Recibimento a la Ruta Quetzal en Ambalema, Colombia. FOTO: ÁNGEL COLINA
A la orilla del lodoso río Magdalena, la banda de música de Beltrán (Colombia) comienza a tocar desde que las chalopas en las que cruzamos el río salen de la otra ribera. En una de ellas viaja la Virgen de la Canoa, que los beltranunos solo sacan en septiembre, cuando celebran su fiesta mayor. Pero la ocasión es especial. Llegan al pueblo los dos centenares de expedicionarios de la Ruta Quetzal BBVA y los lugareños se vuelcan con ellos: las gentes de Beltrán salen en masa a la calle y piden a los visitantes que les firmen autógrafos y que se fotografíen con ellos, y les siguen por el pueblo en procesión al más puro estilo Bienvenido, Míster Marshall.
La escena se había repetido en Ambalema, el municipio que visitamos justo antes de Beltrán, como también el día anterior, en la visita a Ibagué, la capital musical del país. Colombia recibe con los brazos abiertos a los expedicionarios: en los departamentos de Quindío y Tolima son ya, incluso, huéspedes de honor. El gobernador de Tolima dio la clave en el discurso que ofreció en el recibimiento: "Somos un pueblo anhelante de paz". Los colombianos quieren paz, y también quieren recuperar su turismo; ahí la ruta puede hacer algo por ellos.
"Lo que ocurre es que somos anfitriones por naturaleza", apunta Ricardo Cifuentes, coordinador de promoción del Ministerio de Turismo colombiano, que reconoce, sin embargo, lo obvio: que la acogida tan especial tiene que ver con que el periplo de la ruta por Colombia "rompe los mitos de la falta de seguridad" en el país. Cifuentes explica que en 1980 el turismo en Colombia comenzó a deprimirse, sobre todo tras la toma de la embajada de República Domicana en Bogotá por el grupo guerrillero colombiano y la tragedia del volcán Nevado del Ruiz, cuya erupción mató en 1985 a 25.000 personas del municipio de Armedo.
Desde esas fechas y hasta 1995 se mantuvo en estado crítico. Hace solo ocho años, en 2004, los visitantes anuales apenas superaban los 850.000. "El objetivo del Gobierno es alcanzar los 4 millones de turistas al año en 2014", afirma Cifuentes. Hay razones para el optimismo: el año pasado llegaron a Colombia 2.800.000 turistas, los mismos que lo hacían hace tres décadas. El país se sacude poco a poco el lastre de su imagen de inseguro y de paraíso de la coca.
La ruta tenía sobre la mesa la invitación del Gobierno de Colombia desde 2008. "Entonces no consideramos que fuera aún el momento oportuno", dice María Ángeles Carreño, gerente de la expedición. Ella tiene claro el mensaje: "Si más de 200 muchachos pueden moverse por el país como lo están haciendo, eso significa que el país no es peligroso".
La Ruta Quetzal se mueve con un equipo de entre 20 y 30 agentes de seguridad que proporciona el Gobierno colombiano. Los ofrecimientos de los alcaldes de los municipios son tan abundantes que la organización se ve obligada a rechazar muchos de ellos: todos quieren que la expedición haga una parada en su pueblo. La hospitalidad del país llega al extremo de que el presidente colombiano, Juan Manuel Santos, recibirá a la ruta en su último día en tierras colombianas.
Apoyado en una de las columnas de madera de guayacán, Armando Orjuela, agricultor de arroz de 55 años de Ambalema, responde que en su pueblo se vive "sabroso". Pero a renglón seguido dice que falta trabajo y que las casas del pueblo necesitan un arreglo. Sin quitar la vista de los jóvenes que avanzan por su calle, suelta con un suspiro: "Si esto, mamita, sirviera para crear aquí empleo..."
Hay 1 Comentarios
Que gran experiencia y que bien contada. Resulta fácil de imaginar. Animo!!!
Publicado por: Carlo | 29/06/2012 13:39:56