El Viajero: Guía de Viajes de EL PAÍS

Sobre el blog

Del frío siberiano al calor tropical, devorando meridianos rumbo a las Antípodas. Porque se puede viajar de Europa a Australia sin coger un avión. Este blog pretende relatar lo vivido en una ruta en la que se cruzan personas, curiosidades, tradiciones y consejos. Cabe de todo, menos los atajos.

Sobre los autores

Leyre Pejenaute y Javier Galán

"Si te pusieses a cavar un agujero en el suelo, y cavases sin parar, acabarías llegando a Australia". La pequeña Leyre Pejenaute lo intentó con su pala de plástico, pero solo llegó a meter un pie. Sin embargo, la fascinación por esa idea nunca le abandonó. Quizás por eso se le quedó pequeña la carrera de Derecho, los periplos de ida y vuelta por Europa y América, las temporadas en Italia y Reino Unido y los diversos trabajos rutinarios frente a un ordenador. De lo que nunca se cansó fue de contar historias. Ahora se ha dado cuenta de que es más práctica una mochila que una pala. Y aunque tenga que dar un buen rodeo en lugar de ponerse a cavar, va a volver a intentarlo.

Si se acepta que los continentes son cinco, a Javier Galán solo le queda por respirar el aire de Oceanía. Ha dejado de planear los viajes en casa, porque sabe que un vistazo a una guía o una conversación en un hostal pueden darle un giro de miles de kilómetros a la ruta inicial. Le ha pasado en Europa, al sur de Sudamérica, en India y Estados Unidos. Estudió Derecho y Periodismo pensando que las hojas de papel se parecen tanto que se olvidan, mientras que lo que ocurre en tránsito se queda marcado. Ahora actualiza y alarga un viejo proyecto porque ha encontrado a una compañera; si lo llega a hacer solo se habría olvidado de hablar.

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15 ago 2013

En moto por la jungla de Laos

Por: L. Pejenaute / J. Galán

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Carreteras mal asfaltadas que serpentean por una selva frondosa, diluvios intermitentes, una motillo y un depósito que se vacía como si lo hubiesen agujereado. Nuestra primera aventura en Laos consiste en recorrer los 60 kilómetros que separan Luam Nam Tha de Muang Sing, al norte del país. Internarnos en la jungla Nam Ha, un espacio protegido donde dicen que habitan tigres, se ocultan las tribus más esquivas del país y los lugareños ofrecen a partes iguales piñas, sonrisas y opio.

IMG_2382Si uno cruza a Laos desde China es casi seguro que acabe aquí. Al puesto fronterizo se llega en un autobús que sale temprano desde Jinghong, ciudad a caballo entre China y Tailandia, después de unas siete horas de trayecto. Tramitado el visado bajo una lluvia monzónica que no respeta ni a los monjes, aún faltan horas para llegar. Con mejores infraestructuras se tardaría mucho menos, pero sería a costa de cortar en rebanadas selva y montañas. En Laos hay que acostumbrarse a invertir unas tres horas por cada cien kilómetros. Al menos hasta que los chinos cumplan su promesa: una autopista que una Kunming con la capital, Vientiane, prevista para 2014. Salvaje.

Pero volviendo a Luam Nam Tha, poco tiempo querrá uno quedarse en el pueblo teniendo tan cerca una reserva natural conocida en Laos por su gestión sostenible. Las rutas de senderismo guiadas por locales, machete en mano, cumplen lo que prometen: las sanguijuelas se cuelan en los calcetines, la comida se sirve en hojas de palmera y se duerme en campamentos tribales. Es imposible quitarse del todo la sensación de parque temático, pero también se siente que se apoya a personas con pocas opciones económicas.  

