El Viajero: Guía de Viajes de EL PAÍS

Sobre el blog

Del frío siberiano al calor tropical, devorando meridianos rumbo a las Antípodas. Porque se puede viajar de Europa a Australia sin coger un avión. Este blog pretende relatar lo vivido en una ruta en la que se cruzan personas, curiosidades, tradiciones y consejos. Cabe de todo, menos los atajos.

Sobre los autores

Leyre Pejenaute y Javier Galán

"Si te pusieses a cavar un agujero en el suelo, y cavases sin parar, acabarías llegando a Australia". La pequeña Leyre Pejenaute lo intentó con su pala de plástico, pero solo llegó a meter un pie. Sin embargo, la fascinación por esa idea nunca le abandonó. Quizás por eso se le quedó pequeña la carrera de Derecho, los periplos de ida y vuelta por Europa y América, las temporadas en Italia y Reino Unido y los diversos trabajos rutinarios frente a un ordenador. De lo que nunca se cansó fue de contar historias. Ahora se ha dado cuenta de que es más práctica una mochila que una pala. Y aunque tenga que dar un buen rodeo en lugar de ponerse a cavar, va a volver a intentarlo.

Si se acepta que los continentes son cinco, a Javier Galán solo le queda por respirar el aire de Oceanía. Ha dejado de planear los viajes en casa, porque sabe que un vistazo a una guía o una conversación en un hostal pueden darle un giro de miles de kilómetros a la ruta inicial. Le ha pasado en Europa, al sur de Sudamérica, en India y Estados Unidos. Estudió Derecho y Periodismo pensando que las hojas de papel se parecen tanto que se olvidan, mientras que lo que ocurre en tránsito se queda marcado. Ahora actualiza y alarga un viejo proyecto porque ha encontrado a una compañera; si lo llega a hacer solo se habría olvidado de hablar.

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09 jun 2014

Radiografía europea de Melbourne

Por: L. Pejenaute / J. Galán

Skyline de Melbourne desde Kilda Beach

Para saborear un café decente hemos recorrido Australia de norte a sur, y antes Asia de oeste a este. Hasta Melbourne no se produce el milagro; sentados en una terraza al sol, acariciados por las notas alegres de un acordeón, nos sirven un expreso digno de la mejor cafetería de Roma. Al primer sorbo las papilas gustativas suspiran de gratitud (“¡casi un año sin probarlo..!”), y así lo harán el resto de sentidos en los próximos días al detectar constantes notas de familiaridad en el ambiente. El europeo se sentirá como en casa paseando por la segunda ciudad más grande de Australia. En cada esquina te topas con un nuevo argumento para otorgar a Melbourne el título de la ciudad más europea bajo la Cruz del Sur. ¿Nos acompañas en el paseo?

Estamos en uno de los callejones que se cruzan con grandes avenidas para formar el CBD, o centro urbano. Su planta en cuadrícula recuerda al Ensanche de Barcelona, y aquí las terracitas surgen como setas. El café es, como hemos dicho, toda una institución; no sirve cualquier cosa. Pero tampoco le hacen ascos a un buen vino, como atestiguan numerosas vinotecas de diseño.

Joven melbourniano frente a la biblioteca

Caminando aparecemos en Collins Street, una avenida flanqueada por altísimos plátanos, una iglesia presbiteriana y un sinfín de tiendas de ropa, la mayoría de lujo. Los locales conocen esta zona como Paris End, porque siempre fue el lugar indicado al que ir para pavonearse frente a la alta sociedad. Hoy el ambiente, sin embargo, no es nada estirado. Cada cinco pasos te ves obligado a detenerte ante los encantos de un artista callejero. Hay muchos, y muy buenos. El panorama indie de Melbourne es la envidia de Sídney, aunque nunca lo reconozcan. Las dos ciudades mantienen una rivalidad profunda que viene de antiguo, tanto que la capital, la insulsa Canberra, fue construida desde cero a medio camino entre las dos urbes para zanjar la contienda.

Al doblar una esquina entramos de sopetón en un túnel de colores. Hemos llegado a Hosier Lane, un nudo de callejuelas cubiertas de grafitis, lugares públicos donde aglutinarlos. No son obra de aficionados; representan murales complejos, de trazos precisos y con la medida justa de provocación. En una de las casas de este escaparate de arte urbano está la galería Until Never, icono del arte underground de Melbourne.

Horsie Lane

Tanto trasiego da ganas de una cerveza bien fría, y en su búsqueda descubrimos que este es el único lugar de las antípodas donde prefieren el fútbol al rugby. Y además, desata pasiones dignas del Mediterráneo. Los derbis son comunes, pues nueve de los 18 equipos de la liga australiana juegan como locales en Melbourne, una ciudad del tamaño de Madrid. Durante los partidos, entre marzo y septiembre, los melbournianos se vuelcan en el footy. Las casas de apuestas se frotan las manos, la prensa deportiva escupe páginas y páginas y las calles se quedan desiertas durante los partidos. Desiertas, que no silenciosas, porque el barullo de los pubs traspasa las paredes. Dentro, la cerveza y la sidra corren a raudales.

Grafitero de Horsie Lane, a plena luz del díaEsta deportiva ciudad acoge también un premio del Mundial de F-1 y el Abierto de Australia, aunque quizás el evento deportivo más peculiar sea la Copa Melbourne, una carrera de purasangres reconvertida en un acontecimiento social solo apto para las mejores galas.

Como no tenemos nada en la mochila a la altura de la ocasión buscamos una alternativa más económica –y menos frívola–. Resulta que, a imagen de Londres, los mejores museos de Melbourne son gratuitos. De la National Gallery of Victoria International nos quedamos con su muro de agua, su inesperada colección del Greco y su tour de arte terapéutico; del Centro Australiano de Arte Contemporáneo impresiona su exterior, que imita una antigua nave industrial de color rojo óxido. Obra de arquitectos locales, imita (de nuevo) el modelo europeo de Kunsthalle, o sala de exhibiciones.

