Los expedicionarios marchan en el Valle del Cocora, en Quindío (Colombia). FOTO: ÁNGEL COLINA
El cacique quimbaya Acaime llamó a su hija princesa Cocora, que en la lengua de esta cultura indígena colombiana, célebre por su producción de bellas piezas de oro, significaba estrella de agua. El valle de Cocora debe su nombre a la princesa quimbaya, y se alza sobre el cañón del Quindío (Colombia), a más de 2.000 metros de altura. El majestuoso paisaje con aspecto de prehistórico está poblado por el árbol nacional, la palma de cera, que crece hasta los 60 metros de altura. Entre esas espigadas palmas, que se elevan como lanzas hacia el cielo colombiano, los 221 expedicionarios de la Ruta Quetzal BBVA marcharon ayer durante seis horas.
Era el quinto día de ruta, y nuestra segunda marcha, después de la que hicimos el primer día -con jet lag incluido- hacia el Pico del Loro, en Cali, punto de partida de la expedición. El primer tramo del sendero atravesó prados y palmas de cera, el segundo se adentró en un bosque andino nuboso, en el que la ruta mostró su primera cara de aventura: los chicos tuvieron que cruzar con pericia unos inestables puentes colgantes que conectaban las dos orillas del río. En los grupillos lo más comentado era sin embargo el partido de la selección española, que se jugaba el pase a semifinales en la Eurocopa. Un mensaje al móvil de un periodista informó a todos del resultado: 2-0 en el España-Francia.
Cinco días después de nuestra llegada a Colombia, el campamento ya funciona engrasado. Los chicos se despiertan generalmente a las seis de la mañana con las canciones medievales que interpretan junto a las tiendas los tres animadores de la ruta con una dulzaina, un tamboril y un huesario. Jesús Luna, el jefe del campamento, les acompaña y lanza mensajes de ánimo desde su megáfono: es conocida ya su frase de “Comienza un nuevo día, una nueva aventura, el día que estábamos esperando ha llegado”, que les suelta todas las mañanas. A pesar de las pocas horas de sueño, los adolescentes le ponen buena cara al amanecer –será tal vez porque llevamos solo cinco días y todavía guardan algo de fuerzas- pero muchos responden bailando al singular -y madrugador- despertador.
Despertar en el campamento de la Ruta Quetzal. FOTO: ÁNGEL COLINA
Y eso que el programa de la ruta es frenético, y deja pocas horas para el descanso. A las once de la noche suele acabar una apretada jornada de actividades, que incluye marchas de más de medio día, como la de ayer en el valle de Cocora, visitas culturales y conferencias bajo las estrellas colombianas. Para los periodistas que cubrimos la ruta el día se alarga hasta entrada la madrugada, porque no es hasta que no acaba la agenda cuando escribimos estas crónicas. Los días acaban con una buena ducha de agua fría: nunca hay agua caliente.
Ocho autobuses desplazan a las casi 300 personas que, entre organización, ruteros y periodistas, componemos esta mayúscula expedición retransmitida casi en directo y que se mueve con soltura para un grupo de estas dimensiones. Un equipo de Televisión Española graba diariamente la ruta para una serie documental que se emite todos los años; las cámaras conllevan algunos efectos secundarios: "Mejor no enseñar el ombligo, bájate la camiseta", corrigió una monitora a una de las chicas.
Mientras los chicos se iban a dormir, ayer empezaba en el Quindío la fiesta nacional del café. Los antioqueños la celebran en las calles del cercano municipio de Calarcá bailando rumba y reggaetón y bebiendo aguardiente o ron viejo de Caldas. Me lo contó Fabián Ramírez, quindiano y técnico de Hispasat, la empresa que nos provee de conexión a Internet durante la ruta. Él se escapó a rumbear, con la promesa de "darle" hasta la madrugada por todos nosotros.
Hay 1 Comentarios
ni dioses, ni amos, ni wankantankas…stop discriminaciones históricas…
Publicado por: Dulcineo | 25/06/2012 6:42:53