La expedicionaria indígena Bernarda Tuminá planta un canelo en Mariquita. FOTO: ÁNGEL COLINA
Es la primera vez que Bernarda Tuminá no viste habitualmente con su falda u onaco, la blusa de dos colores -el reboso- y el sombrero o tampalwari con el que aparece en la foto de los participantes en la Ruta Quetzal BBVA. El uniforme quetzal homogeiniza a todos los expedicionarios, también a ella, indígena guambía, una comunidad de unas 5.000 personas asentada en la coordillera occidental colombiana. Bernarda tiene 16 años, los ojos achinados y defiende fervientemente sus raíces y las tradiciones de su pueblo. Su religión, dice, es la naturaleza; los guambianos se conocen como los hijos del agua. El día en la ciudad tolimeña de San Sebastián de Mariquita fue para ella una jornada especial. Un canelo -en realidad, 200- tenían la culpa.
En Colombia hay en torno a un 1.300.000 indígenas, el 3,8% de la población según el censo nacional, con datos de 2005. Bernarda es la única indígena entre los 221 expedicionarios de la Ruta Quetzal BBVA este año. Y está muy orgullosa de serlo. Conversamos sentadas en el bordillo de la plaza de la ciudad colombiana de Salento, y allí me contó que cree que hay una pérdida de identidad en su comunidad: que el fogón o na chac, que era el centro de la educación en los hogares guambianos, se ha sustituido por la televisión, y que la decadencia -lo expresó así- de la educación ha llevado a una decadencia de la juventud. Y de ahí a los "vicios", me dijo con sus enormes ojos negros.
La Ruta Quetzal BBVA ha sido muy importante para ella. Tanto, que gracias a la expedición siente que ha recuperado a su padre, al que había perdido hace años. Era alcohólico y "violentaba" a su madre. "Empezó a ayudarnos económicamente y dejó de tomar. Esto ha sido un gran logro para mi y se ha sentido muy orgulloso, me ha dicho que se arrepiente de todo". Una vez ella fue testigo de cómo pegaba a su madre. Por eso quiere dedicarse a ayudar a los jóvenes de su comunidad, me explica. Para que superen los vicios, y por si pasan por algo parecido.
No contó nada de ese drama con muestras de tristeza. En seguida se puso a hablar con entusiasmo del trabajo que le dio el pasaporte para entrar en la ruta: lo hizo sobre el capítulo que le quedó pendiente a Mutis. "Le faltó abordar la parte espiritual de las plantas". Y pone un ejemplo: "La marihuana ha sido estigmatizada, para nosotros el yajé, como la llamamos, es una planta sagrada". Ella ha tomado infusiones de coca, y afirma con seguridad: "El trance al que se llega es un proceso muy hermoso".
Al rato, Maritza Soto apareció y se sentó junto a nosotras en el bordillo. El aula multicultural que es la Ruta Quetzal ha supuesto que la mejor amiga de la indígena Bernarda sea una chica estadounidense. Pero volvamos a los canelos.
Los ruteron plantan 200 canelos en el Bosque de los Canelos. FOTO: ÁNGEL COLINA
El canelo fue el árbol preferido de José Celestino Mutis, el sabio gaditano al que la Ruta Quetzal sigue por Colombia. Mutis eligió San Sebastián de Mariquita, por donde acaba de recalar la ruta, como sede de su expedición científica, la Real Expedición Botánica del Nuevo Reyno de Granada. La actividad organizada para homenajearle era especial para todos, pero lo fue más para Bernarda: la plantación de 200 canelos en el llamado Bosque de los Canelos, a las afuetas de Mariquita.
Lo hicieron, entre risas, al atardecer. Bernarda, que me había explicado que su religión era la naturaleza y que se sentía en comunión con ella, lo hizo en completo silencio. Con las manos manchadas de abono y la frente sudorosa, una vez el canelo estuvo firme en la tierra, solo acertó a decir: "Me siento bien". Los ojos le brillaban.
Hay 1 Comentarios
me gustan mucho tus cronicas,Elsa.cultura y sentimientos
Publicado por: merce | 01/07/2012 21:42:12