El Viajero: Guía de Viajes de EL PAÍS

Sobre el blog

Del frío siberiano al calor tropical, devorando meridianos rumbo a las Antípodas. Porque se puede viajar de Europa a Australia sin coger un avión. Este blog pretende relatar lo vivido en una ruta en la que se cruzan personas, curiosidades, tradiciones y consejos. Cabe de todo, menos los atajos.

Sobre los autores

Leyre Pejenaute y Javier Galán

"Si te pusieses a cavar un agujero en el suelo, y cavases sin parar, acabarías llegando a Australia". La pequeña Leyre Pejenaute lo intentó con su pala de plástico, pero solo llegó a meter un pie. Sin embargo, la fascinación por esa idea nunca le abandonó. Quizás por eso se le quedó pequeña la carrera de Derecho, los periplos de ida y vuelta por Europa y América, las temporadas en Italia y Reino Unido y los diversos trabajos rutinarios frente a un ordenador. De lo que nunca se cansó fue de contar historias. Ahora se ha dado cuenta de que es más práctica una mochila que una pala. Y aunque tenga que dar un buen rodeo en lugar de ponerse a cavar, va a volver a intentarlo.

Si se acepta que los continentes son cinco, a Javier Galán solo le queda por respirar el aire de Oceanía. Ha dejado de planear los viajes en casa, porque sabe que un vistazo a una guía o una conversación en un hostal pueden darle un giro de miles de kilómetros a la ruta inicial. Le ha pasado en Europa, al sur de Sudamérica, en India y Estados Unidos. Estudió Derecho y Periodismo pensando que las hojas de papel se parecen tanto que se olvidan, mientras que lo que ocurre en tránsito se queda marcado. Ahora actualiza y alarga un viejo proyecto porque ha encontrado a una compañera; si lo llega a hacer solo se habría olvidado de hablar.

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09 jun 2014

Radiografía europea de Melbourne

Por: L. Pejenaute / J. Galán

Skyline de Melbourne desde Kilda Beach

Para saborear un café decente hemos recorrido Australia de norte a sur, y antes Asia de oeste a este. Hasta Melbourne no se produce el milagro; sentados en una terraza al sol, acariciados por las notas alegres de un acordeón, nos sirven un expreso digno de la mejor cafetería de Roma. Al primer sorbo las papilas gustativas suspiran de gratitud (“¡casi un año sin probarlo..!”), y así lo harán el resto de sentidos en los próximos días al detectar constantes notas de familiaridad en el ambiente. El europeo se sentirá como en casa paseando por la segunda ciudad más grande de Australia. En cada esquina te topas con un nuevo argumento para otorgar a Melbourne el título de la ciudad más europea bajo la Cruz del Sur. ¿Nos acompañas en el paseo?

Estamos en uno de los callejones que se cruzan con grandes avenidas para formar el CBD, o centro urbano. Su planta en cuadrícula recuerda al Ensanche de Barcelona, y aquí las terracitas surgen como setas. El café es, como hemos dicho, toda una institución; no sirve cualquier cosa. Pero tampoco le hacen ascos a un buen vino, como atestiguan numerosas vinotecas de diseño.

Joven melbourniano frente a la biblioteca

Caminando aparecemos en Collins Street, una avenida flanqueada por altísimos plátanos, una iglesia presbiteriana y un sinfín de tiendas de ropa, la mayoría de lujo. Los locales conocen esta zona como Paris End, porque siempre fue el lugar indicado al que ir para pavonearse frente a la alta sociedad. Hoy el ambiente, sin embargo, no es nada estirado. Cada cinco pasos te ves obligado a detenerte ante los encantos de un artista callejero. Hay muchos, y muy buenos. El panorama indie de Melbourne es la envidia de Sídney, aunque nunca lo reconozcan. Las dos ciudades mantienen una rivalidad profunda que viene de antiguo, tanto que la capital, la insulsa Canberra, fue construida desde cero a medio camino entre las dos urbes para zanjar la contienda.

