La Ruta Norteamericana

Sobre el blog

Viaja por el pasado, el presente y el futuro de la música popular norteamericana. Disfruta del rock, pop, soul, folk, country, blues, jazz... Un recorrido sonoro con el propósito de compartir la música que nos emociona.

Sobre el autor

Fernando Navarro

. Redactor de El País y colaborador del suplemento cultural Babelia y las revistas Ruta 66 y Efe Eme. Colabora también con un espacio musical en el programa A vivir de la Cadena SER. Es autor de los libros Acordes rotos y Martha. Cree en el verso de Bruce Springsteen: "Aprendimos más con un disco de tres minutos, que con todo lo que nos enseñaron en la escuela".

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Lugar de encuentro sobre actualidad musical y sonidos raíces de la música norteamericana. Otro punto de reunión y recomendaciones del blog de Fernando Navarro pero hecho con la colaboración de todos sus miembros. ¡Pásate por nuestro grupo!

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Martha

Martha. Música para el recuerdo

“Un accidente de tráfico y sus consecuencias despiertan en Javi, un periodista inmerso en la crisis del sector, un torrente de recuerdos y sensaciones que le conducen a su juventud, a esos veranos en el pueblo con sus amigos, al descubrimiento del amor y de esas canciones que te marcan de por vida. Un canto al rock, a la amistad, a la integridad ética y al amor puro”


Fernando Navarro

Acordes Rotos. Retazos eternos de la música norteamericana.

Acordes Rotos. Retazos eternos de la música norteamericana repasa el siglo XX estadounidense a través de las historias de más de treinta artistas, claves en el nacimiento y desarrollo de los estilos básicos de la música popular. Un documento que tiene en cuenta a músicos esenciales, que dejaron un legado inmortal sin importar el éxito ni el aplauso fácil.

Sedado por el rock con The Ramones

Por: | 31 de marzo de 2011

Ando preparando un reportaje sobre rock, el futuro y el pasado del rock, y ando metido de lleno en lecturas y entrevistas. Una parte muy gratificante de este trabajo es que puedes conocer y entrevistar a grandes personalidades, incluso llevarte grandes sorpresas, también grandes decepciones. Como dice el maestro Diego A. Manrique, en sus consejos al periodista musical (aunque yo creo que también en el del periodista en general), conviene distanciarse de los artistas (póngase aquí, políticos, empresarios, futbolistas, actores...).
En el apartado de buenas sorpresas, la última verdaderamente gratificante me sucedió cuando las pasadas navidades entrevisté en persona a José Ignacio Lapido, al que ya había entrevistado por teléfono hacía unos años. La obra de Lapido, como la mejor música de mi vida, me había alumbrado con intensidad durante años. Por eso me hacía especial ilusión charlar con él mientras desayunábamos y andábamos por el centro de Madrid. Pasa que, a veces, conoces a la persona y rompe el aura del músico. Ser persona y ser artista son dos cosas muy distintas, dos papeles que se juegan con muy distintos guiones. La sencillez y cercanía de Lapido fueron tan sinceras que daba gusto pensar en él como artista. Hay poetas de la vida que se visten por los pies, son tímidos y les molestan los focos. Lapido, además, me regaló algo con lo que nunca hubiese contado: me felicitó por este blog, por La Ruta Norteamericana. Hay cosas que valen más que el dinero, incluso más que caer en gracia a algún jefe.
De esas cosas, están las palabras de Lapido como las de varios lectores de este blog que os acercasteis el otro día tras el concierto de Willie Nile. También están las dedicatorias, como la del propio Willie Nile, que no me esperaba y me dejó con el corazón en un puño, por completo emocionado tras los últimos acontecimientos de mi vida y por el fantástico gesto que tuvieron conmigo él y Jorge Otero, guitarrista de la banda, en mitad del concierto. Desde aquí brindo ya mismo por el rock’n’roll.
El rock’n’roll, al fin y al cabo, es algo intangible pero que existe en la vida de muchas personas. El reportaje que ando preparando intentará hablar sobre qué es del rock’n’roll en la actualidad, más allá de ventas. Para este reportaje, hoy entrevistaré al gran Peter Doggett, magnífico musicólogo británico, autor de varios libros, entre ellos el fundamental There’s a riot going on. Este libro de casi 600 páginas es una especie de Biblia sobre el fenómeno social que supuso el rock en la cultura popular, cuando en los cincuenta y los sesenta el mundo occidental corría muy deprisa en mitad de la guerra de Vietnam, los derechos civiles, los movimientos de liberación o la emancipación de la mujer de muchas cargas sociales.
Al leerlo, te queda la sensación de que el rock actualmente no se parece a lo que fue antes, a los años dorados del género donde los cambios sociales estaban muy ligados al sonido de una época. Sin embargo, creo que el rock sigue aquí, más sigiloso que antes, tal vez, pero presente en la vida de muchas personas. Me interesa muchísimo la opinión de Doggett, como la de otros musicólogos estadounidenses y británicos. Conviene leer libros al respecto. Porque en mi opinión se trata de ver que la música no es solo entretenimiento. Como el cine tampoco lo es. Hay mucha música que guarda un propósito en ella y otras veces sin quererlo alcanza otras metas sociales y culturales.
Mientras el sol va calentando poco a poco Madrid en esta mañana de jueves, me detengo a pensar en todo esto un rato. Me detengo a pensar en esos lectores que se me acercaron para hablar de música, de guitarras limpias, de estribillos que revolotean en tu cabeza durante días, de Willie Nile, de Lapido, de la revolución del rock, de lo que se ha ido y se ha quedado, de lo que esperamos. Si un acorde sacude tu cuerpo o una voz enciende tu alma, entonces, todavía, conviene creer en lo que sientes, en seguir tu instinto. Hay veces que solo se trata de guardar silencio en armonía, otras de saltar y otras tantas de dar palmas. Incluso de rendir humilde tributo: como Willie Nile con sus adorados The Ramones. Y como esta Ruta Norteamericana a todo lo que gira en torno a ella: música, palabras, comentarios, encuentros y, por supuesto, vosotros, los lectores.
((Aquí puedes escuchar en Spotify la lista de "Pildoras atómicas" dedicada al bendito arte del rock de guitarras, para celebrarlo))


