La Ruta Norteamericana

Sobre el blog

Viaja por el pasado, el presente y el futuro de la música popular norteamericana. Disfruta del rock, pop, soul, folk, country, blues, jazz... Un recorrido sonoro con el propósito de compartir la música que nos emociona.

Sobre el autor

Fernando Navarro

. Redactor de El País y colaborador del suplemento cultural Babelia y las revistas Ruta 66 y Efe Eme. Colabora también con un espacio musical en el programa A vivir de la Cadena SER. Es autor de los libros Acordes rotos y Martha. Cree en el verso de Bruce Springsteen: "Aprendimos más con un disco de tres minutos, que con todo lo que nos enseñaron en la escuela".

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Lugar de encuentro sobre actualidad musical y sonidos raíces de la música norteamericana. Otro punto de reunión y recomendaciones del blog de Fernando Navarro pero hecho con la colaboración de todos sus miembros. ¡Pásate por nuestro grupo!

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Martha. Música para el recuerdo

“Un accidente de tráfico y sus consecuencias despiertan en Javi, un periodista inmerso en la crisis del sector, un torrente de recuerdos y sensaciones que le conducen a su juventud, a esos veranos en el pueblo con sus amigos, al descubrimiento del amor y de esas canciones que te marcan de por vida. Un canto al rock, a la amistad, a la integridad ética y al amor puro”


Fernando Navarro

Acordes Rotos. Retazos eternos de la música norteamericana.

Acordes Rotos. Retazos eternos de la música norteamericana repasa el siglo XX estadounidense a través de las historias de más de treinta artistas, claves en el nacimiento y desarrollo de los estilos básicos de la música popular. Un documento que tiene en cuenta a músicos esenciales, que dejaron un legado inmortal sin importar el éxito ni el aplauso fácil.

Oda por El Ambigú y Diego A. Manrique

Por: | 29 de julio de 2010

El Ambigú ya no se emite. Después de 18 años en antena, Radio Nacional de España (RNE) ha decidido prescindir de los servicios de Diego A. Manrique. Es difícil explicar lo que este programa y el trabajo de Manrique suponen para este escribiente. No soy el único. Claro que no. Como yo, tantos oyentes y amantes de la música popular (se cuentan por miles, seguro) han aprendido (y compartido) de la pasión de Manrique.
Ayer, la noticia no estaba confirmada pero a mis compañeros de redacción en la sección de Sociedad les comenté lo que Manrique había anunciado en antena el martes durante la emisión de su programa: "Hoy sigue sonando El Ambigú, o lo que sea esto que se emite ahora, aunque fui cesado el pasado 22 de julio". Terminó por confirmarse. Quise haber escrito ayer en esta ruta norteamericana sobre el asunto, pero me fue imposible ante un día de trabajo perverso en la sección de Internacional. Apenas pude mantener ayer una conversación a través de la red social de El País, ESKUP, sobre la triste noticia.
Hoy, en cambio, quiero dejar constancia de la gran pérdida que supone este cese. Este blog, a fin de cuentas, debe a Manrique y otros magníficos críticos musicales de este país (Ignacio Juliá, Jaime Gonzalo, Luis Lapuente, Juan Puchades, Manolo Fernández, Carlos Galilea, Juan de Pablos, Julio Ruiz, Ángel Caballero…) parte de su existencia.
Personas que, con su amor a la música, nos han abierto a todos ventanas para disfrutar de la cultura, el ocio, la intimidad, el recreo. Nos han dado la posibilidad de viajar a otras épocas o de cruzar el espacio sideral, como asegura el pequeño Willie Nile, ese músico que ama el rock, cuando se refiere al poder de la música. Personas que, como Diego Manrique, han hecho más por la cultura popular que un ministro. A su conocimiento, hay que sumar su capacidad para comunicarlo, su criterio para compartirlo, para seleccionar el grano de la paja y hacernos partícipes de ello.
A diferencia de cómo van los derroteros en los medios generalistas (incluida la actual programación de Radio 3), la labor de Manrique destaca por su análisis, su profundidad y gusto, su tono reflexivo, detallista y erudito. Y es lo escaso, lo que hay que preservar, el crítico en extinción, porque la tendencia general es la superficialidad, lo anecdótico, lo meramente olvidable. Seguramente alguno diga que este blog se incluye en esa prescindible tendencia, pero poco importará si eso nos permite mantener a los grandes de este género. Es la liga de los Manriques la que hay que retransmitir antes que nada, los demás estamos de paso.
Lo triste, también lo vergonzoso, es que ante hechos así, apenas hay repercusión. La cultura nunca ha sido un motivo por el que partirse la pana. Y la música mucho menos. Esos sonidos que pueden llegar a cambiar una vida, que ilustran a una sociedad y una época mucho más de lo que se puede llegar a pensar, no dejan de ser el pasatiempo para los gerifaltes, para los jefazos de todo esto.
Mi compañero y amigo, Esteban Hernández, del periódico La Vanguardia, aseguraba en una columna de opinión, publicada en este blog (¿Nos lee alguien? ¿Y nos importa?), que “la música siempre nos cuenta cosas. Y a menudo no las oímos, preocupados como estamos por el anecdotario, por las relaciones sociales, por señalar con el dedo la falta de gusto ajena o por mostrar al mundo que estamos por encima de él. Hay muchos caminos para llegar a buen puerto en esto de la cultura, pero tampoco parece mala idea que comencemos a prestar más atención a lo que la música nos dice. Aunque sólo sea porque el secreto para contar una buena historia reside en saber escuchar”.
El oído de Manrique siempre ha sido especial. Estoy seguro que pronto volverá a saberse de él. Y así lo espero. A diferencia de otros compañeros, no le conozco de cerca, pero puedo asegurar que no hace mucho tuvo un gran detalle conmigo, sin que nadie se lo pidiese, sin ser yo más que un aprendiz de una persona que lleva en esto desde los años 70.
En una entrevista publicada por la revista Efe Eme, Manrique cuenta las razones de su cese como Director Adjunto de Radio 3, y las del final de El Ambigú, 18 años después de su puesta en antena. Recomiendo a todos leerla. Me quedo con la siguiente pregunta:
¿Piensas seguir haciendo radio?
"De principio, lo he interiorizado como una monstruosa injusticia y me ha quitado la energía necesaria para enfrentarme a un micro. Pero hoy mismo, cuando descubra un disco apasionante, voy a sentir el impulso de compartirlo y me dará un bajón tremendo al comprender que ya no tengo la forma de difundirlo y argumentarlo."