De vuelta en la calle, la arquitectura de Melbourne sorprende. Si tuviéramos que usar una palabra para definirla sería ecléctica; quedan en pie muchos edificios de la época de la fiebre del oro del siglo XIX, pero junto a ellos se alzan bloques de estilo industrial y otros residenciales, legado de los inmigrantes europeos que llegaron tras la Segunda Guerra Mundial. Una ciudad para fotografiar en dos planos, que diría el fotógrafo Raúl Cancio.

Y acabamos este paseo con una anécdota histórica que nos contó una guía en el pavimento ondulado –a imitación de las modernas plazas europeas- de Federation Square, en el corazón de Melbourne. “En 1835 llegó hasta el río Yarra, que atraviesa la ciudad, un explorador llamado John Batman”. Vaya, con ese nombre la cosa promete. "La ubicación le gustó y pronunció una frase que aún se mantiene en el escudo de Melbourne: 'Este es un lugar para el pueblo'. El amigo Batman convenció a los aborígenes locales de venderle la zona –unas 250.000 hectáreas- a cambio de un baúl lleno de harina, mantas y cuchillos”. No han pasado ni 200 años, pero en ese tiempo Melbourne nunca ha dejado de mirarse en el espejo de Europa.

Una turista se fotografía en horsie Lane

02 jun 2014

Sídney, ¡qué colores!

Por: L. Pejenaute / J. Galán

Opera House desde el paseo

Un paseo junto a la Ópera House

No importa lo típico que sea. Si solo tuvieses un par de horas para pisar Sídney, no habría duda de qué visitar. Salvo algún entusiasta especializado, que quizá eligiese el renombrado museo de las enfermedades humanas, todos los demás se quedarían con pasear junto a la Ópera, con el skyline de la ciudad y el imponente Harbour Bridge ejerciendo de marco perfecto. Siempre hay un concierto, una exposición o un espectáculo de danza al que asistir. Este centro de espectáculos se inauguró hace más de 40 años y aún reivindica su espacio como uno de los edificios más reconocibles del mundo.

El otro lado del paseo que lleva a la Ópera

Sídney se bebe en los callejones

¿Cómo diferenciarse en un mundo que prueba todos los trucos posibles para llamar la atención, de relaciones públicas, flyers y neones? Hay bares de Sídney que han encontrado la respuesta: esconderse en callejones del centro de la ciudad, disimular sus entradas para que parezcan la puerta por la que salen las toallas sucias de un hotel y esperar a que corra el boca a boca, que los clientes cuenten que en tal callejuela hay un bar ambientado en los años 20 (Palmer & Co). Que el camarero debe subirse a una escalera de mano para alcanzar las botellas de licor (Baxter Inn) o que sirven una Piña Colada con nitrógeno líquido (The Roosevelt). Nunca bajarías a esos sótanos sin que alguien de confianza te lo aconseje, pero ahí comienza la diversión.

Interior del Palmers&Co, uno de los pubs escondidos de Sidney

El Real Jardín Botánico y el jardín secreto de Wendy Whiteley

Un jardín urbano cuidado hasta el más mínimo detalle, cercado a un lado por el mar y que, en uno de sus extremos, ofrece el mejor ángulo para fotografiar la puesta de sol entre la Ópera de Sídney y Harbour Bridge. Visitar el Real Jardín Botánico de Sídney es gratuito, por él buscan sustento cacatúas de día, murciélagos de noche y un montón más de aves y mamíferos. Además, entre sus plantas se descubren estatuas que van de lo clásico a lo postmoderno, de leones a sátiros de la mitología griega. Al otro lado de la bahía le planta cara el jardín secreto de Wendy Whiteley, un espacio reconvertido por esta artista australiana: de un basurero junto a las vías del tren que salen del centro de la ciudad se ha convertido en un lugar florecido, con bancos para relajarse y esculturas diseminadas.

Royal Botanic Gardens Sydney

Loa mercadillos de fin de semana

Los sábados y domingos son día de mercadillo en Sídney. Aunque el concepto de mercadillo sea un tanto diferente del que tenemos en mente. Hay ropa de marca, productos del mundo y comida gourmet. Libros usados, ropa de segunda mano y juguetes. Hay decenas de ellos, desde los que se montan relajados entre musíca en patios de colegio (Glebe), más estirados en iglesias (Paddington), a aquellos diarios en los que los dependientes asiáticos avasallan con souvenirs (Paddy's).  

Mercadillo de Glebe, un sábado a la mañana

Los ibis blancos australianos

Quizá sea una tontería, pero sentarte en una alfombra de césped rodeada de rascacielos a la hora del lunch de los ejecutivos y que al menor descuido veas como un ibis blanco australiano les roba el sándwich es algo que no te esperas antes de caminar por Sídney. Damos por hecho las gaviotas, palomas y gorriones. Pero que en una capital de cinco millones de habitantes viva tal cantidad de estas aves que pesan más de dos kilos, tienen picos de 15 centímetros y no muestran ningún miedo hacia las personas resulta tan cómico como si hubiese gallinas salvajes en el Retiro de Madrid.

Ibis

Cuando los edificios públicos se iluminan

Es una celebración que solo dura un par de semanas entre mayo y junio, pero hace chispear el otoño de la ciudad. Porque en muchos de los edificios públicos se proyectan imágenes de colores. Claro, de nuevo la joya de la corona es la Ópera, que desde las seis de la tarde hasta la media noche convierte sus "velas" en tocadiscos, pieles de cebra y todo tipo de motivos geométricos. Todos los museos muestras animaciones en sus fachadas y los sydneysiders salen a la calle a contemplar el consumo energético que convierte sus edificios emblemáticos en pantallas de televisión. 

Vivid Sydney 2013.- F. BELYEU

La mayor pantalla de cine del mundo.

