Periodista a la llegada de Bob Dylan al aeropuerto de Londres: “Señor Dylan: unas palabras para Reino Unido…”
Dylan: “Astronauta”
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Desde hace unos días, está en los cines I’m not there, la película que aparentemente es un biopic sobre Bob Dylan, pero encierra desde el primer minuto en su formato experimental, de narración no lineal, algo así como un antibiopic sobre la figura del músico de Minnesota. Esta semana fui a verla, estrenada en los cines españoles con más de dos años de retraso.
Como bien recogió Jordi Costa, crítico de cine de El País, es la vida de Bob Dylan como laberinto. El director Todd Haynes juega con muchos relatos, que se entrecruzan entre sí, y no parecen tener una meta clara. Más allá de cuestiones cinematográficas, al terminar la cinta me volví a preguntar, y seguramente sea la intención del director y la patología de mi personal curiosidad por el protagonista del metraje, por el enigma Dylan, el autor de Like a Rolling Stone, ese músico clave en el desarrollo de la música popular, ese artista poliédrico y esquivo, humano y divino, con multitud de rostros, todos definidos, pero seguramente todos por conocer.
Son los seis actores para representar a Dylan, aunque podrían haber sido más. Si lo miras bien, son múltiples caras en una. Si lo piensas, el Dylan de Haynes es similar al personaje desenfocado que interpreta Robin Williams en Desmontando a Harry, del estupendo Woody Allen. Aquel hombre estaba deformado por la realidad a pesar de su deseo de adaptarse a ella. Pero, ¿quién puede adaptarse a la realidad cuando está de por sí desenfocada? Seguramente, a riesgo de no parecer una marioneta de circo, un payaso andante, nadie.
Esa duda, ese titubeo vital es el motor de la cinta y, de alguna manera, es el mensaje que todos los personajes de Dylan intentan dejar en el aire. No lo dicen a la cara, no te lo dan masticado, sencillamente, tienes que ir a buscarlo. Como dice el Dylan interpretado de manera espléndida por Cate Blanchett: “Tío, ¿a quién importa lo que yo piense? ¿a quién le importa lo tú pienses?” O mejor aún: “¿Quién te ha dicho que quiero ser honesto?”.
El enigma es saber si es Dylan el desenfocado, o más bien la realidad que le rodea. Lo que sucede es que hay una gran salvedad con respecto al personaje de Woody Allen: Dylan parece siempre ir un par de pasos por delante del resto. Bajo la lluvia de elogios, bajo la tormenta de críticas, siempre marca su ritmo, y si realmente no lo hace, te marcará en la dirección contraria para que te vayas por ese lado. Supongo que por cuestión de supervivencia, de tranquilidad. ¿Por qué? Simple: ¿Quién puede medir los pasos de otros si todavía no se ha parado a medir los suyos?
Durante la cinta, no se nombra en ningún momento el nombre de Bob Dylan, pero su música abarca cada segundo de metraje, su espíritu artístico planea sobre un puzzle de imágenes que desmonta la figura de Dylan al mismo tiempo que la intenta dar forma. Y, al parecer, el guión tuvo una única premisa: no recoger en ningún momento de la película la palabra genio. Hubiese sido ir por el camino fácil. Y en plena encrucijada artística que representó y representa aún Bob Dylan queda claro, no hace falta decirlo: es un genio. Así se siente. Absolutamente. Astronauta, Mr. Dylan.