Eduar no está acostumbrado a moverse por la gran ciudad. Su hábitat natural es la selva, donde vive con sus padres y sus dos hermanas en la comunidad wounaan de Sinaí. Allí lidia todos los días con los mosquitos y la humedad sin que le suponga ningún esfuerzo. Esa es su vida, y le gusta. Caminar con la banda sonora de fondo de la fauna le relaja. A eso le llama su silencio. Allí sueña con convertirse en cirujano y ayudar algún día a sus vecinos a superar los inconvenientes que también aporta la selva. Con 17 años, ha visto morir a algunos amigos que no han superado el duro trayecto entre su comunidad y el pueblo más cercano. Y es que, según la socióloga y psicóloga panameña, Lourdes E. Lozano, tres de de cada cinco niños indígenas mueren a causa de algo tan nimio como una diarrea y la expectativa de vida es de 55 años. Así que Eduar lo tiene claro: quiere trabajar en el futuro hospital que por fin se está construyendo en la región de Chepo, vecina de Chocó y Antioquia, pertenecientes a Colombia. Se define como estudiante, recolector de arroz, caminante y soñador. Y ahora, por delante de todo eso, también es rutero.
La Ruta Quetzal BBVA ha cambiado los ecos de la selva por el sonido de otra jungla, la de la gran ciudad. Toca pisar asfalto, el de Ciudad de Panamá, donde los expedicionarios continúan su actividad académica y cultural. Para Eduar, este viaje es todo un acontecimiento, ya que la única vez que visitó la capital del país panameño fue hace 10 años. Es consciente de que los papeles se han invertido, hace unos días sus compañeros sufrían las inclemencias de su casa, y ahora él se tiene que acostumbrar al ruido de la capital.
“Sufría viendo a mis nuevos amigos en la selva porque lo pasaban muy mal. Para mí caminar 11 kilómetros es como andar 100 metros… Pero ellos…no podía verles así”, asegura el futuro médico, que sabe que para él el cambio es más fácil porque, dice, es un superviviente. Curiosamente su criptonita en esta aventura fue una pastilla potabilizadora. “Casi me desmayo por el sabor tan fuerte que tenía el agua. De repente estaba como ebrio”, se ríe, haciendo con la cara el gesto de un borracho. Tiene un carácter afable y de entrada le cuesta mirarte a la cara. Cuando se relaja sonríe levemente guiñando sus ojos chiquitos, y siempre habla con calma, eligiendo bien sus palabras.
La organización de la Ruta le ha llevado ahora junto a sus compañeros a la Ciudad del Saber, un centro internacional de servicios dedicados al desarrollo de formación de recursos humanos y a la investigación, la producción de tecnología innovadora y el intercambio cultural. Este centro está gestionado por una fundación privada sin fines de lucro y está situada en el emblemático Canal de Panamá y el Parque Natural Camino de Cruces. Integra 35 organismos y ONG internacionales, 28 programas académicos y 71 de investigación. Aquí, los ruteros afrontan un programa académico, vinculado, entre otros aspectos, a la biodiversidad que acaban de observar en la selva del Darién, la casa de Eduar.
Según Lozano, que impartió un taller en una clase situada entre las 120 hectáreas y más de 200 edificios de lo que fue el fuerte de Clayton , una antigua base militar de EE UU, "no podemos seguir haciendo lo mismo que aprendimos de nuestros ancestros, de nuestros abuelos”. La socióloga y bióloga asegura que es necesario aplicar ciencia y tecnología para mejorar la productividad. “Estamos en una crisis global y lo que está en peligro es la propia supervivencia del ser humano como especie. Tenemos que desaprender a hacer muchas cosas y aprender a hacerlas de otro modo", explica.
Eduar nunca había pensado en eso, pero ahora que se ha parado a analizarlo está completamente de acuerdo. Llegó a la Ruta Quetzal de casualidad y le ha cambiado su proyección de futuro por todo lo que está aprendiendo. Jesús Luna, el jefe del campamento, hizo una expedición hace meses a Darién para preparar la ruta que siguen hoy los chavales y conoció a Eduar, que ejerció de guía. Le ofreció formar parte de esta aventura y aceptó. Ahora, le preocupa tener listo su primer pasaporte para poder continuar el viaje por España y Europa, a partir del 7 de julio. Será la primera vez que se suba a un avión. Pero eso tampoco le asusta. Solo piensa en conocer nuevos sitios y aprender todo lo que pueda para después regresar a su casa. La sutileza siempre gana y tiene claro que el silencio de la selva no lo cambia por nada del mundo.
FOTOGRAFÍA: ÁNGEL COLINA
Hay 1 Comentarios
Berta, como madre de una rutera tocaya tuya, sigo con interés tus artículos. Me emocionaste con la carta a los padres y de nuevo has demostrado mucha sensibilidad y acierto al escribir esta página.
El enfoque y la perspectiva suele ser muy humano y cercano. No solo aciertas al escribir sino también al escoger los temas y los personajes, sin duda, este muchacho merecía la atención que le has prestado, él tiene que ser para nuestros hijos un gran ejemplo.
Seguiré con interés tus crónicas.
Publicado por: MARGOT RUBIO | 30/06/2013 15:33:57