“Hoy vais a tocar el cielo, chicos. ¡Vais a tocar las estrellas!” Esa era la promesa de Jesús Luna, jefe de campamento de la Ruta BBVA, para animar a los expedicionarios a enfrentarse a la gran aventura de 2016: la subida al Mulhacén. El pico de la Sierra Nevada está a 3.478 metros de altitud sobre el nivel del mar.
La primera parte de la subida empezó a las 14h del sábado (23 de julio) y fue muy dura desde el principio. Al cabo de la segunda hora de caminata, dos ruteras, Ana Rísquez y Jessica Martínez, se encontraban mal. Ana no podía respirar y Jessica no tenía fuerzas para seguir. Las dos tuvieron que ir delante, de la mano de Luna, pero no desistieron. Es más, se animaban la una a la otra: “¡Venga! Si tú puedes, yo puedo”, decían. Y lo lograron. “Fue la primera vez en todos los años de la Ruta Quetzal que ningún rutero desistió de una marcha. Y ha sido una marcha dura”, presume Luna, quien había calculado unas 50 o 60 “bajas”.
Durante todo el día estuvo presente el recuerdo de la experiencia vivida en la cordillera Quehuisha (Perú), en 2014, a 5.170 metros sobre el nivel del mar. Los monitores y ruteros no dejaban de comentar aquella marcha, en la que un grupo de 80 expedicionarios se perdió al bajar la montaña y estuvo 30 horas caminando hasta encontrar el rescate. Desde entonces, todo el equipo de la Ruta lleva GPS y material extra de supervivencia, como mantas térmicas.
Tanto en el Quehuisha como en el Mulhacén, los expedicionarios se mantuvieron a salvo gracias a la experiencia y el cuidado de Luna y de los monitores que le acompañan. Cada año, el jefe de campamento recibe entre 300 y 400 currículos para seleccionar su equipo. Tras realizar duras pruebas de resistencia física y primeros auxilios (todos deben tener el título de socorrista), se quedan 10. “Nuestro trabajo es no permitir que nadie se quede atrás”, cuenta Raúl Plaza, uno de los monitores.
Cambio de ruta
A las 20h, los expedicionarios llegaron al Refugio de la Poqueira, donde acamparon, tapados con una capa térmica, forros polares y el saco de dormir, para resguardarse de las bajas temperaturas. Estaban tan casados de la marcha, que a las 22h ya estaban dormidos y no les dio tiempo de ver las estrellas. Y eso que mirar al cielo desde los 2.000 metros de altitud era como ver toda la vía láctea.
Al final del primer día, una sorpresa: el guía del Parque Nacional de Sierra Nevada le comunica a Luna que el permiso para emprender el trayecto del día siguiente hacía el pico del Mulhacén había sido denegado. La Ruta tendría que seguir por un trecho más difícil, con piedras y un desnivel de más de mil metros. Por primera vez, se le veía a Jesús Luna un tanto preocupado. "Ese cambio de ruta nos va a matar”, decía casi en un susurro la mañana del domingo (24 de julio), antes de empezar la segunda parte de la subida.
A las siete y media, el grupo ya estaba en marcha otra vez. Se notaba el cansancio del día anterior: muchos ruteros tenían los tobillos, rodillas y pies dañados. Y una vez más el trabajo de los monitores se hizo esencial. Cuando muchos pensaban en desistir, allí estaban ellos, cogiéndoles por el brazo, incentivándoles a seguir caminando. Cantaban y contaban chistes malos a través de los walkie-talkies, en conversaciones que podrían convertirse perfectamente en un programa radiofónico de humor.
Los últimos 400 metros de la subida, lleno de piedras, fueron los más difíciles. En ese momento era casi imposible hacer bromas o seguir cantando. Lo único que podía ayudar a los expedicionarios a recargar las energías era recordar al espíritu aventurero de Miguel de La Quadra-Salcedo: “¡Se nota, se siente, Miguel está presente!”, gritaban a coro. Y con Miguel lograron tocar el cielo.
Al llegar al pico de la Península Ibérica, la reacción inmediata de los 155 expedicionarios que aguantaron hasta el final fue abrazar a la primera persona que tenían al lado y llorar. Un llanto de felicidad y orgullo de haber superado los límites de sus cuerpos y mentes. Después, sacaron las banderas de sus países y posaron para las fotos, con el precioso paisaje de toda la Sierra Nevada al fondo.
Una de las personas más contentas del grupo era la rutera peruana Karla Ureta, de 19 años. “Pensé que no sería capaz de llegar, porque me dolían las piernas y los brazos. Pero al final he visto a mis compañeros subiendo y he seguido con ellos”, cuenta Karla, con una sonrisa. Esa estudiante de Contabilidad se apuntó a la Ruta por la ganas de conocer a Miguel de La Quadra. Su primo había viajado con el periodista y aventurero y le contó maravillas de él. “Incluso en las fotos se nota que Miguel era una persona especial”, cuenta Karla. El creador de la Ruta estaría orgulloso de ella y de sus compañeros de viaje.
Últimos días
Después de la gran aventura, los ruteros tienen por delante cuatro días en Madrid, dónde concluirán el desarrollo de sus proyectos de emprendimiento social y visitarán el Palacio Real y harán un recorrido cultural por la capital. El día 29 se despedirán de la experiencia en la Ruta BBVA 2016. Pero saben que en realidad será solo un “hasta luego”. “Ya sabemos que los recuerdos, los amigos, la familia quetzal siguen con nosotros por toda la vida”, afirma Ana Rísquez.
Fotos: Ángel Colina e Íñigo de La Quadra-Salcedo
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