La Ruta Norteamericana

Sobre el blog

Viaja por el pasado, el presente y el futuro de la música popular norteamericana. Disfruta del rock, pop, soul, folk, country, blues, jazz... Un recorrido sonoro con el propósito de compartir la música que nos emociona.

Sobre el autor

Fernando Navarro

. Redactor de El País y colaborador del suplemento cultural Babelia y las revistas Ruta 66 y Efe Eme. Colabora también con un espacio musical en el programa A vivir de la Cadena SER. Es autor de los libros Acordes rotos y Martha. Cree en el verso de Bruce Springsteen: "Aprendimos más con un disco de tres minutos, que con todo lo que nos enseñaron en la escuela".

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Martha. Música para el recuerdo

“Un accidente de tráfico y sus consecuencias despiertan en Javi, un periodista inmerso en la crisis del sector, un torrente de recuerdos y sensaciones que le conducen a su juventud, a esos veranos en el pueblo con sus amigos, al descubrimiento del amor y de esas canciones que te marcan de por vida. Un canto al rock, a la amistad, a la integridad ética y al amor puro”


Fernando Navarro

Acordes Rotos. Retazos eternos de la música norteamericana.

Acordes Rotos. Retazos eternos de la música norteamericana repasa el siglo XX estadounidense a través de las historias de más de treinta artistas, claves en el nacimiento y desarrollo de los estilos básicos de la música popular. Un documento que tiene en cuenta a músicos esenciales, que dejaron un legado inmortal sin importar el éxito ni el aplauso fácil.

A diferencia de tantos actores, de grandes actores incluso, de actores muy bien pagados y galardonados en Hollywood, Dennis Hooper Hopper era mucho más que ellos. Dennis Hooper Hopper era un icono. Como Chaplin para el cine mudo, como Humphrey Bogart para el blanco y negro, como Marlon Brando para la seducción de la pantalla, como Robert de Niro para noquear en un fotograma, Hooper Hopper era un símbolo para la cultura popular. Era el forajido del cine.
La muerte de este actor y director supone el adiós definitivo a la imagen de la contracultura en el séptimo arte. No se puede entender a Hooper Hopper sin Easy Rider, aunque era mucho más que esa película de culto para la generación de los sesenta. Porque Hooper Hopper, entre otras cosas, participó en otras cintas imprescindibles como Apocalipsis Now o Blue Velvet y con su visión del género ayudó a introducir a la generación del “Nuevo Hollywood”, formada entre otros por George Lucas, Martin Scorsese y Steven Spielberg, en la industria cinematográfica. Aún así, Easy Rider refleja el Hooper Hopper mítico, insignia de la generación del rock’n’roll. No es de extrañar, por tanto, que fuera uno de los primeros actores a los que la por entonces mordiente y alternativa Rolling Stone dedicó una portada.
Easy Rider fue un proyecto personal de un principiante Dennis Hooper Hopper. Actor, director y guionista, la película tenía un coste inferior a los 500.000 dólares aunque luego fue un verdadero éxito de taquilla. Era un retrato ácido y excitante de la América del 69, donde se combinaba sexo, drogas y rock al mismo tiempo que se reflejaba un país histérico y desfasado, repleto de contradicciones, en cuyos márgenes (carreteras sin rumbo, lugares de paso, salas de conciertos) latía una contracultura enfrentada al poder corrupto y vicioso, diferenciada de la sociedad dominante por su capacidad crítica y su aire de cambio y evolución.
La trama es bien simple: Dennis Hooper Hopper y Peter Fonda, dos calaveras, dos desheredados de los años dorados, acaban de sacarse una buena pasta al engañar a un traficante de droga y no tienen más aspiración que cruzar Estados Unidos con sus choppers y llegar al carnaval de Nueva Orleans (Mardi Grass). Y, entre tanto, carretera, paisajes legendarios de EE UU, LSD, personajes estrambóticos y mucho rock.