Este es uno de esos récords que no duran mucho a quien lo ostenta, pero ahora mismo se queda en el Imax de la capital australiana. Imagínate una pantalla de 35 x 29 metros, medidas que se anuncian como parecidas a un edificio de ocho plantas. Tan grande que casi no eres capaz de ver toda la pantalla de una vez. Queda en Cockle Bay, una caótica zona portuaria cerca de la Ópera, y lo mejor de todo es que en la oficina de información turística que hay al lado regalan vales descuento de 2x1.  

Skyline de Sídney

14 may 2014

Nimbin, un sueño atrapado en 1973

Por: L. Pejenaute / J. Galán

Un joven pasea por la calle principal de Nimbin

Puestos a conducir de noche, la comarcal que lleva a Nimbin es ideal para no dormirse: la niebla deja ver solo la próxima curva, corazones verdes, YinYangs y cruces rosas de pintura reflectante diseminadas por los árboles. Llegar a las nueve implica no ver a nadie; un silencio solo roto por un vecino que sale a recibirnos e indica un descampado donde pasar la noche. Allí hay una nevera oxidada, que no solo da miedo por la puerta del congelador meciéndose al viento. También está en mitad del prado, parece colocada a propósito para hacerte pensar dos veces sobre lo que te rodea. Por la mañana nos despiertan unos gritos. Un lugareño nos ofrece trabajar para él en la recolección de marihuana. “Alojamiento y comida por cuatro horas de trabajo, o seis y podéis fumar lo que queráis”.

Aunque solo sea legal la venta de derivados del cannabis como galletas o pasteles, la calle principal de Nimbin es un mercadillo de drogas blandas. El pueblo, hoy famoso entre los turistas por su fama de reducto hippie, es la sede del Mardigrass australiano. Pero en la historia hippie de las Antípodas simboliza mucho más. Comenzó hace 41 años, al celebrarse aquí el cuarto Aquarius Festival. Nadie sabía que sería el último ni tampoco que auparía al pueblecito a la categoría de mito del New Age. Nimbin se atrapó en aquel mayo de 1973, cual día de la marmota, y aún parece restregarse las legañas, aturdida ante el siglo XXI.

Tertulia entre dos generaciones

La vida lleva aquí un ritmo pausado, apacible y decadente. El pulso del pueblo se mide en la calle principal, abigarrada de colores y aromas, saturada de personajes cuyo estado habitual oscila entre la mirada perdida, la sonrisa y la mueca desfigurada. También hay quien muestra las tres. El trasiego de turistas le da una pátina artificiosa a los símbolos hippies. Pero mirando más allá de las camisetas teñidas, los atrapasueños horteras y el negocio de la marihuana libre, Nimbin mantiene orgullosa el legado del movimiento Back to Earth (De vuelta a la tierra) que pintó este pueblo con arcoíris psicoactivos.

Personajes de la calle principal desde otro angulo

El Aquarius fue el equivalente australiano al festival estadounidense de Woodstock. En mayo de 1973 peregrinaron hasta este paraje recóndito estudiantes, músicos y artistas del país. No se limitaron a escuchar música y fumar hierba; el evento se planteó como un experimento conceptual que explorase estilos de vida alternativos, donde la música enhebrase las artes, el movimiento ecológico, la armonía, el pacifismo y la libertad. Cerca de 10.000 personas asistieron a la última edición; curiosamente, los mismos que hoy viven en Nimbin.

Muchos festivaleros se instalaron en la zona y otros miles llegaron en los años siguientes, atraídos por los bajos precios de la tierra y el estilo de vida alternativo. Se forjaron comunas, entre las que destacan las 800 hectáreas de Tuntable Falls, una comunidad que todavía cuenta con unos 200 miembros. En paralelo al experimento social, el pueblo se convirtió en un paraíso para los amantes de las drogas. Todo estaba a favor: la marihuana crecía exuberante en el clima templado y húmedo de Nimbin y la comunidad estaba más que deseosa de utilizar las numerosas granjas orgánicas para sacarle todo el partido; las setas nativas alucinógenas brotaban salvajes en los bosques de alrededor; los recién llegados venían con la furgoneta cargada de LSD y quienes solo querían comprar ni siquiera tenían que bajarse del coche. Las drogas se convirtieron en parte indisoluble de la experiencia Nimbin, y así sigue siendo.

En la calle principal, resucitada con la luz del sol, se ofrecen trapicheos en cada esquina, mientras otros vecinos siguen con su rutina diaria. Además de varias decenas de tiendas basadas en el cáñamo, consideramos que hay dos paradas imprescindibles. Una es el Rainbow Café, regentado por una de las cooperativistas más veteranas del pueblo y famoso por sus deliciosos desayunos y por un patio donde solo respirar es relajante. El otro es el Museo de Nimbin, de acceso libre con donación voluntaria. Este último es un espacio imprescindible para entender la magnitud del cambio que experimentó el pueblo. Se trata de un espacio abarrotado de objetos, documentos, y sobre todo manifestaciones artísticas del propio Festival Aquarius y de los años que siguieron.

Señora pillada en a la entrada del Museo de Nimbin

Pero todo mito tiene claroscuros y el de Nimbin se llama heroína. Apareció por primera vez en la zona a finales de los 70 y en apenas unos años reemplazó al cannabis. “Ya no podías salir descalza a la calle”, cuenta una abuela entre bocados a un gofre: “Había jeringuillas por todas partes. Es una lacra que aún sufrimos, aunque ya no esté tan a la vista”.

Nada es perfecto, las utopías se desdibujan. El tráfico de drogas y el turismo alejan el rumbo de Nimbin de los ideales que propugnaban los hijos de la Era de Acuario. Pero todavía merece la pena desviarse de las grandes autovías para visitar este eslabón perdido de otra era. Es un referente de la cultura sostenible, pero el mayor motivo para visitarlo es simplemente ese: visitarlo, antes de que el siglo XXI engulla del todo su carácter.

