La Ruta Norteamericana

Sobre el blog

Viaja por el pasado, el presente y el futuro de la música popular norteamericana. Disfruta del rock, pop, soul, folk, country, blues, jazz... Un recorrido sonoro con el propósito de compartir la música que nos emociona.

Sobre el autor

Fernando Navarro

. Redactor de El País y colaborador del suplemento cultural Babelia y las revistas Ruta 66 y Efe Eme. Colabora también con un espacio musical en el programa A vivir de la Cadena SER. Es autor de los libros Acordes rotos y Martha. Cree en el verso de Bruce Springsteen: "Aprendimos más con un disco de tres minutos, que con todo lo que nos enseñaron en la escuela".

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Martha. Música para el recuerdo

“Un accidente de tráfico y sus consecuencias despiertan en Javi, un periodista inmerso en la crisis del sector, un torrente de recuerdos y sensaciones que le conducen a su juventud, a esos veranos en el pueblo con sus amigos, al descubrimiento del amor y de esas canciones que te marcan de por vida. Un canto al rock, a la amistad, a la integridad ética y al amor puro”


Fernando Navarro

Acordes Rotos. Retazos eternos de la música norteamericana.

Acordes Rotos. Retazos eternos de la música norteamericana repasa el siglo XX estadounidense a través de las historias de más de treinta artistas, claves en el nacimiento y desarrollo de los estilos básicos de la música popular. Un documento que tiene en cuenta a músicos esenciales, que dejaron un legado inmortal sin importar el éxito ni el aplauso fácil.

Vuelve el rock corpulento de Gov't Mule

Por: | 29 de octubre de 2009

Gov't Mule acaban publicar By a Theard, un nuevo álbum de rock and roll, en su absorbente rollo de jam band. La revista Ruta 66 les dedica su portada del mes de noviembre e incluye una entrevista con el líder del grupo Warren Haynes. Como se asegura en el interior de sus páginas: los chicos de Nueva York “se reencuentran con sus fans de siempre, ávidos de ese rock corpulento y dado a los estiramientos musculares".

De alguna manera, Gov't Mule son unos clásicos en vida. En 1997, debido a que los Allman Brothers estaban parados, Warren Haynes (voz y guitarra) y Allen Woody (bajo) lo dejaron para concentrar todo su tiempo en Gov't Mule, junto con el baterista Mat Abts. Ahí es nada. De los mismisimos Allman Brothers.
Con la repentina muerte de Allen Woody en el año 2000, la banda empezó a contar con numerosos bajistas de lujo invitados durante sus giras y colaboradores del mismo calibre en los teclados o los vientos. Todo para ofrecer música que incendia el cuerpo.
Lo suyo es rock telúrico siempre bebiendo del sur. Un torrente.


Preciosa soledad con Richmond Fontaine

Por: | 26 de octubre de 2009

Desde que me arrimé a Richmond Fontaine con su disco The Fitzgerald, tengo cierta conexión especial con esta banda de Oregon. Es un sentimiento bastante extraño, medio etéreo, medio irreal. Ese álbum, pese al ambiente sombrío que respiran varios temas, llegaba a algo muy profundo de mi existencia. Me sucedió aún más con Thirteen Cities, que viajaba por cierta soledad requerida en diversos momentos, una soledad como necesaria, como muy propia.

