La Ruta Norteamericana

Sobre el blog

Viaja por el pasado, el presente y el futuro de la música popular norteamericana. Disfruta del rock, pop, soul, folk, country, blues, jazz... Un recorrido sonoro con el propósito de compartir la música que nos emociona.

Sobre el autor

Fernando Navarro

. Redactor de El País y colaborador del suplemento cultural Babelia y las revistas Ruta 66 y Efe Eme. Colabora también con un espacio musical en el programa A vivir de la Cadena SER. Es autor de los libros Acordes rotos y Martha. Cree en el verso de Bruce Springsteen: "Aprendimos más con un disco de tres minutos, que con todo lo que nos enseñaron en la escuela".

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Martha. Música para el recuerdo

“Un accidente de tráfico y sus consecuencias despiertan en Javi, un periodista inmerso en la crisis del sector, un torrente de recuerdos y sensaciones que le conducen a su juventud, a esos veranos en el pueblo con sus amigos, al descubrimiento del amor y de esas canciones que te marcan de por vida. Un canto al rock, a la amistad, a la integridad ética y al amor puro”


Fernando Navarro

Acordes Rotos. Retazos eternos de la música norteamericana.

Acordes Rotos. Retazos eternos de la música norteamericana repasa el siglo XX estadounidense a través de las historias de más de treinta artistas, claves en el nacimiento y desarrollo de los estilos básicos de la música popular. Un documento que tiene en cuenta a músicos esenciales, que dejaron un legado inmortal sin importar el éxito ni el aplauso fácil.

Larga vida a Tom Petty

Por: | 27 de febrero de 2010

Haga buen tiempo o llueva a raudales, esta primavera ya es motivo de alegría. Tom Petty and The Heartbreakers han anunciado la edición de su primer disco en ocho años, bajo el sugerente título de Mojo. Al nuevo álbum le acompañará una gira por Estados Unidos que contará con invitados como Joe Cocker, Drive-By Truckers, ZZ Top, Crosby, Stills & Nash y My Morning Jacket.
Es curioso. Coincide que me entero de esta noticia por la revista Efe Eme sólo más acabar de leer la entrevista que el último número de la edición española Rolling Stone publica con Tom Petty, que habla de su carrera profesional y la majestuosa caja Live Anthology que acaba de salir al mercado.
Es muy recomendable la entrevista. En ella, Petty se refiere a los Heartbreakers como su “verdadera familia” y los define como un grupo de garage. Asegura que la banda en sus orígenes, versionando temas de Rolling Stones o Animals, era garage y a partir de ahí han aprendido otros estilos, aunque la esencia inicial permanece.
También habla maravillas de todos los miembros de los Heartbreakers, y especialmente de Mike Campbell, que tiene un oído de oro y ha sido hasta el técnico de Full Moon Fever. No es para menos. Considero que el amigo Campbell es como un Little Steven para Springsteen, es decir, un escudero maravilloso.
Y no puedo dejar de recordar la declaración sobre el rock’n’roll que hace Petty. Asegura que ya en los ochenta era muy triste ver cómo “el rock se disparó en el pie”. A él y su banda, la compañía les pedía las canciones que se llevaban en la MTV, y entonces Petty se quedó “sin habla” mientras a “la gente le daban mierda de comer y estaban contentos con ello”.
Señores, no me cabe la menor duda que Mojo una vez más, como se demuestra sin ir más lejos en el último Live Anthology, está lejos de esa dieta televisiva y ejecutiva que dispara con fuegos de artificio. Larga vida a Petty y sus Heartbreakers. Porque es para estar felices. Así suena el tema de adelanto, <<Good Enough>>, de Mojo.