Por las calles de Nueva York con Willie Nile

Por: | 28 de marzo de 2011

“The streets of New York unfold like a matchmake’s dream / Day become night through canyons of a concrete and steam / Juliet on the rooftop Romeo undreground / Late at night when their lips meet you can’t hear a sound / On the streets of New York” --- Streets of New York. Willie Nile

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Ya os hablé hace tiempo de la lista que nos pidió hacer el suplemento cultural Babelia a algunos colaboradores sobre los mejores discos de los últimos 20 años. Bueno, a decir verdad, se trataba de recomendar los 20 discos que en los últimos 20 años más nos gustaron y arrebataron a algunos de los que solemos escribir en sus páginas musicales. En su día, ya hablé del primer disco que presidía esa lista en lo más alto del todo y los motivos que me llevaron a elegirlo. En esa selección, en el puesto octavo, se encontraba el álbum de Willie Nile, Streets of New York. Hoy, en la duermevela, escucho ese disco cuando, una vez más, el pequeño Nile vuelve a girar por estas tierras con su rock honesto y sencillo, directo al tuétano.
A veces, parece que ha pasado una eternidad de la última vez que escuchamos un disco o una canción. Reconozco que me tiembla el cuerpo cuando vuelvo a pinchar Streets of New York. Tengo una extraña sensación, como si ese álbum que me acompañó tanto tiempo fuera un pasaje de mi vida que nunca existió. Supongo que, en ocasiones, sucede que una canción o un disco se vuelven lejanos como un sueño que recordamos vagamente, entre nuestra propia penumbra diaria y el pasar de los días. Y, entonces, esos sonidos llegan otra vez a la orilla de tu alma y te reencuentran contigo mismo, con lo que pensaste que dejaste en el camino. Imagino que cada uno de nosotros guarda la música de su vida en su interior. Es un jardín secreto que nadie puede pisar. Ese sonido está ahí, esperando a ser recuperado. Y hoy, aquí, frente al ordenador y, como digo, en la duermevela, brindo por ese espacio personal e intransferible, por ese instante nuestro.
La primera vez que escuché Streets of New York sentí que, en plena noche de primavera, las calles mojadas se quedaban solitarias para mí. Correr por ellas era como abrazar la libertad sin sentido. Tus pensamientos corriendo tan rápido como tus pies y tú solo saltando de acera en acera. Buscando la luna. Seguro que en los últimos 20 años hubo muchos más discos experimentales, superventas o recomendados por aficionados y expertos que este de Willie Nile, pero incluir Streets of New York en mi lista se debió, como el resto de los 20 elegidos, a un acto de justicia personal, a esa carrera solitaria con luces de neón sobre mi cabeza y esquinas por descubrir. Ni más ni menos.
Varias veces he contado en esta ruta sonora que tuve la suerte de vivir en Nueva York. Creo que no he contado, en cambio, que aquella no fue, al contrario de lo que pueda parecer a primera vista, una decisión fácil. Toda decisión supone una responsabilidad y asimismo dejar algo a cambio. Y, en este caso, era responsable de alguien más que yo y dejaba mucho trabajo levantado tras dos años. En el momento de decidir qué hacer, me pusieron el caramelo en la mano pero sentía que el horizonte se hallaba en otra parte.
Cuando era apenas un chaval salido del colegio, una de esas primeras decisiones que marcan a un adolescente la tomé tras refugiarme en uno de los discos de Willie Nile, como si ese pequeño hombre de las gafas de sol pudiera enseñarme más que todo lo que había aprendido en la escuela. Las cosas se dieron de tal forma que, cuando llegó aquel momento de partir o no partir, surgió Streets of New York en mi vida. Al principio no caí, pero luego se reveló con toda su luz: los astros juegan sus cartas. Y Willie estaba otra vez ahí moviendo ficha para mí. Hice la pista nueve, <<Whole World With You>>, mi himno personal para el viaje.
