Por norma general, los años suelen empezar cargados de muchas novedades discográficas. En este 2016, ya avanzado, las nuevas propuestas musicales se acumulan en mi mesa casi por decenas. Más allá de escuchar a esos artistas que considero una parada siempre obligatoria con sus nuevas obras, como David Bowie, Lucinda Williams, Dr. Dog, Quique González, Tindersticks o Mavis Staples, lo mejor de esta labor es hallar nuevos tesoros. A estas alturas de año, ya puedo decir que uno de ellos es King Charles.
Espero hablar de más artistas interesantes y a descubrir que cuadran en esta ruta sonora, pero hoy me detengo en este tipo de Londres de 30 años. Acaba de marcarse un segundo disco más que recomendable. Su nombre: Gamble For A Rose. Un trabajo donde el folk-rock suena vibrante, con pegada, en ese despliegue de facultades para atenerse a las raíces sin sonar retro y presentarse como una voz actual.
Este segundo disco viene a consolidarle tras Loveblood, un aclamado debut en la escena londinense. De alguna forma, se erige como un nuevo talento dentro de la conocida escena folk del oeste de Londres, donde a través de un circuito de cafés, salas y promotores independientes se mueven artistas que defienden las formas tradicionalistas del género pero barnizandolo de una actitud y sonido indie. De esa escena, han salido gente del nivel de Laura Marling o Mumford and Sons, banda que, de alguna forma, ampara a Charles. Tanto que Marcus Mumford, líder de Mumford and Sons, le produce el álbum y firma a cuatro manos algunas de las canciones del mismo.
Nuestro protagonista viene respaldado en este segundo disco además por Charlie Fink y Tom Hobden de Noah and The Whale, formación surgida de ese ambiente londinense, y Winston Marshall, también de Mumford and Sons, con los que ha llegado a irse de gira por Reino Unido y Estados Unidos.
A decir verdad, con Gamble For A Rose, King Charles, nos ofrece todo aquello a lo que no llegaron Mumford and Sons en su último trabajo. Wilder Mind fue un patinazo en toda regla en los Mumford and Sons, que intentaron parecerse más a Coldplay que a ellos mismos, que se vuelven grandilocuentes cuando la parte más atractiva de ellos siempre fue combinar el rock con el folk genuino.
Charles, en cambio, como si quisiese mantener esa línea que tan bien trazaron sus padrinos, nos ofrece un disco emotivo, que suena real y cercano, con canciones que, por su crescendo y su forma de encararlas con una voz plena, a veces casi alcanzan una intensidad que recuerda a Jeff Buckley. Estamos, a todas luces, ante un nuevo talento. Ojalá no se pierda en conquistas de mercado y vaya al hueso, como hasta ahora.
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