12 sep 2013

Luang Prabang, ¿todo lo que un viajero puede desear?

Por: L. Pejenaute / J. Galán

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De la panadería al río hay 200 pasos y 20 hostales en cada acera. Todo un gueto turístico. Pero lo que cualquiera recorre en dos minutos se dilata como una sofocante tarde laosiana si llevas unas muletas de madera del siglo XIX. Toc… Toc… Toc… Con ellas se tarda cuatro veces más en llegar al río Mekong, y las calles de Luang Prabang adquieren una nueva perspectiva, más detallada y colorida; más convaleciente. Una ciudad altamente recomendada en cualquier guía turística sobre Laos, que presume de refinada república bananera entre la selva y las montañas. Con casitas de estilo colonial mezcla de La Habana y la Francia provincial, relucientes templos y restaurantes que fusionan tendencias culinarias globales, Luang Prabang tiene el potencial de engatusar a cualquier viajero.  Al menos en un vistazo parece cumplir todos los requisitos. Pero lo primero que nosotros vemos es el hospital, abastecido con el inestimable grifo chino.

IMG_2722El primer accidente del viaje. Mala pata. Una caída tonta en Nong Khiaw, un esguince del tobillo derecho de Leyre y una brecha con mala pinta en la rodilla izquierda. Cuatro horas después llegamos a la zona internacional del hospital más cercano, el de Luang Prabang. Sí, recalcamos zona internacional, donde todo está más limpio y donde deambula un amplio grupo de aprendices de camilla en camilla, asombrándose con las brechas guiris. Aunque la diferencia la marca el aire acondicionado, ausente en el resto del hospital, donde la gente se retuerce en habitaciones mugrientas.

Un vendaje y cuatro puntos de sutura después, una enfermera atolondrada monta a Leyre en una silla y la aparca en la puerta. Un tuc tuc con complejo de ambulancia llega sin contemplaciones y no la atropella por centímetros. Baja una señora chorreando sangre de un pie y pretendiendo entrar a urgencias por la zona extranjera. Varios enfermeros acuden raudos a cortarle el paso. Le entregan una bolsa de plástico para que se envuelva el pie y no manche el suelo. Se la llevan.

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¿Cuantos médicos hacen falta para dar cuatro puntos a una rodilla?

Eso sí, los precios de los medicamentos o material sanitario que se pagan al contado en el hospital son los mismos para nativos y extranjeros: prohibitivos, considerando que el sueldo medio de un laosiano no supera los 125 euros al mes por, por ejemplo, pasar la vida en la recepción de un hostal y dormir en su suelo.

IMG_2756Esa es nuestra primera imagen de Luang Prabang, ciudad imprescindible en cualquier visita a Laos. No es para menos, porque a los turistas los llevan en palmitas. El centro está pensado para ellos. Y por convalecencia obligada, nos metemos en una habitación de 10 euros la noche cerca de la panadería francesa, un amago de Starbucks donde los monjes se mezclan con los turistas para tomar batidos. Y los primeros días nos movemos al ritmo que permiten las muletas: el mínimo.

Bajando la calle se llega al Mekong, uno de los dos ríos que rodean la ciudad, fundada en una península entre el Mekong y el Nam Kham. Si sigues recto desde la panadería francesa, en los próximos cinco minutos tendrás que contestar a decenas de conductores de tuc tuc que no quieres un tuc tuc. Claro, no se les culpa: una turista con muletas es un reclamo el doble de jugoso. Pero hay que ignorarlos cortésmente y concentrarse en llegar a las luces del fondo, las que señalan el famoso mercado nocturno. Dos apretadas filas de tenderetes exhiben todo tipo de mercancías: ropa, zapatos, bolsos, pañuelos de seda, artesanías, joyas y abalorios, lámparas... Una vez que entras en el túnel multicolor es difícil salir, por lo barato del género y lo persistente del regateo  de los vendedores. Recorrerlo lleva una hora larga y más del doble con muletas. Entrecruzándose con los pasillos se cuelan vendedores de comida que plantan sus coloridos bufés IMG_2716 al reclamo de “todo lo que te quepa apilado en un plato por 10.000 kips”. Un euro.

La calle de este mercado que despierta al caer el sol es el eje de Luang Prabang. Tras los puestos siguen los cafés, las pastelerías y los restaurantes, desde cocina laosiana, tailandesa y vietnamita hasta buenos exponentes de los fogones europeos. Y después es el turno de los templos. Wat Xieng Ton es el más importante. En lo alto de una colina y con vistas a la confluencia entre dos ríos, visitarlo al atardecer te reúne con los pequeños aspirantes a monjes que corretean después de la oración. Hacerlo antes del amanecer te entremezcla con otros extranjeros que observan la ceremonia de los monjes más adultos, que recorren las calles de la ciudad intercambiando bendiciones por ofrendas.

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Cortejo fúnebre por las calles de Luang Prabang

Y para llegar aún más lejos, una moto en Laos siempre facilita la vida. En los alrededores de Luang Prabang destacan la cascada Tat Kuang Si y las cuevas Pak Ou, ambas a unos 40 kilómetros de la ciudad pero en direcciones opuestas. Vamos a la primera, de la que también se hablan maravillas sobre sus aguas turquesas. En efecto, es bonita, pero el atestado mercadillo orquestado en la entrada a la cascada, en mitad de la nada, te quita las ganas de zambullirte en unas aguas que, intuyes, van a saber artificiales.