Al doblar una esquina entramos de sopetón en un túnel de colores. Hemos llegado a Hosier Lane, un nudo de callejuelas cubiertas de grafitis, lugares públicos donde aglutinarlos. No son obra de aficionados; representan murales complejos, de trazos precisos y con la medida justa de provocación. En una de las casas de este escaparate de arte urbano está la galería Until Never, icono del arte underground de Melbourne.

Horsie Lane

Tanto trasiego da ganas de una cerveza bien fría, y en su búsqueda descubrimos que este es el único lugar de las antípodas donde prefieren el fútbol al rugby. Y además, desata pasiones dignas del Mediterráneo. Los derbis son comunes, pues nueve de los 18 equipos de la liga australiana juegan como locales en Melbourne, una ciudad del tamaño de Madrid. Durante los partidos, entre marzo y septiembre, los melbournianos se vuelcan en el footy. Las casas de apuestas se frotan las manos, la prensa deportiva escupe páginas y páginas y las calles se quedan desiertas durante los partidos. Desiertas, que no silenciosas, porque el barullo de los pubs traspasa las paredes. Dentro, la cerveza y la sidra corren a raudales.

Grafitero de Horsie Lane, a plena luz del díaEsta deportiva ciudad acoge también un premio del Mundial de F-1 y el Abierto de Australia, aunque quizás el evento deportivo más peculiar sea la Copa Melbourne, una carrera de purasangres reconvertida en un acontecimiento social solo apto para las mejores galas.

Como no tenemos nada en la mochila a la altura de la ocasión buscamos una alternativa más económica –y menos frívola–. Resulta que, a imagen de Londres, los mejores museos de Melbourne son gratuitos. De la National Gallery of Victoria International nos quedamos con su muro de agua, su inesperada colección del Greco y su tour de arte terapéutico; del Centro Australiano de Arte Contemporáneo impresiona su exterior, que imita una antigua nave industrial de color rojo óxido. Obra de arquitectos locales, imita (de nuevo) el modelo europeo de Kunsthalle, o sala de exhibiciones.

De vuelta en la calle, la arquitectura de Melbourne sorprende. Si tuviéramos que usar una palabra para definirla sería ecléctica; quedan en pie muchos edificios de la época de la fiebre del oro del siglo XIX, pero junto a ellos se alzan bloques de estilo industrial y otros residenciales, legado de los inmigrantes europeos que llegaron tras la Segunda Guerra Mundial. Una ciudad para fotografiar en dos planos, que diría el fotógrafo Raúl Cancio.

Y acabamos este paseo con una anécdota histórica que nos contó una guía en el pavimento ondulado –a imitación de las modernas plazas europeas- de Federation Square, en el corazón de Melbourne. “En 1835 llegó hasta el río Yarra, que atraviesa la ciudad, un explorador llamado John Batman”. Vaya, con ese nombre la cosa promete. "La ubicación le gustó y pronunció una frase que aún se mantiene en el escudo de Melbourne: 'Este es un lugar para el pueblo'. El amigo Batman convenció a los aborígenes locales de venderle la zona –unas 250.000 hectáreas- a cambio de un baúl lleno de harina, mantas y cuchillos”. No han pasado ni 200 años, pero en ese tiempo Melbourne nunca ha dejado de mirarse en el espejo de Europa.

Una turista se fotografía en horsie Lane

02 jun 2014

Sídney, ¡qué colores!

Por: L. Pejenaute / J. Galán

Opera House desde el paseo

Un paseo junto a la Ópera House

No importa lo típico que sea. Si solo tuvieses un par de horas para pisar Sídney, no habría duda de qué visitar. Salvo algún entusiasta especializado, que quizá eligiese el renombrado museo de las enfermedades humanas, todos los demás se quedarían con pasear junto a la Ópera, con el skyline de la ciudad y el imponente Harbour Bridge ejerciendo de marco perfecto. Siempre hay un concierto, una exposición o un espectáculo de danza al que asistir. Este centro de espectáculos se inauguró hace más de 40 años y aún reivindica su espacio como uno de los edificios más reconocibles del mundo.