Ese sentimiento es el poder de la música. Esta ruta norteamericana bien lo sabe porque nació de él. Como si fuéramos ahora nosotros quienes pinchamos una canción en El Ambigú, vaya esta por Diego A. Manrique y su grandísimo trabajo por el bien de la música, en mayúsculas.
PD. A quien pueda interesar: Recogida de firmas para lograr la vuelta del periodista Diego A. Manrique a Radio 3


Muere Ben Keith, escudero de lujo de Neil Young

Por: | 27 de julio de 2010

Me informa a través de un SMS mi amigo y compañero de la revista Ruta 66, Manuel Beteta. “Ha muerto Ben Keith”. Confirmo la información en medios como Spinner. También en el blog español que más de cerca sigue la actualidad musical de Neil Young, En la playa de Neil. ¿Quién era Ben Keith? Pues era un gran escudero de Neil Young. Tenía 73 años.
Keith no era un cualquiera. Qué va. Keith era un gran hombre en la sombra, un músico de talento que tuvo la suerte de cruzarse con una figura mayúscula como Neil Young, o mejor dicho, una figura mayúscula como Young tuvo la suerte de contar con él. Lo mismo da. Pero el propio Young sabía que contar con Keith era contar con un magnífico escudero al pedal steel, de esos músicos que agrandan a los grandes músicos, que aportan rigor, estilo y calidad. Que son garantía de rock en letras doradas. Como pueda ser, un Nils Lofgren para Bruce Springsteen, un Mike Campbell para Tom Petty o un Denny Freeman para Bob Dylan.
Dicen que Neil Young quiso tenerle a su lado después de verle en el programa musical para la televisión de Johnny Cash. Keith dejó su estampa en Harvest, ese delicado y bello viaje acústico de 1972. Desde entonces se hizo un fijo en el entorno del canadiense. Keith participó en discos como Time fades away, On the beach, Tonight’s the night, American stars ‘n’ bars, Comes a time, Old ways, Freedom, Harvest moon, Silver and gold o Prairie wind. También formó parte de la banda de Pegi Young, esposa de Neil. Y en 2006 participó en la gira Freedom of speech, de Crosby, Stills, Nash & Young.
Su curriculum era de sobresaliente. Aparte de estar con Neil Young, Keith también trabajó para Ringo Starr, Linda Ronstadt, Todd Rundgren, Warren Zevon, J.J. Cale, The Band, David Crosby, Graham Nash, Paul Butterfield, Emmylou Harris, Willie Nelson o Waylon Jennings. Y además de su trabajo como guitarrista, Keith se metió a las labores de producción. Estaba trabajando recientemente en el segundo volumen de Last Man Standing, el disco de Jerry Lee Lewis en colaboración con otros músicos.
Entiendo que el rápido mensaje de Beteta es signo de una emoción destacada. Parece que fue ayer cuando pudimos ver a Neil Young y su banda en el backstage del Rock In Rio, en un concierto memorable, sobrecogedor, hace ahora dos años. En el inmenso Escenario Mundo estaba Ben Keith. Entre bambalinas, estuvimos esperando a Neil Young a que llegase para salir al escenario mientras miles de personas abarrotaban la pradera enorme de Arganda del Rey. Young apareció cojeando y se tomó una cerveza con limón junto a su mujer.
Keith había llegado unos minutos antes. Apareció sonriente, amable, haciéndose fotos con todos nosotros. Conservó una con él en el centro, que tuvimos que repetir tres veces, sin queja por su parte. Keith se quedó unos segundos hablando con nosotros y nos dijo que hacía una noche perfecta para tocar buen rock’n’roll. Supongo que es como el marinero que sale a la mar e intuye que ese día es idóneo para navegar. Aquella noche fue uno de los conciertos más emocionantes de mi vida.
Al parecer, ayer, Neil Young, al enterarse de la noticia, le dedicó su canción <<Old Man>>. Viejo, Keith, descansa en paz. Creo que hoy será una noche perfecta para pinchar Harvest.
(Fotografía: A.Kidman)


