*** Todas las fotografías de Eva Tomé
A altas horas de la madrugada, con el ruido de fondo de los coches cruzando la Gran Vía, el semáforo está en ámbar pero prefiero esperar en la acera mientras pienso en las últimas palabras de Quique González antes de girar la esquina e irse con una sonrisa: “Al final, lo que queda es la amistad”. Pienso en ello pero, sobre todo, pienso en la extraña resonancia de esas palabras cuando, a veces, parece que oyeras a toda la maldita ciudad gritando. Como si todo el mundo quisiese huir hacia ninguna parte, encerrados en una ratonera, sin esperanza. La calle está casi desierta y pienso en la primera canción que escuché de Quique, allá por finales de los noventa. Fue Cuando éramos reyes, ese himno de barrio sobre el valor de la amistad y los muchos caminos que quedan por recorrer. Esperando a que la luz se ponga en verde, recuerdo cómo me daba por mirar al infinito escuchándola. Entonces, escuchando tantas canciones, me daba por buscar más allá de la ventana y encontrarme el mundo lleno de caminos. Como una intensa ráfaga que surge de la nada, recuerdo una de las frases de Cuando éramos reyes: “El arte de vivir detrás de una canción”. Tengo la sensación de que, por aquel entonces, sabíamos hacerlo, vivir detrás de esos acordes que nos elevaban del suelo. Por aquel entonces, era como si algo fuera nuestro aunque, seguramente, todo fue una jodida ilusión. Quién sabe.