De segundas oportunidades y suicidas con Aimee Mann, Seymour Hoffman y Magnolia

Por: | 04 de febrero de 2014

Magnolia

 La muerte de Philip Seymour Hoffman ha supuesto un duro golpe al mundo del cine. Se ha ido uno de los actores más maravillosos de los últimos lustros, un gigante de la pantalla que había demostrado a sus 46 años que era un clásico en vida, un grande del séptimo arte. En La Ruta Norteamericana, le queremos rendir homenaje asociando al fallecido actor con la música y, para ello, contamos con la colaboración de Toni Castarnado, colaborador habitual de este blog y un verdadero cinéfilo. Toni nos acerca a la figura de Seymour Hoffman a través de la gran Magnolia, la película de culto de Paul Thomas Anderson, un director con el que Seymour Hoffman tuvo una simbiosis especial. Música, cine, supervivencia y redención. Leed y disfrutad. 

Texto: Toni Castarnado

“Yo era fan de Aimee, antes de ser amigo. Y ella, como ninguna otra escritora que yo conozca, tiene la habilidad de articular palabras” (Paul Thomas Anderson).

Las palabras, las que Aimee Mann eligió para la banda sonora de Magnolia, canciones que eran el colchón a las imágenes de la misma, a sus relatos, ubicando a los personajes de una trama que se sustenta en base a historias de redención, con una espiral de relaciones fracasadas, con el deseo de que eso no fuera así. Almas malditas, perdidas dentro de su propio caos, buscando la paz interior que jamás tuvieron durante su infancia o adolescencia. La incapacidad de crear y mantener amistades reales, traumas que no se justifican, traumas que quedan marcados en la piel del sujeto y a fuego como ese tatuaje que dedicas a una persona querida, a un acontecimiento vital que ha derivado en crucial, por su calado existencial, por el espiritual. Historias mínimas que giran en torno a otra central, relacionadas entre sí como las que había en la pionera Vidas Cruzadas de Robert Altman, el destino que une a personajes que no tienen nada que ver los unos con los otros, pero con un hilo argumental que les sujeta por el mismo lado de la cuerda, el que fija la cuota de su propia fragilidad, la de esa cautelosa inestabilidad emocional.

En Magnolia, tenemos como centro de las miradas a ese predicador moderno y obsceno que Tom Cruise caracteriza con precisión, con rabia. Es el amo de un evento que reúne a una serie de hombres sin rumbo que necesitan alimentar su ego -“creo que no hay nadie en esta sala que no comprenda tu dolor, y quiero agradecértelo por compartirlo, dice Tom Cruise”-, habiendo puntos en común con ese alma gemela a la que daba vida en Eyes Wides Shut -también hace un guiño en una escena de Magnolia a la música de Richard Strauss y a 2001: Una Odisea Del Espacio-.


SeymorPaul Thomas Anderson
hace una radiografía fiel del odio entre personas, del inconformismo, de la maldad, de la ruptura, sacudiendo sus entrañas, el cosmos representado en el dolor de un hijo que se sintió abandonado por un padre poderoso y manipulador que en esos momentos yace en su cama como una magnolia marchita, con los huesos hechos añicos, y sobre todo, con su moral en entredicho, en solfa. Un moribundo que es el eje de esta fabula y que en ese momento no puede casi ni articular palabra. Sí, sí, de nuevo las palabras. Las de Julianne Moore, desesperada y desamparada, una mujer que explota cuando en la farmacia de turno se siente juzgada y maltratada por quien le atiende. Le ofende la sorna, el desprecio, porque el entorno duda de su proceder, el de una persona que se ha movido por un interés material y no por lo que te dicta el corazón. Acto seguido, vuelta de tuerca al asunto. El discurso amable, la paciencia, la nobleza, la sensibilidad y el buen hacer. El de un asistente enfermero, la cara visible de un Philip Seymour Hoffman que gestiona sus comportamientos y los de los demás, cuidando al paciente humillado, al humano desvalido. Tolera, comprende, tiende la mano.

Todo lo contrario a lo que él muestra en algunos del resto de papeles de su filmografía. En The Master es un monstruo ambicioso y despreciable, en Punch Drunk Love pierde de manera grotesca los papeles, en una escena con llamada telefónica mediante para el recuerdo, en Capote secuencia los misterios y obsesiones del célebre escritor, son los que llevan la batuta -y la de su única estatuilla de Oscar-, y en Antes De Que El Diablo Sepas Que Has Muerto, otra relación paterno-filial controvertida -en la modesta pero entrañable cinta La Familia Savages también se tocaba ese mismo tema-. Suerte que en Magnolia, la dulzura vocal de Aimee Mann ponía un sobre de azúcar a un café en demasía amargo, lo hacía más digestivo. Eso sí, la dama no escondía sus sentimientos, sus palabras dolían, el enunciado era triste, realista, y sin embargo, esperanzador.

