El Viajero: Guía de Viajes de EL PAÍS

Sobre el blog

Del frío siberiano al calor tropical, devorando meridianos rumbo a las Antípodas. Porque se puede viajar de Europa a Australia sin coger un avión. Este blog pretende relatar lo vivido en una ruta en la que se cruzan personas, curiosidades, tradiciones y consejos. Cabe de todo, menos los atajos.

Sobre los autores

Leyre Pejenaute y Javier Galán

"Si te pusieses a cavar un agujero en el suelo, y cavases sin parar, acabarías llegando a Australia". La pequeña Leyre Pejenaute lo intentó con su pala de plástico, pero solo llegó a meter un pie. Sin embargo, la fascinación por esa idea nunca le abandonó. Quizás por eso se le quedó pequeña la carrera de Derecho, los periplos de ida y vuelta por Europa y América, las temporadas en Italia y Reino Unido y los diversos trabajos rutinarios frente a un ordenador. De lo que nunca se cansó fue de contar historias. Ahora se ha dado cuenta de que es más práctica una mochila que una pala. Y aunque tenga que dar un buen rodeo en lugar de ponerse a cavar, va a volver a intentarlo.

Si se acepta que los continentes son cinco, a Javier Galán solo le queda por respirar el aire de Oceanía. Ha dejado de planear los viajes en casa, porque sabe que un vistazo a una guía o una conversación en un hostal pueden darle un giro de miles de kilómetros a la ruta inicial. Le ha pasado en Europa, al sur de Sudamérica, en India y Estados Unidos. Estudió Derecho y Periodismo pensando que las hojas de papel se parecen tanto que se olvidan, mientras que lo que ocurre en tránsito se queda marcado. Ahora actualiza y alarga un viejo proyecto porque ha encontrado a una compañera; si lo llega a hacer solo se habría olvidado de hablar.

Eskup

Los blogs de el viajero

Archivo

junio 2014

Lun. Mar. Mie. Jue. Vie. Sáb. Dom.
            1
2 3 4 5 6 7 8
9 10 11 12 13 14 15
16 17 18 19 20 21 22
23 24 25 26 27 28 29
30            

19 sep 2013

Todo es posible en Bangkok

Por: L. Pejenaute / J. Galán

No es fácil mirar a Ryan a los ojos a las dos de la mañana, porque a unos metros hay dos niños pegándose puñetazos en medio de la calle. Tampoco es fácil entenderle, por lo alto que suena La Macarena sobre cientos de cuerpos  empapados de lluvia, alcohol y música. Pero  sí escuchamos a este guineano afirmar, rotundo, que “todo es posible en Bangkok”. Él llegó hace ocho años y en este tiempo ha hecho de todo: “Hasta traficar con crías de elefante”, deja caer una vez apalabrado algún negocio turbio vía móvil. Estamos en Khao San, la calle más excéntrica de entre todas las frecuentadas por turistas al anochecer; no es el Bangkok real, pero también es capaz de serlo. La capital tailandesa engancha, y 72 horas allí son suficientes para darle la razón a Ryan.

IMG_2852Mercadillo de amuletos

Llamar a la suerte con budas o monjes tallados en piedras del tamaño de una uña es una llamativa creencia  tailandesa. El comercio más accesible para el visitante se concentra en un mercado callejero cercano al palacio Wat Pho. Aunque más que concentrarse se despliega: multitud de mesas con montañas de estas diminutas esculturas se extienden en los bajos de los edificios. Es un curioso paseo para cualquier novato tratar de entender por qué algunos amuletos están bien protegidos por cristales y otros simplemente apilados por miles, y cómo los diferencian los compradores que se pasan horas escudriñándolos, monóculo en ojo, buscando una ganga.

Un restaurante a 63 alturas

Cenar, o simplemente tomar una copa, en un piso 63 con vistas a Bangkok, sabiendo el barullo que hay abajo, es lo que se paga en Sirocco. 1236421_10153226695720705_813734954_nLas vistas y el ambiente exclusivo, claro. El restaurante al aire libre más alto del mundo, como no se cansa de anunciar, maneja unos precios accesibles que permiten cenar o beber sobre el rugido amortiguado de la ciudad. Pese a las pintas de los actores de Resacón en Las Vegas II, la realidad exige etiqueta.

