La Ruta Norteamericana

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Viaja por el pasado, el presente y el futuro de la música popular norteamericana. Disfruta del rock, pop, soul, folk, country, blues, jazz... Un recorrido sonoro con el propósito de compartir la música que nos emociona.

Sobre el autor

Fernando Navarro

. Redactor de El País y colaborador del suplemento cultural Babelia y las revistas Ruta 66 y Efe Eme. Colabora también con un espacio musical en el programa A vivir de la Cadena SER. Es autor de los libros Acordes rotos y Martha. Cree en el verso de Bruce Springsteen: "Aprendimos más con un disco de tres minutos, que con todo lo que nos enseñaron en la escuela".

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Martha. Música para el recuerdo

“Un accidente de tráfico y sus consecuencias despiertan en Javi, un periodista inmerso en la crisis del sector, un torrente de recuerdos y sensaciones que le conducen a su juventud, a esos veranos en el pueblo con sus amigos, al descubrimiento del amor y de esas canciones que te marcan de por vida. Un canto al rock, a la amistad, a la integridad ética y al amor puro”


Fernando Navarro

Acordes Rotos. Retazos eternos de la música norteamericana.

Acordes Rotos. Retazos eternos de la música norteamericana repasa el siglo XX estadounidense a través de las historias de más de treinta artistas, claves en el nacimiento y desarrollo de los estilos básicos de la música popular. Un documento que tiene en cuenta a músicos esenciales, que dejaron un legado inmortal sin importar el éxito ni el aplauso fácil.

Ron Sexsmith y el pop como regalo vital

Por: | 28 de abril de 2011

Acabo de sentir, de nuevo, un arrebato inocente de amor por lo delicado. Como un niño que se asombra sin remedio, escucho las canciones de Ron Sexsmith como si fuera la primera vez que doy con composiciones elaboradas a mano, moldeadas con el corazón y el talento. Y no lo es, pero la magia del pop exquisito esconde ese secreto: siempre parece la primera vez.
El nombre de Ron Sexsmith ya salió por este blog hace unos años. En aquella ocasión ya hablamos de él como un orfebre de canciones y así se mantiene. Es un maravilloso creador de música sencilla, tierna, melancólica. En una palabra: bella. Sexsmith, nacido en Cánada pero desde hace tiempo patrimonio del planeta estelar del pop universal, acaba de sacar nuevo disco. Se trata de otra pequeña joya llamada Long Player Late Bloomer. Otro álbum como los demás: sin pretensiones pero con un magnífico brillo interior.
No es la primera vez que me enamoró del pop de Sexsmith, pero siento como si lo fuera cuando escucho canciones como <<Get it line>> (que arranca y se recrea fundido en el arrebato melancólico del <<Layla>> de Eric Clapton y Derek and The Dominos), <<Miracles>>, <<Believe it when I see it>> o <<Heavenly>>. No se puede ofrecer tanto sin despeinarse. Más de una decena de discos, y este hombre no ha hecho otra cosa que rayar de un largo tiempo a esta parte a un nivel sobresaliente.
Con trabajos como este y anteriores como Cobblestone Runway, Retriever o Time Being, Sexsmith se ha convertido en una especie de clásico en vida. Su música es siempre suya y a la vez está llena de ecos clásicos. Siempre hay un detalle que viaja hasta la Costa Oeste o hacia la Invasión Británica, que trae a otra banda, a otro cantante. No hay revista que no le haya comparado con Paul McCartney, o Elvis Costello, o Brian Wilson, pero creo que ya no debe ser visto en relación a nadie que no sea él mismo, con su propia y excelente obra.
El pop de Sexsmith es un regalo. Así de sencillo. Un consejo a vuelapluma del autor de esta ruta sonora: si necesitas mostrar cariño a alguien, regala un disco de Ron Sexsmith; si quieres hacer ver a alguien que la vida es algo especial, con detalles que importan más que grandes discursos, regala un disco de Ron Sexsmith. Su pop acaricia sentimientos auténticos y recrea situaciones sencillas, todo tan difícil de alcanzar en estos tiempos de crisis moral, en estos días de estrés perpetúo que es irrenunciable cuando se llega a ello.
La música de Sexsmith es un torrente de emotividad. Guarda la lluvia de otoño, la brisa de primavera, el atardecer de verano y la chimenea de invierno. Sexsmith canta y compone para la fragilidad de la vida. Cuando la reconoces es una preciosidad, pero ya cuando la haces tuya es, sencillamente, como una especie de pequeño milagro de andar por casa: por un minuto, sientes que es lo mejor que te ha pasado en años, sientes que, aunque pueda romperse, es la primera vez que vives para vivir y nada más.