Leo con interés la entrevista que Eduardo Guillot hace a Willy Vlautin, líder del grupo, en la revista digital Efe Eme. Y me quedo con la siguiente respuesta de Vlautin: “La mayoría de mis canciones son mitad verdad y mitad mentira. Siempre ha sido así, es mi modo de escribir. Deseo contar la verdad, pero me resulta más fácil hacerlo a través de una historia, y la historia suele ser siempre algo que creo a partir de la ficción, aunque esta vez he tratado de escribir de una manera más directa. Canciones como ‘The boyfriends’, ‘We used to think the freeway sounded like a river’, ‘A letter to the Patron Saint of Nurses’ o ‘Two alone’ son más o menos verdaderas. Mi madre falleció mientras estaba de gira con “Thirteen cities” y cuando regresé a casa empecé a escribir de manera diferente. Por eso traté de hacer canciones de amor. Su pérdida puso las cosas difíciles durante una temporada. Lamentaba su ausencia, y al mismo tiempo me daba cuenta de que era la última familia real que me quedaba, aparte de mi hermano, con el que no me llevo bien. Me sentí solo”.
Escuchado su último trabajo, We used to think the freeway sounded like a river, se toca con las manos esa soledad. Pero, como he dicho antes, me recuerda al mismo raro retiro que ofrece su mejor música folk, entre la austeridad y la belleza. Sinceramente, a pesar de perder a su madre, considero que Vlautin rastrea la misma carretera secundaria entre la pérdida y el deseo, la desolación y el rumbo. No ofrece nada tremendamente novedoso, pero es que los tragos del mismo licor añejo siguen necesitando de nuestro paladar, a modo de refugio, y sabiendo igual de patéticos y dignos al mismo tiempo. Vlautin es un experto en poner su folk-rock al servicio de nuestra introspección.
Espero que no os moleste que os haga un último apunte personal. Richmond Fontaine empiezan hoy gira por España. Y de ellos, precisamente, hablé ayer en el programa, A todo Madrid, de esRadio. No será la única vez que hable de música en esta emisora. Gracias a Nuria Richart, a la que tengo un gran aprecio profesional y personal, lo haré todos los lunes a partir de las 13.00 horas. Nuria, presentadora de A todo Madrid, me ha invitado a su espacio, a su casa, y me ha pedido que haga lo que más me gusta: hablar de música. Con total libertad. Con absoluta confianza en lo que quiera pinchar. Un lujo en estos tiempos. Así que recomendaré discos y conciertos en su programa todos los lunes como ayer hice con Richmond Fontaine. Un auténtico placer que sólo quiero compartir y agradecer en esta ruta sonora a Nuria.


Estas son las fechas de la gira española de Richmond Fontaine durante octubre:
Martes 27. Madrid. Sala El Sol.
Miércoles 28. Valencia. Matisse.
Viernes 30. Bilbao. Kafé Antzokia.
Sábado 31. Barcelona. Sala Zac.

