropar a una niña que se duerme en tus brazos
mientras escucha música española compartiendo contigo los auriculares. Recibir
muchas sonrisas y también, advertir más de una mofa.
Y así hasta alcanzar la estación de Vladivostok, donde cogemos una bocanada de aire del Pacífico a 9.288 kilómetros de Moscú. Le llaman el San Francisco de Rusia, y no andan muy desencaminados. Las calles empinadas y los tranvías renqueantes en las cuestas producen un ligero deja-vu, y lo mismo sus puentes colgantes de cemento, que no tienen el encanto del Golden Gate por mucho que la bahía en la que se asienta se llame del Cuerno de Oro, en honor a su parecido con la de Estambul. Pero hay una atmósfera portuaria que la aleja de la típica ciudad rusa, más abierta, más cálida. Nuestro sensibilizado termostato corporal nos hace notar con alivio que está entre las más meridionales del país. Una despedida amable de nuestro tránsito por este país. Porque de Vladivostok se pueden coger varios barcos. Nosotros hemos elegido el que va a Corea del Sur.
Hay 7 Comentarios
SON BONITOS LOS PAISAJES Y LACABEZA DE LENIN ES IMPRESIONANTE
Publicado por: NOLBERTO QUISPE BERECHE | 21/03/2014 21:56:31
Es precioso el lago helado, tendre que ir de viaje.
Publicado por: Dípticos en Cádiz | 10/04/2013 18:09:41
Es maravilloso el viaje y la experiencia que estáis acumulando siempre será algo favorable para vosotros.
Ánimo y a seguir adelante con fuerza...
Publicado por: Carmen Borrachero | 10/04/2013 15:25:16
Este magnífico libro del periodista medioambiental Peter Thomson describe su bello e intenso viaje a Baikal:
Publicado por: t | 08/04/2013 23:13:35
Soy de Vladivostok y siempre me alegra mucho cuando la gente llega hasta allá y encima se queda con la buena impresión! La ciudad es muy especial, con una historia fascinante, lo único es que no es muy conocida entre los extranjeros. Sin embargo, tiene mucho que ofrecer, así que con más publicaciones como ésta a lo mejor se volverá más conocida y los españoles se animarán a explorarla=)
Publicado por: Alexandra | 08/04/2013 21:48:01
Debe ser impresionante el lago Baikal en invierno aunque en verano que es cuando yo lo visité, es de los lugares mas bonitos que se pueden ver en todo el trayecto. Sencillamente espectacular.
Publicado por: Miguel | 08/04/2013 19:11:52
Los paisajes son impresionantes, el hielo me atrae pero allí hay demasiado.
Carla
www.lasbolaschinas.com
Publicado por: Carla | 08/04/2013 15:49:27