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Las rutas se adaptan a todos los niveles: desde pequeños paseos por asentamientos cercanos a jornadas intensivas con decenas de kilómetros de cuestas. Con baños en ríos, cenas en las que el arroz y el pollo se vislumbran gracias a las velas, prácticas de artesanía, cabras que embisten y muchas sonrisas. Porque en Laos se cumple esa máxima que dice que, cuanto más se aleja uno, más encantadoras son las gentes que se encuentra.

IMG_2460Si no se desea caminar por la jungla, queda la opción de la motocicleta, el medio de transporte más común en el sudeste asiático. Es raro ver una moto con menos de tres ocupantes, y si llevas casco se sabe que eres extranjero. Estamos en el corazón del llamado Triángulo de oro, una zona inaccesible entre Tailandia, Birmania, Laos y China. Aquí se concentraba en los años 50 la producción de opio con la complicidad de Estados Unidos, y las tribus acabaron siendo las mayores perjudicadas. No era un secreto para nadie que la heroína que viajaba a China y Tailandia provenía de las refinerías de las fronteras. Hoy la actividad ha disminuido mucho, dicen, por las leyes, las inundaciones y las sequías. Pero ofrecer opio a los extranjeros con ojillos conspiradores sigue siendo muy habitual, sobre todo cuando uno marcha solo.

Internarse en la jungla a lo loco es temerario, pero no tanto cuando se sigue una carretera. Esta opción permite detenerse al antojo, no donde indique el guía. Nosotros paramos en varios poblados, donde hay gente que pide cualquier cosa que les puedas dar o que te invita a sentarte en cabañas sostenidas sobre pivotes mientras ves a chavales jugar con las gallinas. Suele haber construcciones aledañas más pequeñas de bambú; pisitos de soltero para los hijos varones hasta que se casan. Al detenernos vemos sobre todo ancianos y niños que juegan pícaros mientras sus padres recogen arroz o cuidan del ganado.

Muchos de los poblados que se atraviesan en esta ruta no disponen de electricidad. Y conforme IMG_2495 nos internamos en la selva nos cruzamos con menos vehículos y más árboles tan altos como edificios de 12 plantas. A medio camino comprobamos que estamos en reserva y nos quedan más de 30 kilómetros. A partir de ese momento, cada pivote que rebasamos indicando los que restan para llegar a Muang Sing es un triunfo.

No podemos hacer más que mantener la velocidad baja y constante, aprovechando la inercia. Al dejarnos caer por las cuestas, resbaladizas por los chaparrones, sin ruido de motor, nos integramos con los lugareños que también fluyen por la montaña para ahorrar. De las paredes verdes que delimitan la carretera escapa un estruendo, un concierto sin IMG_2517melodía que resuena como un martillo neumático. Sin idea de cuántos seres vivos hacen falta para crear semejante barullo, cada vez nos queda más claro que la naturaleza es de todo menos silenciosa.   

Disfrutando, empapados y quemados por el sol, viendo a gente dormir a la sombra de su camión averiado, jabalíes que no quieren que te detengas y siendo adelantados por motos con cuatro jóvenes a bordo, llegamos a Muang Sing. Echamos gasolina como para hacer el mismo camino dos veces y celebramos que no ha habido que empujar la moto, tomando una Beerlao, la cerveza monopolizada del país, frente a unos arrozales.

De regreso, ya por la tarde, cotilleamos en los mercados montados en la cuneta por los padres de esos niños que no estaban en la escuela por la mañana. Venden sabrosas hortalizas y frutas recogidas ese mismo día. La gente se baña en el río al atardecer y los mosquitos saturan el faro de la moto y se estrellan en la cara. Con cada uno que desincrustamos nos preguntamos qué impacto habremos tenido en esta jungla.

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05 ago 2013

Viaje al interior de China (II)

Por: L. Pejenaute / J. Galán

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La vida en un tren chino puede ser larga, pero desde luego no es aburrida. Sin más tiempo para la escala y con el esófago aún ardiendo, hay que volver a dormir a otro tren. Es cierto que desde el principio del andén hay que caminar a lo largo de decenas de vagones hasta llegar al tuyo, pero una vez allí, los trenes locales son muy cómodos. Lentos y puntuales. A la hora marcada comienza el baile ferroviario.