El tema central de la película es <<Born to be wild>> de Steppenwolf. Una canción como un relámpago en plena tormenta. Construido sobre un inmortal riff de guitarra, acolchado por el característico órgano Hammond, <<Born to be wild>> huele a asfalto y gasolina, es pura cilindrada para la carretera. Aunque es el más característico y legendario, no fue el único gran tema. Otros grupos importantes participaron en la película como los Byrds con <<Wasn’t Born To Follow>>, Jimi Hendrix con <<If 6 Was 9>>, Jefferson Airplane con <<White Rabbit>> o los Who con <<I Can See For Miles>>.
Para esta legendaria cinta, de alguna manera, Hooper Hopper venía influenciado por películas como Rebelde sin causa, Gigante o Salvaje. Pero Easy rider fue el western de la contracultura. Sus dos protagonistas se llaman Wyatt (Peter Fonda) y Billy (Dennis Hopper,), nombres que aluden a los míticos personajes del oeste Wyatt Earp y Billy The Kid, y, como ellos, son dos outlaws (”fuera de la ley”) vagando por el desierto. En vez de caballos llevan sus motocicletas con la bandera de EE UU pintada en el depósito de la gasolina. Pocos iconos se pueden comparar a esa imagen.
Ahora que te has ido, Dennis, tenlo claro: muchos soñamos con el horizonte de la carretera por la que quemaste tus ruedas. Gracias a ti, es nuestra particular utopía.


El enigma Jim Morrison

Por: | 27 de mayo de 2010

La trágica muerte de Jim Morrison a los 27 años, en 1971, fue la última de la secuencia de las desapariciones del rock que empezó con el ídolo de Jim, Brian Jones, en 1969, y siguió con Janis Joplin y Jimi Hendrix. Vengo de leerme la biografía El enigma Jim Morrison (Manontroppo), que en su título original en inglés se llama Jim Morrison: Life, Death, Legend. Supongo que el cambio de título al español se debe, en parte, a las claves que aporta esta gran biografía sobre los fantasmas del músico de The Doors desde su más temprana juventud. De alguna manera, el libro tiene un subtítulo que reza: ¿Quién era el líder de The Doors y por qué se autodestruyó?

Es difícil reseñar un libro con tantas anécdotas y tan abundante en explicar la carrera artística y el tiovivo vital de Morrison hasta su muerte a comienzos de los setenta. Stephen Davis, autor de numerosos libros de rock como una biografía de Led Zepellin Zeppelin, lleva a cabo un estupendo trabajo que se lee con gusto página a página.
Así, a bote pronto, una de las muchas anécdotas que se recogen y que me viene a la cabeza es aquella en la que Morrison rindió homenaje a Otis Redding, que iba a ser cabeza de cartel de un concierto conjunto con The Doors en California. Morrison era fan acérrimo de Otis, que murió en un accidente de avión y fue sustituido por Chuck Berry. Hizo comprar rosas y en plena actuación se bajó del escenario a dárselas a las mujeres que estaban allí en memoria de Otis Redding. Casi entre lágrimas, recordó la figura del gigante del soul y se lanzó a cantar The Music is Over. Leyendo el libro, percibes que la intensidad marcó la vida de Morrison.
Pero quiero quedarme con esos primeros capítulos en los que se ahonda en explicar las posibles causas de los trastornos, la soledad y los sueños de un músico con un magnetismo especial, que en EE UU muchos consideran a la altura de los mejores poetas beatniks. Fue un hombre que transgredió los tabúes de la puritana Norteamérica y amenazó a la Administración de Richard Nixon por sus llamadas a la protesta y la rebelión.
Morrison siempre luchó contra la disciplina y eso le llevó a vivir en un clima demasiado tenso en su casa. Hasta el punto que cuando se integró en The Doors rompió abruptamente con sus padres y nunca más volvió a saber de ellos. Más de una vez declaró que sus padres habían muerto y se tiene constancia que su primer número fue una reescritura gráfica sobre la leyenda de Edipo, en la que cantaba sobre matar a su padre y follar con su madre delante de todo el mundo. De hecho, la mejor nota que sacó en la escuela fue en un ensayo sobre El extranjero, la obra existencialista de Albert Camus y por la que tuvo una especial predilección.
Solitario, deprimido y aislado de su familia, al joven Morrison le gustaba quedarse hasta muy tarde escuchando la radio bíblica, cautivado por los incendiarios predicadores evangelistas sureños y los rítmicos locutores de rock’n’roll. Y se cuenta que ya de chaval pensó en suicidarse pero que esa noche sonó un tema de Bo Diddley que le hizo mover los pies y reír y entonces se lo pensó dos veces. De ser así, el tío Bo le salvó la vida.
Pero sin duda una de las grandes influencias existenciales del músico fue Nietzsche. Ray Manzarek, el co fundador de The Doors, declararía que “Nietzsche mató a Jim Morrison”. El cantante leyó durante un verano muchísima obra del filósofo y lo absorbió con profundidad. Su pensamiento radical, que se abría paso de todo convencionalismo, puso a Jim en un camino que no abandonó nunca la senda trágica. Más si se tiene en cuenta que Morrison además era un apasionado de la obra beatnik y le marcó el libro En el camino, de Jack Kerouac, que cita a Nietzsche en el primer párrafo como guía espiritual. Así como el filósofo abrió una puerta a la conciencia moderna, también abrió un portal trascendental de la conciencia de un joven escritor y músico de los suburbios de Virginia.
Jim Morrison fue radical, fue trágico, fue loco, fue poesía en un mundo, el de Estados Unidos de Vietnam y de los desfases políticos y puritanos, demasiado absurdo.


