Ignacio Julià, mucho más que crítica rock

Por: | 01 de diciembre de 2014

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Siempre he visto en Ignacio Julià, rock critic por excelencia de la prensa española, un referente perfecto para escribir sobre música. Desde mis años de adolescente, devorando revistas musicales, Julià ha estado presente con sus textos tan eruditos como pasionales. Bajo la influencia de Greil Marcus y esa crítica fiera y arrolladora de la vieja escuela norteamericana, el fundador de la revista Ruta 66 consigue con muchos textos hacerte pensar y emocionarte al mismo tiempo. Porque tiene una virtud: aporta conocimiento pero también garra sobre lo que escribe.

Hace muchos años, devoré el libro Pulp-rock, que recogía muchos de sus artículos publicados en la revista Ruta 66. Puede que sea uno de los libros que más subrayados tengo en casa. Ahora, se publica otro que sirve de complemento perfecto. La editorial Alternia acaba de editar La nostalgia ya no es lo que era, un amplio repaso a los textos de Julià en sus diversas colaboraciones en Ruta 66, Babelia o Cultura/s de La Vanguardia a través de reportajes, entrevistas, crónicas de rock o reseñas de álbumes, películas y libros. Por este motivo, su autor cede a este blog uno de sus capítulos, que analiza y profundiza en la película Taxi Driver de Martin Scorsese, elemento indispensable de la imaginería popular norteamericana e incluso del mundo del rock. El siguiente texto es un ejemplo idóneo para mostrar la raza de Julià como crítico cultural. Porque de sus artículos siempre emana algo más que música rock, pudiendo guardar valiosas reflexiones en otros campos artísticos, así como emociones latentes sobre el pasado, el presente y el futuro o, sobre eso, que llamamos vida. Disfrutadlo.

Caerá un aguacero y lavará la escoria de las calles

Texto: Ignacio Julià

La vida imita al arte, ¿o era al revés? Durante unas semanas de 1972, Paul Schrader sufrió en carne propia el descenso a los infiernos que su educación calvinista tan implacablemente le había inculcado. Sucedió en Los Ángeles, en pleno proceso de divorcio de su primera esposa, cuando la mujer que lo había causado decide también dejarle plantado y él aprovecha la ausencia para instalarse en su apartamento hasta vaciar la nevera. Ha abandonado el American Film Institute donde trabajaba en protesta por la reaccionaria política de su directiva; no tiene dinero, ni amigos a quien llamar. Llegado del Medioeste a la inhumana metrópolis, es un solitario veinteañero inmerso en un ambiente bohemio al que por educación, lo intuye, no pertenece. En un estado de psicosis maníaco-depresiva, sin poder conciliar el sueño por las noches, se levanta bien entrada la tarde del sofá donde ha desfallecido y se desayuna un trago largo de licor, lanzándose luego a las calles al volante de su automóvil, la botella como única compañía. Cuando de madrugada le echan del último bar, se cuela en un cine porno abierto veinticuatro horas. Así, día tras día, sin ingerir apenas alimentos, chupando alcohol barato, hasta que una úlcera llega en su auxilio. Cuando le den el alta en el hospital, comprenderá que debe cambiar de hábitos si no quiere morir. Empaca sus pertenencias y abandona Los Ángeles.

01taxidriverDurante aquella febril experiencia Schrader da con la metáfora para Taxi Driver (1976) y comprende que es la que ha estado buscando: el síndrome absoluto de la soledad urbana, el hombre abandonado por Dios. Es lo que ha vivido, su propia metáfora, bisagra conceptual en la redacción de un guión que ha de servir para llevar el tema escogido hacia la trama que lo desarrolle hasta sus últimas consecuencias. Escribe Taxi Driver en solo diez días, en un estado de ascética iluminación, sobre la mesa una pistola cargada, férreo fetiche de su desesperación. Se nutre con relecturas de La náusea (1938) de Sartre y El extranjero (1942) de Camus, obras habitadas por sociópatas al límite de la cordura, energúmenos actuando de reflectantes del entorno que repudian. Lee los diarios, todavía no publicados, del preso Arthur Bremer, que ha atentado contra el candidato demócrata George Wallace. Revisa mentalmente a los protagonistas de películas francesas, inmersas en cierto existencialismo, como Pick-pocket (1959) de Robert Bresson y El fuego fatuo (1963) de Louis Malle, tratando de vislumbrar su equivalente en un mundo inmaduro y sin larga tradición intelectual como Estados Unidos. Y se topa de bruces con Travis Bickle, alguien carente de la inteligencia necesaria para comprender que su angustia y desapego radican en la simple pregunta: ¿debo existir? Un ser llamado a esa praxis tan norteamericana de sublimar tendencias autodestructivas en un estallido de violencia contra los demás.

