Ruta Quetzal

Sobre el blog

La trigésimo primera edición de la Ruta BBVA contará con 180 jóvenes de entre 18 y 19 años procedentes de 17 países de América, España y Portugal. Bajo el lema ‘Aventura en las selvas mayas del Yucatán’, la expedición parte de México. Allí, los jóvenes explorarán las selvas mayas y descubrirán los sitios arqueológicos más relevantes de esta civilización. El programa, creado por Miguel de la Quadra-Salcedo en 1979, continuará en España, donde los jóvenes visitarán Extremadura, Andalucía y Madrid y conmemorarán los centenarios de las muertes del Rey Fernando el Católico, el Inca Garcilaso de la Vega y Miguel de Cervantes. Son 30 días de viaje en los que la expedición combinará cultura, aventura y formación en emprendimiento social. EL PAÍS se suma a esta experiencia y la irá contando a través de este blog

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29 ago 2015

El adiós. Lágrimas como esmeraldas

Por:

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Cuenta una leyenda precolombina que el dios Ares creó la humanidad, levantó cordilleras, moldeó montañas y las regó con salvajes ríos. Así empezó el origen de todo. En Colombia. Concretamente en el departamento de Boyacá, en el municipio que años después se conocería como Muzo. Allí, a modo de Adán y Eva, ese dios dio vida a la primera mujer, a la que llamó Fura, y a su esposo, de nombre Tena. Les dotó de todo lo necesario para que fueran felices, les enseñó a cultivar la tierra, a tejer mantas, les puso el sol y la luna y les concedió la eterna juventud. Tan solo les puso una condición: que se amaran y no cayeran nunca en la infidelidad. Así pasaron años, incluso siglos, en los que procrearon, formaron el mundo de los Muzos, crearon civilizaciones enteras, expandieron sus territorios, ampliaron el paraíso.

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Un día, después de muchos siglos de felicidad, apareció un hombre llamado Zaris que buscaba una extraña flor que tenía el poder de curar todo tipo de enfermedades. Fura, turbada por su empeño, decidió ayudarle a encontrarla y embarcada durante años en esa expedición cayó -sin poder remediarlo- locamente enamorada de él. Tras unos años de zozobra amorosa, una pena desconocida para ella la invadió. Y Fura, arrepentida y avergonzada, volvió junto a su marido. Él, al verla llegar enferma y envejecida, comprendió que se había saltado la única condición que les había puesto el dios Ares. Profundamente dolido, empuñó un cuchillo y se lo clavó en el corazón, quitándose drásticamente la vida. Fura cargó durante días con el cuerpo de su esposo y derramó infinitas lágrimas de desconsuelo. El dios Ares, enormemente conmovido, comprendió que existía amor en la amargura de la mujer y convirtió sus gritos de dolor en bellas mariposas y sus lágrimas en verdes esmeraldas. También castigó a Zaris convirtiéndolo en un risco y éste, lleno de ira al ver a su enamorada llorar junto a su marido, descargó una fuerte cascada que separó los dos cuerpos, convirtiéndolos en dos montes, separados para siempre por un río.


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“Hay que ser infiel, pero nunca desleal”, recordó tiempo después Gabriel García Márquez. Colombia. El país de esmeraldas, de mariposas de colores, las amarillas unidas por siempre a Gabo. De leyendas indígenas, de culturas entremezcladas, de antiguos piratas, de eternas diferencias sociales, ambiente caribeño y sudor extremo. La Ruta BBVA ha dicho adiós a su trigésima edición entre lágrimas amargas, que sin convertirse en piedras preciosas esconden la certeza de un amor nuevo, intenso, quizá duradero. Puro realismo mágico. Atrás quedan ya los días en la colonial Cartagena de Indias, la bella y decadente Santa Marta, la mágica Aracataca, el balconcito al cielo de Barichara y la elegancia de Villa de Leyva. Adentrarse en el Tayrona, bañarse en el paraíso, bajar y subir el cañón del Chicamocha. Comer arroz con pollo, ducharse en 30 segundos, dormir en el suelo, llorar por el esfuerzo. La amplitud de Bogotá y los 6.000 peldaños necesarios para ascender a Monserrate, uno por cada historia aprendida, reto superado, ventana abierta a lo desconocido.

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Sitios maravillosos amplificados en belleza por el que te recibe y te acompaña. Pueblo colombiano, rico en valores que abre los brazos orgulloso de su patria. Y los expedicionarios. Críticos, maduros, exigentes. Llenos de vida,  fabricadores de futuro. Con ansias de libertad. Junto a ellos, a modo de líder kogui, el espíritu certero de Miguel de la Quadra-Salcedo, la energía de Luna, la ayuda incansable de los monitores, el cuidado de los médicos. La belleza fotográfica del maestro Colina, la ternura de Santi, la risa de Íñigo, la melodía vital de Tonet y Salva, la persistencia de Alvarito o la amabilidad de Rocío. Y la prensa. Qué pesadilla de prensa. Fotos, vídeos, preguntas…

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Pero todo tiene un final. Y con él, aceptar lo aprendido y lo crecido. Volver a casa, apreciar tu cama y, por fin, dormir un poco más. El justo descanso del guerrero. “La memoria del corazón elimina los malos recuerdos y magnifica los buenos, y gracias a ese artificio logramos sobrellevar el pasado”. Otra vez Gabo. De nuevo Colombia. El viaje no es viaje sin tu gente. De ahí que en la despedida más amarga broten lágrimas con forma de esmeralda. Piedras preciosas con sabor a sal que en este adiós auguran una vida sin cien años de soledad.  