El universo de la vibrante música funk tenía en Garry Shider una estrella con luz propia. Escudero de lujo del maestro George Clinton y cantante y guitarrista repleto de cualidades, la huella de Shider, que murió el pasado 16 de junio a causa de un cáncer, se encuentra en una de las partes más fascinantes del género al ser una pieza clave de Parliament y Funkadelic, dos formaciones hermanas que revolucionaron el concepto de la música negra con su trepidante ritmo de ecos de doo-wop y absorbentes pasajes psicodélicos.
Nacido en Plainfield, Nueva Jersey, Shider se crió bajo los rigores de un padre predicador. La familia no podía faltar ni un día a misa pero eso ayudó a que el pequeño entrase muy pronto en contacto con el gospel y se interesase por los secretos de los instrumentos. Su gran desparpajo le llevó, con apenas 10 años, a tocar para estrellas como Shirley Caesar o los Five Blind Boys. Aquel chaval demostraba que estaba dotado de un sentido musical abrumador. A los 16 años, junto con su amigo Cordell “Boogie” Mosson, creó United Soul, que llamó la atención de George Clinton, un portentoso músico con etiqueta actual de clásico que estaba a las órdenes de Berry Gordy como productor y compositor en el prestigioso sello Motown.
Clinton, que trabajaba en una barbería, se había mudado a Detroit y, al margen de sus labores en Motown, formó Funkadelic. Desarrolló un estilo salvaje de fusión soul y rock que rastreaba con energía el sudoroso R&B de James Brown hasta alargarlo en una sesión psicodélica de Jimi Hendrix. El talento de Shider no le pasó desapercibido y se hizo con sus servicios en 1972 para el álbum, America Eats Its Young. En 1973, en el álbum Cosmic Slop, era la voz principal del tema que daba título al disco. Fue la canción insigne de su carrera.
Durante los setenta, Shider se convertía en una piedra angular de Funkadelic y Parliament, el otro gran grupo funk de Clinton. Ambas bandas salían juntas como una entidad combinada conocida como P-Funk y que se ganó una legendaria reputación por su mensaje activista y sus largos conciertos incendiarios e improvisados. Clinton, que llegó a reclutar más de 40 músicos, siempre reservó un papel destacado a Shider. Su impulso a la guitarra y la composición se halla en discos esenciales como Hardcore Jollies y One Nation Under a Groove en Funkadelic y Mothership Connection en Parliament. Después de la época del P-Funk, Shider nunca abandonó a Clinton con el que volvió a tocar en la reagrupación P-Funk All-Stars.El brío rítmico de Shider marcó un estilo e influyó posteriormente en el mundo del rap.


Roy Orbison, la soledad como estado mágico

Por: | 21 de julio de 2010

El otro día, en esta ruta norteamericana, uno de los lectores hablaba de la emoción que sentía cuando escuchaba la intensidad de Nick Cave. Es comprensible. Hoy, recupero el artículo sobre Roy Orbison que escribí dentro de mi sección en la revista Efe Eme. Como pueda ser Nick Cave, la música de Roy Orbison me produce una emoción tan intensa que es difícilmente explicable. Cautiva y no hay más.
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"A nadie se le parte el corazón por el primer amor. Sólo por el último”
“La ley de la horca” (“Tribute to a Bad Man”, 1956), dirigida por Robert Wise.

