15 may 2013

Ocho islas, siete puentes, una bicicleta

Por: L. Pejenaute / J. Galán

Rutas ciclistas hay tantas como caminos, pero no muchas tan peculiares como para poner por delante de tus ruedas ocho islas conectadas por siete puentes por los que atravesar Seto Naikai, el Mar Interior japonés. Más de 70 kilómetros entre pueblos pesqueros y frutales, cruzando portentos de ingeniería en un carril-bici más cuidado que los pinos de un minimalista jardín nipón. Es la Shimanami Kaido, donde el Japón de provincias te machaca el trasero.

   

La culpa es del sillín de la bicicleta que se alquila por cuatro euros al día. Lo normal es encaramarse a una en cualquiera de las dos orillas: desde Onomichi, en la isla central y más grande de Japón; o desde Imabari, una ciudad de Shikoku, la isla del peregrinaje de los 88 templos. Aquí comenzamos nosotros, guiados hasta el inicio de la ruta por el endiablado pedaleo de la abuela que nos alquiló las bicicletas, pero no los cascos.

Siguiendo la franja azul que marca el camino por el carril de la izquierda, por donde conducen en Japón, se llega al primer puente. Que en realidad son tres puentes colgantes unidos formando una plataforma que supera los cuatro kilómetros. Desde arriba divisas islotes con playas que desconciertan con sus aguas turquesas, más propias del trópico. Para llegar a estos puentes subes por unas rampas de escalextric que son mucho más entretenidas de bajar, aunque entre la velocidad se deban ir sorteando packs de tours organizados formados por familias y jubilados que invaden el carril bici para pasear.

IMG_0680El Shimanami Kaido es un agradable paseo no especialmente esforzado, aunque sí lo suficiente como para dividirlo en dos y para que los músculos te lo recuerden otro par de días después. El puerto más duro del recorrido está en la isla de Õshima, después del primer puente. La gran cantidad de desvíos profusamente señalizados permite crear rutas individuales dependiendo del interés: por la zona montañosa o la costera, pero también por la de las extravagancias tan japonesas: museos dispersos sobre caligrafía, piratas japoneses o escultura y pintura.

Y así se va pasando isla tras isla, puente tras puente, todos similares, aunque en la sucesión resulta curioso buscar la diferencia. Cada puente es de un estilo, y cada isla cuida sus peculiaridades, entre ellas la mascota propia: en Ikuchijima, una isla dedicada al cultivo de naranjas, es el dibujo de una naranja con gorro de policía el que te informa de a qué número llamar si se tiene una emergencia. Aunque de esas ocurren pocas en un país tan milimétricamente predecible como Japón. Y menos en un lugar tan apartado como esta sucesión de pueblos pesqueros relajados y adormecidos.

La ruta en ocasiones marcha por el interior, dando paso a lugares menos panorámicos y más industriales; un Japón extravagantemente estático. Salvo por los enormes cuervos, hay tramos en que no te cruzas con nadie. En que eres la única persona que admira la sucesión de jardines perfectos, con pinos de las formas más enrevesadas que puede criar la armonía. Las dispersas estatuas de piedra que desafían al oleaje en islotes perdidos, los archipiélagos desparramados a contraluz y los remolinos bajo los puentes son etapas de esta sencilla carrera.

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El primer puente de la ruta desde Imabara.

Es un entretenimiento deportivo y barato en Japón, país donde viajar con el perfil del bajo coste es complicado. Al precio del alquiler hay que sumarle los peajes para bicicletas de los puentes. “Solo un japonés lo pagaría” nos comentó un extranjero que vive en Japón desde hace años. “Lo único que hay en las entradas a los puentes es una cesta en la que poner el dinero y un detector de movimiento que hace saltar una grabación en la que te agradece haber cruzado ese puente”.

Es en este Japón alejado donde uno toma conciencia de que es el diferente, el que capta más miradas. IMG_0881 La plaga de turistas extranjeros que asolan la región de Kansai, al noreste, no suele acercarse por aquí. El tiempo limitado suele condicionar la visita, cercándola a la obligatoria y saturada Kyoto, quizás a Hiroshima.

