Dicen que Barichara es un balconcito al cielo. No hay registros oficiales de que alguien haya conseguido tocar las nubes desde este pueblo colombiano de 16.000 habitantes, pero lo cierto es que cuando paseas por sus calles empedradas lo haces dentro de una obra de arte. Mantiene cierto señorío con sus balcones coloniales, todos perfectamente alineados, y destacan sus techos de teja de barro y tapias pizadas. Cada piedra, tallada individuallemente, ha pasado por la mano de un artesano, al igual que sus casas, también construidas a mano y fabricadas con materiales vivos como la arcilla y el bareque. Pero lo que realmente vende en Barichara es el bendito silencio, que de tanto que calla resuena por dentro.
No es extraño que el boca a boca haya extendido la belleza de este lugar paradisiaco de Colombia, donde la Ruta BBVA se ha instalado para adentrarse en el Cañón de Chicamocha. Al año unos 300.000 personas buscan en este pueblo fundado por el español Francisco Pradilla y Ayerve en 1705 la tranquilidad y el sosiego que desprenden con sus charlas los patiamarillos, como se les llama a los baricharas por tener los pies impregnados de colores anaranjados cuando van descalzos por estas tierras tan cálidas, donde la temperatura es suave, seca, sin la sensación pringosa de la humedad pasada.
No muy lejos de Barichara, a algo más de una hora en autobús, San Gil, la ciudad pionera de los deportes extremos, ha recibido a los expedicionarios para despertarles de tanta paz. Con chalecos, cascos, y remos en manos, los chicos se han metido en los rápidos del río Fonce donde han vivido un subidón de adrenalina entre subidas, bajadas, tragos de agua y de nuevo, vuelta a empezar. Una previa para la marcha de 16 kilómetros que mañana emprenderán los expedicionarios por el Cañón de Chicamocha a pleno sol y con un descenso y posterior ascenso de 800 metros de desnivel.
Toda una experiencia que rematarán con lo más exótico del luegar, que en este caso se encuentra en la mesa: las hormigas culonas, una delicia con sabor a kiko o piel de pollo tostado. Cuentan los locales que los indígenas guanes vivían hace tiempo de la pesca, pero cuando se quedaron sin ella optaron por este insecto por su contenido proteico. La verdad es que el ritual tiene su miga. Para empezar hay que cogerlas una a una, quitarles el pico, las patas y las alas, y asarlas todas juntas a fuego vivo con sal o mantequilla. Aunque parezca mentira este plato causa furor por estos lares. De hecho, hace un tiempo un barichero decidió abrir un restaurante al que nombró Color de hormiga, cuya especialidad era, obviamente, las hormigas culonas, servidas con arroz, huevos fritos, pollo o cualquier cosa que se le ocurriera. Hasta tenía salsa de hormigas. El caso es que el dueño, harto del éxito que despertó el local, decidió cerrar. Y es que resulta que es verdad que en este balconcito del cielo lo que prima es la tranquilidad.
FOTOGRAFÍA: ÁNGEL COLINA
Hay 1 Comentarios
Prefiero las mariposas a las hormigas
Publicado por: Roger Roca | 21/08/2015 23:20:40