Nacido en 1946, en Michigan, Schrader ha crecido en un estricto ambiente calvinista, sometido a una castrante inminencia de castigo físico, a la palpable promesa del infierno. Aislado del condenado mundo exterior, no verá su primera película hasta los diecisiete años. El tardío impacto de aquella experiencia le transforma en cinéfago durante su estancia en Calvin College, Columbia University y la escuela de cine de la Universidad de California. Se gradúa como reputado crítico cinematográfico y, apadrinado por la decana del gremio Pauline Kael, logra colocar sus primeros guiones a los estudios. El tercero, Yakuza (1974), se vende por una considerable suma. Será Brian DePalma, con quien durante una larga comida Schrader concibe el argumento de Fascinación (1976), quien le presente a Martin Scorsese.

Los productores Michael y Julia Phillips, ganadores del Oscar por El Golpe (1973), adquieren los derechos del guión de Taxi Driver. Barajan varias opciones hasta que una proyección de Malas calles (1973) les anima a adjudicárselo a un insistente Scorsese. Este trae consigo al también recién oscarizado De Niro; junto a Schrader afinarán el guión hasta moldearlo desde su triple perspectiva. La escalofriante simbiosis del actor con Travis Bickle, unos detallados storyboards del impaciente Scorsese, la telúrica fotografía de Michael Chapman en cromáticas tonalidades, una apabullante o romántica partitura de Bernard Herrmann y, muy especialmente, las calles de un Nueva York que está llegando a sus mínimos sociales, producirán uno de los hitos cinematográficos de los setenta, no solo por su complejidad revestida de fantasmagórico realismo, también por su todavía apreciable influencia. La historia del veterano de Vietnam insomne que deviene justiciero, hoy arquetípica, se presenta en Taxi Driver con justificada ambigüedad, ahondando en una patología típicamente norteamericana, la de la soledad autoimpuesta como mecanismo de defensa. Recabaría por ello críticas, tras el estreno, a su presunta incorrección política y extrema violencia.

‘’No creo que haya distinción entre realidad y fantasía en la perspectiva que adoptas ante ellas cuando haces cine’’, ha explicado Scorsese. ‘’En Taxi Driver, Travis Bickle vive su fantasía, llega hasta el límite y explota. Cuando leí el guión de Paul recordé el impacto que me había producido la lectura de Manual del subsuelo de Dostoievski, cómo esta me había ayudado a superar un proceso de madurez al que se enfrentan muchos jóvenes’’.

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Si en pantalla el calvinismo de Schrader y el catolicismo de Scorsese se funden en una planificación rigurosa y evocadora, de colores saturados y recargada atmósfera en la que flota una vaga sensación narcótica —‘’una fantasmagoría con base real, una especie de simbiosis entre los filmes de horror góticos y las crónicas de sucesos del New York Daily News’’, según el director—, en su acumulativa desazón interior Taxi Driver retrata, además de al individuo totalmente desconectado de sus semejantes, una convulsa etapa social; a mediados de los setenta, con Estados Unidos en plena crisis económica, asolada por fricciones raciales. El imprevisto éxito del filme valida comercialmente un nuevo tipo de cine americano, surgido de la independencia, que hace de las calles vívido espacio dramático.

Si Schrader es el autor en esencia de Taxi Driver y Scorsese quien ejecuta la puesta en escena, Robert De Niro encarna su desconcertada humanidad con una aterradora abducción del personaje, en una actuación que le persigue hasta hoy. Aquí ensayó su método, trabajando durante un mes turnos de veinticuatro horas como taxista para impregnarse de la idiosincrasia gremial, releyendo el guión sobre un atentado político que había escrito para una película que nunca llegó a rodarse, esculpiendo su cuerpo hasta convertirse en el fibroso vengador nocturno que, sepultado en su ataúd metálico marca Checker, transita un esperpéntico, contaminado submundo. El chispazo salta en la famosa escena ante el espejo —el improvisado mantra psicótico ‘’Are you talking to me?’’—, reveladora de un carácter autodestructivo que confunde, en un incomprensible y aborrecible mundo exterior, el reflejo de su propia zozobra ontológica. La transformación adquiere múltiples registros: callado y manso con sus colegas taxistas en los descansos para repostar en la Belmore Cafeteria, cándido e inexperto en relaciones sexuales ante la inalcanzable belleza de clase media Betsy (Cybill Sheperd) y la prostituta menor de edad Iris (Jodie Foster), absorto en un silencio de previsibles y alarmantes consecuencias al mantener distancias con sus pasajeros.

 

La creciente insatisfacción de Travis, excusada argumentalmente por el síndrome del excombatiente reinsertado en la sociedad civil sin haber digerido sus traumas, no se plantea pues en términos reflexivos. No es una duda religiosa o filosófica, sino la incertidumbre de un paria ante cómo transformar esta ansiedad, acrecentada por su incapacidad para expresarla, en acción pura. Se trata, como sugiere Schrader, de ‘’una soledad autoimpuesta, una pauta de comportamiento que se retroalimenta y funciona por impulsos contradictorios, puritanismo y pornografía, ejercicio físico y pastillas’’. Más que cuestionar o buscar una identidad que quizá nunca supo asimilar, o que se desintegró en las trincheras y campamentos de Vietnam, Travis se pregunta cómo reaccionar, cómo actuar ante un mundo que le repugna e indigna, siempre desde la extremada limitación de su carácter primario. ‘’Escuchadme, cabrones, aquí hay un hombre que no aguanta más’’, se jacta en uno de sus desesperados monólogos, raros destellos de elocuencia interior. ‘’Un hombre que hará frente a la chusma, las putas, los perros, la escoria, la mierda. Aquí hay un hombre que va a cortar por lo sano’’. Pero no hay heroicidad en su actitud, ni en su comportamiento: Travis Bickle es un antihéroe fallido, un peligroso imbécil, racista y paranoico, un ser deplorablemente vacío, socialmente inepto, incapaz de construirse a sí mismo como pieza funcional del entorno en el que se desenvuelve.