La larga peregrinación de Dayna Kurtz

Por: | 23 de octubre de 2009

La sección "Parada para repostar" se detiene hoy con una cantante descomunal, una artista de los pies a la cabeza, que para este escribiente es de lo más interesante y gratificante del panorama norteamericano. Hablo de Dayna Kurtz. Pero será mi compañero Héctor G. Barnes quien escriba y nos cuente las bondades musicales de esta mujer. Muchos compañeros de profesión me dicen que Héctor, redactor de Ruta 66, es una de las mayores promesas del periodismo musical de este país. Sinceramente, yo creo que no tiene nada de promesa: directamente, es una realidad. Pese a su juventud, Héctor ha demostrado en diversas publicaciones y con acertado criterio que hace tiempo dejó de ser una promesa. Disfruten de su texto sobre la estupenda Dayna.
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Hay cantantes cuyas voces parecen surgir directamente del suelo del lugar en que nacieron, y hay otros que, sin embargo, dan la impresión de haber nacido lejos de su verdadero hogar, obligados a peregrinar hasta encontrar el paisaje donde se pueda reflejar su voz. Este último podría bien ser el caso de Dayna Kurtz, cuya garganta de contralto probablemente sonaba fuera de lugar entre las paredes de los clubs de su New Jersey natal. Una de las paradas de ese largo viaje que emprendió hace años la ha llevado recientemente a pasar por nuestro país para ofrecer un puñado de conciertos, y fue entonces cuando el compañero Esteban Hernández y el que aquí firma tuvieron el placer de entrevistarla para la revista Ruta 66.
De entrada, uno se topa con una mujer relajada, afable y campechana, lejana de la imagen que uno podría tener de alguien que cantaba “he hecho el amor con un ojo puesto en la puerta, he abandonado habitaciones sin nada que decir” en aquel «Love Gets in the Way», probablemente aún a día de hoy sea su canción señera. Horas después, ofrecerá un concierto memorable en la sala Caracol, acompañada por Blue Mountain, otro de esos grupos que si no hubiesen existido, la propia ribera del Mississippi los hubiese inventado, autores de un sensacional disco de la primera ola del americana como es Home Grown. Asistimos a uno de esos momentos irrepetibles que hacen a uno seguir prefiriendo la música en vivo a cualquier reproducción plastificada: casi al final, una Dayna empujada por el fervor del público enseña a la banda cómo tocar «Joy in Repetition» y juntos, se lanzan a una versión sin red de seguridad, que en su fragilidad, continuamente al borde del colapso, termina erigiéndose como un monumento al riesgo musical.
La carrera de Kurtz da comienzo a finales de los años noventa con un directo llamado Otherwise Luscious Life en el que ya aparecían alguna de las canciones claves de su repertorio, como «Fred Astaire» o «Postcards from Downtown», que daría título a su primer disco en estudio, el que la descubrió al público español y que sigue siendo lo mejor que ha grabado nunca. Las comparaciones comienzan a aflorar: canta jazz como Billie Holliday, su falsete recuerda a su querido Jeff Buckley, a ratos podría ser el primer Tom Waits. En realidad, y a diferencia de otras cantantes con las que fue relacionada en un primer momento, como Norah Jones (¿qué fue de ella?) respetuosos con el género, el espíritu de Dayna la hacía desviarse de los caminos habituales y hacer que una canción que daba comienzo en un lugar determinado te terminase llevando a otro muy distinto. Eso ocurría, por ejemplo, con «Paterson», que en principio respetaba la tradición americana de la huida del pequeño pueblo rural para terminar como una melancólica tarantela napolitana.
Hubo una temporada en que todos los caminos parecían llevarla a Europa, no sólo por esa querencia tan propia del viejo continente hacia lo vanguardista (Dayna giró por aquí con el trío avant-garde Tarántula), sino también por las propias versiones que aparecían en Beautiful Yesterday (2004), como aquel «Those Were the Days» que muchos recordarán de la película Zorba el griego, con Anthony Quinn, o la adaptación de otro americano de sensibilidad transatlántica como es el «Everybody Knows» de Cohen.
Sin embargo, Dayna comenzó a cambiar de rumbo con Another Black Feather (2006), un disco que parecía devolverle la preocupación por su país, debido tanto a los atentados del 11-S como a la catástrofe de Nueva Orleáns. A Dayna se le iluminan los ojos cuando se le habla del sur americano: “su gente es lo mejor de este país, me siento profundamente conectada con el sur. Cada vez que bajo y paso por Carolina, siento como si estuviese en otro país”. Pero todavía había en ese disco caminos secundarios que le llevaban, aunque fuese en sueños, a lugares insospechados, como en «Venezuela», canción que, por cierto, fue interpretada por la autora junto a Enrique Bunbury en un concierto en el Puerto de Santa María.
Ahora vuelve, tras unos años de relax en los que sólo se ha asomado por el recomendable Mmm… Gumbo de Room Eleven, con un disco de inequívoco título, American Standard. Nos encontramos, por fin, en tierra de William Faulkner y Flannery O’ Connor, paisajes de frondosos campos bañados por la mortal luna llena, pero también en el paisaje evocado por Elliott Smith y Replacements (la motivación para registrar “Here Comes a Regular” ha sido regalársela a su marido). Ya no hay emigraciones a otros continentes, ni postales a Europa, sino una escapada a las tierras más contradictorias de su propio país. Ante la pregunta definitoria, un poco tramposa, de si se quedaría con Jacques Brel o con Hank Williams en una hipotética disyuntiva, sonríe y, sorprendentemente, sin dudar ni un segundo, suelta: “Hank, por supuesto. Soy americana, no entiendo qué canta Brel la mayor parte del tiempo.” Bienvenida a casa.


Texto: Héctor G. Barnes, redactor de Ruta 66.

De cómo The King birla un concierto al Boss

Por: | 20 de octubre de 2009

En 1973, después de ser telonero del grupo Chicago, un joven Bruce Springsteen tomó una de sus primeras decisiones artísticas. Tras abrir diez conciertos para ellos en una gira de primavera, decidió que nunca más haría de telonero de nadie. La experiencia fue tan horrible que, años después, el cantante aseguró a la revista Crawdaddy que si hubiese seguido actuando en grandes estadios como telonero de grandes grupos se hubiese vuelto loco. No llevaba bien Springsteen ser el segundon de nadie.
Desde entonces, a ver quién es el bueno que toca después de él. Springsteen no ha hecho otra cosa que alargar su figura como un animal del directo. Una anécdota conocida se dio en los conciertos antinucleares No nukes, celebrados en el Madison Square Garden de Nueva York, que se convirtieron en una de las más claras demostraciones del brutal directo de la E Street Band al completo.
Corría 1979 y, tras tomarse un descanso en la grabación The river, Springsteen y los suyos participaron junto a Tom Petty, Doobie Brothers, Bonnie Riatt, James Taylor o Crosby, Stills & Nash. La apabullante fuerza en escena de Bruce canalizó todo y dejó a los presentes patas arriba. Graham Nash aseguró que había aprendido la lección de no tocar nunca más en un concierto con Bruce Springsteen. En la retransmisión televisiva, sólo había que ver la cara del resto de músicos mientras Bruce, subido al piano, y la E Street Band estallaban con <<Rosalita>>. No había manera de hacerles sombra.
Hasta hoy. Sólo tenéis que ver el siguiente vídeo. Fecha: 19 de febrero de 2009. Lugar: Chicago. The King, el rey, le quita todo el protagonismo al Boss, el jefe. Ver para creer. Genio y figura este tipo. Y Springsteen acaba diciendo: “Elvis has left the building”. Que viene a ser en una traducción especial: “Vete ya tronco, que me birlas el concierto”.