FOTOGRAFÍAS: ÁNGEL COLINA

23 ago 2015

La luz de Villa de Leyva y el mono de la pila

Por:

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En Villa de Leyva parece que han encontrado el secreto de la eterna juventud. Lo tiene entre sus manos Enrique, un colombiano nacido en Bogotá que vive en este pueblo que se encuentra a 160 kilómetros de la capital. Tiene 62 años pero aparenta 40 y habla de este sitio, donde nació su madre y que conoce como la palma de su mano, con una pasión y una sabiduría muy poco común. Asegura que su aspecto lozano tiene que ver con su vida sana y tranquila.  Sin más secretos. Pero te da pistas cuando desgrana los entresijos de este pueblo de 18.000 habitantes que en 1954 fue nombrado Monumento Nacional por el presidente Pinilla.

Tiene un clima mediterráneo y seco, pero lo más curioso es que al sur, a unos 50 kilómetros, topa con un desierto de lecho marino. Eso significa que el suelo que ahora se pisa era mar hace 100 millones de años. Y por eso se encuentran multitud de fósiles. La ventaja es que no hace falta escarbar mucho, pues están en la superficie. Un día vas paseando y te encuentras con restos de cronosaurios, como si tal cosa. El caso es que hay mucho componente calcáreo en esta zona, y todos los sedimientos marinos tienen unas propiedades muy diferentes a las que se encuentran en zonas continentales. Es un suelo más rico en minerales que absorbe el agua con mucha facilidad y también se evapora más rápido.

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Esto quiere decir que el agua no permanece casi en la atmósfera, por lo que ésta es más transparente que en zonas húmedas. “Aquí no tenemos ese efecto invernadero, y tenemos más luminosidad, con un clima seco, de unos 18 grados”, explica Enrique, que dejó su trabajo de publicista en Bogotá porque necesitaba cambiar de vida, volver a sus orígenes. Allí había probrado de todo. Hizo un posgrado en dramatugia y dio clases en la universidad, pero se dio cuenta de que su cuerpo le pedía más paz, más sosiego y no se le ocurrió mejor sitio que Villa de Leyva, donde la luz te proporpociona melatonina natural.

Según Enrique, que hace 19 años se recicló y abrió una oficina de turismo en el pueblo de su madre para poder compartir todos sus conocimientos de la zona, el exceso de luminosidad estimula la glándula pineal, la que está entre el cerebro y el cerebelo. “Algunos le dicen el tercer ojo”, dice mientras se señala el entrecejo. “Es una glándula fotogénica, se activa con la luz. Y cuando esa glándula tiene exceso lumínico produce melatonina. Es una endorfina, un estimulante que produce el cuerpo. Si te quedas aquí tres días, comienzas a caminar a cámara lenta. Estás como dopado”, se ríe. Dice que los vecinos del pueblo ya están acostumbrados, pero cuando una persona permanece más de tres días entre sus montañas, empieza a perder la noción del tiempo. “Aquí nos movemos a otro ritmo porque estamos relajados”.

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Lo cierto es que el forastero tampoco se puede relajar mucho mientras pasea por las calles de este pueblo, aunque el ambiente invite a ello. Tansformado durante cuatro siglos, la realidad es que Villa de Leyva presume de tener un proyecto urbanístico del siglo XVI. La imponente Plaza Mayor de 14.000 metros cuadrados, en el centro del pueblo, está completamente empedrada. Las piedras se colocaron hace apenas 70 años por recomendación de una Universidad porque encontraron huellas de calles similares. Y se colocaron de nuevo bloques de canto rodado, los que proceden de un río, esos que son irregulares y redondos por el movimiento y la quebrada. La apariencia es sin duda muy singular, pero el que no está acostumbrado a caminar por ahí corre un serio peligro de sufrir una fractura. “Es curioso, la gente de aquí sabe perfectamente quién no es de fuera, porque camina siempre mirando el suelo”, explica Enrique, que añade que ese empedrado es como el apellido de sus habitantes, forma parte de su idiosincrasia y no quieren ni modificarlo ni cambiarlo. 

Tampoco han querido retocar las normas urbanísticas del pueblo, que están vigentes desde el siglo XVI. Nadie puede construir casas de más de dos pisos, las puertas y ventanas tienen que ser de madera y los colores, acorde, nada de improvisaciones: solo se permiten el rojo, el verde, el marrón y el azul, y el blanco para las fachadas. “Y si no te agrada te vas a quejar al mono de la pila”, se ríe Enrique, con esa expresión popular que significa que si no te gusta, te aguantas. Lo cierto es que todo el conjunto hace de Villa de Leyva un sitio con clase, elegante, luminoso y tranquilo. No hace falta ir al mono de la pila. Porque además la melatonina ya empieza a hacer efecto. 

