(Todas las fotografías de de JS Matilla)
El predicador Casy: “Pensé en la historia del Espíritu Santo y Jesucristo. Me dije: ¿Por qué tenemos que atribuirlo a Dios o a Jesús? Quizá, pensé, quizá son los hombres y las mujeres a los que amamos, quizá eso es el Espíritu Santo, el espíritu humano, esa es toda la historia. Tal vez hay una gran alma de la que todo el mundo forma parte. Estaba allí sentado pensándolo y de pronto... lo supe. Sabía desde lo más hondo que era verdad y aún lo sé”. 'Las Uvas de La Ira'. John Steinbeck
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Aquella tarde cuando lo leí fue una revelación divina. “Una gran alma humana formada por muchas almas, como trocitos que forman un todo”. El predicador Casy, harto de la moralidad, las directrices espirituales y las normas de los poderosos, había estallado ante Tom Joad. “Estaba tumbado bajo un árbol cuando llegué a esa conclusión y me quedé dormido. Se hizo de noche, estaba oscuro cuando desperté. Cerca aullaba un coyote. Antes de que me diera cuenta estaba diciendo en voz alta: ¡Y una mierda! No existe el pecado y no existe la virtud. Solo hay lo que la gente hace”, decía. Qué tipo, el predicador Casy, que había abandonado el púlpito para “oír la poesía del habla de la gente”. Qué hombre, lleno de dudas, que hurgó en el Evangelio hasta “hacerlo pedazos”, atormentado porque “el espíritu ya no está en la gente” ni en él, porque los tiempos que le tocaron vivir eran tiempos duros, abundantes en injusticias, sin garantía de Dios, tiempos de la Gran Depresión, los de las uvas de la ira.
Un par de tardes después, me salté la parada de autobús. De vuelta a casa, andaba tan sumido en las últimas páginas de Las uvas de la ira de John Steinbeck que no me fijé en la parada en la que me tocaba bajarme. Cuando levanté la vista, ya con el libro recién terminado, impactado, incapaz de articular palabra, sorprendido por la grandeza de la lectura, ya estaba tres o cuatro paradas lejos de mi casa. Poco me importó. Había algo mucho más importante. Me bajé y regresé andando, con la resonancia de las palabras leídas, absorbidas, que impulsaban mis pasos, firmes y distintos. Aquella noche sonó en la habitación The ghost of Tom Joad.
Debía el libro de Steinbeck al disco de Bruce Springsteen, quien agradecía en los créditos finales del álbum a John Ford por su película basada en la novela del escritor estadounidense, premio Nobel de Literatura. En aquella época, empezaba a tener deudas de vida con algunos discos, algunos libros, algunas películas. Empezaba a sentirme otra persona.
El disco de Springsteen llegó a casa el día que cumplí 18 años. Era lunes. Me lo regaló mi madre y me lo dejó encima de la mesa, envuelto en un elegante papel rojo. No hubo efecto sorpresa. Me había puesto tan pesado con mi regalo que solo había pedido una cosa por mi cumpleaños: ese disco. El único que me faltaba de Springsteen en la colección. Lo tenía grabado de un amigo en casete pero no era lo mismo. Había que tenerlo original y en disco, con las letras de las canciones, con la carátula y los agradecimientos.
Recuerdo que al día siguiente tenía examen de Literatura, con todos esos nombres de escritores y sus obras y las definiciones de corrientes artísticas que había que aprenderse de memoria, y recuerdo que pasé de estudiar. Quité el papel de regalo y me puse a escuchar el disco que ya había oído decenas de veces en los últimos meses. Con un diccionario de inglés a español, el mismo que el profesor del colegio nos hacía usar para traducir textos insoportablemente aburridos e infantiles sobre Londres, me puse a intentar descifrar las letras de las canciones. Entendía algunos párrafos, me asombraba con algunos versos, captaba algunas sensaciones. Al día siguiente, tiré por la vía fácil: terminé copiando en el examen de Literatura. No me concedí ningún mérito porque esa profesora, que consiguió hacer de la generación del 27 un suplicio, estaba ciega. Lo difícil era que te pillase con la chuleta o el libro en las piernas. Siempre me quedé con ganas de ser más sincero con ella cuando, a final del curso, en la cena de graduación del extinto COU, me dijo que estaba claro que lo mío era la Literatura debido a mis buenas notas. Más allá de decirla que a veces copiaba y otras muchas solamente escupía lo que a la semana siguiente ya había desaparecido por completo de mi memoria, quería que supiese que estaba flipando, esa era palabra, con las letras de canciones de Springsteen pero también de Bob Dylan o Lou Reed. Si la literatura tenía que ser algo, tenía pasar por ahí, por los caminos existenciales y emocionales que se me abrían en esas canciones. Quería que supiese que estaba flipando con la música.