Y ya en otro tono. Hablamos de cómo abrir un concierto también en The Spectrum de Filadelfia. Ya se podía haber tocado este temazo en su gira por España. <<When you walk in the room>>

Nirvana, la última leyenda del rock

Por: | 18 de octubre de 2009

Reconozco que el grunge nunca llegó a engancharme. De hecho, reconozco que me ha resultado bastante pesado buena parte de mi vida. Si hoy tengo que recuperar un disco de grunge, me da una pereza tremebunda. Nunca conecté con el género, pese a que me empapé de los discos de Nirvana y Soundgarden mientras leía Historias del Kronen en la universidad, pero para entonces el grunge ya estaba muerto y, supongo, yo llegaba tarde y mal a algo que pasó demasiado rápido y estaba condenado a no dejar huella en mí.
Sinceramente, cuando todo el mundo habla del grunge de los noventa, a mí, inconscientemente, me vienen a la mente los sonidos del rock alternativo norteamericano de aquellos años noventa surgidos de bandas como Bottle Rockets, Uncle Tupelo, Whiskeytown, Jayhawks… Me resultan mucho más reconfortantes.
Pero no por ello quito ni un poco de transcendencia a lo que supuso el grunge para la industria discográfica y el panorama de la música mundial. Puso patas arriba muchas cosas. A partir de aquí, recomiendo el muy interesante artículo publicado por EP3 el pasado viernes bajo la firma de Keith Cameron, titulado La última leyenda del rock, ahora que se cumplen 20 años de la publicación de Bleach, el primer álbum de Nirvana. Las raíces del grupo de Aberdeen nos ayudan a entender un poco más de aquel seísmo y observar que Corbain y compañía contaban con todos los alicientes propios de las mejores historias del rock’n’roll. No se puede negar que existía el aura en su obra. El artículo comienza así:


"La pequeña casa de madera del 4.230 de Leary Way NW, en un barrio residencial de Seattle, no parecía el centro de una revolución. Pero un letrero confirmó a un veinteañero Kurt Cobain que era Reciprocal Recording. Aquí los grupos locales Green River y Soundgarden grabaron, para el sello indie Sub Pop, sus primeros discos, piedras angulares del estilo que cambió la música del final del siglo XX. El 23 de enero de 1988, Jack Endino, productor de esos discos, tenía un compromiso: grabar una maqueta para unos chicos de Aberdeen, un sombrío y aislado puerto maderero de 16.000 habitantes a 133 kilómetros de Seattle, en la costa del Pacífico. Uno de ellos, Cobain, había llamado para reservar diciendo que era amigo de Dale Crover, de The Melvins, quien tocaría la batería. The Melvins era el único grupo de renombre que había salido de Aberdeen, y a Crover se le reverenciaba. Por él, Endino aceptó la reserva, por lo demás poco prometedora. La banda ni tenía nombre.
En cuanto empezaron a trabajar, Endino se dio cuenta de tres cosas. La primera, lo alto que era el bajista Chris Novoselic (no empezó a llamarse a sí mismo Krist hasta 1993). La segunda, lo serio que era el cantante y guitarrista Cobain. Parecía muy joven, era muy tímido, y no daba muestras del típico ardor de las estrellas de rock. Pero claro, Nirvana venía del quinto pino. Si Seattle estaba aislada, Aberdeen estaba fuera del mapa. "Eran ingenuos y no se lo tenían muy creído", dice Endino. "Un grupo que crece en una zona rural, no recibe ningún refuerzo positivo por lo que hace. No hay bares donde tocar, ni conciertos, ni público; tienen que disfrutar de verdad y ser muy decididos". La tercera observación de Endino se produjo más o menos a los 71 segundos de empezar a grabar la voz de Cobain en una canción llamada If you must. "¡Vaya!, pensé. Este tipo tiene un grito genial, algo muy valioso en el rock and roll". En ese momento, nadie imaginaba hasta qué punto”.
(Continuar leyendo en EP3)
Sin duda que nadie lo imaginaba, pero el grito genial se ahogó precipitadamente. La historia es por todos conocida. Tal vez, el grunge, como tantas cosas, nació con una marca de caducidad muy temprana. Según algunos amigos y compañeros de profesión, directamente, nació muerto. Y es cierto que, a veces, la propia vida te marca algunos síntomas. Al menos, así lo he visto en mis círculos cercanos.
Javi, un amigo del lugar donde yo veraneaba todos los años, fue la primera persona que vi que llevaba puesta una camiseta con el rostro de Kurt Kobain. Vestía aquella camiseta como un acto de identificación personal. Han pasado algunos años desde entonces y este pasado verano me encontré con Javi en unas fiestas. Como una copa de más ayuda a soltar la lengua, le pregunté por aquella camiseta, reconociéndole que desde que tengo uso de razón siempre le he asociado con Nirvana. A veces, pasa que asocio algunas personas con determinados grupos o canciones. De alguna manera, le vine a decir, que si no la llevaba, al menos la tendría guardada por el recuerdo. Vestido con camisa, me aseguró con mucha claridad que ni rastro de aquella prenda, que hacía mucho tiempo que no escuchaba nada de Nirvana y que el grunge “estaba pasado de moda”.
Tal vez, ese fue el verdadero mal de una música que llenó portadas: nació para estar pasada de moda. Puede que Kurt Cobain fuera el primero en darse cuenta. Como os he dicho, nunca he conectado con el grunge, pero valga esta ruta norteamericana para rendir homenaje a la trágica figura de Kurt Cobain. Todavía se me ponen los pelos de punta cuando oigo hablar de su testamento citando los versos del <<Hey, Hey, My, My>> de Neil Young. Antes de su suicidarse dejó escrito al final de su carta: “Y recordad que es mejor quemarse que apagarse”. RIP.


La imagen del rock en LIFE y Ed Sullivan Show

Por: | 15 de octubre de 2009

El protagonismo de este viaje hoy lo tiene la imagen. El poder de la imagen. Mi buen compañero de Ruta 66, Juan Antonio Hidalgo, nos ha hecho llegar un enlace de lo más interesante. A través de un correo electrónico que manda a la gente de la redacción nos cuenta que la revista LIFE, que dejó de publicarse no hace demasiado tiempo, vuelca sus archivos fotográficos y ha organizado una galería de imágenes seleccionadas sobre los "40 invitados de lujo en el show de Ed Sullivan". De Dylan a Elvis, pasando por los Stones o la factoría Motown en su mejor momento. Como él dice: "Un lujazo".

La mayoría de vosotros ya conoceréis la revista LIFE, uno de los grandes símbolos del periodismo estadounidense del siglo XX. Una referencia absoluta del fotoperiodismo. De hecho, entre sus colaboradores, estuvo Robert Capa. Es un buen momento para recordar esta publicación que ahora se mueve por los mares digitales, lejos de sus años dorados cuando medio país devoraba sus grandes y lujosas imágenes que definían épocas. De alguna manera, LIFE ha sido a la imagen como New Yoker a la palabra.
La galería de imágenes del programa de Ed Sullivan es, como bien definía Juan Antonio, un lujazo. El show de Ed Sullivan fue otro de los grandes espectáculos norteamericanos por donde pasaron todo tipo de artistas y personajes, con entrevistas memorables y actuaciones antológicas.
Una fotogalería que puedes consultar en este enlace de la revista LIFE.
(((ENLACE BUENO)))
Cuando viví en Nueva York conocí a una adorable anciana neoyorquina que había sido trabajadora de la CBS durante años. Estaba jubilada pero mantenía un espíritu joven, igual se pasaba horas enseñando inglés a los inmigrantes como se plantaba la primera en Union Square para protestar contra el Gobierno de George W. Bush.
Un día me invitó a comer en los estudios de la CBS. Después de un buen recorrido, me dio un pase gratuito para el gran Museo de Televisión y Radio de la calle 52, que guarda un archivo de decenas de miles de emisiones. Allí, se pueden seleccionar hasta cuatro programas a la vez y verlos en un aparato de vídeo.
Bueno, me senté tranquilamente, recostado en una buena silla, y lo primero que visioné, previa solicitud, fue el siguiente programa enterito del show de Ed Sullivan. Era una cuestión personal. Mi sorpresa fue mayúscula. Ed Sullivan no aparecía y pensé que sería normal que invitados de lujo le sustituyesen y presentasen el programa. Luego, me enteré que ese día Sullivan no pudo hacer el programa por un accidente. Tampoco me importó. Allí, frente a la cámara, antes de la aparición de Elvis, estaba todo un Charles Laughton, mi querido Laughton. ¡Madre mía! Las musas se encontraron ese día. La sonrisa de Laughton era rock en estado puro.
Dicen que Sullivan había dicho que el tal Presley no saldría nunca en su programa. Su música, eso del rock, no estaba muy bien visto allá por septiembre de 1956. Y Sullivan no era una excepción en el mundo adulto. Pero Elvis apareció, y con ese “Thank you, Mr. Laughton”, seguido de un “Wow”, dio las gracias y aseguró que era el mayor honor de su vida estar allí. Y se encendió la mecha en el programa más visto de la televisión estadounidense. El rock ya tenía un rostro. La imagen dio la vuelta al mundo hasta nuestros días.


