En Villa de Leyva parece que han encontrado el secreto de la eterna juventud. Lo tiene entre sus manos Enrique, un colombiano nacido en Bogotá que vive en este pueblo que se encuentra a 160 kilómetros de la capital. Tiene 62 años pero aparenta 40 y habla de este sitio, donde nació su madre y que conoce como la palma de su mano, con una pasión y una sabiduría muy poco común. Asegura que su aspecto lozano tiene que ver con su vida sana y tranquila. Sin más secretos. Pero te da pistas cuando desgrana los entresijos de este pueblo de 18.000 habitantes que en 1954 fue nombrado Monumento Nacional por el presidente Pinilla.
Tiene un clima mediterráneo y seco, pero lo más curioso es que al sur, a unos 50 kilómetros, topa con un desierto de lecho marino. Eso significa que el suelo que ahora se pisa era mar hace 100 millones de años. Y por eso se encuentran multitud de fósiles. La ventaja es que no hace falta escarbar mucho, pues están en la superficie. Un día vas paseando y te encuentras con restos de cronosaurios, como si tal cosa. El caso es que hay mucho componente calcáreo en esta zona, y todos los sedimientos marinos tienen unas propiedades muy diferentes a las que se encuentran en zonas continentales. Es un suelo más rico en minerales que absorbe el agua con mucha facilidad y también se evapora más rápido.
Esto quiere decir que el agua no permanece casi en la atmósfera, por lo que ésta es más transparente que en zonas húmedas. “Aquí no tenemos ese efecto invernadero, y tenemos más luminosidad, con un clima seco, de unos 18 grados”, explica Enrique, que dejó su trabajo de publicista en Bogotá porque necesitaba cambiar de vida, volver a sus orígenes. Allí había probrado de todo. Hizo un posgrado en dramatugia y dio clases en la universidad, pero se dio cuenta de que su cuerpo le pedía más paz, más sosiego y no se le ocurrió mejor sitio que Villa de Leyva, donde la luz te proporpociona melatonina natural.
Según Enrique, que hace 19 años se recicló y abrió una oficina de turismo en el pueblo de su madre para poder compartir todos sus conocimientos de la zona, el exceso de luminosidad estimula la glándula pineal, la que está entre el cerebro y el cerebelo. “Algunos le dicen el tercer ojo”, dice mientras se señala el entrecejo. “Es una glándula fotogénica, se activa con la luz. Y cuando esa glándula tiene exceso lumínico produce melatonina. Es una endorfina, un estimulante que produce el cuerpo. Si te quedas aquí tres días, comienzas a caminar a cámara lenta. Estás como dopado”, se ríe. Dice que los vecinos del pueblo ya están acostumbrados, pero cuando una persona permanece más de tres días entre sus montañas, empieza a perder la noción del tiempo. “Aquí nos movemos a otro ritmo porque estamos relajados”.
Lo cierto es que el forastero tampoco se puede relajar mucho mientras pasea por las calles de este pueblo, aunque el ambiente invite a ello. Tansformado durante cuatro siglos, la realidad es que Villa de Leyva presume de tener un proyecto urbanístico del siglo XVI. La imponente Plaza Mayor de 14.000 metros cuadrados, en el centro del pueblo, está completamente empedrada. Las piedras se colocaron hace apenas 70 años por recomendación de una Universidad porque encontraron huellas de calles similares. Y se colocaron de nuevo bloques de canto rodado, los que proceden de un río, esos que son irregulares y redondos por el movimiento y la quebrada. La apariencia es sin duda muy singular, pero el que no está acostumbrado a caminar por ahí corre un serio peligro de sufrir una fractura. “Es curioso, la gente de aquí sabe perfectamente quién no es de fuera, porque camina siempre mirando el suelo”, explica Enrique, que añade que ese empedrado es como el apellido de sus habitantes, forma parte de su idiosincrasia y no quieren ni modificarlo ni cambiarlo.
Tampoco han querido retocar las normas urbanísticas del pueblo, que están vigentes desde el siglo XVI. Nadie puede construir casas de más de dos pisos, las puertas y ventanas tienen que ser de madera y los colores, acorde, nada de improvisaciones: solo se permiten el rojo, el verde, el marrón y el azul, y el blanco para las fachadas. “Y si no te agrada te vas a quejar al mono de la pila”, se ríe Enrique, con esa expresión popular que significa que si no te gusta, te aguantas. Lo cierto es que todo el conjunto hace de Villa de Leyva un sitio con clase, elegante, luminoso y tranquilo. No hace falta ir al mono de la pila. Porque además la melatonina ya empieza a hacer efecto.
FOTOGRAFÍAS: ÁNGEL COLINA
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