Gracias Burt Bacharach por tu pop eterno

Por: | 26 de enero de 2016

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Los homenajes deben hacerse en vida. Es la única manera de hacer justicia con aquellas personas que han trascendido a su tiempo. Dicho esto, los homenajes a los grandes de la música deben ser como el que las pasadas navidades se celebró en Estados Unidos en honor a Carole King, la compositora y cantante que mejoró con su obra el sueño incandescente del pop. Un homenaje marcado por la interpretación fabulosa y emotiva de la gran Aretha Franklin, que llevó al presidente de Estados Unidos, Barack Obama, a soltar unas lágrimas. Viendo a la divina Franklin a las teclas del piano, inmediatamente, recordé otro homenaje, en este caso disponible en nuestra televisión (de pago), en honor a otro grande: Burt Bacharach.

Como Aretha Franklin, Burt Bacharach es un grande entre grandes. Una mente maravillosa que ha contribuido con su música a que las emociones tengan sonidos inolvidables. Cualquier homenaje es merecido y, a decir verdad, tiene un buen catálogo de ellos al respecto. El último se lo dio la cadena de televisión británica BBC. Burt Bacharach: A Life in Song es el show que se preparó con invitados y el propio homenajeado para poner en valor sus canciones, y que pude ver en Yomvi la otra noche, bien avanzada y tranquilamente, con un buen whisky en la mano. Por el escenario del Royal Hall desfilaron Rebecca Ferguson, Michael Kiwanuka, Laura Mvula, Sophie Ellis-Bextor y Justin Hayward, entre otros, para cantar algunas de sus composiciones más famosas. Entre canción y canción, el protagonista, que también se puso al piano en alguna interpretación, charlaba con Michael Grade sobre su vida y su obra. Una auténtica maravilla.

Decir Burt Bacharach es decir la canción perfecta de pop clásico, esa aspiración por recrear los sentimientos como algo colosal, único. La música le debe a este hombre desgarbado, de mirada entrañable y voz ronca haber hallado la elegancia absoluta para transmitir las más profundas emociones, como el cine le debe a Audrey Hepburn la delicadeza arrebatadora en la pantalla o la literatura a Scott Fitzgerald la prosa preciosista. Si tuviese que hacer una colección de 100 canciones que debes escuchar antes de morir, sin duda, Bacharach sería uno de los compositores que más canciones colaría. Una de ellas sería esta perla titulada Anyone Who Had A Heart, cantada por Dionne Warwick.

 

Por eso, no deja de sorprender cómo en el citado homenaje confiesa que nunca quiso dedicarse a la música. No le gustaban nada las clases de piano a las que le apuntaron sus padres. A los 13 años su madre le dio la opción de abandonarlas pero continuó por ella. Se sentía culpable y no quería defraudarla. Una suerte que luego se involucrase tanto en la música. En el fondo, era un perfeccionista. Eso le llevó a componer canciones innovadoras. Hoy puede resultar simplemente anecdótico pero fue fundamental: las composiciones de Bacharach, tan tenazmente trazadas, tenían frases de diez compases cuando lo normal en el mundo del pop eran ocho. La intensidad, poderosa en un rotundo estribillo, subía un estado. Las canciones se deslizaban con la gracia de una brisa, pero, en un determinado momento, cuando ya te tenían atrapado por toda su evocación bella, te rompían, como ese instante en el que la vida muestra todo su esplendor en un simple detalle. Era el poder del pop de Bacharach. Eran canciones como What the World Needs Now Is Love, cantada por Jackie DeShannon con su voz esmeralda.

 

Voces femeninas de oro se han puesto al servicio de sus composiciones arrebatadoras, donde lo sencillo adquiere un estatus magistral. El propio Bacharach reconoce en su homenaje que no siempre estuvo a la altura de lo que podía haber hecho con su propia obra, estropeando algunas producciones, pero que se siente agradecido porque otras figuras le dieron a posteriori un carácter precioso a algunas de esas canciones. Cita a Aretha Franklin que mejoró “sin fisuras” su propio trabajo. Admite que la reina del soul tomó su canción y le dio el espíritu que él que no fue capaz de plasmar pero que sabía que poseía la canción. Y esa canción es esta brutalidad sentimental llamada I Say A Little Prayer.

 


La lista de grandes nombres que han cantado sus canciones es interminable. La lista de músicos que le han rendido homenaje o le han citado como un referente es igual de infinita. Todo esto le convierte en un compositor inmortal, que asegura que siempre se encontró muy cómodo trabajando con Dusty Springfield porque se ponía el listón tan alto como él en cada grabación, dentro de las cuatro paredes del estudio. Luego, salían canciones como esta The Look of Love. Ni el vestido más caro ni las joyas más llamativas ni los pechos ni los muslos más despampanantes de todas las vedettes actuales del pop pueden competir con la clase de estos cuatro minutos.

 

Pero a todo esto se llega siendo ese perfeccionista, ese hombre exigente consigo mismo, destacando como un personaje propio de otra época. En esta sociedad acelerada, cuando se glorifica el haztelo tú mismo y se afirma sin pudor que uno puede grabarse con un ordenador sus propias obras maestras y, ale, a correr la buenaventura, Bacharach se muestra, con su vejez ilustre, como un artista de otra pasta a la comúnmente aceptada en nuestros tiempos. Su trabajo requería un esfuerzo, sabiduría y atención que parecen anacrónicos en la actualidad. Es un trabajo de composición milimétrica, que además tenía en cuenta los estudios de grabación y producción, que se desarrolló en buena parte, o al menos la parte más esencial de su larga carrera, en el Brill Building, la casa del pop de Broadway, que en este blog hemos citado en multitud de ocasiones. Allí, en una de las numerosas habitaciones del Brill Building, Burt Bacharach trabajó codo con codo con el letrista Hal David, con el que acabó mal tras gloriosos años juntos. Ambos se ganaron la categoría de autores universales con composiciones como este extrañísimo pero delicioso country-pop en voz de Marty Robbins, cuyo silbido bien le cuadraría en sus canciones en la actualidad un tipo, por ejemplo, como Andrew Bird

 

Tuve la suerte de entrevistar a Bacharach hace unos años. Fue para un reportaje para la revista Ruta 66 sobre el pop del Brill Building. Recuerdo que la dirección de la revista me mantuvo el titular que propuse: Un lugar en tu corazón. Y, pese a ser una conversación telefónica de no más de media hora, también recuerdo al mismo personaje admirable que la otra noche veía por televisión. Me contó que compuso muchas canciones horribles y se reía con frágil rotundidad cuando rememoraba sus métodos de composición y aquel Nueva York de los cincuenta y los sesenta, tan vivo y cambiante, tan excesivo y exquisito, en los que impulsó su carrera. Me dijo: “Creo que el secreto, al menos para mí, estaba en que alguien en la compañía me dio la premisa el primer día de hacer una canción a mí manera”. La manera de Burt Bacharach guarda una verdad: si lo sentiste es que mereció la pena y, entonces, siempre existirá una canción para expresarlo como en un breve cuento. El cuento que nos invita a maravillarnos por la vida. Cerrad los ojos y escuchadlo. Gracias Burt Bacharach por tanto, por tu pop eterno.

 

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. Redactor de El País y colaborador del suplemento cultural Babelia y las revistas Ruta 66 y Efe Eme. Colabora también con un espacio musical en el programa A vivir de la Cadena SER. Es autor de los libros Acordes rotos y Martha. Cree en el verso de Bruce Springsteen: "Aprendimos más con un disco de tres minutos, que con todo lo que nos enseñaron en la escuela".

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