La Ruta Norteamericana se detiene en su sección 'Parada para repostar' para celebrar el 20 aniversario de un disco monumental como Grace, de Jeff Buckley, artista muy admirado en esta ruta, fallecido en 1997. Para ello, repasamos la vida y obra de este músico de la mano de Toni Castarnado, firma habitual de este blog.
Texto: Toni Castarnado
El dibujo de las grandes ciudades cambia conforme pasan los años. Todo muta, por mucho que esto nos pese y el panorama actual no sea el de antes, aquél que tanto nos gustaba y nos enamoró de urbes con un encanto especial. En los lugares en los que antes había salas de conciertos ahora hay casas bajitas para nuevos ricos, en los que había las tan añoradas tiendas de discos, ahora hay locales en los que se venden zapatillas modernas o ropa de marca. Sucede en Londres, en el barrio del Soho en el que se fotografiaron Oasis como homenaje a ese rincón entrañable con tiendas de vinilos por todos lados en la portada de “What´s The Story (Morning Glory)”. En la calle Tallers en Barcelona, antes pisabas una a cada paso, la competencia entre ellas era salvaje, y ahora nos sobran dedos de una mano para contarlas. Y también en Nueva York, en St. Mark´s Place en el East Village como lugar de peregrinaje para aquellos melómanos enfermos que gozan dejándose la vista, las yemas de los dedos y la tarjeta de crédito cazando novedades o descatalogados difíciles de encontrar y ofertas que no se pueden dejar escapar porque sería motivo de delito.
En esa zona más bohemia de la Gran Manzana era habitual como mapa visual encontrar cafés o pequeños habitáculos en los cuales los músicos se presentaban para tocar sus canciones. Bob Dylan lo hizo en el Folk City, Bruce Springsteen en el Bottom Line, Karen Dalton en el Café Wha? o Billie Holiday en el Café Society. Especialmente remarcable fue la primera interpretación de Lady Day cantando “Strange Fruit”, el poema de Lewis Allan satinado como canción protesta sobre los linchamientos a los negros que habían sido un escándalo nacional. Medio siglo después, cruzando unas esquinas, otro músico cogía esas mismas notas y las llevaba a su terreno. Con la misma intensidad que ella y muestras de dolor parecidas. Jeff Buckley tocaba cada lunes en el Sin-é.
Pequeño y acogedor, no había ni tan siquiera escenario. Tocaba mientras la gente charlaba y tomaba un café. Algunos le prestaban atención, otros no, la audiencia no pasaba nunca de la docena de personas. Pero los que se interesaban por aquello que sonaba cada principio de semana repetían cada vez que podían y hacían correr la voz entre una comunidad musical y artística con ganas de descubrir a nuevos talentos. Kurt Cobain había cambiado las normas de la industria discográfica, si bien no bastaba con el terremoto que provocó, los buscadores de oro seguían escarbando para encontrar flamantes diamantes. Aquél chico capaz de comportarse como una estrella de rock pero que quería mantener su credibilidad indie dejaba impronta. A Hal Willner, mítico productor que recuperó para la causa a Marianne Faithfull con las versiones orquestadas de “Strange Weather” le encargaron hacer un tributo a Tim Buckley, precisamente el padre de la criatura. No obstante, Jeff nunca lo sintió como tal, no recibió su educación, su madre se ocupó de ello. Tim defendió que él nunca abandonó a Jeff, en cambio reconoce que si lo hizo con su madre. Cuando Hal acaba con ese trabajo póstumo dedicado a un cantautor que obtuvo una recompensa generosa como músico en los sesenta y en los setenta, un buen amigo suyo le invita a pasarse por el Sin-é. Se trata de Steve Berkowitz, quien a la postre sería su manager. Él olió antes que nadie el talento de ese chico, estaba allí el primero, solo le faltaba aguantarle el pie de micro.
Fue en parte, el responsable de que fichara por Columbia. Hal Willner le dio su aprobación. De hecho, sentados en dos sillas frente al músico y sin gente alrededor armando jaleo, tras la segunda canción de la noche ambos se miran y se preguntan, ¿estamos escuchando lo que creo que estamos escuchando? ¿De dónde sale esta voz? Alguien allí le definió como el “jukebox humano del Sin-é”. Podía ejecutar con soltura versiones de MC5, de Jimi Hendrix, de Edith Piaf -el que él confesó como su mejor directo que publicó lo llevó a cabo en el Olympia de Paris, hogar del pequeño gorrión con sublime pase de “Je N´En Connais Pas La Fin”-. Poco importaba el registro, el estilo. Él tenía el suyo, y adaptaba esas piezas con plena libertad, sin miedo al desastre. Tampoco era un compositor al uso, prefería ir poco a poco mientras se dejaba guiar por la improvisación. Como un gran músico de jazz, como lo hace todavía Sonny Rollins con su saxofón. Aunque no se le podía considerar ni por asomo un músico de jazz, ni icono rock, ni tan siquiera cantautor folk, tampoco su tono era en exclusiva el del soul. Simplemente era Jeff Buckley.