Cuando el rock’n’roll se popularizó a finales de los cincuenta, Roy Orbison podía haber sido una superestrella, un ídolo juvenil de masas, pero fue un hombre solitario. Como tantos que desfilaron por los cincuenta y setenta, podía haber sido uno de esos chicos con una voz especial y un marcado estilo que se instalaban en las listas de éxito como fulgurantes aves de paso, mientras firmaban autógrafos y bebían las mieles de la fama, pero Roy Orbison no estaba llamado a sonreír al primer tiro de cámara. Tras sus gafas de sol, el caballero de la triste figura escondía siempre una mirada tímida, y en su colosal voz latía la herida del puñal de la nostalgia.
Como en el viejo Oeste, la soledad guarda un encanto distinto y guía los pasos por su propio camino. En el mundo de la música popular, el camino de Orbison se hallaba en tierra de nadie. A pesar de su edad, no perteneció a la conocida Clase del 55, ese grupo de pioneros liderados por Elvis Presley al que se sumaba gente como Eddie Cochran, Gene Vicent, Chuck Berry o Little Richard. Le faltaba el descaro de todos ellos. Apenas surgió poco después del estallido del rock, dentro de esa generación que la industria discográfica moldeó para ofrecer cantantes menos rebeldes, más amables al gran público, que se llamó la generación High School. La frescura y el desenfreno originales perdían fuerza ante la actitud romántica y complaciente. Sin embargo, Orbison planeaba por distintos paisajes sentimentales que Paul Anka, Bobby Darin o Frank Avalon, todos ellos compañeros de generación. Sus canciones cruzaban la frontera de lo humano, caían en el abismo emocional, se teñían de una solemne desazón, hasta hacerse únicas e imperecederas.
Nacido en 1936 en Vernon, en el Estado de Texas, Orbison se crió en pleno desierto. Con menos de diez años, ya tenía una guitarra y se las arreglaba para tocar en la emisora local. Con la llanura como principal horizonte, no es de extrañar que empezara su carrera musical en el country. Su primera banda, los Wink Westerners, pasa a llamarse los Teen Kings y con ellos graba ‘Ooby dooby’, su primer tema importante para la casa Sun Records. Sam Phillips ve en él a un tipo con un interesante potencial para el rockabilly, pero en ese género Orbison no consigue despuntar. De alguna manera, el chico inocente y retraído no transmite la fuerza y atractivo de Johnny Cash o Elvis Presley. Tampoco en el sello RCA, a las órdenes del gran Chet Atkins, se desarrolla el potencial de Orbison.
Asentado en las raíces pero sin un estilo majestuoso, el músico pasa por ser un artista más que correcto con destacadas cualidades vocales. Sin embargo, su fichaje por la discográfica Monument supone el cambio definitivo. Se deja de imposiciones y explora su sentido musical marcado por el drama, la emoción desbordante. Canciones de menos de cuatro minutos que se desenvuelven como un torrente sentimental, cogiendo fuerza, hasta terminar en una cascada de instrumentos y una voz en el infinito. ‘Only the lonely’ es el punto de inflexión de su carrera, que llega a lo más alto de las listas de Estados Unidos y Reino Unido. La primera de una serie de baladas que revelan a un músico excepcional en el terreno de las emociones.
Con su voz estratosférica y esos arreglos operísticos, Orbison desarrolla en el comienzo de los sesenta una carrera repleta de éxitos. Durante cinco años, desde 1960 a 1965, consigue 17 tops, entre los que destacan ‘Crying’ o ‘In dreams’, con la cumbre de ‘Oh, pretty woman’. Una vez que se ha quitado la etiqueta de cantante de rockabilly, el músico se reconoce en su ámbito baladístico, en la nueva intensidad que adquieren sus viñetas musicales sobre el deseo, el amor perdido o la oportunidad fallida. Orbison se convierte en otro destacado rastreador de la soledad hiriente que forma parte de la mitología de EE UU.
La soledad que acompaña a la búsqueda personal, el anhelo que guía los pasos hacia la promesa incierta de una tierra prometida, la tristeza que se respira en la medianoche de la vida, cuando lo único verdadero son los acompasados latidos del corazón. Con el desamparo etéreo de sus baladas, Orbison se sitúa en esa línea narrativa y vital de la soledad norteamericana, un afán que ya nacía en el aire lúgubre del capitán Ahab, en el “Moby Dick” de Melville. O en el desencanto y fragilidad de Scott Fizgerald, en los rutilantes años veinte, cuando afirmaba: “Cuando oscurece, siempre se necesita a alguien”. Es la noche estrellada de Jack Kerouac en su obra “En el camino”, “esa noche que es una bendición para la tierra, que oscurece los ríos, se traga las cumbres y envuelve la orilla al final, y nadie, nadie sabe lo que va a pasar a nadie excepto que todos seguirán desamparados y haciéndose viejos”. El llanto perdido de ‘In dreams’, una de las pocas canciones que fueron compuestas única y exclusivamente por él e incluida en la película de David Lynch “Blue velvet”, guarda el mismo instante solitario, el mismo hechizo, que todas esas obras y que cualquier trasnochador, pintado en la penumbra, de Edward Hopper.
Pero la vida se encargó de que el personaje de sus canciones fuera también una existencia real. La tragedia se llevó por delante la vida de Orbison. En 1966, su mujer Claudette, a la que dedicó una canción, sufre un accidente de moto y muere. Dos años más tarde, su casa es pasto de las llamas y en el incendio fallecen dos de sus hijos. El músico es víctima de la desdicha, se encierra en sí mismo y desaparece de la vida social durante años. A partir de entonces, la aureola trágica que rodea a Orbison adquiere una categoría sobrenatural al verle escondido en sus gafas oscuras, con su sonrisa rota, interpretando canciones como ‘It’s over’, ‘Falling’ o ‘In the real world’. Es el forajido que conoce sus fantasmas, y los invoca.
A mediados de los setenta, varios músicos empiezan a reivindicarle. Linda Ronstadt o Don McLean recuperan clásicos suyos como ‘Blue bayou’ o ‘Crying’, respectivamente. John Lennon llega a afirmar que siempre quiso parecerse a Roy Orbison por encima de cualquier otro músico. Bruce Springsteen le rinde tributo en su épica ‘Thunder road’. “Roy Orbison está cantando para los solitarios. Esto lo que soy y sólo te quiero a ti”, escribe el de Nueva Jersey. Emociona aún más verle en los ochenta en los grandiosos Traveling Willburys, ese proyecto espontáneo, divertido y fabuloso que reunió a Bob Dylan, Tom Petty, George Harrison, Jeff Lynne y el mismo Orbison. Fichaje de última hora, Orbison se suma cuando andaba cerrando su magnífico disco “Mystery girl”, producido por Lynne. En el documental de aquellas sesiones de grabación en Malibu, se ve el respeto que le profesan todos. Allí están todo un Dylan y un Harrison, piezas angulares de la historia de la música popular, pero Orbison es el padre de familia. Nadie duda de su categoría. Lo dicen todos. Cuando Roy canta, se para el mundo. Existe una lejanía en su canto al que no llega nadie. Pone los pelos de punta observar cómo Dylan, Harrison, Petty y Lynne retroceden un paso cuando en ‘Handle with care’ llega la hora de Orbison.
Este respeto también se palpa en el magnífico “Black & white night”, homenaje a toda una carrera que reúne a Elvis Costello, Springsteen, Tom Waits, Jackson Browne, T-Bone Burnett, Bonnie Raitt, J.D. Souther y k.d. lang. Esta cosecha de oro se rinde ante sus paisajes sentimentales y su intensidad operística. En blanco y negro, hay una complicidad artística con el músico que con sus canciones les acompañó durante su adolescencia e inspiró sus posteriores obras. Según Waits, una balada suya era suficiente para llenar la noche con una chica. Tras emborracharse de Orbison durante su juventud, el propio Waits, vagabundo bendito, bardo callejero, autoestopista nocturno, aseguró a la revista “Newsweek” en 1976: “Hay una soledad común que se extiende de costa a costa. Es como una inconexa crisis de identidad común. Es la oscura, cálida, narcótica noche americana”. Posiblemente, esa noche americana, la de las grandes llanuras con estrellas o la de las palpitantes luces de neón al girar la esquina, guarde el secreto del llanto estratosférico de Roy Orbison, que recorre con ardor las tribulaciones del alma.


