La Ruta Norteamericana tiene el privilegio de contar con un extenso reportaje sobre blues que firma uno de los mayores expertos en este país del género. Manuel Recio, autor del blog La música es mi amante, vuelve a esta ruta sonora para calzarse las botas y el sombrero de explorador musical e invitarnos a un viaje fascinante. Sacad tiempo y disfrutad.
Texto: Manuel Recio
"Estábamos muy ocupados en cuestiones arqueológicas, no teníamos demasiado tiempo para el folclore, que ya de por sí es difícil de excavar", Charles Peabody.
Corría el mes de mayo del año 1901. Charles Peabody, un arqueólogo de la Universidad de Harvard, llegó al condado de Coahoma, al norte del estado de Mississippi, para realizar unas excavaciones que le había encargado el Peabody Museum. Allí se hizo con un grupo de jornaleros negros que iba oscilando entre los nueve y los quince, dependiendo de la tarea. Las primeras semanas se dedicaron a realizar cortes en dos túmulos abandonados por los choctaw, el pueblo indio que habitaba esas tierras mucho antes de que los terratenientes blancos se apoderaran de ellas. Uno de esos túmulos se ubicaba en la plantación Dorr, en el municipio de Clarksdale; el otro, a unos 25 kilómetros dirección sur, en la plantación Edwards, término de Oliver, sobre el río Sunflower.
El calor apretaba. Las jornadas eran duras y se prolongaban desde primera hora del día hasta el ocaso. El terreno denso y pantanoso de Mississippi dificultaba la tarea. El peso de la tierra húmeda aplastaba los huesos. Según el propio Peabody, extraer un esqueleto, aun con la ayuda de una paleta, era algo bastante complicado. Estaban enterrados en un lodo que los lugareños llamaban gumbo o buckshot. Sin embargo, solo en la plantación Edwards consiguieron desenterrar 158 esqueletos y 68 vasijas. Asimismo, también recuperaron abalorios de turquesa, herramientas talladas en piedras, conchas marinas, huesos de animales, campanas de latón, pipas de arcilla y puntas de flecha y lanza. Sin duda, la tierra escondía un gran tesoro que formaría parte ahora del Peabody Museum. Pero, a medida que los trabajos avanzaban, Peabody perdió interés por los hallazgos arqueológicos para centrarse en otro tipo de tesoros...
Tanto durante la jornada como cuando se retiraban por la noche a sus tiendas para descansar, los jornaleros negros emitían unos extraños cantos y lamentos que cautivaron a Peabody. Los oídos del curioso arqueólogo tuvieron acceso a un abundante material etnológico en forma de primitivas canciones. Pero no era ningún experto. Tal vez un musicólogo pudiera haberlas clasificado y analizado con más precisión. No obstante, al regresar a Harvard, el obstinado Peabody elaboró —incluso antes de redactar los resultados de sus descubrimientos arqueológicos— un breve documento con anotaciones que envió a la publicación Journal of American Folk-Lore.
'Notes on Negro Music', publicado en el número de septiembre de 1903 de la revista, constituye, con seguridad, el primer documento escrito que habla del blues, aunque en ningún momento se cita la palabra como tal. Se trata de un artículo de cuatro páginas donde, a pesar de sus limitaciones, Charles Peabody describe con asombro y cierta fascinación todo aquello que escuchó. Quizá sea aventurado hablar del nacimiento del blues, pero lo que está claro es que las narraciones de Peabody coinciden sorprendentemente con los elementos clave del blues primitivo.
Convertir las penas en canción
El arqueólogo señala que se hacían acompañar de la guitarra cuando estaban "en sus tiendas o marchando". También se refiere a la predilección por las melodías sencillas de "los himnos y los ragtimes". Cita literalmente el uso de "tres acordes en tono mayor o menor". También deja constancia de las improvisaciones y variaciones de esos acordes que podían alargarse durante horas. Indica cómo al final de los fraseos, a menudo, dejaban la última nota desafinada, en referencia a las características blue notes.
En relación al contenido de los cantos, Peabody menciona costumbres, maneras y sucesos de la vida de los negros. Los temas principales son historias de amor y mala suerte, aunque también hay lamentos referidos a las ocupaciones diarias o a los momentos de ocio. Uno de los objetos de estudio es un aparcero al que llama Haman's Man, en referencia a la mula que empujaba de sol a sol. El hombre llena esas quince horas de tarea con cantos y letras, mezclados con algún improperio que dirige al animal, en ritmos de sabor "genuinamente africano". Otra de las manifestaciones sonoras procede de una cabaña cercana al asentamiento, donde una mujer intenta dormir a su bebé susurrándole una canción de cuna. Peabody lo detalla como "un misterioso intervalo, imposible de reproducir, de ritmo raro y peculiar belleza".
