El chicle fue un descubrimiento maya. En la época prehispánica lo conocían como sicté ya'. Lo utilizaban en ceremonias, para limpiar la dentadura, producir saliva o mitigar la sed. Entonces no sabía a nada. En el siglo XIX, Thomas Adams, un traductor que acompañaba al Ejército mexicano, se dio cuenta de que los soldados mascaban una goma insípida. Decidió echarle azúcar y la comercializó. Ahora se consume por su sabor. No tiene una función específica, pero se venden miles de toneladas al año. La mayor parte de ellas tienen origen sintético y proceden de productos derivados del petróleo. En el Yucatán son prácticamente una excepción. Aquí tienen el único chicle orgánico del mundo, explica orgulloso Gerardo A. Ramírez, gerente del Consorcio Chiclero, que aglutina a 2.000 socios que se juegan la vida por subir a los árboles y extraer la resina con la que se elabora el chicle.
Manuel Pech chiclea desde hace 31 años. Ahora tiene 43 y vive en Tres Garantías, un pueblo en el que ya su padre se dedicó a esto. Y su abuelo. Y su bisabuelo. Allí, en un campamento chiclero, pasó la noche la expedición. Los ruteros vieron cómo Pech desafiaba la gravedad y trepaba un chicozapote, el árbol del que se extrae el chicle. Con solo 12 años comenzó a hacerlo y ya es todo un experto. Llega a elevarse unos 12 o 15 metros —de los 40 que puede llegar a medir el árbol—. Su único equipo son unas botas, unos hierros en forma de gancho que se coloca en los pies, una soga y un machete. Nada de arneses. "Este trabajo es muy bonito, pero peligroso. Hay gente que se lastima, que se corta o que se cae", cuenta. Una vez él mismo se cayó desde una altura de ocho metros. Se rompió una muñeca y se fracturó una vértebra. Tuvo más suerte que otro compañero, que se quedó en silla de ruedas tras otra caída.
La elaboración de chicle se reduce a la temporada de lluvias, especialmente entre octubre y enero. El resto del año, los trabajadores realizan otras labores, como la agricultura, la ganadería o la apicultura. "Esta actividad nos permite tener un sobresueldo y mayores ingresos. Además, es sostenible, porque el árbol no muere, sino que tarda un promedio de siete años en cicatrizar y después se puede volver a extraer nuevamente el látex", explica el gerente del Consorcio Chiclero, que aglutina a 46 cooperativas, todas las que producen chicle. Ramírez es ingeniero agrónomo. Defiende con vehemencia su producto, el chicza, que ya exporta a 26 países. En Europa, el principal consumidor es Alemania y después, Italia. También llega a España.
Los chicleros saben descifrar los árboles. Conocen sus cicatrices y no necesitan marcarlos para saber si pueden trabajar un chicozapote o deben seguir esperando hasta poder hacerlo. Comienzan a hacer cortes en diagonal de abajo hacia arriba. Trepan ayudados de ganchos en los pies y una soga con la que rodean el árbol. Así van trazando un camino por el que la resina se desliza hasta una bolsa situada en la base del tronco. Al día siguiente vuelven a recogerla. Después, filtran el contenido y lo cuecen. A los veinte minutos al fuego, comienzan a remover. El proceso dura unas dos horas. El siguiente paso es enfriarlo, amasarlo en forma de bola y depositarlo en un molde cuadrado que denominan marqueta. Ahí adopta esa forma de bloque. Esta es la materia prima, que también se exporta, a países como Japón o Singapur.
El consorcio se creó en 1993, con solo ocho cooperativas. "Fue un proyecto piloto encargado por el Gobierno del Estado, ya que se había registrado una caída en la venta de materia prima y quería que hiciéramos un análisis y una reestructuración. Ahora hemos crecido. En 2009 lanzamos los chicles. Tenemos varios sabores: menta, limón, canela, hierbabuena, frutos del bosque y tuti fruti. Aunque no todos estos llegan a Europa", detalla Ramírez. Pretenden seguir creciendo. "Lo que hemos hecho es eliminar intermediarios, de tal forma que llega más dinero a los chicleros", añade.
Manuel Pech pica unos siete u ocho árboles diarios en temporada de lluvias. Por cada uno de ellos obtiene entre seis y ocho kilos de resina. Por cada kilo, a su vez, recibe 70 pesos (unos 3,5 euros). Cuenta que pueden trabajar hasta 15 días seguidos, y que hay fines de semana en los que empiezan un viernes y terminan el domingo, con sus tres días y sus dos noches sin parar. En Navidad reciben un aguinaldo de cinco pesos por cada kilo recogido en la temporada. "Podemos recibir unos 1.500 pesos [poco más de 73 euros]". Aunque el esfuerzo físico es elevado, para él es una forma de que sus hijos puedan estudiar. Por lo pronto, uno cursa secundaria y el otro, bachillerato. Ninguno de los dos chiclea.
FOTOS: ÁNGEL COLINA
Hay 1 Comentarios
una increible experiencia, que lleno d e sueños y esperanza , al reunir tanta gente de distos lugares y a sus años, hay muchas cosas que no han cambiado, la nostalgia
Publicado por: javi rain | 30/05/2018 22:03:56