FOTOGRAFÍAS: ÁNGEL COLINA

21 ago 2015

Carta a cinco héroes ruteros

Por:

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Queridos expedicionarios. Esto está escrito desde vuestro pasado, pues no lo podréis leer hasta que lleguéis a casa, dentro de una semana. Tenéis que ser conscientes de lo que habéis hecho en el Cañón de Chicamocha, segundo más largo del mundo después del Colorado. Estaba claro que os enfrentábais a la etapa reina de la expeción, lo sabíais y os habían mentalizado para ello. Para empezar, Luna, siempre con una claridad meridiana, os avisó la noche anterior de que la jornada iba a ser dura, más que la de Tayrona, en la que  muchos llegaron al límite de sus fuerzas, agotados física y  mentalmente, sobretodo porque la selva venía aderezada con una buena dosis de humedad y calor. En esta ocasión la humedad desaparecía de la ecuación, pues nos encontrábamos en un clima seco, donde el calor… ay, el calor… quién os iba a decir lo que tendríais que aguantar. Más de 40 grados, sin ninguna sombra y 8 horas casi sin descanso durante la caminata.  

Marío, un exigente futuro médico de Madrid, Carmen, una estudiante de Bellas Artes con un talento exquisito, Jorge, otro estudiante de Medicina de sonrisa perenne de Valencia, Mariana Nicol, una boliviana con una timidez cautivadora y amante de la arquitectura y Nicole, futura abogada y periodista panameña, una auténtica esponja de conocimientos. Cinco chicos entre los 140 que hicísteis esta marcha, cada uno con condiciones físicas diferentes pero todos con algo claro: el poder de la mente que todo lo puede.

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A las cinco de la mañana os pusisteis en marcha. Desayuno, botas, mochila y agua, mucha agua. El secreto estaba en hidratarse bien durante todo el camino, pero no pensábais que la bajada costaría tanto. Es verdad que el paisaje de  esta maravilla de la naturaleza de108.000 hectáreas era imponente, pero el trayecto estaba tan empinado y tan lleno de piedras, plantas llenas de espinas y una especie de tierras movedizas, que era difícil pararse a mirar el horizonte. De las 85 rutas que hay disponibles, la organización eligió cruzar el cañón descendiendo por Villa Nueva hasta Jordán Sube para después ascender desde ahí hasta el pueblo Mesa de los Santos. En total 16 kilómetros.

Durante las cuatro primeras horas de bajada pronunciada tuvísteis que tener cuidado especialmente con los gemelos, las articulaciones y los tobillos, sensibles en este terreno a los esguindes. Eso, y los golpes de calor. Que fueron más de uno. Visteis cómo algunas compañeras desfallecían sin poder dar un paso más y notábais cómo, a las tres horas de caminata, los pies iban solos, sin pensar, mientras la cabeza estaba a punto de estallar por la insolación. En ese momento las piernas empezaron a temblar, y como consecuencia, dejaron de hacer caso a las pocas órdenes que todavía daba el cerebro.

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La parada en el río fue revitalizante. Un poco de agua en el cuello, en la cabeza, y para adelante. Todavía quedaba una hora para llegar a la mitad del camino, y las fuerzas espezaban a fallar. De hecho, un par de todoterrenos tuvieron que llegar al rescate de tres expedicionarios, que se habían quedado sin energía y las piernas ya no les respondían. Descender por el cañón era como estar en una olla a presión, con el sol en pleno rendimiento. Ni una nube, ni una sombra. Una auténtica pesadilla a más de 40 grados.

Cuatro horas después llegásteis a Jordán Sube, un curioso pueblo fundado en 1830 que tiene apenas 13 casas y 40 habitantes, ninguno de ellos nacido allí, porque ni hay médico, ni hay bomberos, ni ningún servicio que se le parezca. Tener hijos equivale a ser previsor. Lo mismo pasa con cualquier urgencia médica, pues para encontrar un centro sanitario debes coger un vehículo, recorrer un camino zigzagueante entre montañas y llegar al destino más de dos horas más tarde. No es de extrañar que la mayor partida presupuestaria esté destinada para la gasolina, necesaria para activar cualquier protocolo de huida hacia arriba.

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La plaza del pueblo os reunió, doloridos. Parecía un hospital militar, donde se empezaban a contar las bajas. Comísteis, algunos más que otros, algo que pagaríais después en la subida. Vosotros cinco seguísteis para adelante. Ni una duda. Aquí se había venido con un objetivo. Que se lo digan a Jorge, el valenciano, que llevaba preparándose meses para este momento. Así que os pusísteis detrás de Luna y tras casi una hora de receso, empezásteis una subida que nunca olvidaréis. Si os habían contado que era dura, era peor. En el primer repecho algunos se quedaron rezagados, y tuvieron que volver al pueblo. Pero la mayaría del grupo siguió para adelante, a pesar de los vómitos, los lloros, las piernas que no respondían.