Justo al acabar su breve relato, alude a un negro muy anciano que conoce en la plantación de John Stovall (la misma donde cuarenta años más tarde Alan Lomax descubriría a un esbelto campesino que respondía al nombre de McKinley Morganflied, esto es, Muddy Waters). Una noche le pidieron que cantara para ellos mientras estaban sentados en el porche. Charles Peabody habla de unos sonidos sin antecedentes culturales, monótonos y extraños, y los describe como "un gaita tocada pianissimo, un arpa judía tocada legato o algo parecido a la música japonesa". Concluye el artículo reconociendo que nunca ha vuelto a escuchar nada igual, ni a oír hablar de ello. Al mismo tiempo, admite que esa música que tanto le sedujo cumple una función: satisfacer la profunda necesidad de los negros de la zona de librarse de las penas convirtiéndolas en canción…
Dominar el Río Grande
Mientras Peabody intentaba extraer el legado de la tierra, otros se afanaron, con menos éxito, en dominar el gran río cuyas aguas sepultaron vestigios del pasado y cientos de historias por descubrir. El legendario Mississippi no solo da nombre al estado: también supone toda una institución que va mucho más allá del mero accidente geográfico. Si las civilizaciones antiguas florecieron cerca de ríos como el Tigris y el Éufrates, otro tipo de pobladores —menos trascendentes, quizá— escribieron su intrahistoria junto a las riberas de este descomunal río que atraviesa el estado de norte a sur. Granjas, bosques, cabañas, poblados o extensas plantaciones de algodón... El río las cruza, las serpentea, las acaricia y las dota de vida en su imparable camino hacia la desembocadura en el Golfo de México, cerca de Nueva Orleans. Pero con frecuencia, el Mississippi también se enfurecía y arrasaba con todo a su paso. Las inundaciones han quedado marcadas en el recuerdo de sus habitantes. Algunas como las de 1927 fueron históricas; otras eran tan devastadoras que solo las copas más altas de los árboles quedaban a salvo de las crecidas del río.
En 1541 el explorador español Hernando de Soto descubrió unas aguas que bautizó como Río Grande. Fue el primer europeo en adentrarse en ellas, aunque los mencionados choctaws ya se habían asentado, temerosos, desde tiempos inmemoriales, en unos montículos que bordeaban el río. Ellos fueron en realidad los pioneros en intentar domar las aguas del Mississippi, aunque su apuesta resultó infructuosa. No será hasta principios del siglo XIX, en plena esclavitud, cuando se empezó a diseñar un primitivo sistema de diques para contener las crecidas. Pero la fuerza del Río Grande superaba cualquier estrategia humana por contrarrestarla. En los años posteriores a la Guerra de Secesión, se construyó un dique más fuerte y resistente; las fértiles tierras de la llanura aluvial del Mississippi pudieron descansar por fin sin miedo a ser regadas de improviso.
El dique del Mississippi representa uno de los sistemas de contención más grandes del mundo y una de las obras de ingeniería más asombrosas de Estados Unidos. Desde Cairo, en el estado de Illinois, hasta Louisana, el dique flanquea el río a lo largo de 5600 kilómetros, donde aparte del muro hay embarcaderos, muelles y pequeños puertos para los riverboats. Es uno de los rasgos culturales más característicos del estado, principalmente porque su construcción forma parte de la historia de la región. Cuesta creer que una obra de tal magnitud fuera hecha por la mano humana. En concreto por la fuerza de hombres, cruelmente explotados, muchos de ellos esclavos, otros presidiarios, empujando simplemente carretillas con sacos de arena, a golpe de látigo o —en el mejor de los casos—, tirando de mulas para arrastrar la carga.
El hombre del sombrero negro
Los primeros hombres que trabajaron en el dique eran irlandeses. Llegados desde el viejo continente, los colonos se vieron obligados a emplearse como jornaleros en cualquier tipo de trabajo, como la construcción del ferrocarril, diques y otros canales. Uno de los últimos jornaleros irlandeses fue F.M McCoy, un tipo de ropa desgastada y vieja pero que siempre portaba un flamante sombrero negro de marca Stetson. McCoy había pasado media vida tras una carretilla, apilando cargas en la ribera del río por apenas unos dólares al día o por un trago de whisky. Durante la guerra luchó junto a sus primos irlandeses por mantener el sistema de esclavitud. Al acabar esta, con los esclavos libres, los negros consiguieron quitar el trabajo a los viejos colonos irlandeses. Podían manejar una mula y además eran más baratos.
McCoy se convirtió en capataz. Todo el mundo le conocía como 'Black Hat' (sombrero negro). Ganaba 175 dólares a la semana. No tenía ningún problema en dar latigazos a los negros que osaran hablar con él. Así debía ser un buen capataz. Junto con los jefes, eran la única autoridad en los campos de trabajo. Allí imperaba su ley. Todo el mundo llevaba armas. El mundo del Delta era como la última frontera americana, más salvaje que el lejano Oeste en sus días de apogeo. Los negros estaban menos considerados incluso que los animales de carga. "Mata a un negro, alquila a otro. Pero si matas a tu mula tienes que comprar una nueva". Esa parecía ser una de las filosofías de la zona. Los contratistas blancos pagaban a negreros para que se aseguraran de que los negros trabajaban bien. Si no lo hacían, si se dignaban a mirar al dueño blanco, los negreros disparaban. La vida —sobre todo la de un negro— no era un valor en alza en esa sociedad. La de Black Hat acabó en un cruce de caminos, en el apeadero de Lula, camino de Clarksdale. Allí se le vio por última. Quién sabe si recibió su merecido...