Hay asuntos y obras que están por encima de ámbitos geográficos. Por eso, esta ruta norteamericana no puede permanecer impasible ante la reedición de Exile on Main Street. Una vez más, los Rolling Stones vuelven a estar en todos los medios de comunicación ante la nueva edición de este monumental álbum. De hecho, Mick Jagger asiste hoy a la proyección del documental Stones in exile, dirigido por Stephen Kijak, que se exhibe en el Festival de Cannes.
Para mí, el descubrimiento de este disco fue un acontecimiento vital espectacular. Fue mi contacto más visceral con la filosofía y actitud más canalla de los Rolling Stones. Su portada me entró como un torbellino por los ojos y sus canciones me trajeron grandes tardes y noches de gloria. Tanto que si alguien me pide recomendar un solo trabajo de los Stones siempre me termino decantando por el Exile.
En su columna semanal para El País, Diego A. Manrique comentaba las circunstancias que rodearon a la grabación de esta “epopeya rock” y de cómo “fue cuando los Stones perdieron la eficiencia como grupo de estudio” al estar sujetos “a los biorritmos de un Keith dependiente de las drogas”.
No cabe duda que Keith sacó en este álbum los fantasmas y los ángeles de su particular mundo pirata y alocado. La grabación de Exile on Main Street fue el proyecto de Keith Richards, en todos los sentidos. En el entretenido libro According to the Rolling Stones, Charlie Watts asegura: “La mayor parte del trabajo de grabación lo hicimos como le gusta a Keith, tocando material 20 veces, dejándolo reposar y después volviéndolo a tocar otras 20, más o menos como el jazz. Keith es un músico de jazz en muchos sentidos”.
Las sesiones de grabación se hicieron al final en Nellcôte, villa de Richards en Villefranche, Francia. Nellcôte era una especie de comuna del rock’n’roll rodeada de palmeras y cipreses. En su sótano se construyó la sala de grabación. En palabras de Charlie Watts podía ser el paraíso para Keith Richards, ya que estaba bien suministrado de drogas y era un lujo que se convirtió en estudio. El desfile de personajes fue tremendo. Por ahí, se vio, entre otros muchos, a William Burroughs y Terry Southern, dispuestos a todo, para pedir a los Stones una banda sonora para la película El almuerzo desnudo.
Esta imagen es recogida también por Robert Greenfield, periodista de Rolling Stone, que entrevistó a Richards. La entrevista se convirtió posteriormente en una pieza de gran valor documental sobre el disco y su atmósfera. En palabras de Greenfield, aquella estampa en Nellcôte era como la de la Costa Azul de Suave es la noche de Scott Fitzgerald pero con música a todo trapo de Shirelles.
En el tocadiscos del salón, de hecho, no paraba de sonar Chuck Berry, Buddy Holly y muchísima música country. Fue la época en que Keith Richards conoció a Gram Parsons y había celos de Jagger. Richards empezó a interesarse mucho por el country, entendido como esa música cósmica que patentaba el gran Parsons. También porque, como asegura Richards, Parsons era un colega, muy buena persona y gran conocedor del country, además de que no era “fácil conocer a alguien con el que puedas compartir el mono y seguir llevándote bien”.
Tal vez, ese sería a la postre el problema: el mono. Pero lo cierto es que el disco doble de Exile on the Main Street (surgió doble ante la gran producción musical de todos) es antológico, imprescindible. Y, además, muestra la rivalidad latente entre Jagger y Richards. Mick Jagger asegura que nunca entendió cómo a la gente le gustaba el álbum. Según él, las canciones no son de buena calidad y además “globalmente suena fatal”. El cantante asegura asimismo que el productor Jimmy Miller no estaba trabajando a buen nivel y fue él quien acabó el disco porque el resto del personal estaba colocado o bebido.
Sin embargo, Richards, por su parte, se enorgullece de su obra. Asegura que, pese a las pocas ventas iniciales por ser un disco doble, Exile on the Main Street se convirtió en poco tiempo en el “mejor puto disco del mundo”. Y que, gracias a este trabajo, el nombre de Jimmy Miller figura en un lugar destacado en la historia del rock’n’roll. El binomio Jagger-Richards tirándose de los pelos y jugando al perro y al gato.
Una vez más, estoy con Keith Richards. Y, a mí, siempre me pasa: si me dan a elegir entre Jagger y Richards, siempre me quedo con el guitarrista. De hecho, creo que mi canción favorita del disco es <<Happy>>, pieza que Richards concibió como autobiográfica en un principio, sentado en el porche de Nellcôte, descalzo, sin camisa y algo fumado. Keith Richards en estado puro.