Texto original para la revista Efe Eme.

Murder by Death: Divina Comedia

Por: | 19 de julio de 2010

Este blog se detiene en una banda de Indiana sin tirón mediático pero con una legión de seguidores. Gracias al texto de Álvaro Fierro, colaborador de Ruta 66 , nos adentramos en el último disco de este grupo. Disfrutad.
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Por mucho que la psicología lleve años intentando descifrar el criptograma mental humano, siempre habrá tipos como Adam Turtla que se lo pondrán más complicado. El joven que concibió Murder by Death en 2001 inspirado en la película de Robert Moore Un Cadáver a los Postres (1976), primero bajo el nombre de Little Joe Gould, y que alternó con sus estudios una discografía variada en exceso, que pecaba del cierto furor del primerizo por tocar todos los palos, ha registrado Good Morning, Magpie, (“Buenos Días, Urraca” en inglés). Y la atmósfera resultante es la que se sufre como cuando el clima árido te aprieta en inhóspitos lugares y los (malos) recuerdos nos flagelan con mayor ahínco. Pasen y conózcanlos.
"Hay muchas cosas en esta vida que no podemos elegir/ como quién es tu padre/ y de dónde provienes/ y cuando las hojas están en el suelo/ es el momento de sacar el rastrillo/ pero puedes elegir tu compañero para beber/ y el mío no viene de Tennessee/ oh, es el mío es el dulce bourbon de Kentucky. Con esta apología al alcohol de alta graduación se abre- y no se cierra, ni mucho menos- Good Morning, Magpie (Vagrant Records, 2010), último álbum de Murder By Death, y uno de los discos más interesantes de última hornada de la localidad de Bloomington, Indiana: “Nosotros bebemos mucho, muchísimo, por lo que habitualmente cantamos sobre ello.
También soy de los que pienso en canciones ebrias a la manera tradicional, en la que las gentes de una banda beben juntas y se divierten, y queremos que se mantenga así. Empinar el codo va parejo con la gente como nosotros, que quieren salirse del sistema establecido” era la razón que exponía Adam Turtla, cantante, voz y principal compositor, para la revista Ruta 66 a propósito de las múltiples referencias a la botella que mojan el quinto trabajo del cuarteto americano; motivo materializado- y trasegado- en la gráfica “As Long There Is Whiskey in The World”, épico country agnóstico con los parámetros de un “My Way” sinatriano, sólo que desde la óptica del paria, a años luz de cualquier atisbo del bon vivant. Como unos Calexico discordantes, sonorizando el otro lado de la frontera que separa los parajes incivilizados de los territorios sin ley, Murder By Death idean un imaginario de pop ominoso donde no hay tiempo para pedir perdón, y el ser humano traspasa directamente las puertas del limbo al purgatorio, sin escalas previas.
Con la decadencia alzada a su máximo esplendor, estas once canciones son cada una pequeñas letanías que no buscan el perdón, sólo maldicen el mundo desde las alcantarillas de la ciudad en “On The Dark Streets Below”, narrado al ritmo de un mariachi con ínfulas de crooner; que emulan las formas de Nick Cave poetizando el desconcierto de la experiencia, esa que te habla de tú a tú y que viene a decir que por mucho que se haya viajado y haya visto, el humo que emana desde las piras de un príncipe no se diferencia del de la de un pordiosero en “Piece by Piece”. Lirismo que podría ser conceptual- es un hilo, el de la redención, el que une este cancionero- pero que no lo es, no al menos en este elepé, el cual se pone a cuatro patas en el medio tiempo “King of Gutters, Prince of The Dogs”, o lo que es lo mismo, en la piel de los mamíferos que aúllan a la luna, es decir, a nadie. Que transforma en canción popular la inquietante, desde su silbido inicial, “You Don´t Miss Twice (When You´re Shavin´ With a Knife)”, gracias al violoncelo de Sarah Balliet, y da las gracias a la urraca que da nombre al disco por ser una compañera fiel en el camino, mucho más que cualquier ser humano en el tema homónimo en el ecuador del periplo.
Invocan a Jonnhy Cash en “Yes”, country pop de poso gótico con el folklore de los muertos paseándose trepidantemente durante dos minutos y medio, dan paso al contraste de “Foxglove”, uniforme pieza donde la economía de medios trota al ritmo de una batería ajetreada, de nuevo con los viajes como símiles de la vida vivida, se fusiona después con “White Noise”, donde un barítono trasunto de Lee Van Cleef reivindica al valle allende la ciudad, a la era pre crepuscular que Cormac McCarthy plasmaba en la trilogía de la frontera, y finaliza con “The Day”, reminiscencia de los coqueteos grunges de “Red Of Tooth and Claw” (Vagrant Records, 2008), donde un coro de coyotes, peces flotando boca arriba, serpientes de cascabel y demás criaturas te despiden, dando bandazos, del mal trago onírico pasado.