 

30 abr 2014

Surferos, hippies y poetas en Byron Bay

Por: L. Pejenaute / J. Galán

Byron Bay Aerial   LISA TULK-SNOW

Desde hace décadas, el mejor lugar para pasar las ocho de la mañana en Byron Bay es el club de surf. Porque poco a poco hasta allí se acercan un vecino, otro, otra y una más, y así hasta los 20, 30 o 50 que, dependiendo del tiempo, mantienen un ritual diario: caminar media hora hasta The Pass, el final de la larga playa, meterse en el agua y volver nadando el kilómetro y medio que hay hasta el punto de partida.

Una costumbre que encarna la voluntad de esta población australiana relajada, orgullosa de su herencia New Age, donde conviven gente de negocios que decidió cambiar, hippies de medio pelo, hippies de verdad, gente que vio el dinero en este enclave privilegiado y productores ecológicos. 

Arts Factory FB

La historia de este lugar comienza con su nombre. Los aborígenes que vivían cerca antes de la llegada de los europeos ya sabían de qué iba la cosa y llamaban a esta bahía Cavvanbah, lugar de reunión. Entonces llegó el capitán Cook y le cambió el nombre a Cabo Byron porque le debía una a John Byron, el primer marino que circunnavegó el globo en menos de dos años y que acabaría siendo el abuelo del poeta Lord Byron.

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Por eso ahora las calles de Byron Bay han hecho suyos muchos nombres de poetas. Y por la mezcolanza de sus gentes, esta población de menos de 10.000 habitantes encarna la bohemia relajada de la que nació en los 70 el Arts Factory, una congregación de artistas de la que terminó surgiendo un festival, el Bluesfest, que en los últimos años ha congregado a músicos como Bob Dylan o Santana y que se celebra en abril.

Esa es la clase de revoltijo que lleva a un músico callejero a compartir una cerveza con un hombre trajeado a la orilla del mar, mientras otro usa la playa como lienzo para sus inmesos dibujos y la arena como pintura. La calle principal de Byron Bay, atestada de tiendas de moda, es recorrida por gente descalza bajo un sol que calienta sin quemar. A unos pasos queda la playa principal, reflejo de la excelencia surfera australiana.

  

Con esa calma que arropa subimos a lo alto de la colina donde se alza un lustroso faro de un blanco inmaculado, el más potente de Australia. Por el camino nos vemos en el punto más al este de la Australia continental, otro de los lugares estupendos para el avistamiento de ballenas. Pasado el faro, donde uno se puede quedar a dormir, se sigue una ruta de senderismo que desemboca en una playa.

Allí a lo lejos se ve a tres surfistas de remo que se centran en las olas hasta que unas aletas que emergen captan su atención. Descubierto el misterio, siguen tomando olas, ahora con compañeros, unos delfines que juegan en las crestas de las olas. Por encima se marcha un sol cubierto por las nubes, creando coloridos contrastes, como los que mantienen viva Byron Bay.

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En este punto del viaje, donde pueblo tras pueblo desfila bajo los neumáticos gastados de la furgoneta que surca la costa este australiana, parece afianzarse la impresión de que todos se parecen. Si algo funciona, para qué tocarlo. Pero hay joyas escondidas que mantienen, al menos, parte de su carácter. Una de ellas es Byron Bay.

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28 abr 2014

Las montañas rusas más australianas

Por: L. Pejenaute / J. Galán

Atracción acuática de White Water World. DREAMWORLD


El silencio apenas dura un segundo, pero se hace largo. Para cuando quieres enterarte has salido disparado de espaldas a 160 kilómetros por hora. El túnel se acaba y notas cómo tu estómago se eleva hasta una altura de 36 pisos antes de caer en picado hacia tierra notando toda la fuerza de la gravedad en tus carrillos desfigurados.

¿Estás en Australia y te van los parques de atracciones? La ciudad costera de Gold Coast es tu sitio. Si donde caben dos caben tres, aquí hay hasta seis parques acuáticos y temáticos, todos juntos en apenas tres salidas de autopista. De entre ellos, DreamWorld ostenta el título del parque temático más grande de Australia, con atracciones extremas como la Torre del Terror, mencionada arriba, una montaña rusa en la que vas montado en moto o una de las instalaciones laser más grande del mundo.

Montaña rusa Superman. WARNER BROS. MOVIE WORLD, GOLD COASTAl otro lado de la autopista del pacífico destaca Warner Movie World, un complejo adosado a los estudios de cine del mismo nombre. Aquí la estrella es Superman, una montaña rusa aupada a las listas de las mejores del mundo que acelera de 0 a 100 en dos segundos.

El clima cálido de Gold Coast siempre es receptivo a un chapuzón, por lo que los parques acuáticos también son protagonistas. A WhiteWater World se accede desde Dreamworld, mientras que Wet´n´Wild forma parte de Warner Movie World, ya se sabe cómo es la competencia. En el primero encontramos una colección de toboganes extremos, mientras que el segundo destaca por tener una amplia zona familiar pirata.

Australian Outback Spectacular no es un parque temático propiamente dicho sino una cena seguida de un espectáculo. Se pretende evocar la esencia del Outback, tan remoto y ajeno en este mundo de surf y playa, a través de exhibiciones de jinetes, estampidas de ganado y bailes regionales. Para una experiencia aún más surrealista, los osos polares y los tiburones de SeaWorld rizan el rizo de la oferta de entretenimiento de la Gold Coast.

Vivan los excesos, se debió pensar al construir esta ciudad. Desde Brisbane seguimos la cinta de arena dorada que se extiende a babor hasta encontrar una masa de altísimos rascacielos que la tapa. Estamos en Surfers Paradise, también capital de la fiesta, el desmadre, el consumo desaforado y, por supuesto, el surf.