Ya comenzada la universidad, lo primero que nos dijeron en la fea y gris Facultad de Ciencias de Información de la Complutense era que había que comprarse unos manuales de Teoría de la Comunicación y no sé qué demonios más. Fue lo segundo que hice porque antes, movido por los sonidos ásperos y cortantes de The ghost of Tom Joad, vi que vendían en la librería Las uvas de la ira y me lo compré. Nunca podré decir de qué me sirvieron tantos manuales y tesis doctorales plasmadas en libros que, por mi parte, fueron fotocopiados solo para fastidiar al catedrático de turno que quería venderlos a los estudiantes, pero sí puedo afirmar que ese primer año de carrera siempre lo recordaré por la lectura de ese libro. Mi primer año de Periodismo estuvo marcado por Las uvas de la ira.
“Una gran alma de la que todo el mundo forma parte”. Subrayé la frase con lápiz. No porque fuera a estudiarla sino porque quería saber donde se encontraba para poder acudir a ella siempre que lo necesitase. Acudí muchas veces. Incluso, a medida que más discos escuchaba, empecé a relacionarla con la música. Me valía para la música, tal y como yo la sentía. Empecé a creer que las canciones eran trocitos que forman un todo. Muchas canciones formaban una gran alma. Estaba claro que la música no es tangible, es invisible, pero también sabía que existía, se formaba parte de ella y se podía hacer algo con ella si se tenía el corazón a la escucha. Creía desde lo más hondo que era verdad y aún lo creo.
Estaba todavía en la universidad cuando uno de los mayores motivos para creer en esto fue escuchar Música celestial de José Ignacio Lapido. Un disco que comienza con las siguientes estrofas: “Cien años construyendo un cielo particular / con peces voladores y estrellas de mar, / con amantes abrazados a mitad de cada estrofa / y ceniceros con forma de pila bautismal. / Cien años recorriendo la distancia a una respuesta, / ¿seré yo uno más que no sabe o no contesta? / Pisar la luna, inventar la rueda o besarte en la oscuridad, / esa clase de deseos que jamás se cumplirán. / No sé por dónde, no sé por dónde, / realmente no sé, no sé por dónde empezar”. De nuevo, sin previo aviso, me encontré ante el mismo sentimiento arrollador que fue leer Las uvas de la ira o escuchar a Springsteen, Dylan o Reed. De nuevo, inexplicablemente, me veía con las mismas dudas que el predicador Casy pero con la misma necesidad de mandar a la mierda tantas cosas establecidas, pasar del pecado y la virtud y buscar el espíritu de la gente. Una cruzada que, en el fondo, a decir verdad, se hace en el día a día, en la vida cotidiana, pero a la que no le faltan momentos trascendentales, sublimes, únicos. Y así hasta hoy.
La Ruta Norteamericana nació con el fin de hablar de música. De sus creadores, de su historia, de su repercusión. Pero, sobre todo, me gustaría pensar que nació con el fin de compartir sus emociones, su espíritu. Este blog celebró el pasado viernes un concierto solidario haciéndolo coincidir con el quinto aniversario de su nacimiento. Fue en la sala El Sol de Madrid y en el escenario se dieron cita The Low Willows, Iñigo Coppel, Los Madison y José Ignacio Lapido. Todos tocaron sin pedir nada a cambio con el objetivo de recaudar dinero para ayudar a la ONG Centro Social Tío Antonio, que asiste a familias desfavorecidas y ofrece proyectos educativos a niños en la ciudad nicaragüense de Granada. La sala El Sol, que cedió el local y ayudó en toda la asistencia técnica, se llenó. El concierto fue un éxito. Casi cuatro horas de música y un ambiente extraordinario, embellecido aún más por la colaboración de Ángel Carmona, que ejerció de speaker del evento, y Eduardo Izquierdo, que hizo de DJ durante toda la noche.
Arriba, The Low Willows. Abajo, Iñigo Coppel. (Fotos de JS Matilla)
Pero aún más. La fiesta contó con la presencia de muchos compañeros del diario El País y otros de otros medios de comunicación como Manolo Fernández de Radio 3, Revista Mongolia o la familia de la revista Ruta 66, que reunió a muchas de sus firmas más ilustres como Alfred Crespo, Toni Castarnado, Vicente Merino, Esteban Hernández, Manuel Beteta, Carlos Rego, Luis Boullosa o Álvaro González, entre otros. También contó con compañeros del mundo discográfico y promotores, así como músicos como César Pop, que subió a tocar con Los Madison, Johnny Cifuentes de Burning, Fino de Los Enemigos o Leiva. Y, sobre todo, sin duda, contó con la asistencia de todas aquellas personas que acudieron al evento y ayudaron con ello a recaudar unos fondos impresionantes para una buena causa.