La levedad de Patty Griffin

Por: | 24 de febrero de 2010

Es una de las grandes novedades de lo que llevamos de 2010. Su título: Downtown Church (Credential Recordings / EMI). Su autora: una mujer de 24 kilates llamada Patty Griffin.
Musa del folk rock de Estados Unidos, Griffin es una de las cantautoras más personales y recomendables de la música popular norteamericana. Guarda momentos espectacularmente simples y bellos como los que, por ejemplo, se recogían en su anterior trabajo: Children Running Through. Ahora, acaba de marcarse un disco precioso, de un sencillo y arrebatador soul con 14 cortes que, en su mayoría, hechizan a las primeras de cambio.
Downtown Church está inspirado en el gospel, según su autora, y está grabado en el interior de una iglesia presbiteriana. Ciertamente, guarda resonancias profundas y con la suave y sugerente voz de Griffin se alcanza una atmósfera melancólica, confortable, idónea para recrear la mente. Y eso que es una obra que pica de todas partes. La mayoría de los temas son canciones tradicionales, más alguna versión como ese <<Heart House of Gold>> de Hank Williams o el <<I Smell a Rat>> de Leiber&Stoller. Pero es el nervio tranquilo, premeditadamente reposado de Griffin lo que marca el disco. Es el aspecto espiritual la verdadera seña de identidad de la cantante.
Además, el disco está bendecido. Cuenta con la producción de Buddy Miller, que también participa con su certera visión musical en algunos cortes y en estas fechas se encuentra girando con ella por EE UU. También hay otros colaboradores de lujo como Emmylou Harris, Julie Miller, Regina y Ann McCrary que regalan importantes momentos de delicado gospel.
Patty Griffin ha vuelto a hacerlo. No hay nada de malo en sentir la levedad de la vida en una canción.


Esencia de blues rock con The Steepwater Band & Marc Ford

Por: | 22 de febrero de 2010

Si alguna vez alguien te pregunta dónde encontrar buen rock hoy en día, de ese que remueve las entrañas, puedes responder sin riesgo a equivocarte: The Steepwater Band & Marc Ford. Esencia pura de blues-rock con el baluarte de Ford.
La Steepwater Band es garantía segura sobre un escenario. No es rollo americana al uso, más bien, como apuntan los medios estadounidenses, es “heavy americana”, por esa fuerza natural con la que expresan su apasionado gusto por las raíces. Respiran un aire de banda de los 70 pero sin nostalgia, con pundonor y magisterio. De alguna manera, la habilidad del trío de Chicago, meca del blues eléctrico de herencia de Muddy Waters, James Cutton Cotton o Little Walker Walter, esa onda de espectro sonoro, amplificado, machacón y absorbente, con grandes guitarras y contundentes bajos. Si te gusta Marah o Drive By Truckers, imposible que este grupo te deje indiferente. Vienen a presentar su disco Grace & Melody.
Y Marc Ford no es tampoco recién llegado. Estuvo en discos con los Black Crowes tales como Southern Harmony & Musical Companion, Amorica y Three Snakes & One Charm, verdadera canela de guitarras y actitud. Lo de Ford es compostura y destreza. En su disco en solitario Weary and Wired dio credenciales suficientes para postularse como una de las bazas más importantes del rock’n’roll originario de estos días. Ahora, el guitarrista de California, sin perder nunca el mejor punto que le dio su paso por el rock de los Cuervos, se embarca en este proyecto con previsiones de auténtico sabor a inolvidable.
Como bien señala Manel Celeiro, redactor de Ruta 66, sobre esta gira: “Prometen conciertos de larga duración, entre 2h:30- 3 horas. Con una primera parte con los de Chicago encima de las tablas y una segunda parte más extensa con Marc Ford como invitado especial. Estamos, sin duda alguna, ante una de las presentaciones más excitantes que se pueden ver actualmente sobre las tablas de un escenario. Apunten las fechas en la agenda y no falten. Se arrepentirán en caso de no estar presentes”.


GIRA
25/02 Bilbao, Kafe Antzokia

26/02 Madrid, sala El Sol

27/02 Gijón, Acapulto (El Casino)

28/02 Vigo, La Fábrica de Chocolate

02/03 La Coruña, Mardigras

03/03 León, El Gran Café

04/03 Zaragoza, La Casa del Loco

05/03 Valencia, Durango Club

06/03 Barcelona, La 2 de Apolo

07/03 Girona, La Mirona



Robert Johnson, la leyenda blues del profundo sur

Por: | 21 de febrero de 2010

Recupero para este blog la segunda entrega de la sección Forajidos para la revista Efe Eme.
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–¿No va a usar la historia, señor Scott?

–No, esto es el Oeste, si la leyenda se convierte en un hecho, publica la leyenda.

“El hombre que mató a Liberty Valance” (”The Man Who Shot Liberty Balance”, 1962), dirigida por John Ford.