Tras la compra en la tienda, quité ese plástico y lo puse en el reproductor del coche. Casi me matan a bocinazos a la altura de Moncloa pero es cierto que no pude pisar el pedal en aquel semáforo. De primeras, me había bloqueado de éxtasis. Primer corte: <<Welcome to my head>>. Willie Nile volvía a saludarme con su rock de guitarras y repleto de vitalidad. Qué arranque. Paraba los pies, congelaba el cuerpo. “Make yourself at home...” Volvíamos hablar el mismo idioma. Volvíamos a pisar el mismo jardín. Creo que fue a la semana siguiente, tras quemar Streets of New York, cuando me reuní con uno de mis jefes y le dije que había tomado la decisión.
En esa portada difuminada, en blanco y negro, Willie Nile paseaba por una de las calles de Manhattan, tal vez fuera Bleecker Street. Siempre sentí que aquel disco llegó a mis manos en el momento justo. Aquel hombrecillo y yo teníamos la misma ansia de perdernos por la ciudad, de recorrer las mismas calles, de respirar a pulmón abierto por la noche. Yo también quería hablar del día que vi a Bo Diddley en Washington Square. Y así hice. Hoy puedo decirlo, aunque juro por el espíritu de Elvis Presley que en su día no me atrevía a afirmarlo: fue la mejor decisión de mi vida.
Cuando me preguntan por Nueva York siempre digo que fui principalmente “por mejorar el inglés” (¿en el Nueva York más latino de la historia?) y “estudiar allí”. Tonterías. Sinceramente, la respuesta siempre ha sido otra: fui por correr por las calles de Nueva York. Por sentirme, sencillamente, Willie Nile en ese disco. Él con su música, yo con mi periodismo. Ambos, quizás, creyéndonos dueños del mismo rock.
Ultimamente, no me creo dueño de nada, superado por la rutina, la rigidez de la estructura, tan poderosa que ni recuerdas de dónde vienes y adonde vas, tan solo permaneces agarrado, inmóvil, cumpliendo el cometido. Mientras tanto, la vida te va golpeando. Un gran amigo, compañero del periódico, me confesó la semana pasada que pasaba una mala racha, y su cara mostraba desde hace días esa sujeción descorazonadora a esa estructura. Para ser sincero, produce el doble de vértigo comprobar ciertas tristezas, sentirlas como hermanas. Cuando te das cuenta que perduran, que no son cosa de un día, ves que es como perder la paz, dejar marchar la inocencia. Entonces, las mismas calles mojadas de antaño producen frío.
Hay amigos que ya no son como eran antes, no se preguntan por tu silencio, no puedes explicarles lo que no entiendes. Hay riesgos que ya no se corren como antes, y hay ciudades que parecen más lejanas que antes y soledades que pesan mucho más que antes. Pero esta noche quiero pensar que todavía hay tiempo de creer en lo que creía antes. El rock en tus venas. Willie Nile y su Streets of New York fueron parte del viento que me llevaron a Nueva York cuando todo lo que me rodeaba en aquel momento me invitaba a quedarme quieto. Mi madre solía decir que las cosas siempre suceden por algo, como si aquella afirmación fuese un axioma con el que explicar el destino de las personas. Lo cierto que es mi madre me enseñó más que nadie a escuchar ese disco, a creer que todo sucedía por algo.
Esta noche, quiero creer que todavía tiene que suceder algo, que todavía pueden abrirse las calles de par en par. Puede que Willie Nile, cuando más lo necesito, vuelva a darme una pista mañana en su concierto de la sala Moby Dick. Puede, simplemente, que todo haya cambiado tanto que ni yo mismo me reconozca ni reconozca lo que pasa a mi alrededor. Pero creo, aún con toda la tristeza de lo que ya se ha ido para siempre, que hay algo que hay que tener todavía en cuenta: se trata de no renunciar nunca al propósito de ese disco, con sus guitarras eléctricas y su piano, su rock y su balada, se trata, en mi humilde caso y tal vez en el de mi gran amigo del periódico, de respirar hondo y salir al encuentro de la extraña, caprichosa, infinita vida de la calle. Nadie dijo que fuera fácil, pero no puedes esconderte. Aunque duela, no debes hacerlo.
Gira Willie Nile
29 marzo-Moby Dick (Madrid)
30 marzo-Mieres (Asturias)
31 marzo-León
1 abril-Le Club (A Coruña)
2 abril-Kafe Antzokia (Bilbao)
3 de abril. Club Niemeyer (Avilés)


