Un caballo llamado tormenta

Por: | 29 de septiembre de 2014

Jim_Morrison


Este blog se detiene en su sección "Parada para repostar" para hablar de los origenes de una canción fundamental de la música norteamericana, compuesta por otro grupo fundamental. Carlos H. Vázquez, freelance cuya firma se recoge en varios medios, nos trae esta historia para La Ruta Norteamericana. Disfrutadla. 

Texto: Carlos H. Vázquez

La década de los 60 tocaba a su fin cuando The Doors encontraron la vía del blues –de manera íntegra-, primero con “Roadhouse Blues” (Elektra, 1970) y después, de lleno, con “L.A. Woman” (Elektra, 1971). Jim Morrison escurría su existencia con juicios y detenciones, pero todavía quedaba espacio para hacer historia antes de su desenlace parisino. ‘The end’, ‘Moonlight drive’, ‘People are strange’, ‘Light my fire’, ‘The uknow soldier’, ‘Roadhouse Blues’ o ‘Break on through (To the other side)’ conformaron parte de la banda sonora de una generación entera, pero todavía faltaba echar un pulso definitivo con una canción por la que recordarían a The Doors: ‘Riders on the storm’.

Al escuchar dicho tema, la imaginación invade el cielo con nubes rojizas en el sur de los Estados Unidos de América, más exactamente por Oklahoma, Texas, Nuevo México, Arizona y California. Aún no llovía, pero la arena arañaba los ojos que no podían ver las líneas discontinuas de la carretera de la cordura, muchas veces desaparecido a lo largo del camino. Los truenos resonaban y la lluvia amenazaba una nueva revancha, como el asesino en serie que planea un nuevo ataque.

Billy Cook ManoBilly Cook miraba el humo sexualmente serpenteante manando del revólver del calibre 32 que sostenía todavía entre sus garras, tatuadas con el mensaje “hard luck”. Enfrente de él yacía la familia Mosser al completo: el padre (Carl), madre (Thelma), los tres hijos (Ronald Dean, Gary Carl y Pamela SUE) y la mascota, un perro, incluida. Todos, salvo Cook, salpicaron de rojo la tierra del camino que llevaba de Nuevo México a Tulsa. El “killer on the road” había perpetrado el crimen, aunque no era ni el primero ni tampoco el último. De hecho, no fue procesado por el asesinato de los Mosser, pero sí condenado a la cámara de gas de la prisión de San Quentin por provocar el accidente que mató a Robert Dewey (aunque se dice que Billy Cook le agujereó el cráneo en sendas ocasiones para rematarlo después del choque del automóvil con una roca). Escapó, sí, pero una vez pasada la línea que separa Estados Unidos con México fue detenido por un agente de la autoridad en Santa Rosalía. El propio F.B.I. se encargaría de ir hacia la frontera con la intención de juzgarlo bajo el pesado dedo acusador de la justicia norteamericana. El 12 de diciembre de 1952, a las puertas de las fiestas navideñas, era ejecutado William Edward Cook a la edad de veinticuatro años. Antes de agonizar entre convulsiones, cuando fue arrestado días antes, sentenció una especie de epitafio en el aire: “I hate everybody's guts and everybody hates mine”. Iban a ser muchas las familias que celebrarían esas navidades sin algunos de sus miembros.

“Take a long holiday

Let your children play

If ya give this man a ride

Sweet family will die

Killer on the road”.

Seguía sin llover, pero ya olía a “tierra mojada”. El algodón de tiras de cobre que se retorcía ocultando la claridad se coloreó ahora de gris oscuro. Los últimos destellos del sol se morían dando chispazos en el horizonte. “A-plowing through the ragged sky and up the cloudy draw”, describía la primera frase de ‘(Ghost) Riders in the sky’.