La leyenda dice que Robert Johnson vendió su alma al diablo en un cruce de caminos (”crossroads”) a cambio de aprender los secretos del blues. Al parecer, después de aquella medianoche, aquel músico rudimentario regresó a los tugurios y salas de actuaciones convertido en un maestro, con un estilo de guitarra que dejó boquiabiertos a propios y extraños mientras la agonía formaba parte de sus historias cotidianas, retratos de un negro del sur estadounidense que huía de su pasado y de su presente, camino de ninguna parte. No hay hechos que lo confirmen, pero poco importan los hechos en el Oeste y, en definitiva, en Estados Unidos, un país que necesitó ya en el siglo XIX registrar su historia temprana a partir de la mitología nacional con el objetivo de reforzar la tambaleante unión de sus numerosos Estados.
El misterio ha girado siempre en torno a la figura de Robert Johnson, el bluesman que sintetizó los sonidos originales del Mississippi. Al igual que nadie puede decir con precisión dónde nació el blues, aunque los datos de los musicólogos sugieren que fue en algún lugar del vasto territorio que se extiende desde el interior de Georgia y el norte de Florida hasta Texas, donde esclavos negros del algodón cantaban sus penas o alegrías en las plantaciones; tampoco nadie puede decir con precisión cómo Robert Johnson aprendió a tocar la guitarra y a hacer sucumbir al oyente con sus amores de paso, sus historias de hechizos o su tristeza masticada.
Los pocos datos que se conocen de su vida ilustran, eso sí, al prototipo de hombre negro del sur, con fuertes raíces africanas, castigado por su condición en tierra del Nuevo Mundo y sin más esperanzas de futuro que los sabores del sexo o el alcohol. Nacido en 1911 en Hazlehurst, localidad rural del Mississippi, lo más normal es que Robert Johnson vendiese su alma al diablo por llegar a ser algo en la vida. Sin un padre en casa, que según algunas biografías tuvo que huir del hogar porque unos terratenientes blancos querían lincharle, y en pleno corazón del Black Belt (cinturón negro), donde se concentraba desde la creación del país la mayor población esclava de EE UU, se casó joven, a los 18 años, como tantos en esa hacienda. Pero su mujer murió al año siguiente mientras paría. Tal vez, por todas esas cosas, no buscó solo refugio en el blues, más bien buscó su manera de existir.
Johnson, que aprendió a tocar atendiendo a dos pioneros como Son House y Willie Brown, representó al músico forastero, el ideal de cantante de blues. Su motor de vida era ser libre para ir de aquí para allá, viviendo desahogadamente cuando corrían buenos tiempos y trabajando cuando éstos eran duros. Se trataba de vivir, por lo general, tan bien como se podía y marcharse del lugar cuando se sentía insatisfecho o descontento. Como asegura David Evans en el magnífico libro “Nothing but the blues”, evitaba estar unido a la tierra, como otros trovadores del blues, ya que significaba una pérdida de movilidad y aceptación social. El músico prefería cantar y tocar a cambio de propinas en las esquinas de las calles, parques, trenes, barcos, salones de billar, bares, cafés, prostíbulos, fiestas particulares y espectáculos itinerantes. Era una vida peligrosa, pero mucho más gratificante e interesante que partirse la espalda bajo el sol.
Son muchas las historias que rodean esos viajes. La gente que estuvo con él dice que podía mantener una conversación en una habitación llena de personas mientras sonaba la radio de fondo, sin prestarle aparentemente ninguna atención, y al día siguiente tocar, nota por nota, cada una de las canciones que se habían emitido. También dicen que aparecía en algunas salas y con sus composiciones desgarradoras hacía llorar al público y, justo en ese momento, desaparecía en la oscuridad como si nunca hubiese estado allí. Otros simplemente le definen como un guitarrista brillante, el mejor guitarrista de blues de la historia, como afirmó muchos años después Eric Clapton, que bajo la influencia directa de su música le dedicó un homenaje en su disco “Me and Mr. Johnson”. Como músico errante y autodidacta, Johnson difundió el estilo picking que utilizaba todos los dedos de la mano derecha para tocar simultáneamente las cuerdas bajas acompañantes y un solo melódico sobre cuerdas agudas. Al mismo tiempo desarrolló el bottleneck, utilizando un cuello de botella roto para crear atmósferas. Sin embargo, Son House no le dio tanto crédito. Cuando le conoció, dijo, era un guitarrista del montón. Y es ahí donde nace la leyenda del diablo y el cruce de caminos y la fábula de su transformación.
El cruce de caminos (”crossroads”) forma parte de las creencias del hombre negro del sur estadounidense, herencia de los ritos africanos y una de las muchas señas de identidad de la población esclava en el continente americano. De África llegó la creencia en el conocido “hoodoo”, que viene a representar una especie de encantamiento que adquirió todo tipo de connotaciones en la cultura popular de los afroamericanos. Así, el “hoodoo man” era el brujo, el hechicero, con capacidad de crear sus conjuros de fortuna o desgracia, amor o desamor. Muchas canciones de blues de los años veinte y treinta se referían al “hoodoo”. Con esa voz apasionada, afectada por el día a día, el mismo Robert Johnson recoge todo tipo de referencias a este tipo de encantamientos. Entre todas las prácticas mágicas, se extendió que en el “crossroads” se podía invocar a los espíritus para conseguir conocimiento.
Según señala Theophus Smith en su libro “Conjuring Culture: Biblical Formations of Black America”, todo este tipo de creencias llegó a mezclarse con referencias bíblicas, propias de la tradición misionera española. Mientras la población negra identificaba el cruce de caminos como un ritual donde invocar a los espíritus africanos, la población blanca puritana lo identificó con el diablo. Y en ese crossroads se asentó la idea de que Robert Johnson adquirió su talento, más aún cuando en su escaso cancionero se hallan piezas hipnóticas como ‘Cross Road Blues’ o ‘Me and the devil blues’. Sin embargo, hay diversos estudios anglosajones y españoles, como el llevado a cabo por Héctor Martínez, miembro de la banda madrileña de blues de The Forty Nighters, que apuntan que el cruce de caminos del músico de Mississippi forma parte de una descripción del cantante Tommy Johnson, amigo del propio Robert, y de cómo antes existía un tema llamado ‘Sold it to the devil’, que interpretó en los treinta Black Spider Dumpling. A partir de ahí, unas versiones e historias de unos y otros han dado forma un aspecto legendario que recayó sobre Robert Johnson.
El propio bluesmen contribuyó con su muerte a dar más pólvora al reguero de su leyenda. Murió joven, a los 27 años, en un cruce de carreteras en Greenwood, Mississippi, después de ser envenenado por un hombre que pensaba que se lo estaba montando con su mujer, pero ni esto está confirmado. Los adoradores del misterio afirman todavía que se trataba del propio demonio. Se fue muy pronto, eso es cierto, pero el fuego de su mito queda avivado para siempre: nadie sabe dónde está su verdadera tumba y sólo se conservan un par de fotografías (la revista “Vanity Fair”, en un reportaje hace un par de años, constató una tercera imagen junto al cantante Johnny Shines).
Su historia, por tanto, crece a medida que pasa el tiempo y su música rasga el alma como el primer día. Muy pocos artistas están cubiertos por el manto de auténtica leyenda como Robert Johnson, un músico genial, arquetipo del cantante blues del profundo sur. Incluso él, que aparece en las tres imágenes que se le atribuyen con sus largos dedos agarrando su vieja guitarra, dejó escrito un glorioso epitafio en ‘Me and The Devil blues’: “Enterrad mi cuerpo junto a la carretera, para que mi viejo y malvado espíritu pueda subirse a un autobús de la Greyhound y viajar”. Puro blues de leyenda.