"Mister Cholly, Mister Cholly,
Just gimme my time
He say, "Go on nigger
You time behin
Oh oh oh oh, you time behin"
[Señor Cholly, señor Cholly
Deme un respiro
Él dijo: "sigue negro, tu tiempo ya se acabó"
Oh oh oh, ya se acabó]
Los jornaleros irlandeses tenían sus propios cantos traídos de Europa. Por su parte, los exhaustos muleros dedicaban estas palabras a sus jefes. El tal 'Mister Cholly' no parecía ser nadie en concreto, aunque siempre aparecía en las canciones de los sufridos braceros. Charles o Charley era un nombre muy común en la época, sobre todo entre las familias sureñas de cierto abolengo. Tenía un toque de distinción. Los negros que no sabían el nombre de su jefe le llamaban 'Mister Boss' o 'Mister Cholly'. Cuando el jefe no estaba lo podían usar como palabra de autoridad "el señor Cholly me dijo...". Por tanto Mister Cholly es en realidad la figura del jefe que contrata, despide, que paga (o no paga).
Aunque algunos piensan que el señor Cholly era el dueño de un campo de trabajo llamado Charley Silas. Una vez vino un hombre, conocido como Mercy Man, de la Sociedad Protectora de Animales de Memphis para comprobar las condiciones de trabajo de las mulas. Silas le pegó dos tiros antes de que alguien pudiera dejarle sin su principal fuente de trabajo.
Gritos de campo
Los trabajadores negros se agrupaban en cuadrillas y dormían en campamentos. Había tantas tiendas de campaña que llegaban a formar auténticas calles. Aunque seguían a sus jefes a lo largo del río para la construcción del dique, gozaban de cierta libertad. Llevaban una vida errante, de un lado para otro, de mujer en mujer, otros de prisión en prisión. Las cabañas estaban lo suficiente alejadas de las de los capataces para que los días de lluvia y los domingos se dedicaran a lo que quisieran. Muchos lo empleaban en el juego o en las apuestas. En un mes podían ganar más que toda una temporada en una granja o en la plantación. Trabajar en el dique aseguraba asimismo una paga semanal. Eso sí, las jornadas de trabajo se tornaban interminables. Generalmente al comienzo del día o por la tarde, cuando el cansancio hacía mella, comenzaban a cantar. En cierto modo no eran canciones propiamente dichas, sino una especie de manifestaciones espontáneas, individuales, en forma de grito, a veces habladas, otras cantadas. Son los conocidos como 'gritos de campo' o hollers.
Este repertorio de gritos y bramidos (en su tradición literal) —el de Mister Cholly era uno de los más comunes— presentaba una serie de características distintivas: tiempo lento, ritmo libre, largos deslizamientos, frases ornamentadas y melismáticas, intervalos menores y, en general, un ambiente melancólico. Sonaban como llantos y sollozos penetrantes que resonaban en todo el campo de trabajo. Cada aparcero bramaba su canción respondiendo a su compañero. Cumplían con una función liberadora, la de mostrar el estado de ánimo, en una situación de alienación y desarraigo que hundía sus raíces últimas en África.
En la tradición de los hollers se podían apreciar esos tonos bemolizados, en apariencia desafinados, que desplegaban las blue notes. Pero lo más importante de estos gritos que se emitían en las labores de trabajo era que reflejaban un “sentimiento blue”, la tristeza de los antiguos reinos, que desembocaría directamente en lo que más tarde se dio a conocer como blues. Los hombres que trabajaron construyendo el dique del Mississippi durante años y años, generación tras generación, no solo fueron los artífices de una de las obras más magnánimas del país: para muchos en realidad son los primeros bluesmen, aunque ellos nunca lo supieron...
"A nigger wasn't worth as much as a mule", refrán popular.
Texto: Manuel Recio, periodista de Europa Press, Jot Down, Yorokobu y autor del blog La música es mi amante.
Fuentes:
Blues: la música del Delta del Mississippi, Ted Gioia. Turner. 2008.
The land where the blues began, Alan Lomax, Ed. The New Press. 1993.
Fotos extraídas de:
- Mississippi Department of Archives and History.
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Hay 3 Comentarios
Genial articulo.El libro de Ted Gioia es completadisimo y deberia leerlo todo amante de blues y todo amante de musica en general. Parece un cuento, de verdad.
Gracias por el articulo.
J.J.Nick
Publicado por: J.J. | 13/06/2014 12:16:00
Imprescindible este reportaje sobre los inicios del blues. Estamos de enhorabuena los amantes del género. Gracias.
Para disfrutar más del blues......:
https://rockmetalguitarblues.wordpress.com/category/blues/
Publicado por: Steven | 05/06/2014 14:05:43
Todo un curso monográfico sobre el origen del blues. Gozoso.
Publicado por: Isa | 04/06/2014 11:26:27