Cuando le preguntaban por sus influencias la lista era esta: “el amor, la cólera, la depresión, la alegría y los sueños. Y Zeppelin”. Chris Dowd de Fishbone observó en una entrevista para Uncut que cuando Jeff y Jimmy Page se conocieron en un acto ambos lloraron, el segundo se oficializó como su padrino musical. En otra publicación para Mojo, Robert Plant y Jimmy Page descubren que para ellos es una inspiración real -se filtró que “Whole Lotta Love” fue la última canción que Buckley escuchó en vida, si bien no se sabe con seguridad-. Lo que es chocante es que nadie ha declarado con rotundidad entre los músicos jóvenes de posteriores generaciones que él sea una influencia, quizás por complejo, o porque son conscientes de que el legado de Jeff es intocable, una meta insuperable. Bon Iver sería el caso en este espacio de tiempo desde mediados de los noventa que más se asemeja, su mística camina por el mismo sendero. Curiosamente, un amigo me hizo un comentario al respecto en un concierto de Justin Vernon y su cuadrilla en el Poble Espanyol de Barcelona, y ciertamente, no estaba equivocado. Había muchos símiles. Si cerrabas los ojos en algún momento podías imaginarte a Jeff maullando. En cambio, los clásicos del rock sabían lo que ese muchacho tenía entre manos. Lou Reed se había asomado por alguna de sus actuaciones, Chrissie Hynde le pidió audiencia en privado para tocar en la intimidad el repertorio de Pretenders, Paul McCartney había ido a presentarle sus respetos a su camerino. No cabe duda que la consideración de sus ídolos de juventud la tenía. Sin embargo, en ocasiones el vástago de Tim era un manojo de nervios. Inseguro, inestable. Como Kurt Cobain, el espejo en el que Jeff se miraba porque anhelaba el éxito de Nirvana mientras intentaba explicarse que debía hacer para llegar a la popularidad de los héroes del grunge.
De ambos hablé con Patti Smith en una charla que mantuve con ella a propósito de una entrevista para el veinticinco aniversario de Ruta 66. En “Gone Again”, el disco de retorno de una dama que también conoce muy bien las entrañas de Nueva York -otras chicas de su entorno como `la baronesa de Brooklyn´ y musa del neo-folk Brenda Kahn o Inger Lorre de The Nymphs le dedicaron un homenaje a su amigo y compartieron vivencias-, había una dedicatoria para ese par de almas gemelas con escasa fortuna. A Kurt Cobain le escribe “About a boy”, Jeff Buckley hacía coros en “Beneath The Southern Cross”.
“No es que estuviese enfadada con Kurt Cobain, al fin y al cabo fue su decisión, era su vida. Más bien estaba contrariada, era ese extraño enfado que te causa el dolor, no entendía como alguien con su juventud, su talento, podía echar por tierra todo su porvenir. Yo en poco tiempo vi como se marchaban de mi vida tres personas tan importantes como mi marido (Fred “Sonic” Smith), mi hermano Todd y mi amigo Robert (Mapplethorpe), y lo que sentía era mucha impotencia por lo sucedido con Kurt. Yo escribí “About a boy” pensando en que entendía el sentido y el significado de su música, el de sus letras, me contagié de su talento, aunque me sentía estúpida al ser yo, mucho más vieja de lo que era él, quien escribiese esa canción. Una generación de personas perdió a alguien como Kurt que les inspiraba y que en cierta manera era su ídolo. En cuánto a Jeff, también fue una gran desgracia, yo también opino que “Grace” es una de las obras más imponentes de los últimos veinte años. Aunque para mí, lo sumamente impactante era ver la inseguridad, la nula estima consigo si mismo, vivía cohibido porque su padre era músico, y fue una persona muy importante en los setenta, por la relación tan compleja que tenían. Robert Mapplethorpe trató con su padre en los setenta, y él podía entender muchas de las cosas que había alrededor de Tim. Mientras Jeff grababa conmigo, algo que me hacía muy feliz, un día le pillo en su habitación llorando. Yo no entendía que le pasaba, tenía un ataque de pánico, decía que no tenía suficiente voz para cantar con nosotros, que no tenía talento, que lo podría haber hecho mucho mejor, ¿te lo puedes creer? Era muy perfeccionista, muy exigente, él grabó esas partes y tenía una voz tan dulce, tan maravillosa. Y yo estuve allí a su lado durante media hora convenciéndole de lo equivocado que estaba. Él era como un ángel”.
