03 sep 2013

Fluir por Laos

Por: L. Pejenaute / J. Galán

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Solo asfalto y barandillas. Y aun así, el puente es el lugar más transitado de Nong Khiaw, un pequeño asentamiento en la zona norte de Laos. Dividida por el río Nam Ou, al este de la población quedan los alojamientos turísticos; al oeste, los de los lugareños. Una clasificación hecha por y para humanos que, por mucho que se crucen en el puente conscientes de cuál es su sitio, se queda en nada al contemplar lo que hay más allá. Porque lo que marca al viajero que pasa por Nong Khiaw son los dientes kársticos que salen de la tierra, cerros escarpados que parecen haber quedado una tarde de lunes para tomar algo en la orilla del río.

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Y hay que patearlos. Se ofrecen tantas actividades por las calles de Nong Khiaw que elegir es obligatorio. Escalada, senderismo a las cumbres, remar por el río en busca de una recóndita cascada, un vistazo tribal o una expedición a una cueva. Nosotros nos decidimos por enlazar algo de las diferentes posibilidades.

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Dejando atrás a los niños que se bañan en el río y a los que lanzan cosas desde el puente nos montamos en una barca alargada, de poco calado y con el motor a ras del agua , diseñada para moverse por las plantaciones de arroz.

Río arriba nos cruzamos con búfalos que se quitan el calor a remojo. Muchos son albinos, que IMG_2605en Laos significa ser rosa. Algunas mujeres alzan la vista de la ropa que lavan en la orilla para curiosear mientras el bote maniobra esquivando canoas de pescadores, fumadores taciturnos, y botellas que flotan inmóviles en el agua. Cuantas más ves, más cerca estás de un poblado, pues señalan las redes de pesca.

Nos detenemos en uno de ellos, Don Khoun. El guía nos cuenta que a este remoto poblado, ni siquiera conectado al mundo por caminos de tierra, llegó la electricidad hace menos de un mes “y todavía no saben qué hacer con ella”. Los contadores a cero plantados en un poste le ratifican.

IMG_2627Un grupo de hombres a la sombra se afana en dar forma al hierro candente a martillazos. La estampa de herrería tradicional no desentona. No se ve instalación eléctrica, bombillas, ni ningún tipo de aparato moderno; salvo un proyecto de antena panorámica equilibrada con palos.

Sus habitantes, que no llegan a la treintena, observan a los visitantes sin hostilidad, pero desde lo lejos. Las sonrisas parecen impostadas, pero la curiosidad en sus ojos es sincera.

De vuelta de una cascada que cae a una hora de camino del poblado, en esta época nada del otro mundo (quizá por los árboles derribados por una riada que cortan su curso) toca refugiarse bajo una cabaña; porque lo que cae del cielo sí que parece una cascada. Acompañados por una pareja que fabrica cestas de palma pasamos el chaparrón, para luego bajar el río en canoa.

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Más relajados que en la subida, fluyendo, con más tiempo para acercarse a los bueyes, bañarse, recoger frutos de los árboles y juguetear con los niños. Y más tensos, esforzándonos por trazar los rápidos o no chocar con los troncos. Hasta volver al porche de nuestra cabaña con vistas al río y a los dientes rocosos, para relajarnos con una baratísima botella de cerveza de más de medio litro. En un alojamiento, como el plato de arroz con carne que hay de cena, tan simple que no satisfará a quien busca lujos. Aquí se prestan las comodidades de la naturaleza. Bueno, y si lo anuncia una pizarra, también wifi.

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El Viajero: Guía de Viajes de EL PAÍS

Sobre el blog

Del frío siberiano al calor tropical, devorando meridianos rumbo a las Antípodas. Porque se puede viajar de Europa a Australia sin coger un avión. Este blog pretende relatar lo vivido en una ruta en la que se cruzan personas, curiosidades, tradiciones y consejos. Cabe de todo, menos los atajos.

Sobre los autores

Leyre Pejenaute y Javier Galán

"Si te pusieses a cavar un agujero en el suelo, y cavases sin parar, acabarías llegando a Australia". La pequeña Leyre Pejenaute lo intentó con su pala de plástico, pero solo llegó a meter un pie. Sin embargo, la fascinación por esa idea nunca le abandonó. Quizás por eso se le quedó pequeña la carrera de Derecho, los periplos de ida y vuelta por Europa y América, las temporadas en Italia y Reino Unido y los diversos trabajos rutinarios frente a un ordenador. De lo que nunca se cansó fue de contar historias. Ahora se ha dado cuenta de que es más práctica una mochila que una pala. Y aunque tenga que dar un buen rodeo en lugar de ponerse a cavar, va a volver a intentarlo.

Si se acepta que los continentes son cinco, a Javier Galán solo le queda por respirar el aire de Oceanía. Ha dejado de planear los viajes en casa, porque sabe que un vistazo a una guía o una conversación en un hostal pueden darle un giro de miles de kilómetros a la ruta inicial. Le ha pasado en Europa, al sur de Sudamérica, en India y Estados Unidos. Estudió Derecho y Periodismo pensando que las hojas de papel se parecen tanto que se olvidan, mientras que lo que ocurre en tránsito se queda marcado. Ahora actualiza y alarga un viejo proyecto porque ha encontrado a una compañera; si lo llega a hacer solo se habría olvidado de hablar.

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