Fleet Foxes y la lucha contra el 'hype'

Por: | 26 de abril de 2011

Esta ruta sonora se detiene en el especial de El País sobre el nuevo disco de Fleet Foxes, una banda que ya ha sido parada en nuestro viaje musical. En exclusiva, El País ofrece la posibilidad de escuchar las nuevas canciones de la banda de Seattle.
El pasado domingo, el periódico además publicó una entrevista de Brenda Otero con Robin Pecknold, cantante y líder del grupo. También ha ofrecido más material sobre Fleet Foxes sacado de las revistas Uncut (en inglés). Para el especial, la sección de Cultura me pidió hacer un análisis sobre la repercusión mediática y artística de Fleet Foxes. Titulada Fleet Foxes y la lucha contra el 'hype', la traigo a este blog ante lo esperado del segundo álbum de este grupo que tiene todas las características necesarias para tener su espacio en La Ruta Norteamericana.
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No lo tienen fácil. Los chicos de Fleet Foxes se enfrentan contra ellos mismos. Hace tres años, su primer disco se convirtió en algo más que un éxito de ventas: fue un fenómeno. La relevancia mediática de aquel álbum de mismo nombre que la banda y que recogía la pintura de Los proverbios flamencos de Pieter Brueghel el Viejo en su portada fue tremenda. A ambos lados del Atlántico, revistas especializadas como Mojo, Uncut, Pitchfork o Rolling Stone los alternaban entre el primer y segundo puesto de lo mejor del año o los nombraban la gran revelación de la temporada. Medios generalistas como el diario británico The Guardian se referían a ellos como "clásico instantáneo".
No era normal: todos coincidían. Esta calurosa acogida, a la que siguió una larga lista de artistas y grupos que como Fleet Foxes de la noche a la mañana revivían un pasado folk de otra época, puso a la defensiva a muchos. En su opinión, aquellos jóvenes de Seattle con camisas de franela y barba deshilachada eran el nuevo hype, como dicen los anglosajones para referirse a la última tendencia musical que responde a la búsqueda de productos novedosos y orquestadas campañas de publicidad antes que a la verdadera sustancia artística.
Como todo segundo disco cuando el debut ha sido un éxito, Fleet Foxes tienen el peso de demostrar con la publicación de Helplessness blues que su transcendencia no es pasajera pero, sobre todo, y a la vista de la gran atención de público y prensa, que lo suyo va más allá del hype y no son una simple moda. Esta preocupación, sin duda, se ha convertido en una obsesión en la cabeza de Robin Pecknold, líder de la banda, que ha tardado bastante más de la cuenta en terminar este esperado segundo álbum. Previsto para principios de 2010, se anunció su salida para noviembre y se termina sacando en abril de este año tras repensar los arreglos y la composición de varias canciones. Como ha reconocido el propio Pecknold en las semanas anteriores a la salida del disco, la gestación de Helplessness blues le ha consumido, adueñándose de su vida, hasta el punto de sacrificar la relación con su pareja y jugarse la salud. Tras el ascenso meteorítico, el joven cantante de Fleet Foxes es consciente de la presión y sabe que a la dichosa etiqueta de hype se la combate mejor con música de calidad y sentimiento que con el paso del tiempo.
Hasta la fecha, la banda de Seattle solo ha atendido a su propio universo musical. Un fascinante viaje en el tiempo donde la armonía folk de herencia californiana y británica luce con cuidadosos trazos impresionistas de góspel y blues. Música, pasada por el filtro lo-fi del siglo XXI, que esconde una resonancia misteriosa, como de pequeños himnos espirituales, tensos, estructurados, evocadores. El poder seductor de Fleet Foxes está más allá del revival folk. Al igual que ha sucedido recientemente con el conocido revival soul representado de distinta forma y atino por gente como Eli Paperboy Reed, Sharon Jones o Amy Winehouse, el grupo estadounidense quedó incluido por buena parte de la crítica y el público dentro del revival folk, el agrupador de bandas y músicos actuales que recuperan los sonidos raíces como carta de presentación.
En este saco sonoro, con un tapiz indie que alcanza a más audiencia, se incluyen compañeros de Seattle como Band of Horses o lo más reciente de The Shins, que también han compartido con Fleet Foxes al productor y gurú de atmósferas folkies Phil Ek, o propuestas tan interesantes como Bon Iver, The National, Tallest Man on Earth, Iron & Wine o The Dodos, entre otros. Según quién lo mente, el fenómeno tiene más connotaciones peyorativas que plausibles, pero, a decir verdad, apenas hay conexiones físicas y emocionales, aparte del gusto musical y la necesidad de rastrear en un pasado común, entre las tantísimas formaciones que se manejan para hablar de este revival folk, ligado, queriendo o sin querer, al poderoso hype en tiempos de sobreinformación y de toda la música imaginada al alcance de un clic. No conviene olvidar que de revivals se viene hablando desde tiempos remotos y ya incluso se dijo del fenómeno de la American folk music revival para referirse a lo que hacían en los cincuenta Woody Guthrie, Leadbelly, Josh White o Cisco Houston.