De no haber sido el rock’n’roll lo que fue, de no haber sido la génesis de la cultura juvenil y uno de los grandes motores de cambio en la sociedad estadounidense, seguramente, la canción de Jean Dinning nunca hubiese alcanzado el número uno en 1960 ni hubiese adquirido aura de mítica, pero mucho menos su fallecimiento estaría reseñado en estas páginas. Jean Dinning, fallecida a los 86 años el pasado 22 de febrero en California, compuso <<Teen angel>>, una balada adolescente cargada de simbolismo para la generación del rock.
La canción de Dinning es de esas composiciones que captan a la perfección el sentimiento de una época. Poco más de dos minutos y medio de dulces acordes y dos voces, masculina y femenina de acompañamiento, para expresar la pérdida de la inocencia y el doloroso paso del tiempo en el Estados Unidos de finales de los cincuenta y principios de los sesenta, cuando los jóvenes a través de la música, el cine o la literatura habían irrumpido con fuerza en el mundo adulto para reivindicarse y encontrar su espacio entre la voluntad dominante del establishment, incapaz de aceptar ningún cambio cultural que amenazase su supremacía, y los pilares inamovibles de la sociedad puritana, escandalizada ante cualquier atisbo de liberación.
Publicada en octubre de 1959, <<Teen angel>> fue cantada por su hermano Mark, un intérprete modesto que al principio no le gustaba la canción y luego vio cómo vendería más de dos millones y medio de copias. La composición hablaba del amor, la muerte y la angustia adolescente por situarse en un mundo que ya había empezado a acelerar y recomponerse después del gran desastre de la II Guerra Mundial. Dinning tomó el título del tema de un artículo sobre delincuencia juvenil que decía que los que se portaban bien merecían llamarse “ángeles adolescentes”. En cambio, los delincuentes eran aquéllos de las cazadoras de cuero que tenían como ídolos a James Dean en Rebelde sin causa, Marlo Brando en Salvaje o a músicos como Gene Vicent o Elvis Presley. El conflicto moral estaba abierto en EE UU y la rebelión adolescente, bajo los sonidos sensuales y crudos del rock’n’roll, encontró en la música su mejor propuesta. Emotiva y sencilla, <<Teen angel>> se refería al amor verdadero entre un joven de esa clase y una chica angelical que, incapaz de acudir a la cita con el chico y responder a sus preguntas, era presa del mundo de los adultos. El chico le ofrecía la salvación en un coche cerca de las vías de tren pero ella huyó, quedándose abierto el interrogante de su muerte.
Muchas emisoras de radio se negaron a pincharla al considerarla demasiado insolente. Sin embargo, los jóvenes, que eran nuevos y potentes consumidores, la situaron en lo más alto de las listas de éxito. <<Teen angel>> reflejaba el sentimiento de pérdida irreparable que invadió a la juventud a finales de 1959, además de entrar dentro de ese género musical que por entonces triunfó sobre dramas adolescentes con la muerte como final. Los jóvenes habían perdido el idealismo después de que el rock, que sacudió el orden moral, quedó gravemente herido por una serie de fatalidades. En febrero de 1959, Buddy Holly, Richie Valens y The Big Bopper habían muerto en un accidente de avión cuando todavía perduraba el dolor por el fallecimiento de James Dean en 1955. En ese ambiente de tragedia, los pioneros de aquel sonido salvaje cederían ante la sociedad: Elvis Presley marcharía al ejército, Little Richard a la iglesia y Jerry Lee Lewis a la cárcel.
Y <<Teen angel>> capturó el momento. Pasó a ser pieza indispensable de la cultura popular estadounidense. Cantada en Woodstock por Shah-Na-Na, versionada por varios artistas y recopilada en todo tipo de discos, la canción compartió banda sonora con Chuck Berry, Bill Haley, Buddy Holly o Fats Domino en la película American Graffiti, la bella postal generacional de George Lucas sobre el rock’n’roll. Visto con el irremediable paso del tiempo, Dinning, que enseñó la letra de la canción a su hermano durante una comida familiar, había escrito el epitafio de una época.


