Hay muchas formas de medir el éxito en la vida. En la música, por ejemplo, la cuenta de números es lo primero que te presentan los agentes de prensa, los promotores, los ejecutivos y los vendedores de motos. “Ha sido un éxito. Ha vendido X discos, X entradas, X números uno”, dicen con entusiasmo. Bien. Es una forma de medir el éxito. De esta forma, si no cumples las expectativas, eres un fracaso. Siguiendo esta lógica tan vacua como determinante, se puede afirmar que Robert Lester Folsom es un gran fracasado. Un maravilloso fracasado.
En el fondo, es la historia de un don nadie en este mundo plagado de nombres que aprender, que escuchar e incluso de los que alardear. Este músico estadounidense no se comió un rosco allá por los setenta. Dos discos y al ostracismo. Como a tantos les ha pasado (y les pasará), fue vago su intento de vivir de su música. Pero, por suerte, sus canciones no han desaparecido del todo. La discográfica Anthology Records (supervisada por apasionados musicales como siempre pasa con este tipo de sellos) se decidió a digitalizar y reeditar discos perdidos de los setenta, entre los que se encontraban Ode to a Rainy Day y Music and Dreams, los dos trabajos de Robert Lester Folsom.
Aunque su existencia quedó marcada por una falta de interés real por su obra, nos hallamos ante un tipo exquisito, un verdadero captador de sentimientos a través de finas y fantásticas composiciones de folk-rock. Hay una dulzura casi infinita en su forma de componer. Reconozco que a mí me gana casi de antemano un músico que sencillamente le dedica un álbum a los días lluviosos. Ode to a Rainy Day (Oda a un día lluvioso) es una compilación de canciones grabadas en su casa entre 1972 y 1975. Registradas de manera muy artesanal, se recogen con imperfecciones y un sonido áspero y crudo, pero muestran el perfil de un músico delicado, que halla en el folk un refugio.
Tiene algo del halo solitario y frágil de un Elliott Smith pero pensad, por ejemplo, en Bon Iver y su For Emma, Forever Ago. Esa atmósfera tan humana y palpable, captada en una cabaña, pero en este caso con composiciones que rastrean el universo del folk-rock de los setenta, más idealista y místico, más conectado con el espíritu de Gram Parsons. Es fácil sentir brotar fuertes emociones en temas como See You Later, I’m Gone, Another Sunday Morning o Show Me to the Window.
Nacido en un pueblo de Georgia, Lester Folsom se crio dentro de una familia pobre de padres aparceros, pero que le transmitieron su amor por la música. La madre cantaba en casa y el padre cogía la guitarra. Ambos sintonizaban la radio y él se acostumbró a oír en el hogar el Grand Ole Opry, el imprescindible y más importante programa de country de Estados Unidos, mientras se aficionó a cantar en la iglesia. Pronto mezcló las canciones de Johnny Cash con la de los nuevos y vibrantes sonidos de los sesenta, como Bob Dylan y los Beatles, cuyo Rubber Soul le cambió la vida.
Hay una extraña mezcla de esos mundos en sus canciones, incluido ese quimérico aroma folk-soul que se recoge en el ese enorme disco de los Beatles a través de canciones como Norwegian Wood, Girl, In My Life o Michelle. Conviene apuntarlo: a Lester Folsom le gustaba hacer vida en la calle, en ese sur pobre de la soleada Georgia, pero donde caían impresionantes tormentas, que le servían de inspiración. Era en los días lluviosos cuando este músico se refugiaba en su casa y componía. No sé cómo pero hay una dosis de abrigo existencial bajo el efecto de esa lluvia en sus canciones. Hay algo purificador y reconfortante, que queda perfectamente plasmado en el álbum Music and Dreams.
¿No dice el título ya todo? Música y sueños. Una vez más es una invitación a sumergirte en sus acordes y letras mundanas pero efectivas con esa voz ligera, llena de alma, bucólica en la conjunción musical. Music and Dreams es todavía más ensoñador, con un corte inicial que da nombre al disco y que te propone, como dibujando una isla paradisiaca, sentarte en la orilla de la playa con los pies descalzos. Mientras llueve suavemente. Una sensación que no para de crecer en pistas como Weeping Willow Tree, Spanish Lady o Brown Eyed Lady Blonde Hair. Esa lluvia gana en intensidad en el precioso cierre Please Don’t Forget Me, como salido del cancionero más positivo de Nick Drake y que haría sonrojar a muchos cantautores superventas de hoy en día.
Melancólica sencillez envuelta en canciones, que alcanza un nivel mágico en Biding My Time. La evocación que desprende esta canción primero me parte, para, poco después, reconstruirme más fuerte. Como la mejor música. Tal vez porque cuando escucho esta joya oculta pienso en las formas de medir el éxito y en ese músico fracasado que es (sigue vivo) Robert Lester Folsom. Pienso en el significado del fracaso en todos sus frentes. Este músico no vendió nada, pero consiguió refugiarse con la música, hallar la clave de este misterioso arte y componer canciones que conectan con la vida. Eso no se lo quita ninguna lógica numérica ni ninguna convención. Y, entonces, también me da por pensar que tal vez hay fracasos que, en el fondo, no lo son. O que lo que son fracasos para unos es otra cosa bien distinta para otros. Con ese ambiente de acordes, siento los pies descalzos mojados, la lluvia desparramándose por el cuerpo y una canción como Biding My Time estirándome el horizonte. No se puede pedir más cuando se busca volver a empezar tras un fracaso.
Hay 3 Comentarios
El fracaso puede ser el inicio de algo grande!
Publicado por: Oke | 01/09/2016 3:27:59
Cómo mola. Estoy contigo Fernando. Lo que para unos es fracaso para otros nos supone un éxito. El triunfo llega con esas canciones que nos hacen mojarnos los pies. Eso la VISA no lo puede comprar. Que se lo digan a Rory Gallagher. Gracias por darlo todo en cada tecla.
Publicado por: Oky | 27/07/2016 0:24:47
Siempre interesantes tus publicaciones,muchas gracias.
Publicado por: Carlos Fernandez Urosa | 26/07/2016 12:38:35