Puestos a conducir de noche, la comarcal que lleva a Nimbin es ideal para no dormirse: la niebla deja ver solo la próxima curva, corazones verdes, YinYangs y cruces rosas de pintura reflectante diseminadas por los árboles. Llegar a las nueve implica no ver a nadie; un silencio solo roto por un vecino que sale a recibirnos e indica un descampado donde pasar la noche. Allí hay una nevera oxidada, que no solo da miedo por la puerta del congelador meciéndose al viento. También está en mitad del prado, parece colocada a propósito para hacerte pensar dos veces sobre lo que te rodea. Por la mañana nos despiertan unos gritos. Un lugareño nos ofrece trabajar para él en la recolección de marihuana. “Alojamiento y comida por cuatro horas de trabajo, o seis y podéis fumar lo que queráis”.
Aunque solo sea legal la venta de derivados del cannabis como galletas o pasteles, la calle principal de Nimbin es un mercadillo de drogas blandas. El pueblo, hoy famoso entre los turistas por su fama de reducto hippie, es la sede del Mardigrass australiano. Pero en la historia hippie de las Antípodas simboliza mucho más. Comenzó hace 41 años, al celebrarse aquí el cuarto Aquarius Festival. Nadie sabía que sería el último ni tampoco que auparía al pueblecito a la categoría de mito del New Age. Nimbin se atrapó en aquel mayo de 1973, cual día de la marmota, y aún parece restregarse las legañas, aturdida ante el siglo XXI.
La vida lleva aquí un ritmo pausado, apacible y decadente. El pulso del pueblo se mide en la calle principal, abigarrada de colores y aromas, saturada de personajes cuyo estado habitual oscila entre la mirada perdida, la sonrisa y la mueca desfigurada. También hay quien muestra las tres. El trasiego de turistas le da una pátina artificiosa a los símbolos hippies. Pero mirando más allá de las camisetas teñidas, los atrapasueños horteras y el negocio de la marihuana libre, Nimbin mantiene orgullosa el legado del movimiento Back to Earth (De vuelta a la tierra) que pintó este pueblo con arcoíris psicoactivos.
El Aquarius fue el equivalente australiano al festival estadounidense de Woodstock. En mayo de 1973 peregrinaron hasta este paraje recóndito estudiantes, músicos y artistas del país. No se limitaron a escuchar música y fumar hierba; el evento se planteó como un experimento conceptual que explorase estilos de vida alternativos, donde la música enhebrase las artes, el movimiento ecológico, la armonía, el pacifismo y la libertad. Cerca de 10.000 personas asistieron a la última edición; curiosamente, los mismos que hoy viven en Nimbin.
Muchos festivaleros se instalaron en la zona y otros miles llegaron en los años siguientes, atraídos por los bajos precios de la tierra y el estilo de vida alternativo. Se forjaron comunas, entre las que destacan las 800 hectáreas de Tuntable Falls, una comunidad que todavía cuenta con unos 200 miembros. En paralelo al experimento social, el pueblo se convirtió en un paraíso para los amantes de las drogas. Todo estaba a favor: la marihuana crecía exuberante en el clima templado y húmedo de Nimbin y la comunidad estaba más que deseosa de utilizar las numerosas granjas orgánicas para sacarle todo el partido; las setas nativas alucinógenas brotaban salvajes en los bosques de alrededor; los recién llegados venían con la furgoneta cargada de LSD y quienes solo querían comprar ni siquiera tenían que bajarse del coche. Las drogas se convirtieron en parte indisoluble de la experiencia Nimbin, y así sigue siendo.
En la calle principal, resucitada con la luz del sol, se ofrecen trapicheos en cada esquina, mientras otros vecinos siguen con su rutina diaria. Además de varias decenas de tiendas basadas en el cáñamo, consideramos que hay dos paradas imprescindibles. Una es el Rainbow Café, regentado por una de las cooperativistas más veteranas del pueblo y famoso por sus deliciosos desayunos y por un patio donde solo respirar es relajante. El otro es el Museo de Nimbin, de acceso libre con donación voluntaria. Este último es un espacio imprescindible para entender la magnitud del cambio que experimentó el pueblo. Se trata de un espacio abarrotado de objetos, documentos, y sobre todo manifestaciones artísticas del propio Festival Aquarius y de los años que siguieron.
Pero todo mito tiene claroscuros y el de Nimbin se llama heroína. Apareció por primera vez en la zona a finales de los 70 y en apenas unos años reemplazó al cannabis. “Ya no podías salir descalza a la calle”, cuenta una abuela entre bocados a un gofre: “Había jeringuillas por todas partes. Es una lacra que aún sufrimos, aunque ya no esté tan a la vista”.
Nada es perfecto, las utopías se desdibujan. El tráfico de drogas y el turismo alejan el rumbo de Nimbin de los ideales que propugnaban los hijos de la Era de Acuario. Pero todavía merece la pena desviarse de las grandes autovías para visitar este eslabón perdido de otra era. Es un referente de la cultura sostenible, pero el mayor motivo para visitarlo es simplemente ese: visitarlo, antes de que el siglo XXI engulla del todo su carácter.
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Publicado por: Ralvgar | 14/05/2014 20:52:15