La Ruta Norteamericana

Sobre el blog

Viaja por el pasado, el presente y el futuro de la música popular norteamericana. Disfruta del rock, pop, soul, folk, country, blues, jazz... Un recorrido sonoro con el propósito de compartir la música que nos emociona.

Sobre el autor

Fernando Navarro

. Redactor de El País y colaborador del suplemento cultural Babelia y las revistas Ruta 66 y Efe Eme. Colabora también con un espacio musical en el programa A vivir de la Cadena SER. Es autor de los libros Acordes rotos y Martha. Cree en el verso de Bruce Springsteen: "Aprendimos más con un disco de tres minutos, que con todo lo que nos enseñaron en la escuela".

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Martha. Música para el recuerdo

“Un accidente de tráfico y sus consecuencias despiertan en Javi, un periodista inmerso en la crisis del sector, un torrente de recuerdos y sensaciones que le conducen a su juventud, a esos veranos en el pueblo con sus amigos, al descubrimiento del amor y de esas canciones que te marcan de por vida. Un canto al rock, a la amistad, a la integridad ética y al amor puro”


Fernando Navarro

Acordes Rotos. Retazos eternos de la música norteamericana.

Acordes Rotos. Retazos eternos de la música norteamericana repasa el siglo XX estadounidense a través de las historias de más de treinta artistas, claves en el nacimiento y desarrollo de los estilos básicos de la música popular. Un documento que tiene en cuenta a músicos esenciales, que dejaron un legado inmortal sin importar el éxito ni el aplauso fácil.

Desmontando a Bob Dylan

Por: | 03 de marzo de 2010

Periodista a la llegada de Bob Dylan al aeropuerto de Londres: “Señor Dylan: unas palabras para Reino Unido…”
Dylan: “Astronauta”

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Desde hace unos días, está en los cines I’m not there, la película que aparentemente es un biopic sobre Bob Dylan, pero encierra desde el primer minuto en su formato experimental, de narración no lineal, algo así como un antibiopic sobre la figura del músico de Minnesota. Esta semana fui a verla, estrenada en los cines españoles con más de dos años de retraso.
Como bien recogió Jordi Costa, crítico de cine de El País, es la vida de Bob Dylan como laberinto. El director Todd Haynes juega con muchos relatos, que se entrecruzan entre sí, y no parecen tener una meta clara. Más allá de cuestiones cinematográficas, al terminar la cinta me volví a preguntar, y seguramente sea la intención del director y la patología de mi personal curiosidad por el protagonista del metraje, por el enigma Dylan, el autor de Like a Rolling Stone, ese músico clave en el desarrollo de la música popular, ese artista poliédrico y esquivo, humano y divino, con multitud de rostros, todos definidos, pero seguramente todos por conocer.

Son los seis actores para representar a Dylan, aunque podrían haber sido más. Si lo miras bien, son múltiples caras en una. Si lo piensas, el Dylan de Haynes es similar al personaje desenfocado que interpreta Robin Williams en Desmontando a Harry, del estupendo Woody Allen. Aquel hombre estaba deformado por la realidad a pesar de su deseo de adaptarse a ella. Pero, ¿quién puede adaptarse a la realidad cuando está de por sí desenfocada? Seguramente, a riesgo de no parecer una marioneta de circo, un payaso andante, nadie.
Esa duda, ese titubeo vital es el motor de la cinta y, de alguna manera, es el mensaje que todos los personajes de Dylan intentan dejar en el aire. No lo dicen a la cara, no te lo dan masticado, sencillamente, tienes que ir a buscarlo. Como dice el Dylan interpretado de manera espléndida por Cate Blanchett: “Tío, ¿a quién importa lo que yo piense? ¿a quién le importa lo tú pienses?” O mejor aún: “¿Quién te ha dicho que quiero ser honesto?”.
El enigma es saber si es Dylan el desenfocado, o más bien la realidad que le rodea. Lo que sucede es que hay una gran salvedad con respecto al personaje de Woody Allen: Dylan parece siempre ir un par de pasos por delante del resto. Bajo la lluvia de elogios, bajo la tormenta de críticas, siempre marca su ritmo, y si realmente no lo hace, te marcará en la dirección contraria para que te vayas por ese lado. Supongo que por cuestión de supervivencia, de tranquilidad. ¿Por qué? Simple: ¿Quién puede medir los pasos de otros si todavía no se ha parado a medir los suyos?
Durante la cinta, no se nombra en ningún momento el nombre de Bob Dylan, pero su música abarca cada segundo de metraje, su espíritu artístico planea sobre un puzzle de imágenes que desmonta la figura de Dylan al mismo tiempo que la intenta dar forma. Y, al parecer, el guión tuvo una única premisa: no recoger en ningún momento de la película la palabra genio. Hubiese sido ir por el camino fácil. Y en plena encrucijada artística que representó y representa aún Bob Dylan queda claro, no hace falta decirlo: es un genio. Así se siente. Absolutamente. Astronauta, Mr. Dylan.