Sin necesidad de etiquetas ni agrupadores, Fleet Foxes son, a su manera, un bello y actualizado canto al folk de siempre. Obsesionado con Bob Dylan durante su adolescencia, la primera canción que aprendió a tocar Pecknold fue <<The times they are a changin'>> y a partir de ahí no ha hecho otra cosa que revisitar esa tradición, pero alejándose de la parte más cruda y política para bañarse de lleno en la más delicada y espiritual. Con su eco ancestral, sus referencias paisajísticas y sus descripciones a modo de brochazos sentimentales, el disco Fleet Foxes fue una especie de Astral Weeks sin la categoría sobrenatural de Van Morrison aunque con la misma capacidad de transportar lejos.
Como el león de Belfast, maestro en hermanar estilos, buena parte de su gran éxito se debió a saber aunar dos cosmovisiones del género muy parecidas, la californiana y la británica, pero en esencia distintas. Sus sencillos arreglos instrumentales y sus armonías vocales formaron un alma folk que, según la canción, recuerda más a la pureza británica de Fairport Convention, Pentagle y Steeleye Span o a la extraña luminosidad californiana de Brian Wilson, Crosby, Stills & Nash, Joni Mitchell e incluso, en la otra costa, de Simon & Garfunkel. Y, bajo la influencia del folk barroco y existencialista de la cantautora Judee Sill, la mística de Fleet Foxes se completa con unas letras que respiran incógnitas vitales de marcado acento religioso aunque preguntándose más por el gran porqué que por un Dios en particular.
Fleet Foxes no lo tienen fácil. El listón está muy alto. Con Helplessness blues, tal vez, decepcionen a muchos, enamoren a otros cuantos, mientras mantienen su legión de admiradores, pero una cosa es segura para este escribiente: tienen cualidades suficientes para no preocuparse nunca más por ese lastre hype que les cayó nada más empezar.


