25 abr 2013

Seúl en 10 vistazos

Por: L. Pejenaute / J. Galán

Corea del Sur no es el país más conocido de su región, ni tampoco el más popular entre los turistas. A la hora de plantearse un viaje a un único destino, la competencia a su alrededor es feroz. Desde occidente le engulle el gigante chino; al este se encuentra ese Japón que, siempre presto a la conquista, tantos problemas le ha dado históricamente; al norte sobrevuelan la inmensidad rusa y, a dos pasos de casa, las hostilidades recurrentes de Kim Jong-un: un conflicto latente que desde fuera oscurece lo demás. Nos ocurrió a nosotros, que llegamos sabiendo poco sobre ellos más allá de las constantes tensiones con sus vecinos del norte. Pero nos hemos topado con motivos para darlo a conocer, de esos no mencionados en las guías turísticas, que te asaltan en sus calles, entre sus gentes. La monstruosa Seúl, superpoblada, frenética capital, es un escaparate donde golpea el choque cultural. Aquí van 10 de esos detalles que nos dejaron boquiabiertos. Y podrían haber sido más.

Móviles en el metro1. La vida a través de una pantalla. Hay quien no se separa de los móviles ni dentro de las aguas termales de los baños públicos ni en las barquitas a pedales de un lago. Hacerlos resistentes al agua arrasaría en este mercado, porque aquí los teléfonos móviles de última generación más que implantados están enraizados. Los aparatos, monopolizados por la marca nacional por excelencia, son enormes; sobrepasan la capacidad de una mano y crean una ilusión de prótesis futurista. Siempre están: se llevan fuera de bolsos y bolsillos, enfundados en plásticos que recrean a personajes animados. En el metro no falla: más de tres cuartas partes del vagón marcha ensimismada con las pantallas, algunas de las cuales llevan acopladas pequeñas antenas como las de las antiguas radios portátiles, para aumentar la cobertura con que no perderse un minuto del programa de la tele.

Mercado callejero2. Turismo gastronómico. Roza lo imposible encontrar una sola calle en toda la ciudad en que no se pueda adquirir comida, cocinada o empaquetada. No importa la hora que sea o la especialidad culinaria del restaurante en cuestión: nunca estará vacio. Esto también es aplicable a los puestos callejeros. De hecho, no tenemos claro si almuerzan, comen, pican algo, meriendan, cenan o recenan. La variedad de comida es apabullante y los precios son irrisorios: por 5 euros puedes comer bien, por 10 tener que dejarte cosas – es lo que se espera que hagas -, y por 15 atiborrarte de exquisiteces. Creemos que venir a este país por puro turismo gastronómico es más que respetable. No hay que irse de Seúl sin probar, al menos, el bibimbap (vegetales, huevo y arroz), el bulgogi (carne de vaca a la parrilla) y los restaurantes barbacoa del háztelo tú mismo. Y por supuesto, probar fortuna en los puestos callejeros, con una oferta digna de los sobres sorpresa de los tenderetes.

Kimchi rojo3. Tapa de kimchi. En cuanto el cliente se sienta a la mesa de un restaurante aparece una botella de agua y un número indeterminado de cuencos que llamaremos tapas. No esperan que te los comas todos, son una mera guarnición, pero si lo haces se irán rellenando al instante. Entre trocitos de carne, setas, pececillos y toda clase de vegetales, sobresale el kimchi (en la imagen, lo rojo del cuenco blanco); la omnipresente comida nacional. Verdura en una amplia extensión de la palabra, pues es desde col a lechuga, desde soja a pepinillos, hojas o trozos fermentados con pimienta roja para que puedan ser almacenados durante mucho tiempo. La tradición proviene de acumular comida sana para los largos inviernos, y las familias mantienen en secreto sus propias formas de elaborarlo. No hay dos kimchis iguales y las variedades oficiales superan los cientos. Gracias al kimchi aprendimos la norma básica de la cocina coreana: si es rojo, pica.

4. No es rojo, pero también pica. Por algo lo llaman “agua de fuego”. Es el soju, la bebida alcohólica más extendida en Corea del Sur, una garantía de efervescencia instantánea y de jaqueca al día siguiente. Transparente y barata, insípida y entumecedora, no supera los 20 grados y viene en botellines verdes que cuestan entre dos y cinco euros. Se bebe a chupitos en las cenas con gran desenvoltura. Como el resto de bebidas, se espera que te lo sirva tu acompañante. Lo de servirse en tu propio vaso muestra ansiedad y mala educación.

Perro en brazos5. Perros que pasean en brazos. “Hemos pasado de que la generación de nuestros abuelos se comiese a los perros a tratarlos como a personas… o mejor”, nos comentó June, una joven profesora de primaria. Aquí los perros que triunfan son del tamaño más pequeño necesario para que puedan llamarse así, y no caminan fuera de casa. Por la calle marchan en el regazo de sus dueños o en carritos. En algunos se comprende, porque llevan atuendos que complican seriamente la movilidad de los cuartos traseros. Las mechas fosforitas no molestan, pero llaman la atención. Aunque para quien esté interesado, en Seúl sobreviven varios locales orgullosos de su sopa de perro, y parece que pese a la brecha generacional no les faltan clientes.

Maniquí reverencial6. La primera impresión es esencial. La reverencia da la bienvenida a una relación de cordialidad. En un país que cuida tanto el trato de cara al público es esencial, por lo tanto, encargar a alguien que la haga en las entradas de los negocios. Si el acceso al centro comercial se hace por el aparcamiento, el empleado encargado de dirigir el tráfico también debe inclinarse ante cada nuevo coche, aunque esté lloviendo a jarros. Si en la puerta a una tienda de cosméticos en una avenida de feroz competencia hay que coger una cestita para los productos, serán chicas uniformadas las que las entreguen reverencialmente. Y si el presupuesto no da para contratar a alguien que solo se dedique a inclinarse ante potenciales clientes, la opción es instalar un maniquí robotizado que haga reverencias sobresaltando a los transeúntes.