Todo un siglo de blues y ritmo se resumían en el saltarín y juguetón movimiento de sus dedos sobre las teclas. Del legado del Delta al honky-tonk tejano pasando por el ambiente eléctrico de Chicago se recogían en la gran carrera de Pinetop Perkins, quien era hasta ayer una verdadera leyenda viva del blues. Fallecido a la edad de 97 años en Austin, Texas, este pianista de sonrisa torcida e impecable imagen era lo que se dice auténtico, a diferencia de la gran mayoría que han recibido alguna vez tal calificativo.
A pesar de su edad, Perkins todavía se mantenía muy activo, con conciertos programados y grabando aquí y allí. De hecho, se había convertido en la última edición de los Grammy en el músico con más edad en recibir un premio de estas características. Pese a su lento caminar y sus achaques evidentes, bastaba verle sonreír con su mirada pícara tras sus gafas a medio caer para creer que nada presagiaría su final. Maestro del boggie-woogie, Perkins te convencía con su estilo inconfundible de que la vida no había hecho más que comenzar.
Nacido en Belzoni, Mississippi, en 1913, este músico representaba la mitología del blues en su propia existencia. Hijo de padres separados, estudió apenas tres años en la escuela, trabajó en los campos de algodón de niño y se crió en un ambiente extremadamente rural donde el mayor mérito consistía en saber ganarse un cigarrillo cada día mientras se salía adelante. El tabaco y el alcohol, tan presentes en la imaginería del blues, fueron parte de su vida hasta el punto que Perkins reconoció que empezó a fumar a los nueve años y dejó de beber pasados los ochenta. Entre una cosa y otra, aprendió a tocar la guitarra, pero se pasó a las teclas después de que un hombre le hiriese con un cuchillo la mano izquierda durante una actuación en un bar.
Sentado al piano, fue un magnífico músico de acompañamiento durante décadas que trabajó a las órdenes de Sonny Boy Williamson y Earl Hooker, dejando su sello en grabaciones para Chess y Sun Records, dos de las casas más emblemáticas de la música norteamericana. Tomó su nombre del pianista Clarence Smith, también conocido como Pinetop Smith. En su labor de poner colchones sonoros a las canciones o introducir fraseos al piano en piezas del blues, Perkins se pasó media vida, y diez de esos años junto al maestro Muddy Waters, en sus discos de regreso de los setenta. A Perkins se le pudo ver en 1976 el famoso concierto de despedida de The Band, The Last Watlz (El último vals), cuando Waters acompaña a la banda en el escenario. Cuatro años después, hizo un cameo en la legendaria película de Blues Brothers (Granujas a todo ritmo), donde se le podía ver en la calle discutiendo con John Lee Hooker sobre quién había escrito <<Boom, boom>>.
Hasta los 75 años fue un músico en la sombra de otros grandes. A esa edad, grabó su primer disco en solitario, After hours (1988). Por su cuenta, el pianista se erigió como un fiel representante del boogie-woogie, un estilo preferentemente instrumental nacido en el sur estadounidense. De ritmo bailable y melodías sencillas y repetitivas, el boogie-woogie de Perkins ofrecía buenas vibraciones al oyente mientras planeaba por las raíces de la música afroamericana. Menos intenso que el blues tradicional, más pensado para el baile de salón, este género tenía en este veterano pianista a su mejor embajador.
Este redactor tuvo la oportunidad de verlo en directo en el año 2007 en el B. B. King Blues Bar de Manhattan. Apoyado en su bastón y vestido con su traje amarillo y su sombrero blanco, Perkins se arrimó al piano con mimo. Una vez posó sus dedos en las teclas destapó las esencias de toda una big band, con boogie-woggie ligero y embriagador. A su modo, con su vida de raíces en el Mississippi, Pinetop Perkins era todo un portento del ritmo.
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*** Escucha, vía Spotify, un disco en directo de Pinetop Perkins: Live in Chicago '88.


La semana comienza con dos buenas noticias: la primavera y la gira de Bettye Lavette. ¿Hay mejor forma de celebrar la llegada de la primavera? Me temo que no.
Lavette es una de las preferidas por esta ruta sonora al ser una de las grandes voces contemporáneas de la música negra. Su soul es intuitivo y físico, del que brotan las emociones al ritmo sugerente de una balada o al extasis sobrenatural de una pieza cargada de vientos y metales. Y, ciertamente, es una trabajadora del negocio. Tal vez, se podría decir que, tras más de 30 años de carrera, ahora vive su primavera particular en los últimos años cuando es reconocida y admirada por público y compañeros de profesión.
Nacida en Detroit, la sede de Motown, Lavette pasó casi de puntillas durante muchos años por la música soul a pesar de que tenía menos de 20 años cuando tuvo su primer éxito y fue fichada por la poderosa Atlantic Records. Incluso, más tarde, en los ochenta y en pleno auge de la disco music, Motown se fijó en ella para cubrir el vacío dejado por Diana Ross. Pero esa no era su tazá de té, que dirían los británicos.
Lavette no pareció encontrar su propio sendero hasta el siglo XXI. Tal y como ella ha reconocido en numerosas entrevistas desde la publicación del grandioso A Woman Like Me en 2003, su carrera es como si hubiera vuelto a nacer. Perseverancia, sudor en los escenarios de los que nunca se bajó y, por supuesto, talento. Talento como el que ha demostrado en sus últimos trabajos como el grabado con los Drive By Truckers, The Scene of Crime.
Mañana martes estará en Madrid y allí espero estar para disfrutar de esta cantante que tuve de ver por primera vez en Estados Unidos hace ya varios años. En aquella ocasión, demostró poseer las cualidades necesarias para ser una interprete de soul de alta calificación. Porque su música nace de las tripas, se expresa con el cuerpo, se ejecuta con voz y espíritu al unísono. Es un soul muy físico, auténtico, sin celofanes. Es el soul que a este escribiente más le arrebata. Porque te revuelca y te recuerda que estás vivo.
Lavette cumple la premisa del mejor soul: escucharlo siempre te deja con la sensación física y espiritual de querer más. Te deja con la sensación de que es una droga. Para celebrar la llegada de Lavette, os invito a escuchar la lista de reproducción de La Ruta Norteamericana dedicada al soul en Spotify . Su nombre: El soul es una droga . 35 perlas del soul de siempre. Una lista que abre la gran Bettye Lavette y que creo que ayuda a celebrar por todo lo grande la llegada de la primavera. Come on!
Gira: Ayer tocó en Alicante. Mañana 22 de marzo en Madrid (sala Caracol) y el jueves 24 en Barcelona (en L'Auditori).


