Los ruteros llevan kilos a las espaldas pero se sienten más ligeros de equipaje que nunca. Es lo que destaca la gran mayoría de expedicionarios, tras casi un mes de viaje en el que han recorrido distintos puntos de Perú y de España.Cuando se le pregunta a alguno de los 224 chicos qué han ganado por ahora en la Ruta Quetzal ellos hablan, por contra, de perder cosas: dependencia de lo material, de la familia o los amigos, de costumbres... Los monitores creen que han aprendido, sobre todo, a dejar de pensar en términos individuales y a compartir. A crecer. Susana Mareque, pontevedresa de 17 años, por ejemplo, se acuerda de aquella vez en que 20 personas compartieron una sola manzana durante una marcha agotadora, "cada uno un trocito".
Iker Sanz, de Bilbao, 17 años, subraya también que durante la ruta se aprende a valorar lo que se tiene. Y lo que no: estar cinco días sin ducharse es algo que muchos no pensaron que fueran a probar nunca.
Antonio Tena (51 años) resume la experiencia con una única palabra: amistad. Él participó en la primera expedición organizada por Miguel de la Quadra-Salcedo, en 1979, y se llevó "amigos para toda la vida" con los que, todavía hoy, mantiene contacto. Imposible olvidar la experiencia, además de por los amigos que permanecen, porque el año pasado su hija Ángela se estrenó como expedicionaria. Para ella supuso también "un cambio total en la vida": su padre dice que aprendió a valorar lo que tenía y a prescindir de comodidades que hasta el momento consideraba garantizadas.
Otra Ángela, esta apellidada Barrera, colombiana de 17 años, dice que fue la camiseta de la ruta el que le ayudó a ver más allá del exterior de las personas. "Yo creía que no me importaba la apariencia, pero bastó llegar aquí para ver. No había manera de distinguir a los demás por detrás del uniforme. Es una oportunidad que no me estaba dando la sociedad", comenta. Además de prejuicios, ella se desprendió "de casa", de la morriña de estar lejos de su familia. Y, por supuesto, de la comodidad: "Cuando llegamos al barco se me hacía extraño que nos bañásemos todos los días", asegura.
Durante la noche del lunes, en el hangar del buque Castilla, los expedicionarios se reúnen en una tertulia en la que hablan sobre cómo viven el viaje. La ruta, dice uno de los tertulianos, consiste en "vivir una aventura cada día, atreviéndose a hacer cosas que nunca te habías atrevido a hacer". Hay unanimidad en algo: el viaje les ha cambiado y ya no se sienten amarrados a ningún puerto. "Ojalá que los cambios me duren cuando vuelva a casa", dice Ángela.
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