IMG_2743Tras una semana de reposo obligado lo tenemos claro: Luang Prabang tiene todo lo que un turista podría desear. Más de algún reincidente con el que nos hemos cruzado, sin embargo, afirma que hay un abismo entre la ciudad que visitó hace 10 años y la que existe hoy, y reniega de en qué se ha convertido. Es bonita, refinada, casi europea comparándola con las incomodidades del resto del país; ofrece una amplia gama de buenos alojamientos y aún mejores restaurantes; tiene templos, mercados… de todo. Excepto autenticidad.

Luang Prabang es un ejemplo claro, el más claro que hemos visto en lo que llevamos de viaje, de cómo un pueblo puede perder su esencia en aras del turismo. Y ni siquiera lo hace con gusto.

Hay 3 Comentarios

Es una pena que os hayáis llevado esa triste opinión de Luang Prabang, tan contraria a la mia.Ciertamente si esperas encontrarte algo más "auténtico"tan sólo tienes que coger la bici o un tuc tuc y salir a las afueras de la ciudad, a pocos metros; o si eso no lo consideras suficiente adentrarte en sus caminos y la espesa vegetación con sus humildes y sencillas aldeas a pocos kilometros,que aunque diferentes a Luang Prabang, tienen como denominador común, la amabilidad y hospitalidad de sus habitantes.
Entiendo, o esa es la impresión que me ha llegado, que entrar en una ciudad accidentada y lisiada no tiene que ser fácil, pero creo que es cuestión de actitud.Espero que ahora Leyre esté mejor con su rodilla.
Estuve en Laos este agosto y en concreto en Luang Prabang y algunos sitios más...recien llegada de Vietnam (pero esa es otra historia) y me encantó, yo fui una de esas turistas obnubiladas. Cierto es que el centro de la ciudad está enfocado al turista, gueshouses, restaurantes y comercios...salta a la vista,pues no es el turismo un punto fuerte que tienen? por lo menos lo explotan de una manera muy digna; un lugar precioso en el mundo que te acoge y se preocupa porque estés bien, saben cuidarlo, mantienen limpias sus calles, ofrecen empleo, medios y espacios a sus habitantes...como el mercadillo de artesanía,delimitado y con horario...Laos es un país humilde y rural, la mayoría de sus gente se mantiene en una economía de subsitencia, campesinos y ganaderos, artesanos, tejedoras...gente amable con ganas de comunicarse y aprender,con interés por conocerte e intercambiar unas palabras contigo. También en Luang Prabang, ciudad turística, puedes encontrar lugares en donde trabajan y te informan sobre proyectos solidarios en los que puedes colaborar, que favorecen el desarrollo en otras poblaciones de minorías etnicas "auténticas", como son OkPopTok o algunas librerias... Os deseo un buen viaje lleno de experiencias que todas aportan.

Vaya mala pata..pero un destino interesante...a nosostras! que nos encanta viajar...nos iría de perlas para nuestra sección viajando

Vaya aventurita. De todos modos, todos estos sitios que antes vivían de otros temas, han visto en el turismo un filón que da dinero y muchas veces es más fácil de mantener. Es normal que afecte cosas tradicionales que tengan. Por cierto, vaya putada lo del pie.

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El Viajero: Guía de Viajes de EL PAÍS

Sobre el blog

Del frío siberiano al calor tropical, devorando meridianos rumbo a las Antípodas. Porque se puede viajar de Europa a Australia sin coger un avión. Este blog pretende relatar lo vivido en una ruta en la que se cruzan personas, curiosidades, tradiciones y consejos. Cabe de todo, menos los atajos.

Sobre los autores

Leyre Pejenaute y Javier Galán

"Si te pusieses a cavar un agujero en el suelo, y cavases sin parar, acabarías llegando a Australia". La pequeña Leyre Pejenaute lo intentó con su pala de plástico, pero solo llegó a meter un pie. Sin embargo, la fascinación por esa idea nunca le abandonó. Quizás por eso se le quedó pequeña la carrera de Derecho, los periplos de ida y vuelta por Europa y América, las temporadas en Italia y Reino Unido y los diversos trabajos rutinarios frente a un ordenador. De lo que nunca se cansó fue de contar historias. Ahora se ha dado cuenta de que es más práctica una mochila que una pala. Y aunque tenga que dar un buen rodeo en lugar de ponerse a cavar, va a volver a intentarlo.

Si se acepta que los continentes son cinco, a Javier Galán solo le queda por respirar el aire de Oceanía. Ha dejado de planear los viajes en casa, porque sabe que un vistazo a una guía o una conversación en un hostal pueden darle un giro de miles de kilómetros a la ruta inicial. Le ha pasado en Europa, al sur de Sudamérica, en India y Estados Unidos. Estudió Derecho y Periodismo pensando que las hojas de papel se parecen tanto que se olvidan, mientras que lo que ocurre en tránsito se queda marcado. Ahora actualiza y alarga un viejo proyecto porque ha encontrado a una compañera; si lo llega a hacer solo se habría olvidado de hablar.

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