Johnny Preston, el cantante de un amor cherokee

Por: | 17 de marzo de 2011

Recupero para este blog el obituario de Johnny Preston, autor de una canción que tiene su historia y que no viene mal recordar para esta ruta sonora.
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Su canción fue uno de esos temas que durante un año conoció todo Estados Unidos, y aún hoy se recoge en numerosos recopilatorios y discos de época. <<Running Bear>>, que estuvo en lo más alto de las listas de Billboard en 1960, fue un gran éxito, que convirtió al cantante Johnny Preston, fallecido el pasado 4 de marzo a los 71 años por un fallo cardíaco, en algo más que un cantautor tejano del montón.
Nacido en 1939 en Port Arthur, Tejas, Preston empezó tocando en la Universidad de Lamar en una banda llamada los Shades. Durante un concierto, llamó la atención del productor musical J.P. Richardson, más conocido como The Big Bopper, quien tristemente se haría célebre tras morir en el accidente de avión en el que viajaban Buddy Holly y Ritchie Valens el 3 de febrero de 1959.
La aparición de Richardson fue crucial en la carrera de Preston. Él fue su padrino artístico al llevarle en 1958 al sello Mercury Records y ofrecerle la posibilidad de interpretar algunas de sus composiciones. Richardson trabajaba en la radio local KTRM, donde llegó a estar pinchando discos durante seis días seguidos para batir un récord, y en sus ratos libres componía música. Una de las canciones de su cosecha fue <<Running Bear>>, que cedió antes de morir a Preston, con el que entabló una buena amistad.
Richardson compuso un extraño y tranquilo rockabilly de temática adolescente, inspirado en recuerdos de su infancia en el río Sabine, donde solía escuchar viejas historias de las tribus indias. La letra describía un romance al más puro estilo Romeo y Julieta entre <<Running Bear>>, un "joven y valiente indio", y Little White Dove, "una dama india". Ambos guardaban un "amor tan grande como el cielo", pero un río, metáfora de una distancia histórica y cultural, les separaba. Con ese arranque de gritos cherokees y esa base nativa con el respaldo vocal de Richardson y George Jones, maestro del country, la tragedia parecía reflejar el envés de la historia de Estados Unidos, un relato no oficial en el que los colonos habían masacrado a los indios nativos americanos. La canción generó polémica pero fue un éxito. A fin de cuentas, hablaba de un amor juvenil y verdadero en la Norteamérica de 1960 cuando, tras la magnífica irrupción del rock'n'roll, los jóvenes querían consumir música y hallar señas de identidad en sonidos y letras acorde a los tiempos de cambio y liberación.
<<Running Bear>> fue versionada por varios artistas, entre ellos Led Zeppelin, que la tocaban en sus conciertos. Preston consiguió un disco de oro con la canción y más éxitos destacados, aunque menores, con <<Feel So Fine>> y <<Cradle of Love>>. Entró a formar parte del Salón de la Fama del Rockabilly por su contribución al género. Ni él ni la canción eran de las mejores, pero Johnny Preston y su Running Bear habían llevado al género, al menos, a lo más alto de las listas de éxito.


No sé si muchos conocéis la red social de EL PAÍS, Eskup. Un sitio en Internet para seguir noticias de última hora e información en diversas aéreas y secciones. También cuenta con canales temáticos sobre asuntos candentes, como informaciones internacionales o nacionales, véase el ejemplo del canal sobre el terremoto de Japón o el tabaco, o temas muy determinados como el cine, las series de televisión o el fútbol.
La semana pasada pusimos en marcha el canal musical de esta red social. Su nombre: “Está sonando”. El canal se nutre de noticias y contenidos propios y está pensado para un público que tiene interés por la música más allá del hilo de fondo. Este canal, donde se pueden ver vídeos, fotografías y enlazar a otros sitios de Internet, quiere ser lugar de encuentro de un público que le interesa conversar y que acude a Internet para informarse y puede tener en él variedad musical y pequeñas propuestas. Esperamos la participación de todos los lectores. A fin de cuentas, “Está sonando” es el canal que piensa en la música como un valor añadido que llena las vidas de las personas.
Más allá de las noticias musicales, “Está sonando” cuenta además con secciones fijas semanales. Bajo mi coordinación, redactores y colaboradores de EL PAÍS aportan su conocimiento y pasión por la música en estas secciones. Estas son: Lunes: El observatorio, que ofrecerá una propuesta musical no muy conocida. Miércoles: Una razón para amar la música, que recordará un acontecimiento o momento musical que justifica la pasión musical de los oyentes. Viernes: ¡Por fin es viernes!, donde se pincha un tema con espíritu festivo, alegre, que ofrece sentimientos de celebración ante la llegada del fin de semana.
“Está sonando” es un canal ecléctico, repleto de retazos musicales, donde prima la variedad musical y el buen gusto. La música norteamericana, por ejemplo, comparte espacio con el pop inglés, el rock en castellano, el flamenco, el jazz, la bossa nova, la ranchera y otras músicas del mundo.
Hoy, como es lunes, toca la primera entrega de la sección El observatorio. Esta ruta norteamericana tiene casi el deber moral de hacer referencia a la propuesta de “Está sonando” en tanto en cuanto es esencia misma de la música que mueve a este blog. Zac Brown Band es una de las mejores noticias musicales de EE UU de los últimos años. Country-folk con delicioso sabor a soul blanco. Música que va directa al espíritu para animarlo y hacerle crecer. No son muy conocidos en España pese a sus cuatro discos y ganar un Grammy como Mejor Artista Nuevo. Lo que aquí nos importa es lo siguiente: su esencia tan fantástica.

