Cada año puede citarse una docena de interesantes cantautores que invaden revistas especializadas y buscan un hueco dentro del poblado panorama de la música folk, pero sólo cada década aparece uno como Damien Rice. Con su mirada huidiza de ojos azules y su barba descuidada, el músico irlandés no es solo un compositor con talento, sino que posee una fascinante virtud, más escasa de lo que se presupone en el folk de autor: la seducción.
Tal vez, por eso, el oyente no seducido por sus medios tiempos confesionales puede permanecer en la indiferencia al oír su nombre, pero, en el lado contrario, existe una legión de fieles, cada vez más numerosa y entregada, que halla en este tipo escurridizo con la prensa, que se reconoce amante de las cosas sencillas de la vida como dar un paseo por la playa o conducir escuchando música, al gran curador de sus heridas, una especie de hechicero sentimental. Unos pocos acordes propensos a la melancolía, la fragilidad de su voz y unas letras sobre el desamor y las emociones nacidas del contacto entre personas, que van al grano, sin juegos poéticos complicados, y parece como si este chico tímido, que ya sobrepasa los cuarenta años, pusiera ritmo a tu corazón, el contrapunto perfecto entre lo que deseas y lo que dejaste por el camino.
Nacido en Celbrigde, Rice solo tiene tres álbumes de estudio y para el último, My favorite faded fantasy, han tenido que pasar más de siete años de silencio discográfico. A diferencia de todo un Ryan Adams, posiblemente el otro gran genio de este siglo XXI capaz de competir con él por esa corona del gran hacedor de canciones folk de sensibilidad-a-flor-de-piel, el irlandés es muy poco productivo. Pero O, 9 y My favorite faded fantasy se catalogan como obras sobresalientes.
Cuando Rice dejó su banda de rock Juniper y emergió en solitario a comienzos de este siglo con O, saltaron las alarmas. Entre la montaña de novedades y propuestas de lo más dispares, era muy difícil hallar tanto por tan poco. Con su absorbente atmósfera acústica, tejida con sugerentes cuerdas, canciones como Delicate, The blower’s daughter, Cannonball o I remember atravesaban el alma con certeza poética. Seducían. Y lo hacían de una forma natural e inexplicable, como en otras épocas pasaba con las composiciones de Leonard Cohen, Cat Stevens, James Taylor, Jackson Browne o Joni Mitchell.
Con el disco 9, mientras las series de la televisión incluían sus canciones para potenciar los momentos dramáticos, Rice se convirtió en un fenómeno musical. Además, el nuevo chico prodigio defendía con asombroso arrojo y calidad su cancionero sobre los escenarios, en forma de cabaret y escenificando algunas de sus composiciones. Lo tenía todo para ser lo que ya era: una estrella. Pero decidió parar. Acabó cansado de su vida de artista, de las presiones y las giras. Desapareció y se refugió hasta el punto de que algunos dijeron que no volvería nunca más a grabar un disco mientras aparecía desaliñado en galas benéficas por el medio ambiente o los derechos humanos.
Grabado en Islandia, en esa isla del frío donde hay ríos de aguas calientes según sus palabras, My favorite faded fantasy fue su gran regreso a finales del 2014. Es un trabajo que es Damien Rice en estado puro. Ahora, viene a presentarlo. La expectación en máxima. Sobre el escenario del Primavera Sound, será la primera vez que toque en España. La incógnita es saber cómo se defiende en la amplitud de un festival este especialista de escenarios recogidos. Pero una cosa es segura: muchos esperan una seducción a flor de piel, de las que no se olvidan.
**Artículo original publicado en EL PAÍS.
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