Lisergia folk y pop de The Dutchess and the Duke

Por: | 18 de mayo de 2010

La Ruta Norteamericana se suma a la celebración del quinto aniversario de Radio City Discos que se hace coincidir con la gira de una formación muy querida en este blog, The Dutchess and the Duke. Apunten fechas porque la sensibilidad de este dúo es miel para los oídos.
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Este mes de mayo Radio City Discos cumple cinco años de existencia y lo quiere celebrar con todos vosotros el próximo 21 de mayo.
Para ello contaremos con la presencia de The Dutchess and the Duke, dúo formado por Kimberly Morrison (50% femenino) y Jesse Lortz (la otra mitad masculina) afincado en Seattle y que ocuparon el cajón principal del podium de nuestros discos favoritos del año 2008 con aquel más que delicioso She’s The Dutchess He’s The Duke en el que las melodías de los primeros Stones jugaban a la pelota con las Richard y Mimi Fariña.
El año pasado esculpieron otro hermosísimo trabajo, Sunset / Sunrise (de nuevo para la subsidiaria de Sub Pop, Hardly Art), con melodías cercanas al folk británico y leves dibujos heredados de la costa oeste norteamericana y su lisergia pop (se nota la mano en la producción de Greg Ashley, líder de los inmensos Gris Gris y la colaboración de Kelley Stoltz), sin dejar de lado a Jagger/ Richards ni al bardo de Duluth.
Dos discos en apariencia sencillos pero que esconden, para nosotros, algunos de los mejores momentos rítmicos de lo que llevamos de milenio.
Nos sentimos más que orgullosos de poder celebrar estos cinco años con una de las formaciones favoritas de esta casa.
Con vosotros, ¡¡¡THE DUTCHESS AND THE DUKE!!!
Texto: Jesús, de Radio City Discos
Gira:
-21 de Mayo. La Vía Láctea (Madrid) - Aniversario Radio City Discos
-22 de mayo están en Sidecar (Barcelona) - Houston Party
-23 en La Lata de Bombillas (Zaragoza) - Houston Party