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Dando vueltas por el paseo marítimo no podemos evitar compararlo respetuosamente con nuestro Benidorm. Nos cruzamos hordas de estudiantes recién graduados, grupos de amigos de despedida de soltero, grupos de chicas solas dispuestas a darlo todo. Un desfile de gente disfrazada de animales que se mueven con soltura entre macrotiendas surferas, bares exclusivos, discotecas y la playa más larga que hayamos visto nunca integrada en un centro urbano.

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Para tomar perspectiva siempre es bueno acercarse a las nubes, y el edificio más icónico de Surfers Paradise, uno de los edificios de apartamentos más altos del mundo, te deja 230 metros más cerca de ellas. Desde esta plataforma de observación de este rascacielos se divisa una panorámica de toda la Gold Coast. Los surferos se concentran en las últimas olas de la tarde. El horizonte es púrpura y está cuajado de montañas rusas. 

 

13 mar 2014

Brisbane está de moda

Por: L. Pejenaute / J. Galán

'Footing' por el Southbank de Brisbane (Australia) / Andrew Watson

Brisbane siempre ha sido la ciudad aburrida de Australia. Mientras Melbourne y Sidney se reparten la gloria, los artistas, los grandes proyectos, restaurantes premiados e innovación, a ella le quedaban los hombres y mujeres de maletín y el tercer puesto en población. Por eso, las quinielas y clasificaciones solían olvidarla, dejarla como la prima pequeña con la que nadie quiere quedar. Cuando aparecía, además, lo hacía bajo el nombre de BrisVegas, por la presencia del casino 24/7 en el mismo centro de la ciudad.

Pero queremos juzgar por nosotros mismos. Aparcamos la furgoneta cerca del río que da nombre a la ciudad y nos sorprende la escena. Esta gente se ha montado un paseo marítimo junto al río. A los australianos parece que el no tener una playa cerca les crea ansiedad, y por eso se las construyen en sus ciudades. El Southbank, como se llama esta zona, es un ejemplo de urbanismo inteligente en torno al río.

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Es solo la primera impresión: nada hace sospechar que hace tres años fuertes inundaciones sepultaron barrios enteros de la ciudad y afectaron a más de 200.000 personas. La joya de la orilla oeste ha resurgido y en su recuperación se han relanzado restaurantes, galerías de arte, bares, cafés y discotecas. Tanto, que la última edición de la guía Lonely Planet de Australia declara que Brisbane es la ciudad más cool de Australia.

Artista callejero en el Southbank de Brisbane. FRANK BELYEU
 

El adjetivo ha sido noticia en toda la prensa australiana, y ha cambiado la forma de mirar a la sosa Brisbane. Es cierto que para que la ciudad se te muestre en plenitud tienes que pagarlo, pero vamos a resumir por qué ahora todos piensan que Brisbane, además de tener un tiempo perfecto todo el año, mola.

- El Southbank es el eje cultural, una animadísima franja verde en la orilla oeste del río con bosquecillos fluviales y lagunas tropicales a la sombra de los rascacielos. Este área quedó destruida por la riada de 2011, pero hoy bulle de actividad. Artistas y mercadillos callejeros se codean con tiendas chic, una playa artificial e infinidad de alternativas culturales, todas concentradas a pocos minutos de la ciudad.

Wheel of Brisbane, una noria de 60 metros de altura en el Southbank  de Brisbane (Australia). / Andrew Watson

De norte a sur del Southbank se suceden la QAG -Galería de Arte Moderno del estado de Queensland-, el Museo Marítimo y el Sciencentre (museo de Ciencias). Y para verlos todos de un plumazo nada mejor que subirse a la prima hermana del London Eye; Wheel of Brisbane, una noria de 60 metros de altura.

- Una escena musical de talla mundial. En un rápido vistazo hemos visto que de aquí a mayo tocan en Brisbane los Rolling Stones, Pharrell Williams, Arctic Monkeys, Bruno Mars... No pinta mal, y mientras llegan los grandes conciertos y festivales hay entretenimiento garantizado en los clubes de música en directo que retumban cada noche con los artistas australianos del momento. Claro, aquí se criaron los Bee Gees...

- Semejante playa, y tan cerca. El río Brisbane desemboca en Moreton Bay, a 20 kilómetros del centro urbano. Allí las playas son de verdad y no decepcionan. En este parche de agua son frecuentes los avistamientos de ballenas jorobadas y delfines. A una hora, las idílicas y relajadas playas de Noosa y la estrambótica y fiestera Surfers Paradise.

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- La comida lo es todo. No nos sentimos capaces de valorar si la comida de los mejores restaurantes de Brisbane es original o buena, ni tenemos el dinero para disfrutarla. Pero lo cierto es que los restaurantes de Brisbane llevan unos años hinchándose a premios y recopilando prestigio. No solo se cultiva en los restaurantes top, también en la multitud de cafés, tiendas de cupcakes y carismaticos aussi pubs.

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Todo eso está bien, hay un montón de gente con mascotas llamativas y atuendos hipster y acaba de empezar a correrse la voz. Por si no es suficiente, nos hemos enterado de que el pasado enero abrió en el centro de la ciudad la tercera tienda Apple. ¿Hace falta decir más para demostrar que está de moda?

06 mar 2014

Koalas en el Trópico de Capricornio

Por: L. Pejenaute / J. Galán

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En su Trópico de Capricornio, Henry Miller escribía: "Soy como un explorador que, deseando circunnavegar el globo, considera innecesario llevar ni siquiera un compás." La libertad del viajero sin billete de vuelta permite detenerse donde se desee. Por ejemplo, amparado en una referencia literaria. Del escritor viene que aparcásemos la furgoneta en Rockhampton, una ciudad interior del este australiano, al ver que atravesábamos, precisamente, el trópico de Capricornio.