Ese fue el momento en el que el grupo se fundió. Ya no había jóvenes, monitores, periodistas y gente de la organización. Todos, como si fueran uno, empezásteis a intercambiaros las mochilas, a equilibrar pesos, a dar ánimos, a empujar, en definitiva, con simples palabras al que desfallecía a vuestro lado.

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Debéis saber que la organización de la Ruta BBVA se pensó bastante lo de subir la edad de la expedicionarios, que ha pasado este verano a los 18-19 años. Con la mayoría de edad sois más críticos, más exigentes, menos impresionables. Pero también más maduros y más coherentes. Y en esta caminata habéis cumplido las expectativas con creces. Al llegar a Mesa de los Santos la explosión de alegría fue incontenible. Muertos de cansancio, algunos saltábais, otros os abrazábais y todos, sin excepción, reíais. Por lo que fuera, pero reíais. Al final, qué curioso, os habíais sorprendido vosotros mismos.

El regalo del día lo tuvísteis en un nuevo descenso del cañón, pero más rápido y menos sacrificado: un viaje de 30 minutos en teleférico. Justo la guinda para contemplar bien, ahora sí, lo que vuestras piernas habían recorrido. Un suspiro. Dos. Parecía mentira que lo hubiérais hecho. Y ahora recibís presisamente vosotros esta carta. Pero la razón no puede ser más clara: representáis a todos los chicos que a simple vista parecen normales y no lo son. 

FOTOGRAFÍA: ÁNGEL COLINA

19 ago 2015

Comer hormigas culonas en el balconcito al cielo

Por:

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Dicen que Barichara es un balconcito al cielo. No hay registros oficiales de que alguien haya conseguido tocar las nubes desde este pueblo colombiano de 16.000 habitantes, pero lo cierto es que cuando paseas por sus calles empedradas lo haces dentro de una obra de arte. Mantiene cierto señorío con sus balcones coloniales, todos perfectamente alineados, y destacan sus techos de teja de barro y tapias pizadas. Cada piedra, tallada individuallemente, ha pasado por la mano de un artesano, al igual que sus casas, también construidas a mano y fabricadas con materiales vivos como la arcilla y el bareque. Pero lo que realmente vende en Barichara es el bendito silencio, que de tanto que calla resuena por dentro.

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No es extraño que el boca a boca haya extendido la belleza de este lugar paradisiaco de Colombia, donde la Ruta BBVA se ha instalado para adentrarse en el Cañón de Chicamocha. Al año unos 300.000 personas buscan en este pueblo fundado por el español Francisco Pradilla y Ayerve en 1705 la tranquilidad y el sosiego que desprenden con sus charlas los patiamarillos, como se les llama a los baricharas por tener los pies impregnados de colores anaranjados cuando van descalzos por estas tierras tan cálidas, donde la temperatura es suave, seca, sin la sensación pringosa de la humedad pasada.

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No muy lejos de Barichara, a algo más de una hora en autobús, San Gil, la ciudad pionera de los deportes extremos, ha recibido a los expedicionarios para despertarles de tanta paz. Con chalecos, cascos, y remos en manos, los chicos se han metido en los rápidos del río Fonce donde han vivido un subidón de adrenalina entre subidas, bajadas, tragos de agua y de nuevo, vuelta a empezar. Una previa para la marcha de 16 kilómetros que mañana emprenderán los expedicionarios por el Cañón de Chicamocha a pleno sol y con un descenso y posterior ascenso de 800 metros de desnivel.

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Toda una experiencia que rematarán con lo más exótico del luegar, que en este caso se encuentra en la mesa: las hormigas culonas, una delicia con sabor a kiko o piel de pollo tostado. Cuentan los locales que los indígenas guanes vivían hace tiempo de la pesca, pero cuando se quedaron sin ella optaron por este insecto por su contenido proteico. La verdad es que el ritual tiene su miga. Para empezar hay que cogerlas una a una, quitarles el pico, las patas y las alas, y asarlas todas juntas a fuego vivo con sal o mantequilla. Aunque parezca mentira este plato causa furor por estos lares. De hecho, hace un tiempo un barichero decidió abrir un restaurante al que nombró Color de hormiga, cuya especialidad era, obviamente, las hormigas culonas, servidas con arroz, huevos fritos, pollo o cualquier cosa que se le ocurriera. Hasta tenía salsa de hormigas. El caso es que el dueño, harto del éxito que despertó el local, decidió cerrar. Y es que resulta que es verdad que en este balconcito del cielo lo que prima es la tranquilidad.