En la grabación de “Grace”, su primer y único disco en vida tras un Ep con temas registrados en su local fetiche -“Live At Sin-é” después gozaría de una versión extendida majestuosa-, la obsesión por la perfección persiste. De “Hallelujah”, la canonizada versión de Leonard Cohen llegó a grabar hasta treinta tomas, y todas ellas diferentes entre sí. Al final rescató sus partes favoritas de dos para formar una definitiva. Era la primera vez que una canción original tan inmejorable encontraba una versión todavía mejor. Algo parecido a lo que sucedió con la desafiante y emotiva revisión del “Hurt” de Nine Inch Nails por Johnny Cash, aunque los fans de Trent Reznor discutan con parte de razón que la primigenia es mejor -Jeff tocó en Lollapalooza entre ellos y Smashing Pumpkins sin que ninguno de los presentes imaginara que las canciones que interpretó pasarían a la historia-.
En el caso de Jeff Buckley y “Hallelujah” no hay ese debate. Él sale como ganador. Es uno de los diez cortes de “Grace”, el álbum más arrebatador y abrasivo que un servidor ha escuchado desde que se publicara justo ahora la friolera de veinte años -mas esa portada mágica que sumaba puntos-. Del crujido inicial con “Mojo Pin” a la despedida con fuegos artificiales de “Dream Brother”, con “Grace” como epicentro emocional, la versión de “Lilac Wine” robada con agrado a Nina Simone, “Lover, You Should´ve Come Over” es elegancia pura, con ecos a ceremonia gospel. Con “Corpus Christi Carol” de Benjamín Britten aclara que es suficiente con un simple rasgueo de guitarra y una voz limpia y afectada para tocar la fibra. La sola presencia de la inmensamente triste y solitaria “Last Goodbye” o el crescendo de “So Real” en el disco de cualquier otro músico ya justificarían su existencia como tal. Mientras que “Eternal Life” es ese torturado guiño al destino, pues fue durante el transcurso de la grabación de la que debía ser la continuación a “Grace”, el inacabado “Sketches For My Sweetheart The Drunk”, cuando por razones aún injustificadas y que nunca se aclararon del todo, muere ahogado en el río Misisipi en una de las orillas junto a la ciudad de Memphis.
Bob Dylan le dedicó más tarde su canción “Mississippi” del inmenso “Love And Theft”. Él mantiene la teoría que entonces Jeff ya no debía estar por esos parajes, la idea era marchar el día de antes. Habrá que creerle. O no. El caso es que se fue muy pronto. Cuando grabó “Grace” tenía 27 años, ese fatídico número. El destino, a menudo tan cruel, tan injusto, tan caprichoso.
Texto: Toni Castarnado, redactor de Ruta 66, Mondo Sonoro y Rock Zone. Su nuevo libro Mujeres y música. 144 discos más que avalan esta relación (66rpm). Anterior libro: Mujer y música. 144 discos que avalan esta relación (66rmp).
Hay 5 Comentarios
Conservo mi CD de Grace como oro en paño. Sin duda sería uno de los primeros que salvaría "en caso de incendio". Lo que transmite con su voz no está al alcance de cualquiera, te pone los pelos como escarpias. Yo lo descubrí en aquellos principios de los 90 cuando su video de Grace salía una y otra vez en la MTV Europe, cuando la MTV era un canal musical decente. Cuánto han cambiado las cosas...
Publicado por: LUCÍA | 03/02/2015 11:39:01
mejora con los años
Publicado por: jorge | 17/09/2014 18:04:47
en Gone Again de Patti Smith tambien toca un extranyo instrumento egipcio (no me acuerdo del nombre) en la hermosisima 'Fireflies'
Publicado por: carlos | 12/09/2014 8:31:52
Mi sobrina de 17 años me preguntó la semana pasada por qué no sacaba más discos. 17 años, hace cuánto que se nos fue. Ya le expliqué. Gracias por traerlo, ya le he pasado el enlace.
Publicado por: Jose | 11/09/2014 20:33:46
muy grande Jeff
y que guapo !!
Publicado por: carlos | 11/09/2014 14:24:30