IMG_1998Uno: los golpecitos y estiramientos de todas las articulaciones del cuerpo de tu compañera de asiento. Dos: las partidas de cartas sobre cajas de sopas instantáneas. Tres: los gargajos envolventes que a nadie le importa dónde caen. Cuatro: el humo de tabaco que se extiende entre vagón y vagón porque las puertas no cierran. Cinco: los carritos que venden desde fruta a cargadores de móvil, platos preparados, tarjetas sim o linternas. Y seis: las bandejas de metal distribuidas por todo el vagón se llenan de cáscaras de pipas rechupeteadas.

A un lado del pasillo hay una decena de compartimentos sin puerta. Al otro, una cotizada hilera de mesas y taburetes plegables. A diferencia de los trenes rusos, aquí las seis personas que comparten cada compartimento, a lo 13 Rúa del Percebe, se amontonan unas sobre otras. Como nosotros compramos los billetes sobre la marcha, siempre nos toca la litera de más arriba, para no perder las buenas costumbres. Hemos desarrollado una habilidad equilibrista que ni los trapecistas del Circo del Sol.

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Pero tampoco se pasa mucho tiempo en las alturas, porque abajo siempre hay material para asombrarse. Porque siempre hay un vendedor intentando endilgarte cualquier chorrada de plástico. O alguien tomándote una fotografía, fumándose un cigarrillo entre los vagones con tu puerta abierta o, sí, otra vez, escupiendo en el suelo. “Pero esto ya no es el caos que era antes”, nos explica Mateo, un argentino, viajero resabido, que había vuelto a los trenes chinos después de 10 años. “La otra vez que vine no era posible ir en una cama, sino sentados en hileras de seis, IMG_2162 todos durmiendo como escolares en la bandeja de delante. Y eran menos civilizados: no solo había muchos más animales en el vagón, sino que más de un día me despertaron lanzando pedos en mi cara”.

Otra de las ciudades en las que nos apeamos revela ese esfuerzo colectivo por adaptarse a los nuevos tiempos: se trata de Kunming, conocida entre los turistas chinos por su sobreexplotado Bosque de piedra. Pero las calles de esta ciudad al sur de China destilan pretensiones europeas dentro de su genuino caos y su inevitable toque hortera. El parque de la ciudad, donde las minorías étnicas se juntan a bailar los domingos, podría pasar por un parque londinense de no ser por las palmeras que crecen a la sombra de impecables rascacielos. En una nave industrial uno se topa con una galería de arte que podría encajar en cualquier rincón de Malasaña.

De vuelta al vagón, por las ventanillas desfilan ejemplos de eso que se llama progreso hasta que se torna en una burbuja inmobiliaria pinchada. Torres de apartamentos calcadas en ciudades a cientos de kilómetros de distancia, y todas en proceso de construcción. Inicios de puentes colgantes en forma de solitarios pilares de cemento y presas gigantescas con efectos devastadores sobre los ríos. La sensación de un cambio IMG_2215constante te envuelve y te hace preguntarte si ellos mismos, tus compañeros de vagón que mascan pipas y sorben licor de arroz, son capaces de asimilar. Todo indica que sí, y no puedes menos que admirarte aunque tú no lo acabes de entender.

Bastante tienes con limitarte a entender a los que te acompañan durante el día, hasta que las luces del vagón se apagan completamente, sin dejar siquiera la de emergencia. Momento que da que pensar. Cuando viajamos es frecuente perder la perspectiva al querer ir a la mayor cantidad de sitios en el menor tiempo posible. Más ciudades, más parques nacionales, más monumentos, más templos, más barrios… y menos horas de transporte. Meterte en un tren chino, sin prisas, te hace recordar que también se viaja para perderse entre otros viajeros.