FOTOGRAFÍA: ÁNGEL COLINA

17 ago 2015

Entre Aracataca y Macondo, el origen de todo

Por:

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Un calor húmedo y asfixiante te atrapa en Aracataca, donde el ritmo pausado caribeño te invade el cuerpo y el sopor se adueña de tu cerebro. Lo más asombroso de todo es que por lo visto todavía puede ser peor. Dicen los paisanos que los visitantes disfrutan estos días de una tregua con el tiempo. Ellos lo llaman fresco mientras tu te derrites literalmente medio cobijado en cualquier sombra. Ahí es cuando te das cuenta de que has entrado de lleno en el realismo mágico de Gabriel García Márquez. Bienvenidos a Macondo, el origen de todo.  

En este municipio de 50.000 habitantes donde parece que se ha detenido el tiempo, nació (1927) y creció el Nobel de Literatura colombiano. Cada esquina, cada casa, el río contaminado donde todavía se bañan los niños o el polvo de las calles cuando pasan motocarros de hace 60 años te sumergen en sus libros sin necesidad de hacer el recorrido obligado del literato. "Me siento latinoamericano de cualquier país pero sin renunciar nunca a la nostalgia de mi tierra: Aracataca, a la cual regresé un día y descubrí que entre la realidad y la nostalgia estaba la materia prima de mi obra", se lee en un mural que pintaron en el pueblo en 2007, el año en que Gabito regresó de visita para celebrar sus 80 años.

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Tras su muerte, en abril del año pasado, la ciudad se ha volcado en convertir las calles destartaladas y los lugares más emblemáticos en el mismo Macondo, el nombre que el premio Nobel eligió para el pueblo de la familia Buendía en Cien años de Soledad, un nombre que procedía de letrero que colgaba de una finca ubicada en el área bananera. Tanto es así, que reclaman a la viuda de García Márquez parte de sus cenizas para hacer un mausoleo en la Casa-Museo del escritor justo después de que Mercedes Barcha y sus hijos decidieron ceder a Cartagena de Indias los restos del escritor. “Vamos a hacer una caminata en el pueblo la próxima semana, con prensa incluida, para manifestarle a Doña Mercedes que estamos muy interesados en que nos de una parte de esas cenizas. Esperamos que la familia sea consciente y nos de ese honor”, explica el alcalde del municipio, Thufith Hatum. Y es que, según el regidor, tener parte de esos restos en Aracataca “sería un atractivo turístico para el municipio”.

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“Aquí, en el parque Simón Bolívar, se va a construir una estructura arquitectónica que se va a llamar Parque de hielo de Macondo. Era uno de los sueños de José Arcadio Buendía para mitigar el calor. Lo importante es que la gente quiere ver plasmado en la realidad todo lo que lee en Cien años de soledad”, explica Hatum. Así que para dar gusto al visitante, el recorrido mágico para encontrar Macondo pasa por la Casa-Museo del escritor, donde uno se imagina a la misma Úrsula Iguarán charlando con los viajeros a los que tanto le gustaba atender. La casa del telegrafista, donde trabajaba su padre y hoy está en plena restauración y la escuela Montessori, en la que cursó sus primeros estudios. O por el ferrocarril, hoy en día con 170 interminables vagones, que te traslada al momento en que José Arcadio Segundo consigue salir con vida de un tren lleno de muertos. Así es como García Márquez incluye en sus libros los días en los que los mandamases de la United Fruit Company organizaron la matanza bananera que asoló Aracataca en 1928. Silenciada, como en el libro, para no alentar la rabia de los sindicalistas de todo el país, pasó a la historia como una anécdota y en el lugar se sumió la sombra del silencio.

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"Gabo dejó de ser de Aracataca y pasó a ser un personaje mundial", asume Hatum, que sí que espera que con cenizas o sin ellas el lugar del escritor se convierta en el "epicentro" de ese tour turístico que también incluiría a Santa Marta y Cartagena. “Él es nuestro pasaporte”, dice Glanis, una mujer de mediana edad que pasea junto a su hijo y explica que allá donde va le abren las puertas cuando dice que llega de Aracataca. Gabo abrió puertas y ventanas, e hizo sentir orgullo a todos los cataqueros, “y eso nunca lo olvidaremos”. “No creo que volvamos a ver uno igual que él”, sonríe el director de la Biblioteca de Mercedes la Bella mientras sella libros del Nobel para los visitantes con el logotipo del centro público. Los cataqueros saben que el principal atractivo de su ciudad, hoy sumida en una irremediable decadencia, viene por los versos de Gabo. El resurgir, quizá, puede ser mágico. Aunque no haya jóvenes que asciendan a los cielos envueltas en sábanas blancas o bebés que nazcan con cola de cerdo, lo cierto es que todos los caminos de Aracataca te llevan a Macondo.

FOTOGRAFÍA: ÁNGEL COLINA

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Caminar por Santa Marta es literalmente un viaje al pasado. La ciudad colombiana mantiene en su espítritu decadente y virgen el encanto de una región poco explotada por el turismo, llena de cuadras estrechas ordenadas exclusivamente por números, paredes desconchadas y gente amable. Dicen que hay que tener cuidado cuando se pasea por Santa Marta, es verdad, pero lo cierto es que esa realidad de insguridad no la han vivido los expedicionarios de la Ruta BBVA, que se han alojado en la Quinta San Pedro Alejandrino, la hacienda fundada en 1608 en la que el Libertador de América Simón Bolívar pasó sus últimos días, en 1830.

