"Parada para repostar", la sección que exprime con todo el cariño del mundo a la mejor gente que ama la música rock en todas sus variantes, tiene el privilegio de contar esta vez con una persona de altura: Miguel Ángel Palomo. Me confieso admirador de Palomo, con el que tuve el gusto de trabajar en la radio y al que sigo desde mis primeros años universitarios como crítico de cine en la sección de programación de películas en El País. Las píldoras cinematográficas de Palomo, en cuatro líneas a lo sumo, no tienen desperdicio. Hoy dedica más palabras a hablar de otro tiempo ya pasado y una banda, LA BANDA. Nunca existirá otra igual, pero como cuenta nuestro protagonista, nos dejaron el mejor último vals de la historia. La Biblia de esta ruta norteamericana.
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Imaginemos por un momento un mundo sin Internet. Un mundo sin televisiones privadas, sin DVD y… ¡sin CD! La música no es omnipresente y no está a tu alcance inmediato. Se escucha en vinilos y cassetes y sólo se obtiene en las tiendas de tu ciudad. Y en las habitaciones de los hermanos mayores de tus amigos, santuarios prohibidos a los que accedes a escondidas para escuchar música desconocida. En esas habitaciones, y en cintas grabadas que circulan por el barrio, descubres a Bob Dylan, a Neil Young, a Van Morrison, a muchos… y a The Band. Y sabes que aunque te flipen los cantautores, lo del rockerío es otra historia, más tremebunda, más apabullante.
La cosa pasa más o menos en 1983, cuando las radiofórmulas pinchan invariablemente a Duran Duran y Spandau Ballet, y hay gente con hombreras y pelos cardados por la calle mientras tú intentas encontrar ropa parecida a la que llevan los tíos que salen en Hair. Un día, alguien aparece con un VHS que se llama El último vals. Lo dirige Scorsese y TODOS estaban allí, en Winterland, en San Francisco. Un concierto donde, además de escuchar a tus ídolos, puedes verlos. Te enteras de qué van las canciones, porque están subtituladas. Lloras con el Helpless de Neil Young, aprendes qué era “La vieja Dixie”, sueñas con ser Rick Danko y con tener su voz ajada y abrasiva, descubres que Van Morrison es un tipo pequeñito con una voz que puede demoler edificios, y los chicos de The Band se convierten en TU GRUPO. Así que reproduces la cinta hasta el desgaste absoluto y cargas con tu vídeo hasta casa de un colega para conectarlo con el suyo y hacer una copia, por si acaso. Y esperas. Esperas el día en que puedas tener ese disco (años más tarde lo tendrás, con su carpeta amarilla y sus ¡tres! vinilos dentro). Porque el disco que te cambia la vida puede ser, ya ves, una cassette o un VHS.
Texto: Miguel Ángel Palomo, crítico de cine de El País y Onda Madrid en el programa "Madrid se mueve".