Jim MorrisonEstaban a punto de precipitarse lágrimas en recuerdo de la familia Mosser y su can. Puntearon los dedos de Robby Krieger la hipnótica sucesión de notas que la guitarra eléctrica salpicaba después de ese “there's a killer on the road” al que le seguía la macabra frase “his brain is squirmin' like a toad” y lo alargaba pasado el minuto cuarenta de la canción, antes de rasgarlas frente a un solo. Después, continuaría la misma sucesión de notas… hasta, ahora sí, perderse bajo el océano que formaban las notas graves del bajo de Jerry Scheff –bajista de Elvis Presley desde 1969-  sobre todos los elementos de la canción. Flotaban, como barquitas amarillas, las teclas de Ray Manzarek. Surcaban valientes el oleaje que la tempestad enviaba en forma de jazz y blues: “With ‘Riders on the storm’ and that jazzy kind of sound, we could've gone that Jazz way, or it could've gone more Blues. Jim was really getting into the Blues. In one of our songs, he sings: ‘I'm an old Blues king’”, explicaba Robby Krieger.

Eran anguilas los baquetazos y espuma el eco residual que susurraba el propio Jim Morrison detrás de su propia voz. Un coro de piratas que se dedicaban a asaltar a ingenuos para llevarlos por los caminos de la perversión, como Billy Cook, que se crió en una mina abandonada y murió asfixiado por el gas. Eso es, irónicamente, vivir. Sí, como ‘Riders on the storm’, que fue mostrada en el escenario prácticamente dos veces; en Dallas y en New Orleans. Esa canción -al menos en vivo- murió en el sur, igual que los Mosser y Robert Dewey, las víctimas de Cook. El teclista de The Doors, Ray Manzarek, explicaba así el final y ejecución de ‘Riders on the storm’ y de la propia banda: “I can't recall what we did in Dallas. I think we did ‘L.A. Woman’, ‘Riders on the Storm’? No. The next night we went to New Orleans, and it finished in the voodoo juju, in a warehouse where the ghosts of slaves were still there, guys hauling big things of cotton. It was an old cotton warehouse from the slavery days, wooden and strange and musty. The ghosts, like the dead indians on the highway”. Indios y carreteras, fantasmas y jinetes.

‘Riders on the storm’ emergió de las cenizas de ‘(Ghost) Riders in the sky’, cuando a Robby Krieger y a Ray Manzarek se les ocurrió meter un riff de Jazz y ritmos latinos a la canción original de Stan Jones (grabada inicialmente por Burl Ives en 1949 y popularizada por Bing Crosby, Tom Jones, Elvis Presley o Johnny Cash a lo largo de las décadas siguientes). Morrison escribió la letra basándose en ‘(Ghost) Riders in the sky’, que narraba la leyenda del vaquero que es perseguido por los espíritus malditos de unos jinetes llegados del Infierno. Y, por otro lado, también en los homicidios de Billy Cook. Es posible que incluso existan referencias autobiográficas (por parte de Morrison) al contar, de algún modo, sus viajes como autoestopista (cosa que se vio reflejada en el poema ‘The Hitchhiker’).

El resultado de The Doors quedó plasmado en “L.A. Woman” (Elektra, 1971), un LP que significó ser la última grabación oficial en vida de Jim Morrison. A día de hoy, y ganándole un pulso a la eternidad, su espíritu repite susurrando, una y otra vez, “riders on the storm” hasta perderse en el alarido del trueno y la inmortalidad.

 

Texto: Carlos H. Vázquez, colaborador de Paisajes Eléctricos, Mondo Sonoro, Musicópolis, Popular 1, Rock Estatal, Esquire o Jot Down.

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. Redactor de El País y colaborador del suplemento cultural Babelia y las revistas Ruta 66 y Efe Eme. Colabora también con un espacio musical en el programa A vivir de la Cadena SER. Es autor de los libros Acordes rotos y Martha. Cree en el verso de Bruce Springsteen: "Aprendimos más con un disco de tres minutos, que con todo lo que nos enseñaron en la escuela".

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