16 abr 2013

Montañas domesticadas en Corea del Sur

Por: L. Pejenaute / J. Galán

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Escaleras en una montaña de Seoraksan.

Pocos sacrificios hay tan satisfactorios como alcanzar una cumbre tras dejarse el aliento en la subida. Pero alguien dijo que la cima es solo medio camino, cita que cobra significado pleno si la ruta está además salpicada con estatuillas milenarias y demás reliquias budistas. De eso saben en Corea del Sur, un país apasionado por el montañismo amateur que parece hecho a medida de un tipo de viajero que disfruta del senderismo pero no cuenta con la pericia de un escalador profesional, porque montañas en realidad hay muchas, pero no muy altas. Con una densidad de población que quintuplica a la de España, no es de extrañar que haya gente de todas las edades buscando su espacio en el monte. Caminos marcados con listones de madera, señales que indican los kilómetros que restan hasta la cima y escaleras recubiertas de caucho se mezclan con senderos libres que hacen aflorar el espíritu explorador en busca del siguiente santuario.

Estatua de Buda en Seoraksan (Corea del Sur)El primer ejemplo lo intuimos desde la cubierta del barco que nos trae de Rusia. Una imponente cadena montañosa enmarca el perfil de la primera ciudad en la que pisamos suelo surcoreano: Sokcho, un pueblo arropado por el Mar del Este y el Parque Nacional de la montaña de Seoraksan, uno de los más populares de entre la veintena surcoreana. Además del tercer pico más alto del país, que da nombre al parque, Seoraksan cuenta con cascadas, termas, un funicular y rutas de senderismo de diversa dificultad que persiguen hitos históricos. Una estatua de Buda de bronce de 19 metros de alto, a quien llaman Tongil Daebul, da la bienvenida. Y a un puente de distancia se alza el templo Shinheungsa, que ofrece la posibilidad de alojarse con los monjes y participar en sus rutinas de meditación. Desde aquí parte una de las rutas más duras, la que lleva al pico Geumgangsan. Una ascensión de 876 metros de gran pendiente donde el camino motejado de piedras desaparece para convertirse en una empinadísima escalera de metal que lleva hasta la roca sagrada de Ulsanbawi. Por el camino nos cruzamos con ancianos que suben aunque tengan que detenerse a tomar aliento cada 10 escalones.

La edad de quien sube da una idea de la afición por las montañas, pero no es la única. Basta con pasearse por cualquier calle comercial de cualquier asentamiento urbano para entenderlo. Todas las marcas outdoor imaginables están aquí, rodeadas por todas las imitaciones imaginables, que tienen tiendas incluso más grandes que las marcas originales. ¿Y a dónde va toda esta ropa? A romper la armonía verde de los bosques. Si algo gusta en Corea del Sur son los colores estridentes para caminar, cuanto más chillón sea el tono, mejor. Y lo mismo ocurre con la equipación. Que no falten mochila, bastones, pantalones, abrigos y botas como si acabasen de salir de una tienda.  

 

Algunos lugares de Corea desbordan tal espiritualidad que las prendas fosforitas desentonan como un neón en una iglesia. Sin duda, uno de ellos es la colina de Inwangsan, inquietante asentamiento chamánico en pleno centro de Seúl. Desde la estación de metro de Dongnimmun, por entre unos bloques de descomunales edificios hechos en serie, se llega a una gran cuesta que desemboca en un grupo de casitas que parecen salidas de otra época. Siguiendo un empinado sendero se llega al santuario chamánico de Guksadang, una capilla con misteriosos dibujos, zumos abiertos como ofrendas a los espíritus y un penetrante olor a incienso. El camino asciende paralelo a la Antigua muralla de Seúl, hasta las rocas sagradas donde los locales suben a realizar extraños rituales con abanicos y danzas mientras ofrecen comida a los dioses y cánticos guturales al aire (como se aprecia brevemente en este vídeo).

 

Como esa mujer que toca un gong mientras medita ante una piedra a la que las lluvias dieron forma humana en medio de un respetuoso silencio en el que los extranjeros no son bienvenidos. El bullicio de la capital se diluye en lo alto de esta colina desde la que se divisa buena parte de la gigantesca ciudad. Aquí arriba, grupos de chamanes realizan sus ritos ante un escenario futurista en el que los 236 metros de la torre de Seúl quedan empequeñecidos, y los millones de carteles luminosos, reducidos a un enjambre de luciérnagas multicolores.

