La clausura de la XXVII Ruta Quetzal en la Universidad Complutense de Madrid. FOTO: A. COLINA
La ruta dura 37 días. Ser ruteros, aseguran, es para siempre. Quetzal es un ave de las regiones tropicales de América, el Ave Rica, como solían definirla las poblaciones indígenas. Para las civilizaciones azteca y maya era símbolo de libertad y hasta hace pocos años se creía que no era capaz de vivir y reproducirse en cautiverio. Quetzal, en realidad, no es un ave, sino un estado de ánimo, dicen los que lo han vivido, parafraseando a García Márquez. Hoy concluye la XXVII edición de la Ruta Quetzal BBVA, pero entre los más de 220 expedicionarios nadie utiliza la palabra final. “Ya somos quetzal”, se despide el jefe del campamento, “ya no hay sueños que sean imposibles”.
A juzgar por las lágrimas de la mayoría de los participantes, resulta un poco complicado creer que este sea el mejor día de su vida, pero, sin embargo, lo es. El viaje de cinco semanas a través de Colombia y España ha llegado a su fin, pero la expedición solo es una etapa. La aventura para estos jóvenes de 51 países comienza aquí.
Los expedicionarios que empezaron su viaje en Cali siguiendo la estela de José Celestino Mutis, que dirigió la Real Expedición Botánica al Reyno de Granada en 1783, saben que nada va a ser igual a partir de ahora. Martín Mitre, panameño de 17 años, recuerda los primeros madrugones en el Eje Cafetero como algo muy lejano. “Cada mañana el jefe de campamento nos despierta con la misma frase: hoy es el día que tanto estabais esperando, hoy comienza un nuevo día, una nueva aventura. Al principio me molestaba escucharla una y otra vez, pero ahora me hace valorar cada instante al extremo. Cada día es especial, distinto de los anteriores, con problemas diferentes”. El expedicionario sabe que la ruta dura hasta que uno quiere. “He aprendido a fijarme en los detalles, pensar y valorar, a esperar con ansiedad lo que me puede aguardar cada día. El mejor día de mi vida es hoy”.
La Ruta recorrió Ibagué, la capital musical de Colombia, y las tierras de Tolima, antes de adentrarse en San Sebastián de Mariquita, Ambalema, Beltrán y Honda, base del comercio del café. De camino a Bogotá, los jóvenes conocieron Aracataca, ciudad natal de García Márquez; Santa Marta, donde Simón Bolívar pasó sus últimos días; San Basilio de Palenque, Barranquilla y Cartagena de Indias.
A Haris Pipi se les ponen los pelos de punta cuando piensa en lo que vio en San Basilio. “Fue muy emocionante acercarse a esta realidad, en la que nos acogieron con mucho calor y dispuestos a compartirlo todo, pese a la extrema pobreza de los lugareños”, dice con un hilo de voz. Está afónica, porque ha pasado los últimos días gritando y animando al grupo. De vuela a Chipre, su país natal, llevará consigo los bailes, las canciones y las conversaciones con sus amigos. “Los momentos peores luego se convierten en bonitos recuerdos”, asegura. “Como aquel día en Colombia en el que llovió mucho. Estábamos todos molestos, pero nos sirvió para unirnos más”.
Tras cruzar el Atlántico, los expedicionarios llegaron a Madrid, donde fueron recibidos por los reyes, antes de embarcarse rumbo a Málaga. Para Pablo Fernández Ibarra no era la primera ocasión para hablar con las máximas autoridades de un Estado. Antes de empezar la ruta, este boliviano de 17 años recibió una llamada muy especial. “¿Aló? Te habla Evo Morales. ¿Cómo estás?”. No podía creerse lo que estaba escuchando al otro lado del teléfono. “Te felicito, vas a llegar muy lejos. Qué sigas adelante. Bolivianos como tú debería haber más”, le dijo el presidente de su país. La conversación duró apenas unos minutos, lo suficiente para que Pablo llegara por un rato a pensar en abandonar la ruta. “Demasiada responsabilidad”, recuerda. Este pensamiento, sin embargo, no duró mucho. “Seguí adelante, no solo por mi”. El expedicionario se siente identificado con el botánico Celestino Mutis. “Soy como él: un soñador”.
El programa fundado por Miguel de la Quadra-Salcedo llevó a los expedicionarios a Cartagena, Cádiz, San Fernando, Sanlúcar de Barrameda y a remontar el río Guadalquivir hasta Sevilla. Los aventureros saben que hay algo que llevarán dentro más allá de las visitas. En la ceremonia de clausura de la expedición, hay un anuario apoyado encima de una silla. En la contraportada pone: La ruta es una aventura, pero la realidad es la vida. Sin punto final.