Hoy La Ruta Norteamericana vuelve a contar con la colaboración de Eduardo Izquierdo en la sección "Parada para repostar". Firma habitual de este blog, Izquierdo, especialista de los sonidos norteamericanos, nos habla de un músico maravilloso y bastante desconocido: Zach Williams. Lean su apasionante historia de superación, de la salvación de la música.
El año 2009, Zach Williams, oriundo de Georgia (no confundir con el líder de The Reformations) se sacaba de la manga el que probablemente podría ser considerado mejor disco desconocido del año. Story Time, que así titulaba aquel trabajo, era y sigue siendo un disco magnífico, lleno de sonoridades americanas, y emparentado gracias a la voz de Williams con el soul de gente como Otis Redding o Sam Cooke. Con un gusto exquisito hacia las melodías y una capacidad vocal asombrosa, el sureño jugaba en la misma liga que mi apreciado y amigo Will Hoge, e incluso amenazaba con sobrepasarlo. Tiempo de historias. Como la vida misma. Una vida que amenazaría a Zach con la tragedia, pero que volvería a darle alas justo cuando amenazaba por caer en un precipicio de incierto fondo.
Y es que mientras vivían en su Georgia natal, la mujer de Williams tuvo un accidente montando a caballo tras el cual le fue diagnosticada, en el mejor de los casos, una paraplejia de cura imposible. La otra opción era todavía más oscura mientras las vértebras amenazaban con destrozar definitivamente los pulmones de la mujer. Zach gastó todo su dinero, el poco que había ganado con la música, y todos sus esfuerzos en llevar a su esposa al centro Sheppard de Atlanta, pionero en lesiones de la columna vertebral.
Allí, mientras ella formaba parte de una intensa rehabilitación de
futuro imprevisible, Zach recibía apoyo psicológico y clases sobre las formas
de convivir con un minusválido: como lavarlo, como darle de comer, qué hacer
frente a las discusiones… El poco tiempo que le quedaba, aturdido por el sueño
que no conseguía conciliar, lo dedicaba a escribir canciones surgidas del
diario que intentaba mantener al día. Letras que hablaban de la crudeza de su
situación, de lo injusto que muchas veces es el destino con nuestras
existencias. Melodías y armonías basadas en el folk y el blues rural, quejidos
por la incomprensión de lo que le había tocado vivir, eso sí, con un resquicio para
la esperanza. Y quizá eso fue lo que provocó que la señora Williams se
recuperara y consiguiera volver a andar. Esa fuerza que Zach, siempre a su
lado, le transmitía en cada uno de sus esperanzadores lamentos musicados.
En 2010, Williams y su esposa viven en Brooklyn, alejados del sur que tan malos recuerdos les traía e intentando organizar una nueva forma de vida. Ella, muy recuperada pero aún convaleciente, intentando encontrar trabajo. Él buscando alguien que pudiera interesarse en sus canciones. Una búsqueda infructuosa. Casi imposible en una ciudad llena de bandas y grupos. Pero lo imposible ya no existe en la vida de Zach y el destino, en otro nuevo giro, va a querer que su ex compañero de universidad Brian Elmquist se cruce en su camino una mañana en el Dizzy’s Diner de Park Slope, lugar en el que el segundo trabajaba de camarero. Tras cerrar, ambos amigos se quedarán en el local y cogerán sus guitarras, momento que Zach aprovechará para enseñar sus canciones a su recuperado compinche. Noche tras noche repetirán la escena y al final incorporan a sus jams nocturnas a Kanene Pipkin, una amiga común que acaba de regresar de un tiempo viviendo en China. Así darán forma a Zach Williams & The Bellow, nombre que aparece escrito en la grabación que hacen llegar a Descendent Records, subsello de Sony BMG.
El resto es casi un sueño. Rápidamente son fichados por la multinacional y cambian su nombre por The Lone Bellow. Su primer disco está en marcha y ve la luz este 2013. Un álbum maravilloso. Inconmensurable. Un serio candidato, de nuevo como aquel Story Time, a convertirse en el mejor disco desconocido del año. Lleno de letras melancólicas, claro, pero también reflexivas y esperanzadoras. Producido por Charlie Peacock y grabado en los Rocwood Studios (que no son más que una antigua granja), la música que encierran esos surcos captura la magnitud de las vivencias de Williams. Transmite su vulnerabilidad tanto como su fuerza, consiguiendo que el vello de tu cuerpo se erice con cada una de sus palabras, con su fraseo y su forma de entonar, y hasta con sus silencios. Como los del rugir de la soledad.
Texto: Eduardo Izquierdo, colaborador habitual de Ruta 66 y Mondosonoro y autor del blog Los Hijos Bastardos de Henry Chinaski.
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