"La manera en que me gusta escribir consiste en procurar que salga del mismo modo en que camino o hablo. Y no es que haya llegado a caminar o a hablar como me gustaría. Mis maneras no son todavía las de Woody, Big Joe Williams o Lightnin’ Hopkins. Algún día espero, pero ellos son mayores. Alcanzaron un punto en el que la música era para ellos una herramienta, un modo de vivir más, un modo de sentirse mejor”.
Corría el año 1964 cuando un joven Dylan hizo estas declaraciones a la revista New Yorker. Se encontraba el músico grabando nuevo material en los estudios neoyorquinos de la Séptima Avenida con la calle 52. Era la voz de la música folk, el representante con mayor impacto dentro y fuera de la escena, pero cómo ya señalaba para la publicación estadounidense estaba preparando otro avatar, que pasaría por una revolución sonora y eléctrica, pero que no dejaba de ser a fin de cuentas la esencia de su naturaleza inquieta e independiente.
No sé si Bob Dylan a estas alturas siente que ha llegado a componer cómo le gustaría y decía entonces, pero es un hecho que consiguió trascender como pocos músicos a casi todos. Para bien y para mal. Porque cuatro décadas después, el nombre de Bob Dylan despierta la mayor de las admiraciones o la peor de las iras. Sin embargo, creo que, pese a considerarle aún una referencia de primer orden, su nombre viene a ser el título perfecto para un tremendo juego al despiste.
Realmente, nadie conoce a Bob Dylan. Esa es la conclusión que uno saca al leer el revelador y estupendo libro Dylan sobre Dylan (Global Rhythm). Se trata de un compendio de 31 entrevistas del músico que muestra una figura en continúo movimiento, que a través de su fascinante evolución artística ha conseguido que el personaje creado pueda camuflar a la persona y todo lo que le rodea. En definitiva, esa puede que sea su gran virtud.
Ahora que todavía Dylan gira por España, aconsejo desde esta ruta el mosaico verbal que representa este libro, la más reciente publicación sobre el músico en nuestro país. Llevo unos días metido en esas entrevistas que ofrecen la voz del artista en primera persona y bajo diferentes prismas y contextos. Se disfruta leyendo por orden o cogiendo también las entrevistas al azar y contextualizándolas con el disco o época en cuestión.
Y creo que si se rompen todas las imágenes preconcebidas que se tienen de él a través de décadas, si se está atento a muchos de esos recortes verbales y artísticos, y si se sigue con detenimiento su carrera, se puede afirmar, sin pecar de fanatismo o similares, que ese viejo que todavía conocemos por Dylan, con una voz mucho más estropeada y una puesta en escena muy diferente a sus años dorados, tiene cosas interesantes que ofrecer. Creo que lo demostró el otro día en Rock In Rio, donde jugó sus cartas con mano de maestro.