Slaid Cleaves, algo más que otro músico de Austin

Por: | 17 de mayo de 2010

La sección "Parada para repostar" se congratula de contar con Eduardo Izquierdo, redactor de Ruta 66, que nos acerca a la música y a la figura de un hombre hacedor de magníficas canciones. Hablamos de Slaid Cleaves, songwriter de 24 kilates, músico a reivindicar hasta en la parada del autobus.
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Casi por casualidad. O sin el casi. Una cubeta de discos saldados. Una portada aparentemente aceptable y un nombre. Slaid Cleaves. Año 2002. El disco que estaba en mis manos se llamaba Broken Down y la fecha en su contraportada me indicaba que ya tenía un par de años de existencia. Llego a casa, enciendo con parsimonia el equipo y ¡plafff! Lo que encuentro en aquella galleta de serigrafía discreta me bombardea el cerebro ¡Qué manera de cantar!¡Y qué canciones! Lo supe desde aquel momento. Me había convertido en fan incondicional de aquel tipo de perilla d’artagnesca que aparecía en la portada.
Nacido el 9 de junio de 1964, Slaid Cleaves pasa por tener una de las mejores voces de los últimos 15 años en el mundo del rock americano. Además de eso, su exquisito gusto y su capacidad innata para construir las músicas más bellas hacen que este tipo discreto de Austin sea uno de esos músicos a los que mi buen amigo Andreu Cunill, redactor de Ruta 66, definiría como diamante-carbón-diamante. Y hablando del ínclito Cunill, nunca olvidaré su SMS (ya saben, nuevas tecnologías) la primera vez que le hice llegar un disco del bueno de Cleaves “hay terciopelo en su voz”, me dijo, y no se me ocurre mejor definición.
Cleaves se inicia en esto de la música, como muchos, queriendo ser Bruce Springsteen. A Bruce, un día, habría que hacerle un monumento no ya por su carrera sino por todos los músicos gigantescos que se han iniciado queriendo ser él. Pues el amigo Slaid es otro. Acaba sus estudios de filosofía y filología inglesa y se mete de lleno en el intento de ser una estrella del rock. Primero con la banda Magic Rats con la que no pasa de algunos conciertos levemente recordables que le llevan a trabajar como ¡cobaya humana para unos laboratorios farmacéuticos a efectos de conseguir dinero para grabar un disco!
Pero en Austin hay demasiada gente con las mismas aspiraciones por lo que nuestro amigo se larga a Indiana y se dedica a tocar por las calles esperando que se cumpla el sueño de cualquier músico callejero: que un cazatalentos pase por allí y lo haga famoso. Un período de tiempo del que Slaid prefiere no hablar y del que se limita a decir que “me dediqué a aprenderme todas las canciones de Woody Guthrie, Johnny Cash, Springsteen, Dylan y Tom Petty”. Esto nos lleva a 1990 donde nuestro héroe aparece en Portland, esta vez, para publicar su primer disco semi-oficial y autoeditado, The Promise. Hoy en día, un objeto de coleccionista avanzado. Editado sólo en cinta de cassette, canciones como «Sweet Summertime» o «Highway Lonesome» lo ponen “en circulación”. Slaid Cleaves existe. Y eso le lleva a fichar por los Moxie Man como cantante solista para grabar con ellos Looks Good from the road. Otra joya inencontrable. Todo parece ir bien y la banda se consolida como una de las más importantes de la escena en Oregón hasta que Slaid decide intentarlo de nuevo en solitario y volver a sus orígenes.