Texto publicado en la revista Efe Eme.

Día aciago para el rock: mueren Doug Fieger y Dale Hawkins

Por: | 14 de febrero de 2010

Dos muertes han sacudido a la música norteamericana, las de dos músicos sin apenas repercusión mediática pero compositores sobresalientes, creadores de temas imperecederos, ajenos al paso del tiempo y siempre presentes en las emisoras de música rock o en los repertorios de todo tipo de bandas. Hablo de Doug Fieger y Dale Hawkins.
Ayer, Doug Fieger, cantante de la banda The Knack, fallecía a los 57 años a causa de un cáncer en su casa de Woodland Hills (California), según informó su banda en un comunicado. Fieger era, junto con el guitarrista Berton Averre, el autor de <<My Sharona Shorona>>, una de las composiciones más radiadas y más características del pop californiano de los setenta. Averre puso la música, Fieger la letra, y ambos dieron forma a una canción eterna, que sigue sonando en cualquier emisora y logra despertar en el oyente los mejores propósitos. El truco: una letra de las de toda la vida, universal, que habla del amor deseado a un joven chica y, por supuesto, un solo de guitarra como un Ferrari en línea recta, trepidante y efectivo, marca del mejor power-pop de la historia.
En 1979, en pleno desarrollo del punk pero también con el dolor de cabeza de la música disco, The Knack surgieron como estrellas fugaces y protagonizaron uno de los debuts más exitosos de la historia con su álbum Get The Knack. Grabado en 11 días, con un presupuesto de 18.000 dólares, el álbum llegó a disco de oro antes de dos semanas, vendiendo millones de copias. Previamente, la lucha fue feroz por hacerse con sus servicios. Varias discográficas querían contar con una banda que había bebido de la fuente inagotable del rock más poderoso de Detroit y que había recorrido todo el circuito de salas de California haciéndose un nombre destacado.
Tras el éxito, los medios de comunicación pronto empezaron a compararlos con los Beatles, lo que trajo una campaña contra ellos desde sectores independientes llamada “Nuke the Knack” (Bombardear a the Knack). La comparación llegó en parte por su pop absorbente de magníficas melodías pero también porque en el interior del plástico los chicos de Los Ángeles imitaban a los Fab Four en el disco A Hard Day’s Night.
Sin embargo, The Knack quedaron lejos de ser los nuevos Beatles. Sus siguientes entregas decayeron y en 1981 ya estaban separándose aunque hubo una posterior reunificación que no tuvo nada que ver con los días dorados, cuando con <<My Sharona Shorona>> y el resto de píldoras pop de su álbum de debut representaron el más claro ejemplo de inocente pop de California de la generación de finales de los setenta.