El otro lado del paseo que lleva a la Ópera

Sídney se bebe en los callejones

¿Cómo diferenciarse en un mundo que prueba todos los trucos posibles para llamar la atención, de relaciones públicas, flyers y neones? Hay bares de Sídney que han encontrado la respuesta: esconderse en callejones del centro de la ciudad, disimular sus entradas para que parezcan la puerta por la que salen las toallas sucias de un hotel y esperar a que corra el boca a boca, que los clientes cuenten que en tal callejuela hay un bar ambientado en los años 20 (Palmer & Co). Que el camarero debe subirse a una escalera de mano para alcanzar las botellas de licor (Baxter Inn) o que sirven una Piña Colada con nitrógeno líquido (The Roosevelt). Nunca bajarías a esos sótanos sin que alguien de confianza te lo aconseje, pero ahí comienza la diversión.

Interior del Palmers&Co, uno de los pubs escondidos de Sidney

El Real Jardín Botánico y el jardín secreto de Wendy Whiteley

Un jardín urbano cuidado hasta el más mínimo detalle, cercado a un lado por el mar y que, en uno de sus extremos, ofrece el mejor ángulo para fotografiar la puesta de sol entre la Ópera de Sídney y Harbour Bridge. Visitar el Real Jardín Botánico de Sídney es gratuito, por él buscan sustento cacatúas de día, murciélagos de noche y un montón más de aves y mamíferos. Además, entre sus plantas se descubren estatuas que van de lo clásico a lo postmoderno, de leones a sátiros de la mitología griega. Al otro lado de la bahía le planta cara el jardín secreto de Wendy Whiteley, un espacio reconvertido por esta artista australiana: de un basurero junto a las vías del tren que salen del centro de la ciudad se ha convertido en un lugar florecido, con bancos para relajarse y esculturas diseminadas.

Royal Botanic Gardens Sydney

Loa mercadillos de fin de semana

Los sábados y domingos son día de mercadillo en Sídney. Aunque el concepto de mercadillo sea un tanto diferente del que tenemos en mente. Hay ropa de marca, productos del mundo y comida gourmet. Libros usados, ropa de segunda mano y juguetes. Hay decenas de ellos, desde los que se montan relajados entre musíca en patios de colegio (Glebe), más estirados en iglesias (Paddington), a aquellos diarios en los que los dependientes asiáticos avasallan con souvenirs (Paddy's).  

Mercadillo de Glebe, un sábado a la mañana

Los ibis blancos australianos

Quizá sea una tontería, pero sentarte en una alfombra de césped rodeada de rascacielos a la hora del lunch de los ejecutivos y que al menor descuido veas como un ibis blanco australiano les roba el sándwich es algo que no te esperas antes de caminar por Sídney. Damos por hecho las gaviotas, palomas y gorriones. Pero que en una capital de cinco millones de habitantes viva tal cantidad de estas aves que pesan más de dos kilos, tienen picos de 15 centímetros y no muestran ningún miedo hacia las personas resulta tan cómico como si hubiese gallinas salvajes en el Retiro de Madrid.

Ibis

Cuando los edificios públicos se iluminan

Es una celebración que solo dura un par de semanas entre mayo y junio, pero hace chispear el otoño de la ciudad. Porque en muchos de los edificios públicos se proyectan imágenes de colores. Claro, de nuevo la joya de la corona es la Ópera, que desde las seis de la tarde hasta la media noche convierte sus "velas" en tocadiscos, pieles de cebra y todo tipo de motivos geométricos. Todos los museos muestras animaciones en sus fachadas y los sydneysiders salen a la calle a contemplar el consumo energético que convierte sus edificios emblemáticos en pantallas de televisión. 

Vivid Sydney 2013.- F. BELYEU

La mayor pantalla de cine del mundo.

Este es uno de esos récords que no duran mucho a quien lo ostenta, pero ahora mismo se queda en el Imax de la capital australiana. Imagínate una pantalla de 35 x 29 metros, medidas que se anuncian como parecidas a un edificio de ocho plantas. Tan grande que casi no eres capaz de ver toda la pantalla de una vez. Queda en Cockle Bay, una caótica zona portuaria cerca de la Ópera, y lo mejor de todo es que en la oficina de información turística que hay al lado regalan vales descuento de 2x1.  

Skyline de Sídney

El País

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