La vida en un tren chino puede ser larga, pero desde luego no es aburrida. Sin más tiempo para la escala y con el esófago aún ardiendo, hay que volver a dormir a otro tren. Es cierto que desde el principio del andén hay que caminar a lo largo de decenas de vagones hasta llegar al tuyo, pero una vez allí, los trenes locales son muy cómodos. Lentos y puntuales. A la hora marcada comienza el baile ferroviario.
Uno: los golpecitos y estiramientos de todas las articulaciones del cuerpo de tu compañera de asiento. Dos: las partidas de cartas sobre cajas de sopas instantáneas. Tres: los gargajos envolventes que a nadie le importa dónde caen. Cuatro: el humo de tabaco que se extiende entre vagón y vagón porque las puertas no cierran. Cinco: los carritos que venden desde fruta a cargadores de móvil, platos preparados, tarjetas sim o linternas. Y seis: las bandejas de metal distribuidas por todo el vagón se llenan de cáscaras de pipas rechupeteadas.
A un lado del pasillo hay una decena de compartimentos sin puerta. Al otro, una cotizada hilera de mesas y taburetes plegables. A diferencia de los trenes rusos, aquí las seis personas que comparten cada compartimento, a lo 13 Rúa del Percebe, se amontonan unas sobre otras. Como nosotros compramos los billetes sobre la marcha, siempre nos toca la litera de más arriba, para no perder las buenas costumbres. Hemos desarrollado una habilidad equilibrista que ni los trapecistas del Circo del Sol.
Pero tampoco se pasa mucho tiempo en las alturas, porque abajo siempre hay material para asombrarse. Porque siempre hay un vendedor intentando endilgarte cualquier chorrada de plástico. O alguien tomándote una fotografía, fumándose un cigarrillo entre los vagones con tu puerta abierta o, sí, otra vez, escupiendo en el suelo. “Pero esto ya no es el caos que era antes”, nos explica Mateo, un argentino, viajero resabido, que había vuelto a los trenes chinos después de 10 años. “La otra vez que vine no era posible ir en una cama, sino sentados en hileras de seis, todos durmiendo como escolares en la bandeja de delante. Y eran menos civilizados: no solo había muchos más animales en el vagón, sino que más de un día me despertaron lanzando pedos en mi cara”.
Otra de las ciudades en las que nos apeamos revela ese esfuerzo colectivo por adaptarse a los nuevos tiempos: se trata de Kunming, conocida entre los turistas chinos por su sobreexplotado Bosque de piedra. Pero las calles de esta ciudad al sur de China destilan pretensiones europeas dentro de su genuino caos y su inevitable toque hortera. El parque de la ciudad, donde las minorías étnicas se juntan a bailar los domingos, podría pasar por un parque londinense de no ser por las palmeras que crecen a la sombra de impecables rascacielos. En una nave industrial uno se topa con una galería de arte que podría encajar en cualquier rincón de Malasaña.
De vuelta al vagón, por las ventanillas desfilan ejemplos de eso que se llama progreso hasta que se torna en una burbuja inmobiliaria pinchada. Torres de apartamentos calcadas en ciudades a cientos de kilómetros de distancia, y todas en proceso de construcción. Inicios de puentes colgantes en forma de solitarios pilares de cemento y presas gigantescas con efectos devastadores sobre los ríos. La sensación de un cambio constante te envuelve y te hace preguntarte si ellos mismos, tus compañeros de vagón que mascan pipas y sorben licor de arroz, son capaces de asimilar. Todo indica que sí, y no puedes menos que admirarte aunque tú no lo acabes de entender.
Bastante tienes con limitarte a entender a los que te acompañan durante el día, hasta que las luces del vagón se apagan completamente, sin dejar siquiera la de emergencia. Momento que da que pensar. Cuando viajamos es frecuente perder la perspectiva al querer ir a la mayor cantidad de sitios en el menor tiempo posible. Más ciudades, más parques nacionales, más monumentos, más templos, más barrios… y menos horas de transporte. Meterte en un tren chino, sin prisas, te hace recordar que también se viaja para perderse entre otros viajeros.
Hay 4 Comentarios
Esos paisajes y el viejo Confucio...
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Publicado por: Manuel Ariza Canales | 09/08/2013 20:39:59
Tienes toda la razón, los trenes en China son toda una experiencia. Pero debo admitir que cuando viaje hace año y medio escogimos (Mi novio brasilero y yo que soy colombiana) por voluntad propia las camas más altas, pues de alguna u otra manera son mas seguras y evitábamos que cogieran nuestras cosas. El viaje más largo fue de 16 horas durante el cual sólo pudimos leer, jugar cartas y tomarnos fotos con los locales que nos miraban con mucho asombro. Disfruta el viaje porque finalmente en nuestras diferencias esta la belleza.
Publicado por: Laura | 09/08/2013 6:07:31
Vaya personajes parecen estar hechos los habitantes del país asiático. Por como lo describis, parece que al llegar a España por ejemplo, se encierran mucho más en ellos. En este relato se les ve mucho más sueltos. Un saludo.
Publicado por: Corona | 06/08/2013 13:06:03
Ver el nuevo tren Bala de China
Publicado por: ernesto | 05/08/2013 18:39:14