También se ha ido Dale Hawkins, que moría a los 73 años el pasado sábado en su casa de Arkansas. Nacido en Goldmine, Lousiana, Hawkins, cantante y guitarrista, fue un pionero del género rockabilly. Influenció a grandes artistas como John Fogerty y de ahí que su composición más importante, <<Suzie Q>>, pasó a ser uno de los grandes himnos de la Creedence Clearwater Revival, que lo incluyó en su álbum de debut en 1968. El tema de la CCR parecía sacado más de un pantano, era más blues, pero el original de Hawkins era más cortante, guardaba un rasgueo de guitarra seco, propio del mejor rockabilly y contaba con la inestimable colaboración del guitarrista James Burton.
Chess Records, a través de su filial Checker, retrasó mucho el lanzamiento de la canción en 1957 y no fue hasta que Jerry Wexler, vicepresidente del sello Atlantic, se interesó por el trabajo de Hawkins que vio la luz. <<Suzie Q>> se convirtió en una de las primeras canciones de un artista blanco lanzada por Chess Records, casa del mejor blues negro de Chicago. Luego, sería versionada por la Creedence Clearwater Revival y Rolling Stones, entre otros.
Pese a su influencia directa en esos años en músicos como Elvis Presley y Buddy Holly y posterior en gente de otra generación como Fogerty, Hawkins nunca alcanzó una fama destacada. Aún así nunca paró de sacar discos de rockabilly y girar por Estados Unidos. Se rodeó de buenos músicos como el propio Burton o Scotty Moore, miembro de la banda de Elvis Presley. Durante años, sólo se volvería hablar de él en los círculos del rock con cada nueva recuperación de su tema <<Suzie Q>>.

Vampire Weekend y el pop certero

Por: | 13 de febrero de 2010

Una de las grandes novedades de este año 2010. Contra, el último disco de los Vampire Weekend, de las nuevas propuestas más interesantes de los últimos años. El suplemento EP3 les dedicó una portada no hace mucho tiempo y en el reportaje se podía leer lo siguiente:
"Vampire Weekend se formó hace cuatro años en la Universidad de Columbia, cuando todos, menos Baio, que es un año menor, tenían 21 años. La banda arrancó como una big band con sección de viento y percusión. Reducidos a cuarteto, año y medio después de actuar en fraternidades, la banda ya estaba tocando en Glastonbury ante 40.000 personas. Habían firmado por XL y habían editado su disco de debut, que se colaría entre lo mejor del año más tarde, entre lo mejor de la década NME, Rolling Stone o Spin. Era el triunfo de su preppy look, y su pop irresistible que suma con delicadeza Belle and Sebastian y Paul Simon, lo multiplica por Peter Gabriel y le hace sin pudor la derivada a Youssou N'Dour y The Go-Betweens”
El éxito que han tenido les avala. En esta ruta norteamericana, merecen su hueco por esa gozosa mezcla pop, entre sentimental e intelectual. Vampire Weekend abraza el sonido pop de la productiva Costa Este de Estados Unidos con la música afrocaribeña, por donde desfilan además influencias de Paul Simon y, especialmente, The Police. Aunque se les achaca ser la banda más blanca del mundo, es cierto que se acercan al material negro de manera tímida. Saben medir su música para hacerla más que efectiva.
Estos chavales neoyorquinos, siempre impolutos, como los jóvenes del Upper Side, hablan de hijos de diplomáticos, Louis Vuitton, Darjeeling, Oxford, rupturas y pesares varios como la realidad que ellos mismos maman en el Manhattan de hoy, muy alejado de otras historias de otras épocas.
Verdadero pop, más allá de su cegador éxito y cierta pose snob metropolitana. Certero y entretiene más de la cuenta.