 

En “Wise Up”, por poner un ejemplo. “No es lo que pensaste, cuando lo empezaste tienes lo que quieres/ Ahora, apenas lo aguanto, pues bien, ya sabes/ No se va a detener, no se va a detener, no se va a detener, hasta que te des cuenta/ Estás seguro de que no hay cura, y al final lo has encontrado/ Piensas en un trago, te encogerá hasta que estés bajo tierra, hasta la tumba/ Pero no se va a detener”. Tampoco se detenía ni un segundo la música de Aimee Mann en Magnolia. Al revés, no podía dejar de sonar. Lírica y barroca, con aire a musical, atormentada y preciosista.

Canciones pensadas en pasado y en futuro, algunas escritas con anterioridad mientras grabó I´m With Stupid, la mayoría no eran específicamente para la película salvo dos de ellas, y hubo otras que se aprovecharon para esa obra maestra titulada Bachelor nº 2 que se beneficiaba de la exposición de piezas exitosas de Magnolia, pop orquestado de calado emocional fuerte. Y una versión, “One” de Harry Nilsson, con ese teclado inicial, crudo y solitario que da paso a una mística colosal, embriagadora. La lluvia de ranas de “Save Me”, esa oda optimista en las notas de “Momentum”. Un álbum, que debido a la inclusión de dos cortes de Supertramp, otra de Gabrielle y el cierre con Jon Brion, no se adjudicó en exclusiva a ella.

No obstante, esa gesta musical era únicamente de su competencia, le pertenecía, por el derecho y por el revés. Desde entonces, su carrera ha caminado sigilosa a través de una coherencia plausible, con mesura, grabando discos notables, y alguno que roza la excelencia, el postrero Charmer es testigo. Como lo fueron los espectadores de Magnolia en 1999. “La película se da un breve respiro: los suicidas se olvidan de apretar el gatillo; los drogadictos del mono, y los moribundos, de su dolor. Entonces acaba la obra, el mundo nace de nuevo, los muertos son enterrados y los que viven tienen una segunda oportunidad” (Süddeutsche Zeitung).

Por desgracia, Philip Seymour Hoffman no va a gozar de esa segunda oportunidad. Como legado valioso tenemos medio centenar de filmes suyos y con los cuales gozar otra vez, para dársela nosotros a él. Y con la banda sonora de Magnolia como compañero de batallas para derrotar al dolor. Allí en el cielo se reunirá con James Gandolfini, él con sus patos y su batín puesto, a Philip le lloverán ranas, con un termómetro en la mano, y con su bata blanca como atuendo. Descansen en paz.

 

Texto: Toni Castarnado, redactor de Ruta 66Mondo Sonoro y Rock Zone. Su nuevo libro es Mujeres y música. 144 discos más que avalan esta relación (66rpm).

Hay 6 Comentarios

D.E.P.

algunos son tan buenos tan grandes que soportan este mundo salvaje y se autodestruyen para no seguir sintiendo el astil y dolor que supone vivir la mayoría de las veces.

Una de mis diez pelis favoritas, la he visto infinidad de veces y siempre me emociona. Es algo distinto.....especial. Magnífico artículo. Y muchas gracias por los dos vídeos.

Me voy a mojar. creo que magnolia es una de las más grandes películas que se han hecho en los últimos 20 años. Y no lo sería sin su banda sonora.

"Wise up" de Aimee Mann es preciosa y suena a mitad de metraje de "Magnolia", en la que todos los personajes, que están fisicamente separados y en escenarios distintos, la cantan al alimon. La mejor escena de la película, absolutamente conmovedora y que te deja al borde del llanto

Una de las películas de mi vida.
Qué grande es Paul.

A veces no nos damos cuenta de lo que hacen algunos actores. Se meten en la piel de los monstruos más abyectos, viven las historias más sórdidas una y otra vez, sienten toda la mierda de nuestro mundo dentro de ellos... Debemos sorprendernos entonces de que algunos, a menudo los más inteligentes y sensibles, caigan en un charco de agua podrida y no sepan como salir...

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. Redactor de El País y colaborador del suplemento cultural Babelia y las revistas Ruta 66 y Efe Eme. Colabora también con un espacio musical en el programa A vivir de la Cadena SER. Es autor de los libros Acordes rotos y Martha. Cree en el verso de Bruce Springsteen: "Aprendimos más con un disco de tres minutos, que con todo lo que nos enseñaron en la escuela".

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