Texto: Álvaro Fierro, redactor de Ruta 66 .

Gira de John Hiatt, pasando por el alma de Robert Johnson

Por: | 16 de julio de 2010

Magnífica noticia: John Hiatt visitará España en octubre. Las fechas ya están confirmadas en su página web. El 27 de octubre en Madrid (sala Joy Eslava), el 28 en Barcelona (sala Bikini) y el 30 en San Sebastián (Kursaal).
Desde esta ruta norteamericana, se baila de alegría. El maestro Hiatt es uno de esos grandes músicos estadounidenses que en solitario creo que no ha tocado aún en España, como pueda ser Tom Petty. Cierto que Hiatt no tiene el mismo tirón mediático que otros contemporáneos, pero sus cualidades musicales, con esa voz rasgada, en una especie de soul blanco de carretera, y esos sencillos arreglos emocionan. Además, sus últimos trabajos son testimonios musicales de gran calibre. Todavía escucho encantado, con el reposo que merece, discos como Same old man o Master of disaster.
Hiatt ya estuvo a punto de venir de gira hace dos años. Era por estas fechas y venía a presentar Same old man. El músico iba a tocar en el Jazzlandia de San Sebastián, pero tuvo que suspender la gira europea por la enfermedad de un familiar directo. Fue una pena.
Tengo una curiosa anécdota al respecto de esa gira de Hiatt y mi frustrada entrevista con el propio músico. La revista Ruta 66 me había encargado una entrevista con John Hiatt aprovechando la salida de su nuevo disco y su siguiente paso por España. La entrevista sería por teléfono y tenía que llamar a Arizona, lugar donde se encontraba Hiatt en mitad de su gira.
La cosa es como sigue: al parecer, Hiatt siempre utiliza seudónimos allí donde se aloja cuando está de gira. Y en este caso era Robert Johnson, mítico músico de blues, muerto hace décadas. Todo se iba a desarrollar a la hora de comer, hora española, y tuve que cambiar parte de mi jornada para poder realizarla. Yo tenía que llamar a Jorge Ortega, director de Ruta 66, y él me conectaba con Alabama. Era una cuestión de cargos de la llamada, de los que se hace cargo la revista. Llamé a Jorge y a los pocos minutos estaba en comunicación con el hotel de Hiatt.
Me cogió el teléfono una encantadora recepcionista. Pregunté por Robert Johnson. Consultó la lista de personas alojadas y me dijo que no había ningún Robert Johnson en el hotel. Le dije que mirase bien, por favor. Tras revisar todo, me dijo de nuevo que no había ningún Robert Johnson en el hotel. Tuvo la amabilidad de preguntarlo a un compañero. Y la misma respuesta: no había ningún Robert Johnson hospedado.
Con estas, tuve que contar la verdad. “Perdone, soy periodista, llamo desde España y realmente mi entrevistado se llama John Hiatt”. Entonces, ella me preguntó: “Y por qué pregunta por Robert Johnson”. “Es un seudónimo”, le dije. Miró por Hiatt y me dijo que tampoco tenía constancia de su estancia allí. Y colgamos.
Volví a llamar a Jorge Ortega, que no daba crédito, y me dijo que insistiera. Según los datos facilitados por el manager de Hiatt, todo estaba correcto. Volvimos a llamar. Esta vez lo cogió un hombre. Ante la duda, le pregunté por Robert Johnson. Me dijo que algo le había contado su compañera y muy serio me dijo: “Mire, señor, sé de música lo suficiente para saber que me está tomando el pelo. Robert Johnson murió hace muchos años. Así que no me venga con que se aloja en este hotel. A lo mejor por el siguiente que pregunta es por Jim Morrison”. Alucinaba. Le dije que el verdadero motivo de mi llamada era una entrevista para John Hiatt, músico americano muy bueno y que suele ponerse seudónimos allí por donde va. Pero en tono muy solemne me contestó: “No existe en todo Estados Unidos un músico que se llame John Hiatt. Deje de molestar, por favor”. Y me colgó. Tremebundo.
Tanto Jorge como yo nos quedamos fuera de sitio, y no hubo entrevista. Al día siguiente o a los dos días, leí que Hiatt suspendía su gira por motivos de salud de un familiar muy cercano. Al parecer, la noche anterior a mi llamada, Hiatt cambió todos los planes de su gira y no dejó nada dicho en el siguiente hotel sobre su entrevista.
Todavía pienso a veces en la cara de pasmo de esos recepcionistas preguntando por Robert Johnson, el bluesman muerto, dicen, en un cruce de carreteras. Tenía su gracia. Pero nada comparado con mi cara: ¿Qué no existe ningún músico llamado John Hiatt? Por Dios. Vendería mi alma al diablo por que ese recepcionista escuchase a Hiatt y me cogiese otro día el teléfono. Seguro que al preguntar por Robert Johnson me decía: “Oh, claro, el Señor Johnson está esperando. Por cierto, magnífico el último disco del Señor Hiatt”. En octubre, Robert Johnson, John Hiatt y yo rendiremos cuentas. Se me antoja una noche fantástica de música de raíces americanas.