 

IMG_2858Acortar por el agua

El centro de Bangkok está rodeado de canales. Con los atascos que la colapsan y el tiempo que se pierde parando a una media de cinco taxis hasta que alguno acepta usar el taxímetro, atajar por el agua parece una buena solución. Aunque el color haga pensar que, de caerte, el último de tus problemas sería haberte mojado. Pero la sucesión de templos que compiten con sus tejados dorados en las orillas hace olvidar la contaminación, especialmente por la noche, cuando la iluminación es hipnótica.

 

Templos para perderse IMG_2882

Un buda de 15 por 40 metros no se ve todos los días; uno recostado cual Maja de Goya chapada en oro, menos. El templo Wat Pho es el hogar de semejante deidad, la más fotografiada de entre un centenar de estupas  y miles de estatuas budistas. Hay tantas en este recinto que no todas tienen reservado un lugar, y se apilan en pasillos o esquinas, algunas con una pátina de polvo de años. Las que han sido restauradas brillan como el oro; las que no, siguen luciendo el negro bajo sus atuendos naranjas.

IMG_2878
Fila de estatuas en el templo Wat Pho. 

IMG_2982Apostar por el muay thai

La música tradicional que suena en cada asalto embota la cabeza, y los golpes que se intercambian luchadores de todos pesos y tallas hacen apartar la vista, pero el muay thai es un arte marcial casi sagrado en Tailandia. En el estadio Lumpini, por unos 50 euros, se puede asistir a 10 combates seguidos en un recinto de chapa que tiembla como una hoja bajo el aguacero de la tarde. Hay tanto movimiento dentro del ring como fuera, gracias a los tailandeses que apuestan a gritos en la grada tras cada rodillazo.

Comida y mucho más IMG_2961

El Sirocco es curioso, pero la auténtica experiencia culinaria tailandesa empieza y acaba en la calle. En los laberintos entoldados que florecen al atardecer entre bombillas y vapores de cilantro. En las atestadas calles en torno a los canales, alternándose con los adornos florales del mercado de las flores. En la oferta de los vendedores ambulantes que cocinan en hornillos portátiles a cualquier hora de la noche. 

 Música en directo

 

Más allá de las melodías comerciales que bombean las aceras de la calle Khao San, en Bangkok hay locales de música en directo de gran calidad. Ad here the 13 es una parada indispensable si lo que te va es el blues y arreglar el mundo. Para lo primero está el dueño del local, guitarrista excepcional, el mejor de Tailandia, que toca con su banda, Banglunpoo, varias noches por semana. Para lo segundo te arropa la parroquia de habituales: desarraigados bohemios del mundo atrincherados temporalmente en Bangkok que filosofan sobre consumismo, futuro y piedras, entre ellos y contigo, frente a botellines helados de cerveza Koh Chang.   

IMG_3033Todos los caminos llevan a Khao San

Cualquier turista que pase por Bangkok acabará aquí, aunque trate de evitarlo. Una visita a la estridente zona mochilera es imprescindible, esa manzana donde la fiesta va dos pasos por delante y una desea haber venido a Tailandia con lo puesto para comprarse el resto. Callejones con restaurantes, bares de cócteles, masaje tailandés, hostales para todos los bolsillos, enjambres de tuc tucs, luces de fantasía y ratas que corretean en las sombras. Provista de todas las cadenas de comida rápida que infunden al occidental esa falsa sensación de seguridad. Sin obviar el rincón negro, donde las bebidas cuestan un tercio porque salen de neveras portátiles, donde los bailes espontáneos ponen la calle patas arriba y donde Ryan afirma con ardor: “No cambiaría Bangkok por ninguna otra ciudad del mundo”.

12 sep 2013

Luang Prabang, ¿todo lo que un viajero puede desear?

Por: L. Pejenaute / J. Galán

IMG_2768

De la panadería al río hay 200 pasos y 20 hostales en cada acera. Todo un gueto turístico. Pero lo que cualquiera recorre en dos minutos se dilata como una sofocante tarde laosiana si llevas unas muletas de madera del siglo XIX. Toc… Toc… Toc… Con ellas se tarda cuatro veces más en llegar al río Mekong, y las calles de Luang Prabang adquieren una nueva perspectiva, más detallada y colorida; más convaleciente. Una ciudad altamente recomendada en cualquier guía turística sobre Laos, que presume de refinada república bananera entre la selva y las montañas. Con casitas de estilo colonial mezcla de La Habana y la Francia provincial, relucientes templos y restaurantes que fusionan tendencias culinarias globales, Luang Prabang tiene el potencial de engatusar a cualquier viajero.  Al menos en un vistazo parece cumplir todos los requisitos. Pero lo primero que nosotros vemos es el hospital, abastecido con el inestimable grifo chino.