Es una buena oportunidad hablar del nuevo canal musical de EL PAÍS con la excusa de traer a esta ruta sonora a una formación tan esplendida como Zac Brown Band. Si no los conoces, puedes empezar por sus dos últimos trabajos, You get what you give (2010) y The Foundation (2008). Seguro que te cautivan.


La Ruta Norteamericana se detiene en su sección "Parada para repostar". Hoy, estamos de enhorabuena porque nos sirve para presentar un gran libro escrito por Toni Castarnado, redactor de Ruta 66, Mondo Sonoro y Rock Zone. Castarnado nos adelanta un capítulo de su libro Mujer y Música (Ediciones 66 rpm), que recorre la fantástica labor de las mujeres en la música popular a través de 144 discos que avalan esta relación.
El libro, que está en mi poder desde hace días, analiza con detalle los álbumes más representativos de musas como Bessie Smith, Carole King, Billie Holiday, Janis Joplin, Neko Case, Gillian Welch, Stacey Earle, Diana Ross, Dusty Springfield, Cassandra Wilson, Victoria Williams, Patti Smith o Alison Krauss, entre otras, y solo en lo que respecta a la música norteamericana, aunque se incluyen cantantes y compositoras de otros lares.
Con prólogo de Rickie Lee Jones e introducción de Patti Smith, la estupenda guía elaborada por Castarnado se hace muy didáctica y útil para el lector con las fotografías de los álbumes y con textos que rastrean y resumen varias pistas de las artistas seleccionadas. Cuando hablé con el autor del libro para esta sección, acordamos que fuera Lucinda Williams, una de las más grandes voces de EE UU y que presenta nuevo disco Blessed (Universal). Era la percha perfecta para recordar el trabajo de esta cantante que acaba de facturar otro disco maravilloso. Dos escuchas me han servido para quedar de nuevo prendado a Lucinda. Pero hoy Castarnado nos habla de Essence, tal vez su obra más cautivadora.
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Car Wheels On The Gravel Road (98) cambió el rumbo de una mujer que con cada pedazo de canción que salía de su aguardentosa y dócil garganta, marcaba distancias con el resto de cantautoras norteamericanas. Y el secreto de su éxito, el de su comprobada fórmula, reside en el dulce paladeo de cada silaba, de cada palabra, de cada estrofa. Y Essence (01) en concreto es de esa clase de discos que destila pureza, cortes extraídos de una barrica de roble donde macera el whisky que calienta sus cuerdas vocales. “En Essence me aparté un poco del rock por necesidad, es un álbum más desnudo e íntimo”. En cualquier caso, <<Drunken Angel>>, <<Joy>> o <<Right In Time>> son argumentos de peso para entender el funcionamiento de Car Wheels On The Gravel Road, asegurándole un presente lustroso y un futuro prometedor que se desarrolla en Essence.
Y si en World Without Tears (03) Lucinda masca las canciones como nunca antes, son el desamor y la muerte de su madre los encargados de capitalizar West (07), tras certera asociación con un productor como Hal Willner. “La vida es agridulce, desde que naces no paras de sufrir y luchar”. Live At The Fillmore (05) -también el DVD registrado dentro de los clásicos Austin City Limits- es un documento que certifica que en una buena noche la cantante nacida en Lake Charles no tiene rival. Sólo hay que acertar con la velada. Little Honey (08) es el disco de blues preparado para sonar en las FM, con versión de <<It´s A Long Way To The Top>> de AC-DC.

Con ese brillante recorrido y la seguridad que le daba haber grabado Car Wheels On The Gravel Road -antes de su explosión mediática en 1998 firmó cuatro álbumes-, Essence se proclama como el disco que definitivamente despejará todas sus dudas. “Antes que nada soy artista. Tengo siempre esa necesidad de expresar cosas, me gusta hacer pensar a la gente, alimentar sus conciencias”. En 2002, a la reina del country moderno la revista Time la elige “mejor compositora americana”, tras haber recibido diversos Grammys y las loas de la industria al completo. Y todo gracias a esa ristra interminable de maravillosas canciones.

<<Lonely Girls>> sirve de termómetro, como catalizador de canciones tristes sobre mujeres aguerridas y solitarias. <<Steal Your Love>> deja una huella imborrable, como si aquella fuese la última canción que va a cantar en vida. Pero no es hasta llegar a los acordes de <<Envy The Wind>>, cuando las lágrimas se secan, los violines levitan, y la canción en cuestión alcanza el éxtasis emocional. Y sin tiempo para recuperar el aliento, <<Blue>> ratifica que nadie recita así, que jamás habrá otra como ella perforando nuestros corazones, y que son pocas las voces que transmiten como la suya. Olvídate entonces del vértigo, aguanta tenso la respiración y lánzate al vacío. Se lo agradecerás de por vida.