La fantasía de Pet Sounds

Por: | 20 de abril de 2011

La alegría y la pena pueden compartir el mismo espacio. Decir hola también pude significar decir adiós. Es como sonreír con la mirada pérdida. Si lo piensas bien, siempre hay un disco al que acudir cuando lo que quieres es salir corriendo pero estás más paralizado que nunca. Ese disco, en mi caso, es Pet Sounds, una obra de ingeniería sonora, un monumento al arte del estudio, pero por encima de todo un refugio personal e intransferible. Pet Sounds es mi cueva, donde guardo mis amuletos y escondo mis recuerdos en forma de estampas sonoras. A él acudo cuando hay tormenta.
Hoy, llueve en Madrid. Es intermitente, y a veces se dejan ver tímidos rayos de sol. Hoy, como otras veces desde que lo descubrí hace muchos años, acudo a Pet Sounds, rebosante de luces y sombras, pletórico de detalles, como un paseo por el bosque. Dentro de la cueva siento todo el bosque como mío y me invade. Ese arranque, <<Wouldn’t be nice>>. Ese arranque es suave y sugerente pero rompe en tromba, con la batería, y hace estallar un dramatismo pop tan absorbente, infinito en una voz principal desesperada, con un asombroso juego de voces y coros que devuelven la magia a la naturaleza. Te posee. Te transporta.
Podría detenerme canción por canción en Pet Sounds. Podría dejarme el alma en defender cada canción como muestra bella e irrenunciable del poder de la música pop, pero no lo haré. Cuando se habla de Pet Sounds, de los grandísimos Beach Boys, ese grupo que todavía para mucha gente es una banda de surf y tú te quedas a cuadros o haciendo el pino sobre una arena de playa inexistente, conviene recomendar sencillamente Bendita Locura. La tormentosa epopeya de Brian Wilson y los Beach Boys, escrito por José Ángel González Balsa, considerado por la crítica como uno de las mejores obras musicales en España y por este servidor como una imprescindible referencia musical. Todo lo que uno necesite saber sobre este disco y estos tíos lo tiene allí. Yo solo quiero dejar constancia de mi necesidad de refugio.
Brian Wilson dijo: “Durante las sesiones de producción de Pet sounds soñé que tenía un halo sobre mi cabeza. Probablemente significaba que los ángeles estaban cuidando el disco”. No creo que exagerase. He conocido gente, sin más obra de arte que sobrevivir en su rutina diaria, llevando halos sobre la cabeza. Pero supongo que sentir ese halo te hace creerte loco, y que otros te vean como loco. La locura de Brian Wilson, demostrada y reconocida, fue la búsqueda del disco perfecto de pop, ese género que aspira a captar el instante, el ayer, el hoy y el mañana, la eternidad. Su locura, su halo musical, fue Pet Sounds. Y Pet Sounds es magia. Es trascendental.
Creo en la fantasía. La fantasía pop que representa este disco editado en 1966. Aguarda como La historia interminable aguarda a Bastián en su desván. Si el mundo de Fantasía está amenazado por la Nada tienes que involucrarte. En el mundo de la música, Pet Sounds, seguramente, sea la mejor puerta de entrada para hacerlo. Hace que la fantasía sea realidad y te lleve por sus emociones profundas y atormentadas. Su exquisita producción es una atmósfera milagrosa de teclados, cuerdas, campanas, timbres de bicicleta y ladridos de perro. No se puede estar de pasada. Como Bastián con la lectura, hay que escuchar y adentrarse en el disco.
Hoy, con las gotas de lluvia sobre la ventana, también considero que adentrarse es en sí mismo un camino solitario. Y es tan obvio que hasta se nos olvida: la soledad, aún no queriendo, tienes que llevarla solo. No existe la compañía ni de las personas más queridas. Cuando me adentro en Pet Sounds, siento la soledad, la alegría y la pena pueden compartir el mismo espacio. <<God only knows>>. Solo Dios sabe porque necesitamos estar solos. Solo Dios sabe porque necesitamos alcanzar Fantasía mientras la realidad sucede a nuestro alrededor.