Ya en Austin, y tras ganar varios concursos, Rounder-Philo apuesta por él y graba su primer disco real, No Angel Knows. Con él obtiene una respuesta notable aunque discreta en ventas. Y en 2000, ya saben. Broken Down. Quizá su mejor disco. Tremendamente maduro y realmente excepcional. Eso sí, aunque su carrera sigue yo voy a detenerme en el 2006 porque ese es el año de Unsung, un disco que servidor incluiría en su lista de diez discos para llevarse a una isla desierta (una de las listas que menos me gusta confeccionar y que me crea una ansiedad apabullante ante lo reducido de la propuesta y ante la posibilidad de que después en la isla no haya plato en el que poner mis discos o no haya electricidad para enchufar el plato). Un álbum de versiones pero no al uso porque el bueno de Cleaves se dedica a coger canciones de desconocidos amiguetes y grabar uno de los trabajos definitivos del rock americano de los últimos años.
Producido por David Henry y Picott Vara, el inicio con «Devil’s Lullaby» de Michael O’Connor es apabullante. Esa armónica, esa manera de cantar, esa forma de atraparte para todo el resto del acetato. Piensas. Se parece a alguien. Wilco, Jayhawks, Ryan Adams, Golden Smog. Sí y no. No y sí. No lo sabes definir. Eso sí, sabes que es muy bueno. «Another kind of blue» de Peter Keane se convierte, en la voz de Cleaves, en un ataque allí donde duele. En el rincón más profundo del alma. Y lo consigue. Porque duele. Duele y raspa. Un día leí sobre esta canción que “sonaría tan bien a las tres de la tarde como a las dos de la mañana”. Lujuriosamente cierto. «Flowered Dresses» es la primera canción de una mujer que aparece en el disco. Karen Poston es su compositora. Otra tonada excelente que da paso a «Everette» de Steve Brooks. La canción diferente del disco, criticada por muchos y mi favorita. Nuevas tonalidades en la carrera de Cleaves y sonidos semi zíngaros dan forma a uno de los grandes aciertos de su carrera. Tom Waits cantando como Johnny Cash. Tremendamente adictiva. Le siguen «Racecar Joe» y «Call It Sleep», más discretas, para dar paso a otro subidón con «Millionaire» de David Olney y acabar en el cielo con «Fairest of Them All» de Anna Egge con Mary Gauthier a los coros. Cuando llegas aquí ya lo tienes claro. Va a costarte mucho sacar este disco de tu cabeza. Vas a volver a él irremediablemente. «Getaway Car» lo confirma y ese «Song for June» que cierra el disco lo graba a fuego en tu piel. Un temazo de J.J.Baron que el amigo de Cleaves compuso para June Carter la misma noche de su muerte y que le envió a Slaid a la mañana siguiente.
No hay palabras para definir un disco como este. Se acaban. Se atolondran en tu mente y salen inconexas. No hay nada más difícil que escribir intentando describir sensaciones extremas. Y quizá sea eso. En Unsung hay demasiadas sensaciones. Y lo sé, es curioso que un disco de versiones de un escritor de canciones tan grandes como Slaid Cleaves que editó el año pasado un discazo como Everything You Love Will be Taken Away sea mi favorito de su carrera. Pero es así. Ya saben. Sentimientos. Contra eso no se puede luchar. Ni ganas.
Texto: Eduardo Izquierdo, redactor de Ruta 66 y autor del blog Los Hijos Bastardos de Henry Chinaski.