Lápida de una tumba en la montaña de Namsan (Corea del Sur)Esa dualidad se encuentra latente por todo el país.  La montaña de Namsan, al sur de la ciudad de Gyeongju, es otro buen ejemplo. En su haber se cuentan 122 templos, 57 estatuillas de buda y 64 pagodas de piedra, además de un número indefinido de reliquias del siglo V después de Cristo., la época de la dinastía Silla, cuando este ahora pueblecito fue la capital de todo Corea. Quien se adentre en Namsan tiene dos posibilidades: seguir el camino marcado por un sonriente oso, mascota de los parques naturales, o alejarse por los múltiples  senderos aledaños. De escoger la primera opción, los carteles  bilingües chafarán el factor sorpresa sobre qué te aguarda y a qué distancia. Buda tallado en piedra, ochenta metros en esa dirección. Marcarse una ruta propia lleva a encontrar decenas de tumbas de antiguos reyes, marcadas por montículos donde crece el césped sobre milenarias lapidas. Si se continúa hacia lo más escarpado, docenas de pequeñas figuras talladas en piedras y restos de antiguas fortalezas contribuyen a recrear la sensación de explorador. Sobre todo porque los coreanos no suelen salirse del camino marcado, y estos recovecos camuflados suelen estar desiertos.

La premisa, al fin y al cabo, es sencilla: lo más bonito siempre estará en la cima. Sea lo que sea. Porque te ha permitido sentir parte de lo que el camino a ella tenía que ofrecer. Quizás sea el esfuerzo de haber subido, que hace disfrutar más cualquier vista panorámica, como el hambre condimenta cualquier alimento. O quizás es que, simplemente, las vistas panorámicas desde lo alto nos recuerdan la conmovedora pequeñez del humano.

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Inwangsan, en Seúl.

Hay 10 Comentarios

Qué bonitas son las montañas, sobre todo subirlas.

Las vistas tienen que ser impresionantes desdes esas montañas!!

muy bonitos paisajes en corea,citios muy bonitos para visitar

Me ha gustado mucho este artículo. Lo único que no habéis captado del todo bien es lo de los colores. Si veis los trajes tradicionales coreanos y la comida del país, vereis que hay una mezcla de colores de lo más variada. Es algo típico de la cultura coreana. Por eso es normal ver tanto color entre los escaladores/paseantes que uno se encuentra por las colinas del país.

Me encanta ésta publicación

Muy buen artículo, leyéndolo se aprecia que habéis captado bastante bien el carácter coreano.

El monte Girnar en India tampoco le anda a la zaga en acumulación de templos conectados por escalones...

Buenas imágenes!

me encantaria ir a Asia alguna vez en mi vida

Para los amantes del senderismo les recomiendo el "Sendero de los Qutzales" en Panamá, a los pies del volcán Barú, con unas vistas impresionantes y la oportunidad de ver quetzales en libertad

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El Viajero: Guía de Viajes de EL PAÍS

Sobre el blog

Del frío siberiano al calor tropical, devorando meridianos rumbo a las Antípodas. Porque se puede viajar de Europa a Australia sin coger un avión. Este blog pretende relatar lo vivido en una ruta en la que se cruzan personas, curiosidades, tradiciones y consejos. Cabe de todo, menos los atajos.

Sobre los autores

Leyre Pejenaute y Javier Galán

"Si te pusieses a cavar un agujero en el suelo, y cavases sin parar, acabarías llegando a Australia". La pequeña Leyre Pejenaute lo intentó con su pala de plástico, pero solo llegó a meter un pie. Sin embargo, la fascinación por esa idea nunca le abandonó. Quizás por eso se le quedó pequeña la carrera de Derecho, los periplos de ida y vuelta por Europa y América, las temporadas en Italia y Reino Unido y los diversos trabajos rutinarios frente a un ordenador. De lo que nunca se cansó fue de contar historias. Ahora se ha dado cuenta de que es más práctica una mochila que una pala. Y aunque tenga que dar un buen rodeo en lugar de ponerse a cavar, va a volver a intentarlo.

Si se acepta que los continentes son cinco, a Javier Galán solo le queda por respirar el aire de Oceanía. Ha dejado de planear los viajes en casa, porque sabe que un vistazo a una guía o una conversación en un hostal pueden darle un giro de miles de kilómetros a la ruta inicial. Le ha pasado en Europa, al sur de Sudamérica, en India y Estados Unidos. Estudió Derecho y Periodismo pensando que las hojas de papel se parecen tanto que se olvidan, mientras que lo que ocurre en tránsito se queda marcado. Ahora actualiza y alarga un viejo proyecto porque ha encontrado a una compañera; si lo llega a hacer solo se habría olvidado de hablar.

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