Gil Robbins y el folk de la bohemia del Village

Por: | 15 de abril de 2011

Activista y músico profesional, Gil Robbins, padre del actor Tim Robbins, estuvo en el meollo de la escena folk de Greenwich Village durante la tormenta social de Estados Unidos en los sesenta. Muerto el pasado 5 de abril a los 80 años en su casa de Esteban Cantú, en México, Robbins había sido miembro de Cumberland Three, The Belafonte Singers y The Highwaymen, uno de los grupos de folk más exitosos del Village, nada que ver con el supergrupo de mismo nombre formado por Johnny Cash, Willie Nelson, Waylon Jennings y Kris Kristofferson.
Nacido en Spokane, Washington, Robbins se crió en Los Angeles donde pronto perteneció a varias formaciones colegiales. En 1960, ingresó en el trío Cumberland Three que dejó la costa oeste para instalarse en Nueva York, sede de los principales sellos discográficos de folk del país. Allí, entró contacto con el ambiente de música tradicional de la ciudad y conoció a músicos como Ronnie Gilbert, de los Weavers, y Dave Van Ronk, el compositor más talentoso de aquella escena. En aquellos años, Greenwich Village era un hervidero de intelectuales, artistas, comunistas y filósofos de calle, hermanados por su juventud y su actitud de transformar el presente. En palabras de Bob Dylan, era “la Gomorra moderna”.
Bajo ese aire de modernidad del Village, Robbins adquirió un mayor compromiso social. Con Cumberland Three publicó dos discos de canciones de la guerra civil, luego pasó a los Belafonte Singers, que giraba junto al gran Harry Belafonte. El músico llegó a los Highwaymen en el mejor momento de la banda. En 1961, habían roto todas las expectativas al hacer de su disco homónimo la gran sensación del año. Canciones como <<Michael>>, <<The Gypsy Rover>> o <<Cotton Fields>>, versionada del bluesman Leadbelly, no pararon de sonar por la radio. El grupo consiguió hacer del folk un producto comercial antes del estallido de Dylan. También influyente: jóvenes músicos como John Fogerty, de Creedence Clearwater Revival, o Alan Jardine, de los Beach Boys, tomaron buena nota de los Highwaymen.
En 1962, en la cresta de la ola de la banda, Robbins ocupó el lugar del guitarrista Steve Trott, que decidió estudiar Derecho. Con los Highwaymen publicó cinco discos y se hizo un artista mucho más relevante, aunque nunca llegaron a alcanzar el mismo éxito. Concentraron sus fuerzas en el circuito del Village, donde muchos puristas, que admiraban el contenido político de gente como Phil Ochs, Tom Rush o Dylan, criticaron su aspecto pop y comercial. Durante años, la escena folk se dividió entre unos y otros, y los Highwaymen no consiguieron ganarse el afecto de los más concienciados socialmente.
Pese a todo, Robbins se convirtió en la mayor influencia activista e incluso musical de su hijo Tim, ganador de un Oscar y uno de los más actores más agitadores de Hollywood. Al dejar los Highwaymen, Robbins regentó el club Gaslight, el más prestigioso del Village con su programa musical. También actuó en distintas producciones de Off-Broadway e incluso llegó aparecer en películas como Bob Roberts, junto a su hijo, o Pena de muerte.