Las delicias de Jonah Smith

Por: | 16 de mayo de 2010

Causas mayores me han impedido tomar el contacto con este blog durante varios días. Situación nada deseable por mi parte, sinceramente. Sin embargo, retomo el pulso con esta ruta sonora con un disco que en las últimas semanas me ha acompañado en varios momentos. Se trata de Jonah Smith, un joven músico que acaba de sacar Lights On (Heart of Gold).
Cuando vienen mal dadas, no está mal agarrarse a un álbum como Lights On. Música sencilla, relajante, amable. Composiciones de cantautor norteamericano repletas de delicias entre el folk y el rock contemporáneos. Un estilo que se mueve con luz propia gracias a una voz conmovedora, en un rollo de soul blanco muy agradable que se puede asociar a un Van Morrison relajado, sin tanto nervio y, claro, sin la fuerza innata y sobrenatural del León de Belfast.
Smith se ha forjado en la escena de garitos y salas de Nueva York emparentada con el folk, con las historias de songwriter clásico. Ese circuito no oficial que siempre ha sido muy fructífero desde los primeros tiempos del Greenwich Village, allá por los cincuenta. En los últimos años, ese ambiente neoyorquino ha hecho crecer artísticamente a gente como mi querida Dayna Kurtz, Norah Jones, Ryan Adams, Ben Kweller, Jesse Malin o Conor Oberst, entre los primeros que me vienen a la mente.
Según he leído en diversos sitios, a Smith se le asocia con Ryan Adams y Jack Johnson. A mí me recuerda bastante a Neal Casal, gran compositor y paciente escudero de Ryan Adams hasta hace poco en la banda de este. Es un folk-rock contemporáneo, como de pequeñas conquistas y que se agradece para dejarse llevar y descansar la mente. Si nada se tuerce, Jonah Smith está llamado a tener un hueco en ese mundillo de songwriters que saben despertar buenas emociones, en esa no-escena de compositores norteamericanos delicados y deliciosos.


Un enérgico soplo de guitarras con Joe Grushecky

Por: | 04 de mayo de 2010

Una vez más, el disco de Joe Grushecky & The Houserockers cumple su objetivo rockero: consigue insuflarte de guitarras la vida. East Carson Street tiene momentos repletos de adrenalina. Así, como suena, supone, según se mire y según el momento del día, un pequeño paso para el músico y un enorme paso para el oyente. Un buen disco de guitarras se agradece tanto como una buena panzada a comer. Un tema como <<Changing Shadows>> es pura caloría para el cuerpo.
Grushecky, natural de Pittsburgh, el epicentro de la industria siderúrgica estadounidense, no es una superestrella ni un artista con un amplio espectro mediático. Al contrario, es el típico músico currante, en la línea de un John Hiatt o John Mellemcamp. Según se les presenta por Estados Unidos, él y sus fieles músicos son "la banda más trabajadora del rock and roll".
De hecho, Grushecky incorpora en la batería a su hijo Johnny, al que he tenido la oportunidad de ver al mando de las baquetas en Nueva Jersey y se puede afirmar que es una máquina, un nervio que da más cilindrada a los Houserockers.
Muchos conocen a Grushecky por su amistad con Bruce Springsteen. Ambos empezaron su colaboración discográfica en American Babylon, álbum de Grushecky que sonó en 1995. Desde entonces, ambos guardan una larga y sincera complicidad. En East Carson Street, Springsteen canta y toca en el tema <<Another Thin Line>>, pero además el músico de New Jersey aporta solos de guitarra en <<Broken Wheel>> y <<East Carson Street>>. Y no es el único en colaborar: otro amigo de Springsteen, el pequeño gran hombre, Willie Nile, pone su voz al servicio en <<The Sun Is going to Shine Again>>.
En mayo, Joe Grushecky dará cuatro conciertos en España acompañado de los madrileños Los Madison, que desde La Ruta Norteamericana se les reconoce su valiosa aportación al mejor rock en castellano. Los Madison son una banda con categoría, amantes de los clásicos del rock y en una línea pop-rock que recuerda a Jackson Browne o Springsteen.
Gira:
11 mayo, Moby Dick, MADRID, 21.30 h.
13 mayo, Wah Wah, VALENCIA, 22 h.
14 mayo, La Verbena, SANT JOAN DE VILATORRADA (MANRESA, Barcelona) 21.30 h. (reservas: [email protected])
15 mayo, Costa Club, PALMA MALLORCA, 22 h.

A continuación, el tema que Grushecky canta con Springsteen en East Carson Street.


El País

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