IMG_2722El primer accidente del viaje. Mala pata. Una caída tonta en Nong Khiaw, un esguince del tobillo derecho de Leyre y una brecha con mala pinta en la rodilla izquierda. Cuatro horas después llegamos a la zona internacional del hospital más cercano, el de Luang Prabang. Sí, recalcamos zona internacional, donde todo está más limpio y donde deambula un amplio grupo de aprendices de camilla en camilla, asombrándose con las brechas guiris. Aunque la diferencia la marca el aire acondicionado, ausente en el resto del hospital, donde la gente se retuerce en habitaciones mugrientas.

Un vendaje y cuatro puntos de sutura después, una enfermera atolondrada monta a Leyre en una silla y la aparca en la puerta. Un tuc tuc con complejo de ambulancia llega sin contemplaciones y no la atropella por centímetros. Baja una señora chorreando sangre de un pie y pretendiendo entrar a urgencias por la zona extranjera. Varios enfermeros acuden raudos a cortarle el paso. Le entregan una bolsa de plástico para que se envuelva el pie y no manche el suelo. Se la llevan.

IMG_2713

¿Cuantos médicos hacen falta para dar cuatro puntos a una rodilla?

Eso sí, los precios de los medicamentos o material sanitario que se pagan al contado en el hospital son los mismos para nativos y extranjeros: prohibitivos, considerando que el sueldo medio de un laosiano no supera los 125 euros al mes por, por ejemplo, pasar la vida en la recepción de un hostal y dormir en su suelo.

IMG_2756Esa es nuestra primera imagen de Luang Prabang, ciudad imprescindible en cualquier visita a Laos. No es para menos, porque a los turistas los llevan en palmitas. El centro está pensado para ellos. Y por convalecencia obligada, nos metemos en una habitación de 10 euros la noche cerca de la panadería francesa, un amago de Starbucks donde los monjes se mezclan con los turistas para tomar batidos. Y los primeros días nos movemos al ritmo que permiten las muletas: el mínimo.

Bajando la calle se llega al Mekong, uno de los dos ríos que rodean la ciudad, fundada en una península entre el Mekong y el Nam Kham. Si sigues recto desde la panadería francesa, en los próximos cinco minutos tendrás que contestar a decenas de conductores de tuc tuc que no quieres un tuc tuc. Claro, no se les culpa: una turista con muletas es un reclamo el doble de jugoso. Pero hay que ignorarlos cortésmente y concentrarse en llegar a las luces del fondo, las que señalan el famoso mercado nocturno. Dos apretadas filas de tenderetes exhiben todo tipo de mercancías: ropa, zapatos, bolsos, pañuelos de seda, artesanías, joyas y abalorios, lámparas... Una vez que entras en el túnel multicolor es difícil salir, por lo barato del género y lo persistente del regateo  de los vendedores. Recorrerlo lleva una hora larga y más del doble con muletas. Entrecruzándose con los pasillos se cuelan vendedores de comida que plantan sus coloridos bufés IMG_2716 al reclamo de “todo lo que te quepa apilado en un plato por 10.000 kips”. Un euro.

La calle de este mercado que despierta al caer el sol es el eje de Luang Prabang. Tras los puestos siguen los cafés, las pastelerías y los restaurantes, desde cocina laosiana, tailandesa y vietnamita hasta buenos exponentes de los fogones europeos. Y después es el turno de los templos. Wat Xieng Ton es el más importante. En lo alto de una colina y con vistas a la confluencia entre dos ríos, visitarlo al atardecer te reúne con los pequeños aspirantes a monjes que corretean después de la oración. Hacerlo antes del amanecer te entremezcla con otros extranjeros que observan la ceremonia de los monjes más adultos, que recorren las calles de la ciudad intercambiando bendiciones por ofrendas.

IMG_2731

Cortejo fúnebre por las calles de Luang Prabang

Y para llegar aún más lejos, una moto en Laos siempre facilita la vida. En los alrededores de Luang Prabang destacan la cascada Tat Kuang Si y las cuevas Pak Ou, ambas a unos 40 kilómetros de la ciudad pero en direcciones opuestas. Vamos a la primera, de la que también se hablan maravillas sobre sus aguas turquesas. En efecto, es bonita, pero el atestado mercadillo orquestado en la entrada a la cascada, en mitad de la nada, te quita las ganas de zambullirte en unas aguas que, intuyes, van a saber artificiales.