Perdidos: una banda sonora de otra época

Por: | 07 de febrero de 2010

Esta noche la cadena Cuatro estrena la sexta y última temporada de Perdidos (LOST). Imagino que para muchos el mundo se parará durante el tiempo que se emitan los capítulos hasta que se llegue al desenlace final. Lo creo.

Bueno, hablaré claro, soy uno de tantos y tantos que necesita saber qué esconde la isla, qué significan los malditos números, quién es Jakob, por qué Richard no envejece, qué hará John Locke, que pasará con Jack y compañía, si será Desmond una pieza fundamental para entender el rompecabezas…
Soy uno de muchos que está a la espera. Demasiadas preguntas y una sola verdad, supongo. Puro entretenimiento, tal vez, pero cualquiera que esté un poco enganchado a esta serie sabe que se necesitan esas respuestas. Porque Perdidos, posiblemente la serie que más expectación ha creado en todo el mundo, tiene la cualidad de llevarte hasta el final de su estirada historia. De estrujarte como un peluche.
Sin embargo, algunas de las primeras obsesiones que me invadieron con Perdidos fueron musicales. Como las mejores series de los últimos tiempos, Perdidos ha sabido congeniar los buenos argumentos y guiones con una acertada selección musical.
Creo, sinceramente, que la música que se elige para las series, como para las películas, juega un papel fundamental en las emociones del espectador. El domingo, sin ir más lejos, veía Érase una vez en América (Once Upon a Time in America) y muchas escenas iban cobrando una forma mucho más desgarradora y bella gracias a la banda sonora de Ennio Morricone. Con Perdidos, pasa lo mismo. Hay canciones que se han convertido en himnos que se interiorizan de tal modo que hablan tanto o más que las imágenes.
Estas fueron mis dos obsesiones:
1. Fácil sentirse identificado con lo que los ojos veían. Una mano busca un disco determinado, en este caso un vinilo, y con cuidado se pincha en el tocadiscos. Es una acción cotidiana pero, a los que gustan de la música en casa, es una acción profundamente reveladora. La elección lo es todo, y depende según el estado de ánimo, la temperatura corporal o los pájaros o las nubes en la cabeza. Una batería que late y unos acordes creciendo al aire de una voz femenina, que se estiraba en el horizonte para decir aquello de “haz tu propia música”. En mi opinión, una de las escenas más inolvidables de la serie para uno de los personajes más queridos. Se abría la segunda temporada y se mostraba quién era Desmond Hume dentro de la estación Dharma llamada El Cisne. Ese sonido rondó mi cabeza durante horas y horas hasta que hice por saber qué canción era y quién la cantaba. Resultado: <<Make Your Own Kind of Music>> de Mama Cass Elliot. Integrante fundamental del grupo The Mamas & the Papas, tuvo luego una buena carrera tras la disolución de la formación. Era ya la canción de Desmond. El sonido de un pop estratosférico que te ayuda a viajar en el tiempo.
2. Aquí, el disco que se seleccionaba era un cd y servía para comenzar el día, para arrancar la tercera temporada de manera profusa. Una música de magníficos arreglos. Las teclas de un piano invitaban a adentrarse en el mundo de los otros. Sonidos de pop clásico, de otra época. Era como una serenata de Broadway en una voz femenina que inunda desde el primer verso. Al principio pensé que se trataba de Brenda Lee, pero era demasiado pop. En plena vorágine de capítulos de Perdidos, tuve esta canción al menos cuatro días en mi cabeza. Esos vientos, esas cuerdas finales seguían soplando en mi cogote al estribillo de Downtown. Al final, investigué y di con la canción. Cantante: Petula Clark. Siempre se aprende algo nuevo. Niña prodigio en el Reino Unido de los 60, la enciclopedia de Rolling Stone asegura que a los ocho años ya fascinaba encima de un escenario. <<Downtown>> fue su gran éxito pero también <<Don’t Sleep in the Subway>>. <<Downtown>> recordaba a las grandes composiciones de la era del pop de Brill Building por su sinfonía, por su exuberancia premeditada. Y servía para presentar a Juliet, rubia delicada a lo Carole King, y el complejo residencial construido por la iniciativa Dharma. Ya tengo mi disco de Petula, aunque sólo sea por tanto comerse la cabeza.
Dos obsesiones que forman parte de una banda sonora elegida al detalle, capaz de transportar a otro periodo cuando las canciones eran de otro modo. Otras composiciones, en cambio, sí pude reconocerlas de primeras. Como ese <<Walkin' after midnight>> de Patsy Cline que se utilizó en los coches del padre de Jack y de Kate, o como ese <<Everyday>> del irrepetible Buddy Holly cuando apareció por primera vez la supuesta madre de John Locke, y, cómo no, esa elección del propio Locke, dentro de la estación El Cisne, cuando pincha un vinilo con <<These arms of mine>> de Otis Redding.
¿Nos obsequiarán los guionistas con un final sorprendente acompañado de una canción del calibre de las utilizadas hasta ahora? A la espera de saberlo, disfrutad de algunas de las canciones de la serie que ayudan a viajar a otra época. Las dos primeras son las dos comentadas obsesiones.