Los jóvenes se han adentrado en la historia del político y militar venezolano en este emplazamiento histórico, al que llegó en un ambiente de guerras en diferentes países de América del Sur, y tras un intento de asesinato en Bogotá. Entonces Bolívar declaró la ley marcial en Colombia, sustituyendo las autoridades civiles por militares. Todo esto originó una ola de persecuciones políticas al que llegó gravemente herido y con la intención de exiliarse a Europa, un viaje que Gabriel García Márquez reacrearía después en ‘El general en su laberinto’.

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Pero Santa Marta esconde un hito colombiano más actual del que todo el mundo se enorgullece: aquí nació Juan Carlos Pibe Valderrama, el futbolista colombiano de los años 90 de melana rizada y rubia que militó en el Valladolid durante un año. Aquí decir Pibe es mentar al Maradona colombiano, el que renovó la ilusión de un país apasionado por el fúbtol. “Yo no tengo equipo. Soy de todos por los que haya pasado el Pibe”, dice Elbert, un samario de unos 40 años que dentro del estadio de Unión Magdalena, el equipo que le vio nacer en el futbol explica cómo creció su ídolo futbolístico.

En frente del campo, que se reconstruirá “si hay plata” a partir del 1 de enero para acoger los juegos bolivarianos, una estatua de futbolista de más de dos metros de alto da la bienvenida a los turistas y a los paisanos, que también son muchos los que se acercan a fotografiarse junto a ella. “Es un héroe nacional” , dice Elías, un amigo de Elbert que mira la escena, tantas veces repetida. Ahora, admite, les ilusinan James y Falcao, aunque más este último, que también nació en Santa Marta, en el barrio de la Bastida. Pero ninguno despierta la pasión que en su día levantó el Pibe.

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La estatua de Valderrama. / B. F.

A unas cuantas cuadras, en el barrio Pescaíto donde creció Valderrama, un grupo de jóvenes descalzos de 16 años juega en un rondo a pasarse la pelota en mitad de una calle. Alguno de ellos hasta tiene técnica. Se llama Ronaldo, tiene 16 años y curiosamente sus ídolos son Ronaldinho, Iniesta y Busquets. Milita en la la categoría juvenil del Unión Magdalena, y su sueño sería fichar algún día por el Barcelona. Enfrente, Jorge, también de 16 años, juega en el Nacional de Medellín y simplemente quiere triunfar.

En esas mismas calles, haciendo lo mismo, Valderrama tocaba la pelota junto a sus amigos ante la queja de su madre Juana, que siempre le decía que se estuviera quieto con la pelota. Una vecina lo recuerda como si fuera ayer. Y asegura que a veces el ídolo se pasea por las calles de este barrio pobre de calles medio derruidas en el que todavía vive su padre, que también se llama. Este hombre, al que definen sus vecinos como “encantador”, huye de la puerta de su establecimiento en cuanto ve a lo lejos a gente de fuera. “Está harto de que le fotografíen”, cuentan sus vecinos, entre risas. Por lo visto lo único que quiere es vivir en paz en el barrio de toda su vida, del que se negó a salir a pesar de que el Pibe quiso comprarle una casa fuera de allí. “Son gente sencilla. Cuando el chico viene por aquí nos saluda como siempre , va por aquí y por allá como hacía antes. No ha cambiado mucho”, dice.

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El negocio del padre del 'Pibe', en Pescaíto. / B. F.

Por lo pronto, el eterno 10 de la selección colombiana sigue ligado a su ciudad y a su barrio y se comprometió con los samarios a principios de agosto para gesionar un polideportivo en Pescaíto. “El deporte es salud, es bienestar y sirve para que los niños no vayan por mal camino”, dijo, lamentando que las jóvenes promesas tengan que irse de la ciudad para poder seguir creciendo profesionalmente. Su punto de partida, el barrio que le vio crecer, y que todavía lo idolatra.

FOTOGRAFÍAS: ÁNGEL COLINA

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Cuando Jesús Luna se pone al frente de una expedición no hay opción para el fracaso. Es el jefe de campamento de la Ruta BBVA y es un tipo, como diría él, sin igual. No es fácil ser un líder sin mácula, respetado sin levantar la voz, admirado y querido por unanimidad. Ayer volvió a encabezar una de esas marchas que dejan huella por lo complicado del trayecto, en esta ocasión con el calor y la humedad como principales enemigos. Objetivo: atravesar la selva del parque nacional de Tayrona para llegar a Pueblito, un enclave arqueológico a 300 metros sobre el nivel del mar donde adentrarse en los conocimientos del pueblo indígena de los kogui. En total, 29 kilómetros recorridos en 12 horas. Pero no se trataba de andar por andar. Aquí se viene a sufrir con un plan. Empaparte, nunca mejor dicho, de conocimientos. Y Luna es como Hannibal en El equipo A, le encanta que los planes siempre salgan bien.