La luminosidad con Brenda Holloway y otros

Por: | 13 de abril de 2011

Cierto que la música norteamericana centra mis escuchas pero no todo lo que me llevo a mis oídos son sonidos de artistas y grupos estadounidenses. En la medida de mis posibilidades y mi tiempo, abro todo lo que puedo el abanico e intento escuchar más música de otros lugares y estilos. De hecho, en España, hay mucho que escuchar.
Ayer, estuve en casa de Jesús Ordovas para hablar con él de su libro Los discos esenciales del pop español. Escuchando a un veterano y experto crítico musical como él, imprescindible para entender el desarrollo del periodismo musical en este país, uno se da cuenta que hay muchísimo por escuchar aún y que la música es apasionante por variada y cambiante. Entre las muchas cosas que tratamos, me contó que en Alemania, Estados Unidos y China se estudia la movida madrileña como fenómeno musical y social, a través de tesis, publicaciones o congresos, lo que da una muestra de lo que enriquece la amplitud de miras.
Cuando intento rastrear un poco el pulso del pop español suelo acudir a varios canales. Recientemente, he empezado a acudir al blog personal de Jaime Novo, Popquesi, que como reza su subtítulo es pop certero al servicio del lector. Novo hace reseñas y sube entrevistas sonoras a su blog temático sobre el pop español. Alejado de la radiofórmula, es la clase de pop que me gusta y me interesa. Como cuando habla de Cooper, una propuesta de melodías y sensibilidad que merece la pena reivindicar.
En casa de Ordovas, pude ver bien puestos en esa larga estantería llena de discos de su pasillo los discos de Los Flechazos, que tanto sonaron en el extinto Diario Pop de Radio 3. Cooper es el proyecto personal de Alex Díez, quien fuera líder de Los Flechazos. Ese prisma sonoro tan cuidado y maravilloso con Los Flechazos y Cooper no puede por menos que llenar vacíos para este escribiente. Cuando amplío el radar saliendo del soul, el rock, el blues o el country que sustentan esta ruta norteamericana, me gusta bañarme en música como esta, ideal para primaveras soleadas como la de estos días.
Desde primeros de este año, soy colaborador de Onda Cero. Todos los domingos participo como critico musical en la hora cultural del programa Te doy mi palabra, dirigido y presentado por Isabel Gemio. A decir verdad, uno se lo pasa bastante bien compartiendo mesa con Isabel, Mar de Tejeda, Juan Pando, crítico de El Mundo y experto en cine, y Mari Pau Domínguez, escritora y experta en literatura. Allí, hablo de música más allá de la ruta norteamericana, bien sea de George Brassens, Burning o Calamaro.
Preparando el programa de esta semana, leyendo aquí y allí, picando de allá y de acá, con Cooper y Ordovas de por medio, saltando e hilando unas cosas con otras, ayer por la noche me detuve en un disco ideal para este blog. Pasé de Cooper a The Jam y de ahí una caja de Motown que, bien mirado, guarda las esencias del mundo mod y ese sonido. Me detuve en las canciones de Brenda Holloway Halloway, que no suele ser muy nombrada al referirse a la casa del sonido de la joven América.
Nacida en California, Holloway Halloway guardaba rayos del sol californiano en su voz. Era un torrente de buenas vibraciones, representante fiel y fantástica de ese sonido bello y luminoso. Sus canciones de los sesenta quedaron asociadas a la gira estadounidense de los Beatles en 1965. Y, hoy, se dan testimonio de ellas en este blog porque produce el mismo efecto que Cooper, Los Flechazos, The Jam y tanta música variada de distintos sitios pero lista para embellecer los días de los oyentes.


