Tranquiliza saber que existen tipos como Jimbo Mathus. Es decir, saber que hay colegas como él que todavía andan fascinados con los héroes de juventud y, en vez de dejarlo ahí, se empeña en traerlos al presente con su propio estilo. Tranquiliza saber que, a veces, un tío que parece una jukebox con patas suena de forma trepidante sin parecer un mal calco de lo mil veces escuchado.
En este blog, Mathus ya fue reseñado en 2011 a propósito de su excelente, Confederate Buddha, que se convirtió en uno de los álbumes de aquel año para La Ruta Norteamericana. Ya entonces hablaba de la pasión y la sabiduría que desprende este compositor que se ha empapado de los sonidos más arrebatadores del Sur estadounidense. Por su espíritu revolotean los Doug Sahm, The Band, Waylon Jennings o Allman Brothers en un baile de mezclas encantador. Si bien es cierto que, previamente, había publicado otros trabajos notables, Confederate Buddha le consolidaba en su propia senda.
Desde entonces, ha seguido su línea plausible y a la que siempre merece la pena acercarse para encontrar esos mitos tan fabulosos, concentrados como si de una súper gramola fuera. Pero parecía o, al menos, se intuía complicado mantenerse en esa cima compositiva pero, por suerte, ha dado un buen guantazo a los descreídos. Porque Mathus ha publicado este año otro sobresaliente tratado rock de gen sureño, lleno de momentos pletóricos. Su nombre: Dark night of the soul.
Difícil encontrar un documento sonoro tan rabiosamente sureño y profundo, donde Mathus se desgarra la voz desde el primer corte que da título al disco y nos invita a pasar a la gran trastienda de aquellos sonidos con los que te quieres embriagar hasta caer rendido. No sólo es ese punto The Band sino también es ese aire The Rolling Stones en Beggars Banquet. Pero también planean Randy Newman o Bobby Charles en un estado como si ambos tuvieran una copa de más.
Dark night of the soul. Puro bourbon de alta graduación, etiqueta negra que se postula como otro de los grandes discos de este año. Tranquiliza saber que existe un tío como Jimbo Mathus, al que invitarías siempre a la fiesta en el jardín para tomarte unas buenas cervezas mientras pones esos discos que tanto te conmueven y luego le darías la guitarra para hacerte ver que todavía, aún, esto del rock'n'roll sigue siendo divertido.
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