Arriba, Txetxu Altube de Los Madison. Abajo, Alfonso Adánez de Los Madison. (Fotos de JS Matilla)
“Una gran alma de la que todo el mundo forma parte”, decía Casy. Eso fue lo que sentí el pasado viernes. Que todos los que llenaron la sala El Sol formaban parte de una gran alma, del alma que guarda la música. La música que nos emociona. La música que nos enamora. La música que nos da fuerzas. La música que nos ayuda a resistir. La música que representa nuestra voluntad contra las injusticias de la vida, contra los problemas cotidianos, contra el silencio de Dios. La música que hay en el interior de cada uno y que puede encontrarse con la de los demás.
Arriba, José Ignacio Lapido. Abajo, Lapido y Los Madison (Fotos de JS Matilla).
El efecto comunitario de la música es su gran misterio, su gran poder. El viernes en El Sol la música tomó la palabra. Fue la protagonista. Y nos juntó a muchos. Nos hizo estar y ser, seguramente, por la misma causa. Gracias, con toda el alma, a todos por hacer que la música siga sonando y siendo relevante. Gracias por este aniversario de La Ruta Norteamericana ya imborrable que celebramos entre todos. Gracias por dar sentido de forma mágica a mi música.
((Aquí puedes ver todas las fotos del concierto hechas por JS Matilla))
Hay 9 Comentarios
Gracias Fernando!!
Yo solo puedo decir que estuve allí en espíritu, ya que no pude ir, y que cuando la fiesta comenzó dentro de mi sentí un vuelco un vacío por que no estaba lli para dar abrazos a mi amigo y a otros tantos que allí estuvieron.
Este blog nació cuando yo comenzaba mi caída a los infiernos que tiene la vida y me sirvió y me sirve como conexión con las cosas buenas de la vida y es la Música.
Tomi fue el hacedor de que tu y yo nos cruzáramos en los miles de caminos que tiene la vida.
Felicidades!! Amigo.
Publicado por: Chema | 13/10/2013 11:35:23
Fernando puedes estar satisfecho porque la ruta norteamericana habla de música, y se comparten emociones, a veces cuando te leo parecemos hermanos y ya sabes lo que dice Bruce "nada sienta mejor que la sangre sobre la sangre"
Publicado por: cesar casado | 30/09/2013 23:10:45
Gracias a tí Fernando por tu Ruta, que no es sino un camino en el que aprender, reflejarte, compartir, etc. Es un placer leerte, no me canso de repetirlo... e intento hacer partícipe a mi hermanos en alma musical de tu saber y carretera... Alguien, una amiga, a quien la vida ha golpeado, me dijo una vez una cosa: "si no fuera por la música, habrían más razones por las que volverse loco"... ¡Lo mejor!
Publicado por: Antonio Álvarez | 27/09/2013 13:35:29
Gracias, Fernando, por el blog. Magnifico artículo
Publicado por: Jordi Albesa | 25/09/2013 19:43:33
Permiteme que parafrasee a Fernando Calvo y te diga que lo que ocurre aqui es que hay una " Alma Sonora" , compartida a la que tu has dado forma con pasión.
Gran noche!!
Publicado por: El Callejon del Hambre | 25/09/2013 14:38:31
No pude estar en el concierto por motivos personales pero gracias por compartir esta entrada porque de alguna manera me ha hecho vivir lo que compartisteis ese día.
Y respecto al comentario anterior imagino que siempre es necesario tener un 'odiador', pero por lo menos podía aportar algo y no sólo hacer crítica destructiva.
Publicado por: fmgoy | 25/09/2013 14:02:45
Que pesado eres Fernando Navarro, sigues tirando detexto ya escrito. Aporta algo ya!. No eres un mal periodista pero estas muy verde todavia. Coge cuatro o cinco bloggers y os daran cien mil vueltas a ti y a tus relamidos amiguitos periodistas. Que mal esta el pais, en todos los sentidos, si los grzndes plumillas sois estos que citas. De pena.
Publicado por: Fernando | 25/09/2013 10:52:06
Enhorabuena y gracias de nuevo, Fernando.
Raquel y yo disfrutamos enormemente del concierto y del espíritu que allí se manifestó. Ahora con tu texto nos has hecho revivir esa intensidad y has explicado fantásticamente bien el porqué de esas emociones. Hay algo en este blog que lo hace especial: tu manera de sincerarte, mostrando los sentimientos que están en el origen de tu pasión por esta música. Al hacerlo, consigues que muchos nos sintamos profundamente identificados con lo que narras. Por tanto, es evidente que tienes razón en lo que afirmas: hay un alma colectiva. Y lo mejor es que tiene banda sonora.
Publicado por: Fernando Calvo | 25/09/2013 9:47:48
Gracias a tí Fernando Navarro. por la música que propones, por las narraciones y por la literatura que siempre esta presente en las mismas. La música y la literatura también han sido mis compañeras desde mi niñez y es algo que considero mágico.
Me alegra que la fiesta fuese un exito en todo. La pena y o la propuesta sería celebrarla en otras ciudades más asequibles a los que vivimos en la periferia.
Gracias y salud.
Publicado por: navigio | 25/09/2013 9:13:57