En dirección al genuino rock americano

Por: | 11 de abril de 2011

Por su interés temático para esta ruta norteamericana, reproduzco la reseña publicada este pasado sábado en Babelia sobre un libro que aquí se ha tratado a partir del texto prestado por su autor. La reseña lleva mi firma. Asimismo, invito a leer el texto de Carlos Gámez Cuando el soul hizo pop que habla del histórico concierto, editado recientemente en DVD, The T.A.M.I Show con los Rolling, James Brown, Chuck Berry y Beach Boys.
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Dos caminos musicales con direcciones opuestas se abrieron en el verano de 1981. El 1 de agosto, la cadena MTV inició sus retransmisiones con su primer videoclip, curiosamente llamado Video killed the radio star (El vídeo mató a la estrella de la radio), del grupo británico The Buggles, abanderados del nuevo romanticismo en esa insípida pasta de pop de sintetizadores. Un mes antes, se ponía en circulación el primer sencillo de R.E.M, por entonces una pandilla de chavales que tocaba en institutos de Athens. Mientras las grandes discográficas primaban la estética sobre el contenido, R.E.M. abría una vía de escape para los oyentes dando pistoletazo de salida a lo que se dio en llamar nuevo rock americano.
Conocidos como "la nueva ola de bandas americanas de guitarras" o agrupados bajo términos como cow punks, roots rock o desert rock por las revistas especializadas, el nuevo rock americano fue el movimiento que se creó en Estados Unidos a la sombra de la gran fachada de los ochenta, cuando las baterías eran terroríficas, el sintetizador era el rey del estudio y las tecnologías y MTV parecían que iban a salvar la música. Una escena analizada al detalle y cierta dosis de pasión por el crítico musical Carlos Rego en su libro Nuevo rock americano. Luces y sombras de un espejismo . El autor cuenta cómo el movimiento, que se concentró en apenas cuatro años aunque su onda expansiva llega hasta nuestros días, surgió como respuesta al ambiente musical de la época, donde todavía pervivían dinosaurios del rock sinfónico, algún trasnochado hippy y, sobre todo, se ensalzaba a lo moderno que acaparaba portadas y espacios televisivos. En esos años, lo genuino estaba arrinconado y las guitarras, piedra angular de la música popular, en desuso.
Sin embargo, este movimiento no-escena, como afirmaban sus protagonistas, nunca fue algo organizado. Como el rock and roll primigenio, nació de forma espontánea. Los grupos en Estados Unidos empezaron a despreciar el sonido que los rodeaba y dirigían su interés a los sesenta, a géneros que habían desaparecido de la historia oficial como el folk rock, el country rock, la psicodelia más visceral o el garage. El nuevo rock americano, que tuvo una calurosa acogida en Reino Unido y llegó a reducidos círculos en España, era una etiqueta para aglutinar esa variedad de estilos, hermanados por un certero modo de rastrear la trastienda de la sociedad estadounidense y recuperar las gloriosas guitarras. Como afirmaba Sid Griffin, miembro de Long Ryders, era, en realidad, "una relación más social que musical". Las bandas compartían conciertos, sellos discográficos e incluso barbacoas pero, bajo el espíritu de "hazlo tú mismo", cada una tenía su procedencia y características.
En Los Ángeles, las nuevas formaciones se resistían al sonido Laurel Canyon, representado por Jackson Browne y Joni Mitchell. Influidos por el punk, Green on Red, Three O'Clock, Long Ryders, Dream Syndicate o Rain Parade insuflaban velocidad y fiereza a las composiciones de marcada identidad folk-rock. En el Sur, se alzó R.E.M., que con sus melodías limpias terminarían fichados por un gran sello y convertidos en pasto de MTV, pero también aparecieron Let's Active, Guadalcanal Diary y Jason and The Scorchers, verdaderos cowboys de la electricidad. Las raíces rockabilly se hallaban en The Blasters y las fronterizas en Los Lobos. Incluso Milwaukee, una ciudad alejada en Wisconsin, vio nacer a Violent Femmes. Decenas de bandas siguieron a estos precursores, que redescubrieron la llama del rock a su manera y lo reinterpretaron con energía. Pero, sobre todo, entendían que el rock no era solo un producto de consumo: era también una actitud. La meta no pasaba por la calculadora ni estaba en la lista de éxitos. La meta pasaba por la guitarra y estaba en sentirse persona con algo que decir, en dirección a la verdadera naturaleza de la música popular. Bien lo explicaba Phil Alvin, de The Blasters, en 1985: "No tengo nada contra esos grupos de electro pop, pero si dejas que esa música te invada es como si te convirtieras en un edificio de oficina, anónimo, sin rostro".




Al rescate de los talentos olvidados del blues y el jazz

Por: | 05 de abril de 2011

Con sus gafas a medio caer, Ardie Dean señala a la puerta, donde sus compañeros se ríen a carcajadas con los instrumentos a cuestas. "¿Los ves? Son auténticos", asegura. En la calle luce el sol de primavera y todos parecen encantados. Incluso el pequeño Eddie Tigner, que a sus 84 años se mueve lento, sin molestar, pero enseñando en todo momento una sonrisa entrañable. "Eddie es muy bueno. Un gran pianista", afirma Dean. No hay dudas: basta escuchar su canción Route 66 para captar que su destreza a las teclas, adquirida en el Ejército durante la II Guerra Mundial, y perfeccionada en sus años con Elmore James, solo puede ser superada por su amabilidad anciana.
Tanto Tigner como Dean forman parte de la banda actual de Music Maker Relief Foundation, una organización estadounidense fundada en 1994 que ha rescatado a cientos de músicos de blues, y otros géneros como el gospel, el folk o el jazz, olvidados por la industria e incluso la vida -muchos están por debajo del umbral de la pobreza- para darles la oportunidad de vivir mientras graban discos y recorren medio mundo difundiendo la tradición musical estadounidense. "El blues está en las raíces y tenemos que conservarlo", explica Dean, baterista y único blanco de un grupo negro formado por la poderosa voz de Pat Cohen o las 12 cuerdas de Dr. G. B. Burt, que se inspira en la obra del maestro Leadbelly. "Nuestro objetivo es preservar una parte de la cultura estadounidense que se desvanece", añade.
Los actuales integrantes de la banda de Music Maker Relief Foundation, de gira por España, presentan su último disco, Blues Revue (Karonte), que planea en la variedad por el blues de Chicago, Alabama o Georgia. "El blues del sur tiene algo más de alma. Viene de la tradición musical de muchos esclavos durante muchos años", explica Dean. "El blues del norte tiene más en cuenta los instrumentos".
La fundación está respaldada económicamente por estrellas como B. B. King, Jackson Browne, Mick Jagger, Pete Townshend o Levon Helm. También por actores como Morgan Freeman. Según Dean, todos ayudan porque creen en la música de raíces como elemento cultural. "Nos preocupa la escena tan pequeña en la que ha quedado el blues, especialmente en Estados Unidos. Porque hay muchas distracciones para los adolescentes y no pueden conocer este género, el jazz o el rock clásico", señala este baterista que tiene como mayor referente a Howlin' Wolf, aunque "todos los pioneros del sur son fundamentales".
En un mercado saturado de propuestas es muy difícil encontrar músicos que hablen de blues. "El dinero es la respuesta", dice Dean. "Ya no se tiene en cuenta el blues porque no da dinero".
Pero, tantos años después, la música de Robert Johnson tiene algo que otras no tienen. "El blues es la mejor forma de expresar la tristeza aunque también es vida y la vida a veces es feliz, divertida...", explica el músico, que sentencia: "Es la verdad". Entonces, ¿y la mentira? "El pop actual. Solo quiere dinero".
*Artículo original publicado ayer en El País. Pero lo recupero porque creo que esta fundación y esta gente merece más que de sobra pasar por esta ruta norteamericana.
*Fotografía de Luis Sevillano. Ardie Dean es el hombre blanco con sombrero. En el centro, en primera fila, se encuentra Eddie Tigner.