04taxidriver‘’El guión fue multiplicado por dos, una vez por Marty, otra por Bobby’’, concede Schrader, quien regresaría a Los Ángeles para no interferir en el rodaje, y debutaría en la dirección con Blue Collar (1978). En una cuestión concurrieron imprevistamente, en comprender que estaban realizando un remake indirecto, inconsciente de Centauros del desierto (1956), el más complejo western de John Ford.

La frustración sexual, pésima alimentación, solipsismo enfermizo, obsesión por las armas, y la espiral descendente de una mente extraviándose en su preocupante simpleza, por fuerza deben conducirnos a un final de paroxismo y anhelada, pero inconsecuente, redención. Armado hasta los dientes, Travis Bickle irrumpe en el prostíbulo y se lleva por delante, sin mediar palabra, a todo aquel que se interponga entre él y la salvación de Iris. Ni siquiera la violenta muerte del atracador negro de un colmado, primer reflejo de su imprevisible agresividad, nos ha preparado para un baño de sangre —de rojos rebajados por imperativos de la censura— que, esta vez sí, surge únicamente del indiscutible talento visual de Scorsese. Es este final evasivo, sospechoso, lo que más recelos motivaría. Tras la masacre, Travis Bickle es ensalzado como héroe público y vuelve a la vida real aparentemente recuperado de sus heridas y su extrañamiento mental. Pero ¿es este falaz epílogo verdad o la alucinación de un moribundo? Si es real, ¿por qué la furtiva, psicótica mirada de Travis en el espejo retrovisor antes de los créditos?

El arte imita a la vida, ¿o es al contrario? Robert De Niro viste en Taxi Driver la camisa, el cinturón y las botas de Paul Schrader. ¿Me hablas a mí? ¿Con quién coño crees que estás hablando?

 

Texto: Ignacio Julià, fundador de la revista Ruta 66. Antes fue crítico musical de Vibraciones, Rock Espezial o Rockdelux. Autor de varios libros, entre ellos, Bruce Springsteen: Promesas rotas, Geografía del rock, Pulp-rock, Feed-Back: The Velvet Underground y Sonic Youth, Estragos de una juventud sónica. Ahora, acaba de publicar La nostalgia ya no es lo que era.

Hay 3 Comentarios

Llevo leyendo a Julià desde los últimos números publicados del Vibraciones. Incluso me enganché a su programa radiofónico “ El Subterrani” que se emitía durante la segunda mitad de los noventa en Catalunya Ràdio. ¡Y a qué horas! Creo recordar que se emitía todos los sábados de 1 a 3 de la madrugada. Normalmente en aquellos tiempos y a esas horas de un sábado por la noche no solía estar en casa. Y vaya odisea que era programar la dichosa cassette para registrar el programa (faltaban unos años para que llegara el postcast). Todavía recuerdo los cabreos que me pillaba cuando la dichosa programación no había funcionado o en el mejor de los casos se quedaba a medias.

Bueno, a lo que iba, que comparto plenamente tus palabras Fernando. Este hombre me ha descubierto un montón de música y consiguió contagiarme su emoción y entusiasmo por ese grupo o ese artista del que yo nunca había oído hablar en mi vida. Recuerdo haber escuchado discos o haber visto alguna película después de haber leído su reseña y pensar: !Joder! si describe exactamente con pelos y señales lo mismo que yo siento. De hecho para mí, el mejor complemento para un buen disco o una buena película es sin duda un buen texto que logre transmitirme de forma elocuente esa efervescencia contenida en la obra, y desde luego que Ignacio lo ha conseguido muchas veces. Me ha conmovido su pasión, ahora ya más contenida, y esa capacidad oratoria propia que le han caracterizado. En mi opinión es el mejor crítico musical de Rock que ha dado este país.

Saludos

Totalmente de acuerdo. Uno de los referentes de la crítica rock nacional y, personalmente, del que más he aprendido. Estoy deseando leer el libro.
Saludos,
Iago López

Me sorprende que nadie haya hecho ningún comentario, a Fernando y en su día a Diego A. Manrique siempre los ponían a caldo los listillos de turno para demostrar que eran más eruditos en la materia que ellos. Quizás Ignacio Julià es demasiado para vosotros?

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. Redactor de El País y colaborador del suplemento cultural Babelia y las revistas Ruta 66 y Efe Eme. Colabora también con un espacio musical en el programa A vivir de la Cadena SER. Es autor de los libros Acordes rotos y Martha. Cree en el verso de Bruce Springsteen: "Aprendimos más con un disco de tres minutos, que con todo lo que nos enseñaron en la escuela".

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