Lo descubrimos por la escultura que anuncia el paso del paralelo por esta población, plantada frente a la oficina de turismo. Allí nos cuentan que este es el lugar más meridional del mundo, donde el sol llega al zénit (vertical) a mediodía. De acuerdo. Pero también nos cuentan que hacia el sur se extiende el territorio koala de Australia. Eso nos emociona un poco más. Y comenzamos a buscar a este entrañable mamífero en cada eucalipto.

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No es tan sencillo; el koala duerme dos tercios del día y apenas se mueve. Su mirada ausente y su torpeza intrínseca le delatan: es una criatura cuyo cerebro no se adapta a su cráneo, sino que es mucho más pequeño, lo cual es muy extraño. A cambio, el koala es capaz de procesar las hojas de eucalipto, potencialmente tóxicas para cualquiera, y convertirlas en su alimento básico. La jugada de la evolución sacrificó el cerebro en pos de la eficiencia energética y condenó al koala a vivir en las ramas altas y confiar en que los depredadores no lleguen hasta ahí.

IMG_7676De cuando en cuando aparecen en los patios traseros de los australianos para beber agua de sus piscinas. Pero cada vez menos. Alex Harris, fundadora de Koala Tracker, una web que recoge los avistamientos de koalas en libertad, nos alerta: cada vez quedan menos, y están cada vez más amenazados. Para verlos, dice, nada mejor que darse un paseo por Noosa y su reserva natural. La emoción de avistar uno dormitando libre es indescriptible.

En España las señales de la carretera alertan de la presencia de ganado; en Australia avisan de la presencia de marsupiales durante los siguientes 5, 10, 20 kilómetros. Verse en las Antípodas implica ser consciente de lo brillante y crudo de la evolución natural. Los animales que ves no existen en ningún otro lugar. Otro ejemplo es el símbolo nacional australiano, también considerado una plaga: el canguro.

¡Qué emoción la de ver el primer canguro en libertad! Eso solo ocurre en Australia. Y ocurre mucho. Uno de los primeros días de road trip, advertidos de que ningún seguro de coche cubría los choques con canguros y mentalizados para no dar volantazos en caso de invasión de la calzada, atisbamos uno. Y otro. Y otro. Saltando majestuosos a la par de nuestro vehículo. Saltando, porque saltar es la forma más eficiente de moverse a velocidad media, una eficiencia vital cuando se recorren enormes distancias para buscar comida. La energía del salto se almacena en sus desproporcionados tendones de Aquiles, mientras los intestinos botan como un pistón, vaciando y llenando los pulmones sin activar los músculos pectorales.

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Fuente: Stillmaza.com 

Otra maravilla evolutiva de la que los australianos no pueden hablar sin mofarse. Ya sea de todos los canguros que son atropellados en las carreteras, o de que su carne es la más barata en el estante del súper. Desde luego, el filete de canguro sabe salvaje. Y ya se exporta a todo el mundo. A los australianos les sobra y al resto le intriga: buen binomio.

La fauna salvaje de la costa este no acaba ahí. También están los ornitorrincos, tan amenazados, tan torpes y sorprendentes. Y basta con acercarse al parque nacional Eungella, un pequeño desvío desde la autopista que recorre la costa este, para verles nadar en libertad. 

 

No queremos dejarnos los cocodrilos del norte, las más de 10.000 especies de arañas, un ave del tamaño de un avestruz tan agresiva como el Cassowary... Viajar no es solo ver lugares o relacionarte con personas, en el safari de Australia también es encontrarte animales. Y reflexionar sobre la influencia medioambiental de 21 millones de personas en un territorio tan grande, sobre la vulnerabilidad de especies animales tan únicas. Es un lujazo verlas en libertad.

27 feb 2014

Navegar por el paraíso

Por: L. Pejenaute / J. Galán

VIsta de White Haven beach, islas Whitsunday (Australia) / Luca Tettoni

Australia será gigantesca, pero lo bueno está en la costa. Por eso desde la Gran Barrera la bordeamos hacia el sur, acostumbrándonos al volante a la derecha entre plantaciones de caña de azúcar y camiones arrollacanguros. Al pasar junto un pueblo llamado Bowen alguien grita “¡esto me suena!” en la parte trasera de la furgoneta. Por aquí se rodó la película Australia, con Nicole Kidman y Hugh Jackman. Entre el dato cinéfilo y un cielo empedrado que distrae de la conducción, casi nos pasamos la salida al parque nacional de las Whitsundays. Pero nos ponemos serios: no podemos pasarnos una de las playas más impresionantes que existen (no lo decimos nosotros solos, también los usuarios de Tripadvisor).

DSC_0443Llegamos a Airlie Beach, un pueblecito de 3.000 habitantes que alza orgulloso su mentón al saberse depositario de las llaves para entrar a las islas Whitsundays, aunque eso conlleve que rebose de caravanas, furgonetas y coches convertidos en camas rodantes. Las barbacoas y los baños públicos relucen de puro limpio, y somos conscientes de la regla no escrita en Australia: que nunca falte un lugar donde freír una hamburguesa ni otro donde plantar un pino. 

Tierra adentro se abre un parque nacional que cubre las montañas que cobijan Airlie y un archipiélago de 74 islas. En el origen todo era una misma cordillera costera, pero el nivel del mar subió tras la última glaciación y los picos más altos quedaron como islas separadas del continente.

image from http://aviary.blob.core.windows.net/k-mr6i2hifk4wxt1dp-14022617/0af4be9c-9d02-4d45-a2f6-29ce69230823.pngY solo siete de ellas tienen algún resort. El resto está despoblado. Por eso el negocio son los cruceros a las Whitsundays. Solo hay que sentarse en una terraza del pueblo: en menos de una cerveza las ofertas te encuentran. Nosotros nos decantamos por abordar el Siska, y soltamos amarras muy temprano con el objetivo de relajarnos, pero también de visitar Whitehaven.