Y la mecha corrió más rápido que los tiempos. Apenas un mes después, en octubre, Elvis regresó al show de Sullivan, que ya veía que eso del rock pegaba con fuerza. Los buenos modales, lo recatado, desaparecían. En esta segunda aparición, Elvis y el rock tenían la palabra.

Un Premio Nobel de Música

Por: | 13 de octubre de 2009

Todavía resuena el eco del recién otorgado Premio Nobel de la Paz al recién llegado presidente de Estados Unidos, Barack Obama. Apenas lleva diez meses en la Casa Blanca, pero, ya sabéis, la atracción por el cambio que representa el primer presidente negro de la primera potencia mundial ha conseguido persuadir al prestigioso Instituto de Noruega que da los galardones con más impacto mediático del año. Un fallo que fue tan sorprendente como polémico.
Para unos, Obama como Premio Nobel de la Paz es una tomadura de pelo. Para otros, Obama como Premio Nobel de la Paz es el reconocimiento a un cambio fundamental hacia el diálogo y la cooperación en la política planetaria. Javier Valenzuela, una de las firmas más interesantes de El País para este redactor, llegaba el pasado viernes a la redacción y nos comentaba que tenía un artículo que defendía la concesión del premio y su lógica.
Titulado Recompensa a una nueva visión del mundo, se podía leer: “ha cambiado radicalmente la música y la letra de la política internacional norteamericana. Y en un sentido que no puede ser más grato para los oídos de los escandinavos, los europeos y, en general, la mayoría de los habitantes del planeta”.
Bien, a mí las concesiones de los premios siempre me han parecido irregulares, tan justas unas veces como injustas otras, y en esta ocasión, puestos a mojarme, considero que es prematuro. La anticipación como gesto puede acabar por desvirtuar el reconocimiento en sí a toda una labor o carrera que supone este premio. Creo yo que, por ejemplo, era un buen año para dárselo a Vicente Ferrer. Aunque, claro, si uno se pone a mirar reconocimientos anteriores da grima y se agradece que caiga en un tipo como Obama. Pensar que lo obtuvo Henry Kissinger es de locos.
Todo esto me hizo pensar, una vez más, en eso que se dice que es un deseo en algunos círculos de los amantes al rock norteamericano: Premio Nobel de Literatura para Bob Dylan. ¿Sería justo? ¿Injusto? Lo único cierto es que la polémica no sería menor que la del Nobel a Obama. Servidor, a decir verdad, le llegaría más que el actual premio a Herta Müller, más que nada porque desde pequeño me empapé de las letras de Dylan y de la señora Müller no conocía ni referencias básicas. Pero eso, por supuesto, no dice nada más que haría bien en empezar a leer obras de la escritora alemana.
¿Para cuándo un Premio Nobel de la Música? Es estúpido, lo sé, pero por qué no. Tal vez, sea interesante leer al respecto el repotaje escrito por Javier Sampedro, Los olvidados de los Nobel. Al menos, daría a la música una transcendencia que muchas veces no tiene. También sería mucho más divertido para los que nos gusta la música. Sería un premio que no se fijase ni un poco en el éxito comercial. Sería aquel reconocimiento a una obra con aspiración artística, cultural, que ayude, como la mejor literatura, a explicar el alma humana. La música entendida como una expresión fundamental del hombre con sus inseparables dosis de atracción y buen estilo.
Os animo a pensar en un hipotético Premio Nobel de la Música. En esta ruta norteamericana, los primeros que me salen serían Bob Dylan, Elvis Presley o Louis Amstrong. Hay muchos, está claro. Y más si se sale uno del radar americano y salta continentes. Pero intentaré ser original, atendiendo a los sonidos de esta ruta. Se llama Muddy Waters y su labor es colosal. Parafraseando a Valenzuela, el señor Waters también “ha cambiado radicalmente la música y la letra” en este caso de la música norteamericana. “Y en un sentido que no puede ser más grato para los oídos de los escandinavos, los europeos y, en general, la mayoría de los habitantes del planeta”. Digo yo que esto gustara hasta en Estocolmo.