“Es importante que los chicos contacten con los grupos indígenas, con la gente que ha vivido aquí y tiene su cultura. Los kogui entienden que son el corazón del mundo. Su visión del universo es que deben hacer rituales y comportarse de determinada manera para mantener un equilibrio con la naturaleza. Eso es un aprendizaje muy interesante porque nosotros hemos tardado 2.000 años en darnos cuenta de que las cosas tienen que ser sostenibles”, explica este profesor de educación física de 50 años, 23 de ellos al frente del campamento de esta especie de ruta iniciática para la vida. Y los pasos para una buena marcha los tiene bien aprendidos. Primero, nunca deja nada al azar. O al menos intenta tener todo siempre atado para improvisar sobre el terreno lo menos posible. Así que unos meses antes de comenzar esta Ruta se plantó en el Tayrona, palpó el terreno, estudió las mejores opciones y primó siempre la seguridad. Es como un viejo lobo de mar, pero de viejo solo tiene la sabiduría y va alternando el mar. Del lobo, la tranquilidad. Es sigiloso, atento, de los que mira a los ojos y siempre encara de frente.

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Así que la marcha salió ayer a la hora prevista tras todos los preparativos previos, que no son pocos. Era uno de los grandes días de este viaje por Colombia. Al frente, Luna, walkie talkie en mano. Como es habitual en cada caminata, antes de partir siempre divide al grupo en tres: los águilas, el grupo de chavales más lento, los cóndores y los jaguares, que caminan en ese órden para mantener el grupo de casi 200 personas lo más unido posible durante todo el trayecto. Entre medias de semejante columna humana, los 12 monitores y el equipo médico se colocan estratégicamente y se comunican con él para informarle de todo lo que pueda pasar. Si una chica desfallece por el cansancio y el calor sofocante, si otro se ha torcido el pie o si alguno tiene naúseas. Luna, siempre al frente, controla el pelotón, da instrucciones precisas en cada caso y a la vez, con una tranquilidad pasmosa, señala que a la izquierda podemos ver unos chimpancés titís, característicos de esta parte de Colombia, apostados en las ramas de un enorme guaimarón, o previene de la presencia de una serpiente morena, muy peligrosa por su picadura, o, machete en mano, facilita el camino del que llega detrás. Verlo trabajar es un lujo, pues en medio de la naturaleza reúne, curiosamente, las características del águila, el cóndor y el jaguar.

“El verdadero líder de todo esto es Miguel (de la Quadra-Salcedo). Él vive para esto, es su proyecto de vida y a mí me encanta pensar que estoy junto a él. Hubo un día en que me subí en una especie de alfombra voladora con la Ruta y desde entonces no me he bajado gracias a él, a la confianza que siempre me ha demostrado y es algo que verdaderamente me ha cambiado la vida”, dice Luna, que conoció a su mujer en esta especie de “telenovela rutera”, con la que ha tenido tres niños, la última de 9 meses, de nombre Darién, la selva panameña en la que estuvo hace dos veranos. “Me marcó mucho aquel viaje y decidí que mi siguiente hijo se llamaría así”, sonríe.

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Lo cierto es que que la Ruta le ha marcado en todos los sentidos. Hace unos años notó que estaba “incompleto” cuando viajaba por toda Latinoamérica y se puso a estudiar antropología. “Me interesaba mucho entender las otras culturas que visitábamos, y creía que así podía ayudar mejor a los chicos”, explica. Mientras, su otro eje vital gira en torno a su otro trabajo, el de lidiar en el instituto Villaverde Bajo (Madrid) con jóvenes problemáticos, con pocas aspiraciones vitales o metidos en bandas callejeras. "Llevo trabajando en ese centro 12 años. Para mí es un reto. Es verdad que podía haber pedido el cambio a otro instituto como han hecho otros, y con razón. Porque hemos pasado años muy malos en los que entrar por la puerta principal te exponía a recibir insultos, lanzamientos de sillas... de todo. Pero no hay que tenerles miedo y hay que ir de frente. En realidad no son mala gente, solo hay que entenderlos, porque muchos tienen unas situaciones en casa deprimentes. Algunos hasta vienen medicados. En el momento en el que te relacionas de igual a igual, te interesas por sus tribus, sus cosas, algo cambia. Se les puede ayudar, pero hay que intentar hacerlo. Lo malo es que la educación en España está fatal, está infravalorada, y así nos va", explica Luna, un optimista sin remedio, y sin ganas de tenerlo, porque para ayudarles, por ejemplo, se llevó a su clase a esquiar nada menos que junto a su familia, y se lo agradecieron todo el año. Conectó con ellos. Y le reforzó. "Para empezar hay que darles cariño". 

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Ahora, además, intenta ordenar todas las aventuras que ha vivido en la Ruta en un libro que lleva escribiendo desde hace un año. Cada día, durante el trayecto de 45 minutos en autobús desde su casa al instituto saca su libretita y va enlazando ideas, recuerdos, anécdotas. Quiere tenerlo listo para las próximas navidades. “Un día me di cuenta de que después de tanto tiempo muchas anécdotas empezaban a emborronarse y no quería que eso pasara”, explica. Así que sacó del baúl de su memoria el momento en el que se vio cara a cara con un tiburón en Panamá, el día que una corriente marina puso en peligro a parte de una expedición en Paraguay o el que conoció a Tepeña Omenenga, un chico indígena que salió del Amazonas por primera vez para ser expedicionario y ambos se unieron para siempre.