Menuda maravilla. Encerrada entre islas vírgenes aguarda esta inmensa playa que parece reservada a piratas y aventureros. Con su blanquísima  arena de sílice fino, sus aguas turquesas cristalinas y su entorno inalterado, esta playa cumple con todos los requisitos para ser un paraíso en la Tierra. Y más si te quedas cerca para pasar la noche en un barco, cuando quienes van a pasar el día se marchan.

En ella paseas por la orilla, el agua caliente a la altura de la rodilla, y junto a tus pies pasa raudo un pequeño tiburón. Apenas te repones del sobresalto y la arena se agita desempolvando a una raya que dormitaba en el lecho marino. Ambos son blanquecinos, adaptados a su entorno de arena blanca y aguas transparentes. 

IMG_4706Hasta aquí nos ha traído un barco turístico peculiar. Porque los tres tripulantes se divierten tanto como nosotros, pero además cobran: el capitán o “il capitano, please”, un joven más joven que nosotros, rubio surfero, curtido por el salitre y con ronquera de vividor que comenzó a dirigir este velero con 19 años; un grumete de ojos claros, trabajador lento pero firme, apacible excepto cuando se enfada al ver a alguien volver con un trocito de coral como souvenir; y una joven inglesa a cargo de preparar ensalada de pasta para un regimiento y lanzar lonchas de jamón a las rapaces.  

La temperatura, tropical, permite relajarse durante el trayecto menos cuando a alguno le toca trastear con los aparejos. Queda lejos, pero nos recuerdan que el capitán James Cook navegó por estas mismas aguas el 1 de junio de 1770. Coincidía con el Pentecostés de aquel año, el llamado Whit Sunday en Reino Unido, y aunque era lunes, aquel corredor de islas se quedó con el nombre de las Whitsundays.

Durante los dos días de travesía no faltan los lugares donde hacer snorkel, y el coral no decepciona. Parte de la Gran Barrera de Coral penetra en las aguas del parque nacional haciendo que el buceo sea otra de las actividades estrella. Hace una década, las Whitsundays eran uno de los puntos más populares para visitar la Gran Barrera, llegando a poner en peligro la supervivencia del coral vivo. Hoy en día los controles se han intensificado y solo se permite que salgan rumbo a Whitsundays un número limitado de barcos. Tampoco son pocos, pero están limitados.

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Pero aparte del buceo, la actividad con más adeptos sigue siendo la de tirarse a la bartola en la cubierta del barco y empaparse del sol de Queensland. Pega fuerte, pero se soluciona con chapuzones intermitentes con entretenimiento a cargo de varios peces tan aplanados como curiosos.

18 feb 2014

Buceo en la Gran Barrera de Coral

Por: L. Pejenaute / J. Galán

'Nautilus pompilius'. / Reinhard Dirscherl

FOTOGALERÍA: Australia submarina

Cuando el cangrejo Sebastián cantaba las bondades de la vida bajo el mar a la sirenita no andaba desencaminado. El mundo terrestre parece aburrido después de dar vueltas por la Gran Barrera de Coral; el mayor arrecife de coral del mundo, visible desde el espacio. Aquí reina una calma que depende de tus aletas y de lo acompasado de tu respiración. Bueno, también de las miles de especies marinas que viven por y para esta abismal formación viva. Verlo era uno de los objetivos claros de nuestro viaje.

¿Se puede decir que la conoces? Ni en toda una vida. En una visita podrás rastrear solo algunas decenas de metros de coral de sus más de 2.300 kilómetros de largo. Y, sin embargo, será suficiente para toparte con más especies de las que puedas imaginar conviviendo en armonía: 1.700 tipos de peces, 3.000 variedades de moluscos, más de un centenar de especies de tiburón y rayas, 600 tipos de coral o una decena de animales en peligro de extinción, como la tortuga verde o el dugongo. Un tentador vecindario para cualquier amante de la naturaleza. Cómo resistirse entonces, cuando estás en el puerto australiano de Cairns, a la historia de los peces imposibles acariciándote con sus aletas.

El pez payaso y la anémona. / Getty

Lo cierto es que cuando luego llegas allí nada te acaricia, porque en realidad nada te hace caso a menos que molestes. Por molestar, podrías molestar a tortugas marinas, anémonas, almejas más grandes que tú, serpientes marinas o peces payasos... todas ellas especies que nosotros vimos en una sola mañana. Aunque claro, de hacerlo no merecerías estar en la Gran Barrera de Coral. No se va a eso.

Llegar es fácil, una abrumadora cantidad de agencias de viajes se ofrecen a llevarte en barcos tan rápidos como mareantes, en excursiones que duran una mañana o una semana. Su negocio se basa en exprimir la vida útil de los materiales o en hacer el paripé dándote un cacho de pan para los peces que hasta podrá ser mejor comida que el catering ofrecido a bordo. Pero también es cierto que la mayoría son profesionales preocupados por la conservación de ese mundo submarino de violetas, rojos, verdes hierba, ocres patata o azules celestes dignos de un viaje alucinógeno. El impacto del turismo (y de la industria minera) innegablemente afecta, pero la conciencia ecológica australiana lo limita.

La Gran Barrera desde el aire. / Don Fuchs

Las opciones para llegar son tan diversas como los corales; Cairns vive para la Gran Barrera. Se puede sobrevolar en helicóptero (para ver, por ejemplo, el arrecife corazón), alojarse en alguna de las islas del arrecife o viajar en barcos con suelo de cristal. No zambullirse es dejar la sorpresa en la línea del horizonte. Se distinguen tres niveles, partiendo de la regla de que los baratos van a los lugares más explotados:

Para quien no quiera bucear, el snorkel. La biodiversidad a medio metro de la superficie no tiene nada que envidiar a la de las profundidades, con el añadido de que, al haber más luz, se distinguen mejor los colores. En mar abierto, cada pequeña corriente te aleja del barco, y los atentos socorristas no cesan de llamar la atención a los tubos que investigan despistados a ras de las olas.