Nota al pie de página: Entiendo que el Premio Nobel tiene la condición de que el premiado tiene que estar vivo. En el caso del Nobel de la Paz, se lo hubiese dado a la organización de Vicente Ferrer, en homenaje a este último. En otro caso que nos ocupa, el hipotético Nobel de la Música, sólo juego con la idea de que hubiese existido. Muddy Waters, por todo lo que representa, debería, a mi juicio, tener uno. Pero si hay que dar un supuesto Nobel de la Música hoy en día, y centrándome en alguien representativo de esta ruta norteamericana, se me siguen ocurriendo varios. Se lo damos a toda una institución, que gira como el primer día y cuya obra es inmensa. B. B. King. Un premio a él y a un género trascendental.

Leo vía Efe Eme que los herederos de George Gershwin han autorizado a Brian Wilson, ex cantante y cabeza pensante de los Beach Boys, a que complete dos canciones inacabadas en las que Gershwin trabajaba en el momento de su muerte, en 1937. Al parecer, ambas formarán parte del nuevo trabajo de Wilson, precisamente un disco de versiones de Gershwin.
Según palabras del propio Wilson, “Gershwin básicamente inventó la canción popular, pero hizo más. Tenía un don para la melodía que nadie ha igualado, su música es intemporal y siempre accesible. Este es el proyecto más espiritual en el que nunca he trabajado”.
Sin duda, Gershwin ha sido uno de los grandes nombres que ha hecho avanzar el Great American Songbook. Glorioso fue el dúo que formó con su hermano Ira. Aunque casi todas las letras fueron compuestas por Ira, George dotó a las canciones de grandes invenciones armónicas y fue pionero en emplear ritmos y melodías del jazz en sus composiciones clásicas de marcado carácter absorbente. Hablamos de los años 20, de cuando en Broadway florecían los primeros maestros de las orquestas y óperas que luego influirían en generaciones de músicos desde Brill Building hasta el pop más delicado de la costa Oeste.
La conexión con Brian Wilson, otro maestro de los arreglos musicales, hacedor de un monumental trabajo como Pet Sounds, es más que interesante. Sirva esta ruta norteamericana para reconocer la labor de dos hombres que ahora están unidos por un disco, pero que por su cuenta, en épocas distintas, dotaron a la música popular norteamericana de un cuidado mundo compositivo. Wilson y Gershwin, unidos por el don de la melodía.
George Gershwin: <<Rhapsody in blue>>