Pasando por alto esta zona, enclave predilecto de los japoneses donde en temporada baja tienes que preguntar de puerta en puerta para encontrar cobijo. Y donde puedes asomarte a la experiencia del alojamiento tradicional japonés, el ryokan, más barato que en las ciudades. En estos hoteles integrados en casas particulares la cama es el tatami y un futón. El baño presenta dos opciones: sentarse sobre un barreño de plástico para tirarse cubos de agua por la cabeza, o meterse en un rudimentario jacuzzi.

Es buena idea hacer noche a mitad del recorrido en algún lugar donde retomar fuerzas antes de la siguiente jornada de pedaleo. Aunque "mañana" sea reversible en cada isla. Siempre se puede cortar en alguno de los innumerables puertos por los que se pasa, subir a bordo de un ferry con la bicicleta al hombro y volver al punto de partida. 

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Hay 8 Comentarios

Conoces los puentes más famosos del mundo?

Hola Leyre y Javier... pues si os apetece seguir en bici hacia la vecina isla de Taiwan... aquí os dejo una interesante alternativa por la omntañosa y deslumbrante costa este de la isla

Me lo apunto, gracias.
Salud y pedal

Muy bueno el post, yo vivo en Shikoku, y la verdad es que pasear con la bici por el puente es una gozada.

Hay que aguantar el asiento de esas bici, que vida difícil..

Muy buen post y muy acertada la idea de mostrar cosas de Japon alejadas de las mas habituales (Tokyo, Kyoto, Nara, Hiroshima...). Os dejo las entradas sobre Japon de mi blog, con sitios menos turisticos como Hokkaido, curiosidades, cerveza, el Sakura...

El baño NO presenta dos opciones. Los cubos de agua (con sus correspondientes grifos, por cierto, no hay que bajar al rio a llenarlos) se tiran por la cabeza o por donde uno quiera para lavar el cuerpo y el barreño obliga a sentarte bajo para no salpicar el agua sucia dentro del rudimentario jacuzzi (sic), que no es más que un baño de agua muy caliente compartido, por tanto requiere entrar escrupulosamente limpio para no esuciar el agua que todos los clientes van a compartir. Una experiencia de lo más relajante, por cierto.

Que pasada...

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El Viajero: Guía de Viajes de EL PAÍS

Sobre el blog

Del frío siberiano al calor tropical, devorando meridianos rumbo a las Antípodas. Porque se puede viajar de Europa a Australia sin coger un avión. Este blog pretende relatar lo vivido en una ruta en la que se cruzan personas, curiosidades, tradiciones y consejos. Cabe de todo, menos los atajos.

Sobre los autores

Leyre Pejenaute y Javier Galán

"Si te pusieses a cavar un agujero en el suelo, y cavases sin parar, acabarías llegando a Australia". La pequeña Leyre Pejenaute lo intentó con su pala de plástico, pero solo llegó a meter un pie. Sin embargo, la fascinación por esa idea nunca le abandonó. Quizás por eso se le quedó pequeña la carrera de Derecho, los periplos de ida y vuelta por Europa y América, las temporadas en Italia y Reino Unido y los diversos trabajos rutinarios frente a un ordenador. De lo que nunca se cansó fue de contar historias. Ahora se ha dado cuenta de que es más práctica una mochila que una pala. Y aunque tenga que dar un buen rodeo en lugar de ponerse a cavar, va a volver a intentarlo.

Si se acepta que los continentes son cinco, a Javier Galán solo le queda por respirar el aire de Oceanía. Ha dejado de planear los viajes en casa, porque sabe que un vistazo a una guía o una conversación en un hostal pueden darle un giro de miles de kilómetros a la ruta inicial. Le ha pasado en Europa, al sur de Sudamérica, en India y Estados Unidos. Estudió Derecho y Periodismo pensando que las hojas de papel se parecen tanto que se olvidan, mientras que lo que ocurre en tránsito se queda marcado. Ahora actualiza y alarga un viejo proyecto porque ha encontrado a una compañera; si lo llega a hacer solo se habría olvidado de hablar.

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