Para quien nunca ha buceado, pero quiere probar, un bautismo. La profundidad que se alcanza no pasa de la decena de metros. Pese a que la novedad del medio, la sensación y la inquietante posibilidad de que tus tímpanos revienten puede poner nervioso a más de uno, es inevitable disfrutar del ecosistema submarino una vez se controla la técnica básica.

Para quien ya tiene experiencia como buceador. Los distintos barrios de la Gran Barrera están salpicados de puntos de inmersión. Desde expediciones con decenas de turistas a grupos reducidos, inmersiones nocturnas, de gran profundidad, atravesando cuevas submarinas, entre tiburones, mantas... y si tienes mucha suerte, hasta una tortuga marina gigante.

Para disfrutar como un submarinista, visita la FOTOGALERÍA.

 

05 feb 2014

Cairns, la Australia domesticada

Por: L. Pejenaute / J. Galán

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La decisión era complicada, pero estaba clara. El objetivo era llegar a las Antípodas sin avión. Pero surgió un road trip por Australia. Y sopesamos nuestras opciones en Malasia para encontrar dos: embarcarnos en un carguero, que te lleva de Singapur a Australia en 18 días por 1.600 euros, o subirnos a un avión de una aerolínea de bajo coste asiática, donde dimos con una oferta por 100 euros.

Renunciamos a un objetivo por dinero, y supimos que la forma de viajar romántica del explorador solitario quedó atrás. Que si el capitán James Cook, descubridor oficial de esta parte del mundo, hubiese podido aparecer en Australia en unas horas y por cuatro duros lo habría agradecido.

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A la izquierda la piscina y a la derecha el mar.

Así es como, con el arroz asiático todavía en el estómago, llegamos a Australia, un ¿país?, ¿isla?, ¿continente? Nos quedaremos con la primera, pero podría ser cualquiera. Es el sexto país más extenso del mundo, mayor por ejemplo que la Unión Europea, pero en él viven veintipocos millones de personas, casi todos concentrados en la costa. Eso lo convierte en el estado con la menor densidad de población del mundo, unos tres aussies por kilómetro cuadrado.

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Gente disfrutando de una tarde de piscina en Cairns.

En esos planes improvisados que sazonan los viajes caímos en la costa más poblada, la oriental, para recorrerla en furgoneta. Vamos a empezar por Cairns, una de las ciudades del noreste australiano. Aquí el clima tropical calienta todo el año, y la mayoría puede disfrutarlo porque el salario mínimo está fijado en 2.488,8 dólares australianos al mes, unos 1.600 euros.   

DSC_0476Con semejante calidad de vida, Australia supone un constante foco de inmigración para sus vecinos del norte; tanto da que provengan de archipiélagos como Indonesia, Tonga o Filipinas, o de países como China. Pero en los últimos meses, la política de extranjería y los intentos por frenar la llegada de barcos de inmigrantes ilegales (una travesía de cientos o incluso miles de kilómetros) han llevado a la desaparición de líneas comerciales marítimas asequibles que permitan llegar a Australia por mar.

Este es un país de poblaciones recientes (muchas de ellas apenas cuentan con un siglo de historia y la más antigua, con poco más de dos) en las que los australianos tienen claro lo que les gusta: sol, playa, barbacoas, surf y monopatines. Fundada en 1876, Cairns rebosa de lugares públicos donde disfrutar de todas esas aficiones. Y eso se extiende a cualquier población de la costa este, o incluso tierra adentro, hacia el outback; cualquier pueblo tiene un parque que hace de lugar de reunión, como las plazas de los pueblos europeos, donde hay instalaciones de skate, juegos para niños y un par de relucientes barbacoas de uso público. De las olas, el mar y la arena no hay que preocuparse, porque hay infinidad de lugares...

Excepto en Cairns. Sí, aquí hay mar, pero no hay primera línea de playa; eso es territorio de los cocodrilos. Este es un lugar chic de vacaciones por su clima de perenne manga corta y su posición privilegiada junto a la Gran Barrera de Coral, pero la ciudad está emplazada en la frontera de la Australia salvaje, esa cuyas aguas están infestadas de tiburones y cocodrilos. De ahí que Cairns no sea un destino adecuado para los bañistas. ¿Solución? Una piscina pública y gratuita a pie de costa que se convierte en el centro de la ciudad, donde se va a lucir palmito, a ver puestas de sol de colores estratosféricos y hacer maratones de baños y barbacoas. Y también, a protegerse de la radiación solar, un problema de salud pública en este lado del mundo que tiene al agujero de la capa de ozono de sombrero.

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Grupo por el paseo marítimo.

Uno se aclimata en un pispás a este ambiente pisciplayero urbanita. Desde aquí se ven esquivos cocodrilos; un sinfín de turistas y locales, viejos y jóvenes, descendientes de los aborígenes que poblaban el país antes de los conquistadores, cocinar en las barbacoas; a gente corriendo, en bicicleta o patines por el paseo marítimo. Después, un poco tierra adentro, se llega a una de las atracciones cercanas, el Australian Butterfly Sanctuary, una reserva de mariposas a las que visitas en su jaula, un edificio enorme con miles de velas de colorines que te aletean para posarse en ti.

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En Cairns la noche es el principio del colorido. 

Aquí los conceptos se mezclan. No solo el desenfado estadounidense con la flema británica, también los paraísos artificiales con los naturales. Lo recuerdan, por ejemplo, los cientos de murciélagos que salen al caer la noche para moverse en bandadas coordinadas al milímetro sobre los aparcamientos. Una vez quisimos iniciar una de estas desbandadas tirando hacia la copa de un árbol las llaves de la furgoneta recién alquilada. Recibimos una cagada defensiva de un murciélago cabreado como respuesta. Con relativa buena puntería. "Welcome mate!"

Después de tantos kilómetros de tierra asiática y unas horas de transporte aéreo hemos llegado a Australia. Es salvaje, es enorme y vamos a recorrerla.

El País

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