23 años de momentos que no quiere olvidar y que siempre culminan, en cada edición, en una entrega de diplomas en la que Luna es, por norma, el más ovacionado por los chicos, marcados de por vida por este hombre pequeño y delgado, que por lo general, metido en la vorágine de las decisiones, coordinaciones y eventos pierde una media de 10 kilos en cada Ruta. En ese momento del griterío, él, algo tímido, decide  mandarles callar, se pone la mano en el pecho y mira a Miguel, su maestro: “Esto va por ti”.  

FOTOGRAFÍAS: ÁNGEL COLINA

 

 

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Joana (derecha) y su amiga Natalia. / B.F.

A Joana le cambió la vida hace un año y medio, justo cuando nació su primer y único hijo. Entonces tenía 19 años, un futuro por delante embarrado por las drogas, un novio delincuente y una actitud que ella misma define de “muy violenta”. Dice que estaba enfadada con el mundo. Todo parecía que se confabulaba contra ella y lo pagaba con todo aquel con el que se cruzaba. “Arriesgué todo por mi pareja y solo me trajo fracasos personales”. Al quedarse embarazada, Joana dejó de consumir y como consecuencia, de compartir lo único que le unía a su pareja. Poco después, vio cómo él acabó arrastrado sin remedio a la cárcel y su mundo se fundió a negro. No lo sabía entonces, pero lo cierto fue que ese “bombo” que desbarató toda su vida le dio la oportunidad de empezar a ver un poco de luz. Procedente del barrio Olaya, uno de los más deprimidos de Cartagena, Joana echó la inscripción en la Fundación Juan Felipe Gómez Escobar, que ayuda a adolescentes y jóvenes embarazadas de bajos recursos a labrarse un futuro mejor. Y el fundido pasó de negro a gris cuando aceptaron su inscripción.

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Cuando llegas a Cartagena te recibe con todos los honores la calentísima. Es curioso, porque llegar a Colombia con la calentísima de brazos abiertos significa que estás en pleno invierno. Es una manera jocosa que tienen los mismos colombianos de hablar de sus dos estaciones: el verano, que es caliente, y el invierno, que excede todo lo relacionado con lo caliente. La máxima marca en los termómetros 32 grados y un chorreo constante de humedad. Cuando hace sol, te abrasa. Pero ojo, que si se pone a llover, más vale refugiarse rápido en cualquier sitio porque de las dos gotas de nada se pasa en segundos al tormentón del siglo, que, eso sí, puede durar tan solo 20 minutos. Es el Caribe, qué te puedes esperar.

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08 ago 2015

La aventura de la ruta por España llega a su fin

Por:

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Después de estar varios días descubriendo España y algunas de sus ciudades más históricas como Toledo, Ávila o Santiago de Compostela, donde llegamos disfrutando de varias etapas del camino de Santiago tradicional, ahora llega el momento de cruzar el charco y llevar nuestra aventura a nuevos horizontes.

El último día de la jornada por España es el escogido para poder unir las dos aventuras, la española y la colombiana con un punto en común, en este caso, “Aventura en el país de las Esmeraldas”.

Para poder entender el trasfondo histórico de esta ruta BBVA 2015 nos reunimos en la plaza de Colón de Madrid, frente a la estatua de Blas de Lezo, donde los ruteros reciben la visita de Miguel de la Cuadra Salcedo para explicarles la importancia de la figura, su significado para la ruta y desearles una gran aventura por Colombia.

Blas de Lezo, como una gran figura de la historia española, resistió frente a la armada inglesa en Cartagena de Indias, Colombia,  a pesar de sus dificultades pero siempre con la intención de defender su legado.

La figura de Miguel de la Cuadra Salcedo, alma mater de esta aventura rutera, en plena plaza de Colón significa uno de los mejores momentos para los protagonistas de la ruta, que le ofrecen como agradecimiento y como bienvenida tras la etapa española, con una gran pieza de música.

 “La Conquista del Paraiso” de Vangelis de 1492, sin duda, no podía ser otra la música para este momento en el que damos la bienvenida a la aventura rutera por Colombia, con la entrega de un ramo de flores por parte de nuestros ruteros a la figura de Blas de Lezo.

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Hemos vuelto al punto en el que comenzamos el 25 de Julio, tras una intensa experiencia por España, en la que todos los momentos y todos nuestros protagonistas nos han dejado una vivencia y una experiencia únicas.

Pero esto no queda aquí, ahora la experiencia sigue, desde el otro lado del mundo todavía quedan muchos días, aventuras, esfuerzos y satisfacciones que vivir en la Ruta BBVA 2015 a la conquista de las Esmeraldas...

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El País

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