La Ruta Norteamericana recupera el obituario publicado por El País que escribí sobre Ferlin Husky, un hombre que se merece tener su espacio en este blog.
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Su voz suave y rotunda no fue muy conocida en España más allá de los reducidos círculos de seguidores al country pero, ciertamente, Ferlin Husky era uno de los rostros más característicos del género en Estados Unidos. Cantante y compositor, Husky, fallecido por una dolencia cardiaca a los 85 años el 17 de marzo en Hendersonville, Tennessee, fue uno de los precursores del sonido de Bakersfield, además de una de las figuras más reconocidas por el aficionado medio norteamericano.
Las últimas noticias que se tenían de Husky eran del año pasado, cuando en mayo vio cumplido uno de sus sueños al entrar a formar parte del Salón de la Fama del country. Después de muchos años desaparecido de la escena y de estar gravemente enfermo, acudió con oxígeno artificial para recibir el cariño de muchos compañeros de profesión, como su viejo camarada Charley Pride, quien le puso la medalla que le reconocía por el valor a toda una carrera. Según dijo el galardonado, "pensaba que se habían olvidado de mí".
Husky, que fue marine durante la Segunda Guerra Mundial y boxeador aficionado antes de coger una guitarra, empezó a actuar en público en 1946 con el nombre artístico de Tex Terry, ya que no quería que sus padres supiesen que se dedicaba a la música. Un año después, se mudó a Bakersfield, en California, donde despegó como músico y forjó una gran carrera tras el éxito de <<Gone>>. Publicada en 1956, la balada, número uno de las listas del country, se coló en la parte alta de las listas del pop en plena sacudida del rock and roll. Del mismo modo que Pasty Cline, Husky ayudó a difundir el género en la audiencia más joven. Con el rigor del mejor country, la canción era un ejemplo perfecto del sonido de Nashville, que con el tiempo se hizo más dócil y orquestal para perder nervio. Su fraseo aterciopelado y su visión conservadora y demasiado tradicionalista ayudaron a moldear ese estilo comercial, como en <<Wings of Dove>>.
Sin embargo, Husky, que también se dedicó al cine y la televisión, tuvo un papel trascendental al impulsar la escena de Bakersfield con músicos como Buck Owens o Merle Haggard. El sonido de Bakersfield, heredado por los Flying Burrito Brothers de Gram Parsons o Dwight Yoakam, supuso un soplo de aire fresco en su interesante actitud y su defensa del honky-tonk. En este aspecto, Husky merece tanto reconocimiento como por su contribución comercial al country y su sonrisa de cine.


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