Cuando Johnny Cash canta

Por: | 01 de marzo de 2010

Johnny Cash murió en septiembre de 2003. Recuerdo estar en el Azkena Rock de Vitoria el día que se conoció la muerte de Cash. Todas las bandas y músicos se apresuraron a recordarle, a dedicarle una canción, uno tras otro. Recuerdo con especial cariño la de Steve Earle con sus Dukes. Era noche cerrada. El recinto estaba hasta arriba. Y, con esa actitud como de mala leche, con esa rabia contenida, Earle fue parco en palabras pero vino a decir que Johnny Cash fue una de esas cosas grandes que tiene su país y en un acto pleno de solemnidad pisó su pedal y se lanzó con su banda. Una descarga eléctrica de country-rock que sonó tan refrescante como una tormenta de verano.
Siempre he asociado a Johnny Cash con la tierra. La tozuda y rica tierra del continente norteamericano. De alguna manera, relaciono su música, tan visceral, tan natural, con la tierra que magistralmente John Steinbeck te transmite en Las uvas de la ira. Una tierra llena de cicatrices, como escribía Steinbeck, una tierra de arados, una tierra de huellas dejadas por los arroyos, de hierbas y malezas, de gris y rojo de los campos, con el cielo alto, el sol ardiendo o las estrellas en el horizonte.
Después de que Cash dejase de ser un pionero y forajido, allá por los 50, después de que fuera una estrella, allá por los 60, después de que la industria discográfica lo condenase al ostracismo, después de la leyenda extendida de su largo paso por la cárcel, después de que en la música lo superfluo y denigrante fuese la referencia de medios y tendencias, después de todo eso, volvió y de la mano del productor Rick Rubin estableció su vínculo final consigo mismo y la obra que representaba. Aquel vínculo con la vida, con su propia tierra, se llamó American Recordings. Fue a mediados de los 90 y lo fue así durante varias entregas hasta su muerte, aquella noche cuando yo estaba en el Azkena.
Se acaba de publicar American VI: Ain’t no grave, su nuevo álbum póstumo, el último de la serie del American Recordings. Creo, de corazón, que hay algo sobrecogedor en la etapa final de Johnny Cash. Es la etapa del artista en estado puro. La etapa del gran Rubin (normalmente a la producción de músicos de hip hop o rock) sabiendo sacar en la voz de Cash el mejor instrumento. La etapa desnuda. La etapa del hombre ante sí mismo, ante su presente, ante su historia, ante su cada vez más breve futuro. Es la etapa, en definitiva, que se reconoce a un artista que de verdad canta.
Las dos escuchas que he dado por ahora a American VI ya me lo han vuelto a demostrar, pero es que previamente recuperé entregas anteriores y me he reafirmado. Estremece oír versiones como <<Solitary Man>> (Neil Diamond), <<I Won’t Back Down>> (Tom Petty), <<I See Darkness>> (Will Oldham), <<The Mercy Seat>> (Nick Cave) <<The Beast in Me>> (Nick Lowe) o <<Down There by the Train>> (Tom Waits). Aquello está en un terreno muy personal. Es tierra que no pisa todo el mundo cuando versiona.
Tal vez, por eso, y por otras muchas canciones que influyeron durante tantos años, Earle transmitió un enorme respeto aquella noche por el músico de Arkansas. Cash se apagó tras la muerte de su querida esposa June Carter. Cuando entrevisté hace más de un año a Emmylou Harris, que cantó en el funeral del músico, me dijo que todo su círculo de amistades sabía que Cash se iría al poco de irse su mujer. Era tierra y polvo.
No hace tanto tiempo, al leer su autobiografía, me volví a estremecer al leer sus propias palabras. Aquel hombre de contradicciones, de profundas convicciones religiosas, de carne y hueso, hablaba igual que cantaba: "Puedo andar descalzo, aunque las plantas de los pies de este viejo de sesenta y cinco años no sean ni la mitad de duras que las de aquel chico de campo de Arkansas. Puedo sentir los ritmos de la tierra, el nacimiento, el florecimiento, el declive y la muerte, en mis huesos. Mis huesos”.


Por muchas razones, pero principalmente por nuestra amistad y la admiración sincera que siento por él, este mensaje de La Ruta Norteamericana se lo dedico a Antonio Fraguas, compañero de El País y autor del blog La Fragua.

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