IMG_2743Tras una semana de reposo obligado lo tenemos claro: Luang Prabang tiene todo lo que un turista podría desear. Más de algún reincidente con el que nos hemos cruzado, sin embargo, afirma que hay un abismo entre la ciudad que visitó hace 10 años y la que existe hoy, y reniega de en qué se ha convertido. Es bonita, refinada, casi europea comparándola con las incomodidades del resto del país; ofrece una amplia gama de buenos alojamientos y aún mejores restaurantes; tiene templos, mercados… de todo. Excepto autenticidad.

Luang Prabang es un ejemplo claro, el más claro que hemos visto en lo que llevamos de viaje, de cómo un pueblo puede perder su esencia en aras del turismo. Y ni siquiera lo hace con gusto.

03 sep 2013

Fluir por Laos

Por: L. Pejenaute / J. Galán

IMG_2618

Solo asfalto y barandillas. Y aun así, el puente es el lugar más transitado de Nong Khiaw, un pequeño asentamiento en la zona norte de Laos. Dividida por el río Nam Ou, al este de la población quedan los alojamientos turísticos; al oeste, los de los lugareños. Una clasificación hecha por y para humanos que, por mucho que se crucen en el puente conscientes de cuál es su sitio, se queda en nada al contemplar lo que hay más allá. Porque lo que marca al viajero que pasa por Nong Khiaw son los dientes kársticos que salen de la tierra, cerros escarpados que parecen haber quedado una tarde de lunes para tomar algo en la orilla del río.

IMG_2690

 

Y hay que patearlos. Se ofrecen tantas actividades por las calles de Nong Khiaw que elegir es obligatorio. Escalada, senderismo a las cumbres, remar por el río en busca de una recóndita cascada, un vistazo tribal o una expedición a una cueva. Nosotros nos decidimos por enlazar algo de las diferentes posibilidades.

IMG_2594

Dejando atrás a los niños que se bañan en el río y a los que lanzan cosas desde el puente nos montamos en una barca alargada, de poco calado y con el motor a ras del agua , diseñada para moverse por las plantaciones de arroz.

Río arriba nos cruzamos con búfalos que se quitan el calor a remojo. Muchos son albinos, que IMG_2605en Laos significa ser rosa. Algunas mujeres alzan la vista de la ropa que lavan en la orilla para curiosear mientras el bote maniobra esquivando canoas de pescadores, fumadores taciturnos, y botellas que flotan inmóviles en el agua. Cuantas más ves, más cerca estás de un poblado, pues señalan las redes de pesca.

Nos detenemos en uno de ellos, Don Khoun. El guía nos cuenta que a este remoto poblado, ni siquiera conectado al mundo por caminos de tierra, llegó la electricidad hace menos de un mes “y todavía no saben qué hacer con ella”. Los contadores a cero plantados en un poste le ratifican.

IMG_2627Un grupo de hombres a la sombra se afana en dar forma al hierro candente a martillazos. La estampa de herrería tradicional no desentona. No se ve instalación eléctrica, bombillas, ni ningún tipo de aparato moderno; salvo un proyecto de antena panorámica equilibrada con palos.

Sus habitantes, que no llegan a la treintena, observan a los visitantes sin hostilidad, pero desde lo lejos. Las sonrisas parecen impostadas, pero la curiosidad en sus ojos es sincera.

De vuelta de una cascada que cae a una hora de camino del poblado, en esta época nada del otro mundo (quizá por los árboles derribados por una riada que cortan su curso) toca refugiarse bajo una cabaña; porque lo que cae del cielo sí que parece una cascada. Acompañados por una pareja que fabrica cestas de palma pasamos el chaparrón, para luego bajar el río en canoa.

IMG_2643

Más relajados que en la subida, fluyendo, con más tiempo para acercarse a los bueyes, bañarse, recoger frutos de los árboles y juguetear con los niños. Y más tensos, esforzándonos por trazar los rápidos o no chocar con los troncos. Hasta volver al porche de nuestra cabaña con vistas al río y a los dientes rocosos, para relajarnos con una baratísima botella de cerveza de más de medio litro. En un alojamiento, como el plato de arroz con carne que hay de cena, tan simple que no satisfará a quien busca lujos. Aquí se prestan las comodidades de la naturaleza. Bueno, y si lo anuncia una pizarra, también wifi.

IMG_2628

El País

EDICIONES EL PAIS, S.L. - Miguel Yuste 40 – 28037 – Madrid [España] | Aviso Legal