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Brandi Carlile, sabor irresistible

Por: | 06 de febrero de 2010

Hacemos un alto en el camino para contar con la colaboración de Toni Castarnado, verdadero todoterreno en el campo de la crítica musical. Gracias a su acertada visión, disfrutamos hoy en "Parada para repostar" de una voz femenina que conviene tener en cuenta desde ya mismo. Nos lo cuenta el gran Toni y esta ruta sonora se enorgullece de tener su firma.
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El curso pasado fueron mujeres como Imelda May, Eilen Jewell o Laura Gibson las encargadas en mantener viva la llama, la primera portando la antorcha del rockabilly, la cantante de Ohio que prefería picotear de diversos estilos de raíz americana en Sea of tears, mientras Laura Gibson le daba una nueva vuelta de tuerca a su folk moderno, lúgubre y preciosista.
Brandi Carlile en cambio, sabe conjugar su amor por Patsy Cline y Elvis Presley, más el aprendizaje en gira junto a Chris Isaak o Ray Lamontagne. Y además sabe asimilar y digerir el éxito inesperado tras aparecer The Story en un capítulo estrella de la serie Anatomía de Grey. En la misma liga que otras contemporáneas, léase Grace Potter, Nelly McKay o Sarah Borges, la cantautora nacida en las orillas de Seattle igual versiona a Radiohead que a la Credeence, una prueba más de que a Brandi Carlile no se le resiste nada.
De reminiscencias country, también paladea las melodías del pop, tiene arranques de intensidad más propios del rock que del folk, y con una voz potente pero dulce inunda todos y cada uno de los surcos de su música. Brandi Carlile fue el primer paso, un disco que necesitó de una reedición, desbordados por la excelente acogida de ese debut. Para The Story ficha a T-Bone Burnett como productor, y tanto la rabia desatada en <<The story>> como la placida acústica en <<Josephine>> destapan el tarro de las esencias de una artista que todavía tenía que dar otro arreón a su carrera que vendría de la mano de Give up the ghost.
Con el apoyo instrumental inestimable de los hermanos Hanseroth, la pericia de Chad Smith de Red Hot Chili Peppers a la batería o el piano de Elton John en <<Caroline>>. Vestida con unos arreglos sencillos pero estremecedores, una voz con muchas más variables y canciones para dar y tomar, de <<Looking out>> a <<Pride and joy>>, camino a la espiritualidad en <<I will>>, la consecución de metas en <<Dreams>> o el desparpajado demostrado en <<Dying day>>. A vigilar.


Texto: Toni Castarnardo es colaborador de Ruta 66, MondoSonoro, Rock Zone y Ritmos del Mundo. Además, ha colaborado con Cañamo, Guitarrista, Batonga, la extinta Rock Hard, Benzina y en Radio Vilassar.