¿Largo descanso o separación de Pearl Jam?

Por: | 14 de julio de 2010

"Gracias por venir a nuestro último concierto. No será el último para siempre, sino el último en mucho tiempo”. Con estas palabras se despidió Eddie Vedder en el concierto de Pearl Jam en Portugal el pasado 11 de julio, dentro del festival de Lisboa Optimus Alive. Este el vídeo, con las palabras de Vedder en portugués.


La frase, lejos de pasar desapercibida, ha corrido como la pólvora en la red. Muchos medios de comunicación, entre ellos el New Musical Express y Spinner, y diferentes blogs estadounidenses se han hecho eco de lo que dijo Vedder sobre una prolongada pausa. Algunos seguidores de la banda han empezado a especular sobre el final del grupo para siempre. Y, según se puede leer por diversos sitios, la consternación se ha apoderado de ellos.
No creo, sinceramente, que ese final de los finales se producirá en Pearl Jam. Tal vez, Vedder y el resto hayan pensado en separarse durante una temporada para buscar nuevos horizontes, pero Pearl Jam no parecen a estas alturas la banda que rompa para siempre, como han hecho tantas en la historia de la música. De hecho, apuesto a que se refería al típico parón para descansar.
El último disco oficial del grupo, Backspacer, se publicó el año pasado y recibió una gran acogida por público y crítica. Sin embargo, Vedder ya fue por su cuenta cuando se metió de lleno en la banda sonora de la película Into the Wild. El disco, un interesante ejercicio de folk-rock, mostró otra faceta más reposada y liviana de su repertorio.
Si al final se toman ese largo descanso, sería una pena. Amigos cercanos me han contado lo bien que estuvieron en el BBK Live de Bilbao la semana pasada. Siempre he considerado a Pearl Jam una banda muy recomendable, sin considerarme, eso sí, un seguidor acérrimo de ellos. Su rock, que superó hace tiempo el síndrome del grunge, alegra cualquier mañana. Esto es de lo último que he visto de ellos y bien merece disfrutarlo, más con el calor que pega aquí en Madrid. Refrescante.

La evolución de la música soul hacia el funk bailable tenía un importante referente en Marvin Isley, fallecido el pasado 6 de junio en un hospital de Chicago. Como bajista de los célebres Isley Brothers, el guitarrista creó un estilo melódico influyente y aportó identidad pop al grupo familiar, que cosechó éxitos con su transmutación de los sonidos del R&B de calle hacia los envolventes arreglos funky tan demandados en los setenta por las emisoras y las pistas de baile. Según informó su primo Chris Jasper, quien también formó parte del grupo como teclista, murió por complicaciones derivadas de su diabetes, enfermedad que le lastró durante más de 20 años y por la que en 1997 sufrió la amputación de ambas piernas.
La llegada de Marvin, junto con su hermano Ernie y su primo Chris, supuso un cambio de estilo radical para los Isley Brothers, una banda con dos vidas bien diferenciadas. Hasta la publicación de 3+3 en 1973, la crítica veía a los Isley Brothers como una interesante formación en la línea de los grupos clásicos del R&B estadounidense pero sin capacidad para trascender en la historia. Formaciones como los Drifters tenían la magia que a los Isley les faltaba. Pese a todo, durante los sesenta, los tres hermanos mayores (Ronald, O'Kelly y Rudolph) se ganaron el cariño del público dando rienda suelta a sus cualidades vocales y rítmicas con éxitos como <<Shout>>, que vendió un millón de copias y derivó más adelante en <<Twist & Shout>>, grabado originalmente por los Topnotes y registrado para la memoria colectiva por los Beatles. Su posterior paso por Tamla Motown fue sin pena ni gloria, pero sirvió para que los hermanos Isley dejasen entrar a los otros tres familiares en 1969. Desde entonces, el grupo adquirió un nuevo discurso musical.
El disco 3+3 (que se refiere a la incorporación de los nuevos miembros) significó una potente declaración de funk, en su vertiente más cálida y romántica. El bajo de Marvin sostenía con técnica y guante blanco el resto de los arreglos. Sus dibujos melódicos se acoplaban como la seda a la suave voz de Ronald o los colchones acústicos de los teclados de Chris. Aunque lejos del funk orgulloso y trepidante de Nueva Orleans, cuna del género, la crítica especializada lo señaló como un álbum imprescindible. En 1975, sucedió lo mismo con The Heat Is On, donde de nuevo ofrecían un lugar para la evasión al mismo tiempo que coloreaban la inocencia con delicadas notas bailables.
A partir de ahí, registraron varios éxitos y, a finales de los setenta, se dejaron engatusar por la música disco, que borró de un plumazo los fascinantes orígenes del ritmo negro. En ese ambiente de lentejuelas, los Isley Brothers fueron una banda con tirón pero de una inconsistencia frustrante. En 1984, Marvin, Ernie y Chris decidieron abandonar el grupo y formar el suyo propio: Isley Jasper Isley. Pero nada sería igual para Marvin, que en 1992 se retiró de la profesión. Eso sí, de su discreto legado al bajo funky tomaron nota gente como Prince, Paul Weller, Lenny Kravitz o el nuevo talento del género Mayer Hawthorne.