The Beach Boys: <<Good Vibrations>>

Kris Kristofferson, o la canción crepuscular

Por: | 08 de octubre de 2009

Esta ruta sonora se detiene en un músico mayúsculo y lo hace gracias a la colaboración de un muy buen compañero de profesión, Javier Márquez Sánchez. La sección "Parada para repostar" cuenta en esta ocasión con una pluma con la que este escribiente siempre disfruta leyendo en Efe Eme, desde su época en papel. Javier Márquez, por cierto, acaba de publicar un nuevo libro: La fiesta de Orfeo. Se antoja más que interesante.
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Es difícil que a alguien no le suene la canción <<Me & Bobby McGee>>, pero es mucho más complicado encontrar a alguien que pueda citar a su autor. Kris Kristofferson iba para escritor y una mala noche en Nashville, Tennessee, encaminó sus pasos hacia la composición. Sus canciones triunfaron en otras voces y así consiguió su oportunidad para cantar. Pero como intérprete nunca ha sido convenientemente valorado. “¿Quién es ese otro de voz tan fea?”, preguntaba alguien a tenor de un disco de los Highwaymen, ese supergrupo de la música country que conformaron Johnny Cash, Willie Nelson, Waylon Jennings y Kristofferson. Él nunca fue tan popular como sus compañeros, aunque todos ellos grabaron sus canciones, algunos, como Nelson, discos completos.
Kris Kristofferson es uno de esos artistas malditos que tan de moda está reivindicar ahora, uno de esos perdedores de película de John Huston que, casi a punto de rozar el cielo, pierde pie y cae al vacío. Ese mismo tipo de personaje es el que protagoniza sus canciones, confesiones urbanas empapadas en alcohol y melancolía como <<Sunday morning coming down>>, <<Help me make it through the night>>, <<For the good times>> o <<Loving her was easier (Than anything I’ll ever do again)>>.
La época dorada del actor y cantante fueron los setenta y primeros ochenta. Elvis le facilitó el gran espaldarazo cuando rechazó el papel protagonista en Ha nacido una estrella, junto a la Streisand. Aquello puso de moda a Kris, que por entonces andaba agarrado a la estela de su mujer, Rita Coolidge, y sus canciones empezaron a perder chispa, daba la impresión de que ya no sabía por qué o a qué cantar. Después se metió en serio en política y sus creaciones tomaron vuelo, pero las administraciones Reagan y Bush respectivamente se encargaron de tirar con perdigones para que dicho vuelo fuese lo menos vistoso posible.
Tras ello, un largo silencio y una carrera cinematográfica irregular, donde se combinan papeles brillantes y películas mediocres. Y entonces, con el nuevo milenio, volvió. Sin dejar nunca de dar conciertos, en 2006 presentó un nuevo trabajo, This old road, cuyo tono crepuscular entronca con sus primeros discos y aquellas películas que hizo junto a Sam Peckinpah.
Es en esa línea en la que prosigue el trabajo que acaba de publicar, Closer to the bone. Producido una vez más por Don Was, su Rick Rubin particular, el disco apuesta por la austeridad musical al servicio de unas canciones guiadas por esa sabiduría otoñal que les otorga un barniz emotivo y en cierto modo inquietante. La voz de Kristofferson, siempre a un paso de quebrarse, empieza a sonar demasiado lúgubre en ocasiones. Pero que nadie se equivoque. A pesar del aire melancólico, este disco, como el anterior, es una obra optimista y vitalista, en la que el cantante recuerda a sus viejos amigos, declara su amor por sus hijos y agradece todas las cosas buenas que le han pasado en la vida.
Was ha intentado reproducir en el estudio el clima de los directos de Kristofferson, a los que suele presentarse acompañado tan sólo de guitarra y armónica. Aquí le arropan unos pocos músicos –geniales, por cierto-, pero de manera puntual y bien equilibrada.Para comprobarlo, basta echarle un vistazo al segundo disco que ofrece la edición especial, con ocho cortes -una pena que no sean más- de un recital en Dublín el pasado año.
Como uno de esos anti-héroes de Peckinpah, en la eclosión de la era digital, Kris Kristofferson sube a escena desnudo y sin artificios. Sólo él, sus historias y el oyente. Una experiencia íntima, cálida y altamente recomendable para el alma.


Texto: Javier Márquez Sánchez es subdirector de la revista Cambio16 y colabora habitualmente en Efe Eme, Esquire y Cuadernos para el Diálogo. Tras varias biografías musicales presenta estos días su primera novela, La fiesta de Orfeo.

Un buen vino con Buddy & Julie Miller

Por: | 06 de octubre de 2009

Reconozco que en esta ruta llevo un retraso importante de discos a comentar. Van pasando varios que son muy interesantes pero no encuentro el tiempo para hablar de ellos en este blog. Estos días he recuperado uno que ya empezó a sonar antes del verano y que con el tiempo ha ido creciendo. Hablo de lo último del imprescindible Buddy Miller.
Después de años dedicado a la faceta de guitarrista y productor, Buddy Miller es considerado un músico en toda regla, uno de los grandes de la música norteamericana contemporánea. Sucede lo mismo con su esposa Julie que, pese a determinados achaques de salud, mantiene intacta su capacidad de despertar buenas emociones en el oyente.
Ambos han facturado este año un álbum magno, de muy buenos medios tiempos, Written in chalk (New West). Un disco que recoge una conexión emocional entre el matrimonio pero que sobre todo expone una palpitación humana. Y además por sus piezas pasan nombres como Levon Helm, Matt Rollings y el gran Larry Campbell. Sin apenas nervio rock (y Buddy es muy capaz de conseguirlo), es un trabajo para degustar en calma, reposarlo como un buen vino.


El País

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