Bien es cierto que hasta que no vea la película, Malditos Bastardos, no me quiero leer el reportaje que publica en portada el último número de Ruta 66 sobre Quentin Tarantino. Mientras tanto, ya he empezado a leer algunas de las entrevistas que vienen que ni pintadas para esta ruta norteamericana como las de Joe Henry, Cocktail Slippers o Victor Bockris, a cargo de insustituible Jaime Gonzalo. El señor Bockris es uno de los mayores cronistas del Nueva York artístico que tiene dos obras que ardo en deseos de degustar en algún día cercano: las biografías de Keith Richards y de Velvet Underground.
Pero espero que me permitáis centrarme en un reportaje que lleva mi firma. Bueno, más bien, quiero que sirva de pretexto para hacer algo que tenía que haber hecho hace mucho tiempo. Revindicar a una persona que ya se fue. El informe Brill Building repasa lo que para este redactor es toda una época de esplendor pop, que va de 1958 a 1963, dentro de las paredes de ese edificio localizado en Times Square. Repasa el trabajo de parejas de compositores que crearon lo que se pueda dar en llamar el Brill Building Sound, etiqueta que sirve para englobar el exuberante material que se parió en la Gran Manzana bajo el techo de ese inmueble, que hoy resiste entre rascacielos en pleno centro neoyorquino, como una estampa de otro tiempo, y que aquí se solicita a la altura de marcas con sello de excelencia como Stax, Motown o Chess.
Jerry Leiber & Mike Stoller, Carole King & Gerry Goffin, Doc Pomus & Mott Shuman, Neil Sedaka & Howard Greenfield, Burt Bacharach & Hal David… Todos ellos parejas de compositores que hicieron avanzar el cancionero americano con su profesionalidad, talento y buen gusto. El reportaje, donde el propio Burt Bacharach recuerda aquellos años en una entrevista desde Estados Unidos, también cita, cómo no, a la pareja de Jeff Barry y Ellie Greenwich, que se asociaron con un joven Phil Spector. Me enteré de la muerte de Ellie Greenwich en mis vacaciones, el pasado agosto. Acababa de llegar a Nueva York. Era temprano y lo leí en el periódico. Aquello me cayó como un jarro de agua fría. No hacía mucho que había mandado la versión definitiva del reportaje a la redacción y crucé el charco. Buena parte de los últimos dos meses los había pasado obsesionado con las canciones de esos compositores del Brill Building, descubriendo, redescubriendo y recreándome con múltiples detalles en decenas y decenas de composiciones que llevaban sus firmas.
La muerte de Greenwich no fue un obituario más para mí. No. Se iba esa pequeña y preciosa porción de un sueño pop que vivió en otra época. El dúo Jeff Barry y Ellie Greenwich ayudaron como pocos compositores, esos artistas en la sombra, a crear una escena de grupos femeninos hasta entonces desconocida en el mundo de la música popular. The Shirelles, The Crystals, The Shangri-Las, The Ronettes… daban voz y energía a las letras y sonidos creados por Greenwich y su pareja. Gracias a la paciencia de la pareja con las excentricidades de Spector, los tres formaron durante años un trío inolvidable, que gozaba pariendo canciones.
El pasado agosto, en Nueva York, me alojé en el West Side. Caminé Broadway abajo, me detuve enfrente del Brill Building y soñé con la música de Greenwich y los suyos. Esos ecos pletóricos de inocencia y vitalidad que revolotean dentro de uno. Querida, Ellie, pensé, gracias por ponerme alas con tus canciones para volar alto y lejos. Maravillosa música que firmaste, rubia.