Bosque lumínico7. Mi luz es tu atención. En cualquier ciudad surcoreana se pueden localizar las iglesias porque el símbolo de la cristiandad se ilumina en lo más alto de estos edificios por las noches. Cruces de llamativo rojo penetrante despuntan en la capital de un país donde casi uno de cada tres habitantes es católico. Pero este punto no va de religión, sino de iluminación. Lo de las iglesias es solo la consecuencia lógica de la capacidad que tiene la luz para captar la atención humana. Todo negocio – y hay muchos – muestra su cartel luminoso en la puerta. Y como algunos tienen que conformarse con una segunda, tercera, o séptima planta, pues más grandes deben instalarlos para ser vistos desde la calle. La consecuencia son bosques de luces nocturnas que le dan un tono a la ciudad con el que su cara gris aluminio de despertar diurno no puede competir.

Homenaje pollo8. Las falsificaciones están a la orden del día. Pero el concepto no es el de burdas imitaciones que se venden clandestinamente sobre una manta. Aquí se eleva a la categoría de homenaje, de inspiración. A cualquier marca le salen primos, y con locales propios más grandes incluso que las de las marcas originales. Si en una calle hay un The Body Shop, en los alrededores habrá un The Face Shop y un The Beauty Shop con los mismos caracteres. Conocidas cadenas de café, comida rápida y productos de belleza tienen sus calcos descarados, y lo mismo las marcas de ropa de montaña: a los de The North Face les salen réplicas maquilladas como The Red Face, The Black Face o The Noble Face. Todas con sus campañas publicitarias y con el año en que se fundaron bien presente.

Visera9. Complementos sin vergüenza. La piel femenina huye del sol, sobre todo en la mediana edad. Aun a riesgo de aventurarnos demasiado, podemos crear una teoría: si en un grupo de turistas que se pasea por tu ciudad las mujeres llevan unas viseras versión extragrande, son surcoreanas. “No les gusta nada el sol, se protegen con lo que sea; algunas incluso llevan mascarilla porque las viseras no siempre cubren la zona de la barbilla”, nos explicó Jim, guía turístico en uno de los grandes palacios de Seúl . A este complemento habría que añadirle los baberos tamaño delantal que proporcionan en los restaurantes y los tan comunes guantes que interponen una barrera aséptica entre las manos y el resto del mundo. Es fácil cruzarse con personas a las que no se les ve ni un centímetro de piel.

Chubasquero10. Vestir igual que tu pareja es molón. Sirve para proclamar tu amor al mundo. No simplemente el mismo color de sudadera, sino la misma sudadera en diferentes tallas. Y pantalones, y abrigo, y camiseta, y zapatillas, y complementos como el chubasquero o el cinturón. “Queremos demostrar que estamos en completa sintonía con el otro”, nos explicó una de estas parejas cuando no pudimos contener la curiosidad. Deducimos que se les pasa con la edad, pero entre jovenzuelos la moda hace furor. Ideal para estrechar lazos yendo juntos de compras o quedando, a través del móvil, sobre qué conjunto es el que toca hoy.

Os animamos a compartir otros detalles que os hayan llamado la atención en vuestras visitas a este sorprendente país. Veamos si coinciden con los que nos hemos dejado.

Hay 2 Comentarios

Me llamó mucho la atención la extrema limpieza de todos los sitios públicos, servicios, aeropuertos, estaciones,trenes...en los restaurantes del aeropuerto tenian los vasos y cubiertos en aparatos para esterilizar..
Tambien me hizo gracia que entre las parejas el chico lleve siempre el bolso de la chica

Todo muy interesante y revelador. La foto en el punto 8 podría complementar a "El Comidista" del 24 de Abril.

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El Viajero: Guía de Viajes de EL PAÍS

Sobre el blog

Del frío siberiano al calor tropical, devorando meridianos rumbo a las Antípodas. Porque se puede viajar de Europa a Australia sin coger un avión. Este blog pretende relatar lo vivido en una ruta en la que se cruzan personas, curiosidades, tradiciones y consejos. Cabe de todo, menos los atajos.

Sobre los autores

Leyre Pejenaute y Javier Galán

"Si te pusieses a cavar un agujero en el suelo, y cavases sin parar, acabarías llegando a Australia". La pequeña Leyre Pejenaute lo intentó con su pala de plástico, pero solo llegó a meter un pie. Sin embargo, la fascinación por esa idea nunca le abandonó. Quizás por eso se le quedó pequeña la carrera de Derecho, los periplos de ida y vuelta por Europa y América, las temporadas en Italia y Reino Unido y los diversos trabajos rutinarios frente a un ordenador. De lo que nunca se cansó fue de contar historias. Ahora se ha dado cuenta de que es más práctica una mochila que una pala. Y aunque tenga que dar un buen rodeo en lugar de ponerse a cavar, va a volver a intentarlo.

Si se acepta que los continentes son cinco, a Javier Galán solo le queda por respirar el aire de Oceanía. Ha dejado de planear los viajes en casa, porque sabe que un vistazo a una guía o una conversación en un hostal pueden darle un giro de miles de kilómetros a la ruta inicial. Le ha pasado en Europa, al sur de Sudamérica, en India y Estados Unidos. Estudió Derecho y Periodismo pensando que las hojas de papel se parecen tanto que se olvidan, mientras que lo que ocurre en tránsito se queda marcado. Ahora actualiza y alarga un viejo proyecto porque ha encontrado a una compañera; si lo llega a hacer solo se habría olvidado de hablar.

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