Jugosas reedicciones de Nick Cave

Por: | 07 de julio de 2010

Cierto: no es Nick Cave la opción más efusiva y refrescante para escuchar en verano. Pero estos días ando metido de lleno en su música gracias a las jugosas reediciones de sus discos Tender prey (1988), The good son (1989) y Henry’s dream (1992).
El sello Mute prosigue su tarea de reedición de los discos del músico australiano con una nueva entrega triple compuesta por estos tres álbumes. Una etapa que se puede considerar “reflexiva” en la carrera del cantante, con su dosis de tormento. Las reediciones, al final de las letras de las canciones, guardan buenos textos sobre el contexto vital del disco. Pero lo mejor para llevarse a la boca, aparte de los discos remasterizados con extras, son los DVD que acompañan a esta edición de lujo.
Según ha declarado el propio Cave en entrevistas, Tender Prey se hizo en un momento de su vida con mucho descontrol. El disco, repleto de imaginación y oscuridad, ponía fin a la etapa berlinesa. Y tiene algo de momento histórico en la carrera de Cave y sus Bad Seeds porque guarda un cambio, una evolución muy marcada de toda la banda. Está dedicado a Fernando Ramos da Silva (muerto a tiros por la policía brasileña a los 19 años), y la canción <<The Mercy Seat>> fue versionada más tarde por Johnny Cash. El álbum contó con el acompañamiento de un trío de cuerda en algunas canciones.
The Good Son se publicó en 1990 cuando Nick Cave se instaló en Brasil, en la ciudad de San Pablo. Cave fue a recuperarse de la vida londinense, de los excesos de la noche británica, en un plan de desintoxicación. San Pablo le ofrecía otras visiones y otra cultura al músico australiano. Muchos no entendieron este cambio. Cave abandona el lado visceral de su música. Esta nueva situación trajo un álbum lleno de temas lentos, con envolventes orquestaciones de cuerda y letras minimalistas de fuerte carga espiritual. En la nueva edición especial de The Good Son, están las nueve canciones del álbum original, más tres temas extra (<<The Train Song>>, <<Cocks’n’Asses>> y <<Helpless>>) y los vídeos de <<The Weeping Song>> y <<The Ship Song>> junto al corto <<Do You Love Me Like I Love You. Part 6.>>
Cerrando esta triple entrega de reediciones, Henry’s dream se trata de un disco adorado por muchos seguidores de los Bad Seeds. Al mismo tiempo, es controvertido por su difícil gestación, pues Nick Cave no quedó satisfecho con la producción de David Briggs. Este prefería un método en vivo en el estudio que utilizó con Neil Young. Esto llevó a que Cave y Mick Harvey re-mezclaran el álbum, y a que se incluyeran muchas de sus canciones en el disco en vivo Live Seeds, ya que Cave quería hacer justicia a los temas. Con una portada diseñada por Anton Corbijn, la nueva edición especial contiene las nueve canciones de su versión original y siete temas extra.
Así, en una inmersión de estas características en el mundo de Nick Cave, se goza de la grandeza compositiva de este músico distinto, nada convencional, repleto de detalles vitales, revelaciones. Arte con todas sus letras.


Esperando a Waits con Richard Thompson

Por: | 06 de julio de 2010

Me escribe un lector para recordarme la cita del festival Waiting for Waits, que este año cumple 10 años. El festival nació con el deseo de que algún día Waits pise tierra de las islas y ofrezca algún concierto en Mallorca.
Cuando el músico pasó en 2008 por España, por primera vez en su vida, mucho se especuló sobre la existencia o no de este festival tan adorable, que ha visto pasar por su escenario a Howe Gelb, Richard Hawley, Dayna Kurtz o Steve Wynn, entre otros. Pero se decidió mantenerlo, aún con el mismo nombre, pese a que algunos dicen que se barajó la posibilidad de cambiar el nombre por Orphans of Waits, nombre tomado de un reciente álbum del músico y que jugaba con la idea de que desechó pasar por Mallorca al tocar en Barcelona y San Sebastián.
En este 2010, Waiting for Waits vuelve con un cabeza de cartel de lujo. Para esta ruta norteamericana el nombre de Richard Thompson se escribe con letras doradas. Thompson, que toca el 10 de julio, es un músico elegante y talentoso. Sólo por haber pertenecido a Fairport Convention, ese grupo exquisito de folk-rock británico, merece todos los aplausos del mundo. Sin embargo, en solitario, Thompson no ha hecho más que agrandar su figura con una retahíla de discos más que destacables. Sweet Warrior, su último testimonio, fue para mí uno de los trabajos más fascinantes del 2007.
La visita de Waits a España se vivió como algo histórico, con resonancias casi místicas en mi caso. Pero, sinceramente, con un cartel así de majo en este festival tampoco te preocupa tanto que Waits no se deje caer por aquí en un tiempo. Wating for Waits siempre me ha recordado a Esperando a Godot de Samuel Beckett. Godot nunca llega. Mientras se le espera pasa la vida. Pero, en serio, la vida musical que pasa esperando a Waits es maravillosa, gracias a este festival. Con su voz rasgada y su guitarra, Richard Thompson es un Godot de las emociones. Waits seguro que bien lo sabe.


El País

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