El poder de los desheredados con Howard Zinn y Springsteen

Por: | 03 de febrero de 2010

"Mi punto de vista, al contar la historia de Estados Unidos, es diferente: no debemos aceptar la memoria de los estados como cosa propia. Las naciones no son comunidades y nunca lo fueron. La historia de cualquier país, si se presenta como si fuera la de una familia, disimula terribles conflictos de intereses (algo explosivo, casi siempre reprimido) entre conquistadores y conquistados, amos y esclavos, capitalistas y trabajadores, dominadores y dominados por razones de raza y sexo. Y en un mundo de conflictos, en un mundo de víctimas y verdugos, la tarea de la gente pensante debe ser –como sugirió Albert Camus– no situarse en el bando de los verdugos”. Howard Zinn
La semana pasada moría Howard Zinn, historiador social de Estados Unidos. Como decía Barbara Celis en su obituario para El País, Zinn se involucró en todas las luchas del siglo XX, lo que le llevó a ganarse enemigos y admiradores por igual.
Como historiador y periodista, yo me sitúo en el lado de los admiradores. Entré en contacto con la obra de Howard Zinn a través de diversas recomendaciones de mis profesores de Historia. Y, especialmente, recomiendo su libro más famoso, The people history of United States traducida en España como La otra historia de Estados Unidos. Allí, como en casi toda su obra, se mira a los desfavorecidos, a los que no salen en la historia oficial de los países. De joven ya devoraba los libros de Dickens, Marx y Steinbeck. Sus trabajos venían de la tradición de la escuela de los Annales y, de alguna manera, este historiador, nacido en el seno de una familia de inmigrantes judíos en Brooklyn y que se crió en Nueva York, hizo de la historia una herramienta fundamental para la transformación social.
¿Y qué hace Howard Zinn en un blog de música? Pues bien, Zinn inspiró a varias generaciones de personas, entre ellas, conocidos músicos. Tras su muerte, Eddie Vedder declaró: "Fue una continua fuente de inspiración”. Y Willie Nelson escribía en su página web: "Howard Zinn tenía la esperanza de conseguir que la gente demandara un gobierno más democrático. Esperaba que una vez que la gente entendiera que tiene el poder de cambiar las cosas, las cambiara".
Tal vez, una de las inspiraciones más demoledoras que surgió de la obra de Zinn se halle en Bruce Springsteen. Al menos, a mí me marcó. Springsteen ha reconocido en alguna antigua entrevista que Zinn inspiró muchas de sus canciones. De hecho, el disco Nebraska rastrea como ninguno los escritos del historiador. También The Ghost of Tom Joad.
Zinn pobló su historia de personajes atípicos, invisibles, anónimos, que no entran en el oficialismo, pero que son la sangre de un país. En sus ensayos se habla como héroes de granjeros, obreros, estudiantes, negros luchando por sus derechos civiles, nativos…
En Nebraska, Springsteen se sumerge en ese mundo de desheredados. No es un disco para un día cualquiera. Claro que no. Tampoco la obra de Zinn era una obra cualquiera. Pero puede llegar a obsesionarte. Si dedicas una noche a escuchar Nebraska, te aseguro, que con la suficiente atención, puedes oler el campo, sentir el miedo, perderte en la oscuridad, caer en la absoluta duda y, sobre todo, temblar y creer como un ser humano en estado puro.


PD. El fenomenal vídeo es obra de Enric Salas.

El éxtasis del punk kaliforniano

Por: | 01 de febrero de 2010

La revista Ruta 66 dedica este mes una portada a la ola del punk surgido en California, y en especial en la ciudad de Los Ángeles. A través de un amplio informe, elaborado por Iván López Navarro con la aportación de otros colaboradores, se repasa una escena clave de la historia musical estadounidense en el siglo XX. El reportaje además incluye una entrevista con Jello Biafra, azote de mentalidades conservadoras, a cargo de Tony Sanders.
Esta Ruta Norteamericana pisa el acelerador para sacar a relucir la música de una escena que ilustró un mundo en carne viva de la sociedad norteamericana donde los homosexuales, izquierdistas y artistas de toda condición tomaron la palabra, los escenarios y los callejones oscuros y se enfrentaron a la policía y a mucho de lo absurdo que les rodeaba. El informe rastrea todo ese underground y habla de los abrasivos discos que sintetizan la escena, los sellos discográficos como Dangerhouse o fanzines como Who put the bomp!
Tal vez, la banda más paradigmática de todo este rollo fue Black Fag. Cuando entrevisté a Jeff McDonald, cantante de Redd Kross, recuerdo que le pregunté por sus años como adolescente y músico de la escena de Los Ángeles. Me contó cómo se colaban por los baños y cocinas de los locales para poder escuchar a bandas como Black Fag, de los que hicieron de teloneros y que fueron como mentores de los Redd Kross.
Según decía Jeff McDonald, todo merecía la pena por ver en directo a los Black Fag, incluso que te pillaran colándote y te dieran una buena sacudida por ello. Imagino que, por entonces, sólo dos minutos de canción punk-rock producían un éxtasis acojonante.


El País

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