(Todas las fotografías de de JS Matilla)
El predicador Casy: “Pensé en la historia del Espíritu Santo y Jesucristo. Me dije: ¿Por qué tenemos que atribuirlo a Dios o a Jesús? Quizá, pensé, quizá son los hombres y las mujeres a los que amamos, quizá eso es el Espíritu Santo, el espíritu humano, esa es toda la historia. Tal vez hay una gran alma de la que todo el mundo forma parte. Estaba allí sentado pensándolo y de pronto... lo supe. Sabía desde lo más hondo que era verdad y aún lo sé”. 'Las Uvas de La Ira'. John Steinbeck
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Aquella tarde cuando lo leí fue una revelación divina. “Una gran alma humana formada por muchas almas, como trocitos que forman un todo”. El predicador Casy, harto de la moralidad, las directrices espirituales y las normas de los poderosos, había estallado ante Tom Joad. “Estaba tumbado bajo un árbol cuando llegué a esa conclusión y me quedé dormido. Se hizo de noche, estaba oscuro cuando desperté. Cerca aullaba un coyote. Antes de que me diera cuenta estaba diciendo en voz alta: ¡Y una mierda! No existe el pecado y no existe la virtud. Solo hay lo que la gente hace”, decía. Qué tipo, el predicador Casy, que había abandonado el púlpito para “oír la poesía del habla de la gente”. Qué hombre, lleno de dudas, que hurgó en el Evangelio hasta “hacerlo pedazos”, atormentado porque “el espíritu ya no está en la gente” ni en él, porque los tiempos que le tocaron vivir eran tiempos duros, abundantes en injusticias, sin garantía de Dios, tiempos de la Gran Depresión, los de las uvas de la ira.