El raro optimismo de <<Out Of Touch>> sirve para propulsar a <<Essence>>, un tema agónico y escalofriante, mientras esperas ansioso la llegada de esa persona a la que amas. En <<Reason To Cry>> nos susurra al oído, antes de languidecer al compás de las escobillas con aire jazz de <<Brokenbutterflies>>. En definitiva, aquí nada huele a impostura, a pretensiones vanas. Con sombrero de paja y botas camperas en ristre, Lucinda nos muestra el camino con sus cantos de sirena alcoholizados. Un incunable.


Texto: Toni Castarnado, redactor de Ruta 66, Mondo Sonoro y Rock Zone.

El momento eterno de pop de Kelley Stoltz

Por: | 07 de marzo de 2011

Alguna vez lo he hablado con varios amigos. Soy de los que se pueden llegar a obsesionar con una canción determinada durante días cuando esta consigue captar el instante. Es difícil de explicar pero cualquiera que acuda a la música más allá del mero entretenimiento, que busque en el sonido algo más que el hilo de fondo de su existencia, sabrá seguramente de lo que hablo.
En esa obsesión casi siempre está el pop en mi vida. El POP en letras grandes, entendido como un arte, como un género en el que el cum laude se alcanza solo al llegar al momento. El momento. El momento como una simple conjunción de elementos: el oyente olvida su entorno y pierde su cabeza, su cuerpo, y levita a muchos pies del suelo. Es un instante regenerador, más aún cuando pilla de improvisto. En mi opinión, la música, más que la literatura y el cine, tiene ese poder relevante y único sobre las personas. O al menos así lo creo. Es fugaz pero parece eterno.
Cuando más necesitaba sentir el contacto con esa parte intangible e insustituible que da la música, me encuentro con el pop de Kelley Stoltz. No es ambicioso ni novedoso pero esconde ese secreto en su música. Es otro de los discos que se me pasaron a finales del 2010. También su concierto por España. Se trata de To Dreamers (Sub Pop-Popstock!) de Kelly Stoltz, quien desde San Francisco ha moldeado un álbum tan luminoso como exquisito.
To Dreamers es una pequeña dosis espiritual que surca el pop añejo como una cometa gira al son de una suave brisa en la playa. En ese pase de diapositivas musicales se dejan ver los Beatles, Brian Wilson, David Bowie, la Velvet Underground, Matthew Sweet, los Feelies o Wilco con su camisa de Summerteeth. Suave y ligero, rebosante de armonías, atractivo en instrumentación. Tiene como héroes a Echo & the Bunnymen’s pero Stoltz ha tirado por otra vía para regalar este maravilloso trabajo.
Dicho esto, mi obsesión se llama <<I Remember, You Were Wild>>. Pista 5 del álbum. Con ese arranque que homenajea a la Velvet Underground, esa aceleración en las cuerdas propia de Matthew Sweet y ese toque vocal con tanto feeling, la canción se ha colado en mi vida para no salir de ella. Sencilla, tierna. Cuando más necesito hallar humildes refugios, donde perder por un rato la cabeza, <<I Remember, You Were Wild>> parece incandescente. Me regaló el momento. No sé cómo. No sé porqué. No puedo explicarlo. Pero desde entonces corro detrás de ella para tal vez revivirlo. O al menos seguir adelante. Recordar, levitar, vivir dentro de una canción.


Old 97's y el 'punch' country rock de Texas

Por: | 01 de marzo de 2011

A lo largo del año, uno se suele dejar un montón de discos sin escuchar. El radar no los abarca todos, ciertamente. Uno de esos álbumes que se me pasó en 2010 y pude hacerme con él hace unas semanas fue el último trabajo de la banda de country rock Old 97’s, The Grand Theatre volume one. Este disco formó parte de mi última cesta de la compra musical en Radio City Discos.
El octavo disco de estos chicos de Texas no ha dejado de sonar en mi reproductor en los últimos días. Es todo un trabajo con sabor a Texas. Puro sonido de raíces con punch rock propio de los noventa. Old 97’s nacieron en esa ola de bandas pletóricas que se abrieron camino bajo la herencia del nuevo rock americano abanderado por gente como Long Ryders, R.E.M. o Green On Red. Ese nuevo rock americano del que se habló en este blog hace poco a raíz del libro de Carlos Rego.
Ese golpe rock no lo han perdido y lo sacan a relucir en este álbum como en sus primeros días, cuando se hicieron un hueco en el corazón del aficionado a la música norteamericana junto con Uncle Tupelo o Bottle Rockets.
Las canciones de The Grand Theatre fueron compuestas por Rhett Miller en la gira que realizó en solitario en 2009 como telonero de Steve Earle. Y ese aire forajido de rock se desprende en composiciones tan buenas como <<Every Night Is Friday Night (Without You)>> o <<You Were Born To Be in Battle>>. Música que rastrea los espacios vacíos del alma para insuflar energía.
Lo mejor de todo: se espera que el segundo volumen de este The Grand Theatre salga a lo largo de 2011. Esta vez, estaré más atento a su lanzamiento. Faltaría más.


El País

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