Apenas era un veinteañero cuando la prensa norteamericana, encabezada por la revista Rolling Stone, le calificó a principios de los setenta como el chico maravilla de la canción. Jackson Browne tenía un don: conseguía componer canciones tan luminosas como melancólicas, como esas lluvias de una tarde de otoño. Eran pura emoción. Más de cuarenta años después, este músico, nacido en Alemania aunque con pasaporte estadounidense, todavía conserva esa virtud, como demuestra en su nuevo disco, Standing in the breach. “Está inspirado en el terremoto de Haití en 2010”, explica Browne en conversación telefónica desde Los Angeles. “La canción que da título al álbum la escribí en menos de dos semanas, conmovido por lo que veía. Reflexiona sobre la posibilidad de ayudar”, dice.
Impulsado por esta inspiración, en Standing in the breach se citan canciones sentimentales con otras de mensaje político. “Son reflexiones en torno a nuestro pasado desde que se fundó Estados Unidos. El precio que hay que pagar por conseguir avances”, señala. Browne, al que se le conoce como un gran activista en defensa del medio ambiente y se le ve en multitud de actividades benéficas, nunca ha ocultado sus preferencias políticas en favor de los demócratas, apoyando sus campañas o demandando al candidato republicano John McCain por utilizar sin su permiso su canción Running on empty en un anuncio contra Barack Obama. Ahora, sus preocupaciones giran en torno al poder de los grandes grupos empresariales. “Las corporaciones tienen mucho dinero. Su influencia se nota en las elecciones. Hay que ver cómo podemos comunicarnos y organizarnos como ciudadanos para contrarrestarlas”, asegura.
En Standing in the breach también hay tiempo para la nostalgia, como en The birds of St. Marks, uno de sus característicos medios tiempos en los que todo fluye con asombrosa intensidad, compuesto en 1970 cuando regresó a California tras el breve período de tiempo en el que vivió en Nueva York y tuvo un romance con Nico de The Velvet Underground. “Conseguí un trabajo tocando en un club y conocí a Nico. Me dijo que compusiese algo y pensé en The Byrds. Su sonido de folk y rock’n’roll me gustaba. Fue un homenaje a ellos y a sus guitarras de 12 cuerdas que Greg Leisz tan bien toca en la canción. Después de tantos años, la he incluido en un disco”, cuenta. “¡Por fin!”, añade en un español juguetón.
De alguna manera, The birds of St. Marks viene a constatar un hecho: es un músico esencialmente californiano desde que recibió aquel célebre calificativo por álbumes tan arrebatadores como Jackson Browne, For everyman y Late for the sky. Su música está en el Oeste, en tierra soleada, donde el folk-rock tiene su propia dimensión. “Siempre me gustó Nueva York. Es un lugar excitante. He tenido varios planes de irme a vivir allí pero soy de California”, explica. De hecho, ríe cuando se le comenta lo bien que encaja su música con esos viajes de coger carretera y manta: “Todo tiene que ver. Si te gusta conducir con música y la ventanilla bajada, California es tu sitio”.
Pero se puede centrar aún más su lugar de pertenencia. Browne alumbró su mejor obra en lo que muchos en los sesenta llamaron la “escena del Laurel Canyon”, uno de los vecindarios más famosos de Los Ángeles, donde Crosby, Stills, Nash and Young empastaron por primera vez sus voces, Frank Zappa se juntó con Jimi Hendrix y Mick Jagger en jams interminables o Jim Morrison, John Mayall y Joni Mitchell hallaron inspiración. Allí fue donde él conoció al instintivo David Geffen, que crearía Asylum Records, casa de The Eagles, Tom Waits, Linda Ronstadt o Warren Zevon. “Fue muy importante. No sólo me consiguió mi contrato discográfico sino que me dio buenos consejos. Me abrió muchas puertas. Cambió las reglas y creó una nueva filosofía de manager conmigo, con Crosby, Stills and Nash, Neil Young o Joni Mitchell”, dice.
Entre fiesta y fiesta en Laurel Canyon, entre canuto y viaje de LSD, entre conciertos en los míticos locales californianos y canciones tan bellas como These days o Doctor my eyes, algunos vieron al nuevo Bob Dylan en Browne, un chaval con clase y talento, muy vivo, que ya de niño había recorrido en los cincuenta de la mano de su hermano el ambiente jazz de las calles de Los Ángeles. “Esas comparaciones estaban presentes cada año. Pasaba con Dylan pero también con los Beatles. Pero lo que hizo Dylan recuperando toda aquella música tradicional era muy difícil de hacer”, comenta sobre uno de sus mayores ídolos, al que conoció en 1973 en el teatro Roxy de Hollywood y se quedó sin palabras, abrumado por su presencia. “El nuevo Dylan es él mismo que siempre anda reinventándose. Es un misterio. Hay una historia muy buena que contó Keith Richards. Dylan se les acercó un día y les dijo a los Rolling Stones: ‘Bueno, creo que sabréis que yo puedo escribir Satisfaction pero vosotros nunca podréis escribir Desolation Row”, ríe. “Y creo que los Stones no son los únicos que no pueden hacerlo”, añade.
Ahora, Browne, que alcanzó su cima comercial en 1977 con el embriagador Running on empty, se encuentra lejos de aquellos años. Desde los ochenta, los focos ya no le iluminan igual, pese a una carrera digna de elogio. “Si hubiese estado más concentrado en el éxito no hubiese hecho los discos que hice de los que me siento orgulloso”, asegura, sin importarle bromear sobre las paradojas de la vida. “Bueno, alguna vez he tenido que oír que buena es Take it easy de The Eagles”, ríe su autor, todavía el chico maravilla de la canción.
***Artículo original publicado en la revista Rolling Stone.
Hay 1 Comentarios
Me encanta Browne, hay que escuchar bien su música y sobre todo sus letras.
Publicado por: carlos ibañez - asesor articulos eroticos | 03/12/2014 10:43:04