Se calcula que actualmente hay unos 800 millones de agricultores urbanos en el planeta. Y que esta cantidad sigue en aumento. En Argentina existen 800 huertos comunales que apoyan directamente a 10.000 familias; el programa Hambre Cero brasileño apuesta por la agricultura urbana como una de sus estrategias; en Berlín se dedican a ello más de 80.000 personas; en Copenhague ya son obligatorias las azoteas verdes; y, según el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (UNEP), cerca del 72% de los hogares urbanos en la Federación de Rusia cultiva alimentos. La agroecología resurge en el medio urbano. España ya se ha incorporado a este proceso y desde 2006 ha multiplicado por 15 la cantidad de huertos urbanos. Existen en al menos 216 ciudades y suman, según el Grupo de Estudios y Alternativas (GEA21), una superficie de más de millón y medio de metros cuadrados, el equivalente a 150 campos de fútbol como el Santiago Bernabéu.
Las razones de este auge son seguramente diversas. Por un lado, las épocas de crisis en otros momentos también han favorecido el surgimiento de iniciativas orientadas a la producción local de alimentos y al apoyo mutuo. De modo que podríamos considerar como sus precursores aquellos Victory gardens o War gardens que durante la Segunda Guerra Mundial en Estados Unidos llegaron a proveer hasta el 40% del total de alimentos. O los huertos para pobres (poor gardens) surgidos en los barrios obreros de la ciudad industrial de finales del XIX. Pero, por otro lado, la agricultura urbana ha sido también fruto de reivindicaciones de movimientos sociales como respuesta al modelo de desarrollo establecido. En 1960 y 1970, por ejemplo, los grupos ecologistas abogaron por un desarrollo más comunitario y conectado con la naturaleza, y en Nueva York nació la Green Guerrilla, que ocupaba solares para aprovecharlos como huertos. O en Gran Bretaña, el movimiento de Granjas Urbanas y Jardines Comunitarios (City Farms and Community Gardens) que, con un fuerte componente educativo, puso en marcha granjas en entornos urbanos.
Hoy, a la crisis financiera y ecológica que atravesamos se une una apuesta ciudadana tanto por un cambio en nuestro modelo de consumo y producción de alimentos, dependiente de los combustibles fósiles (para empaquetado, transporte, producción, etc.) y, por tanto, altamente contaminante, como por una mejora de la calidad de la vida urbana. De hecho, según el Barómetro de Cultura Ecológica realizado por Metroscopia, los españoles están de acuerdo en que los huertos urbanos tienen un impacto medioambiental y social positivo en las ciudades. El 92% de la población asegura que mejoran la calidad del medioambiente y el 79% considera que ayudan a frenar el calentamiento global y el cambio climático. Además, mejoran la salud de los vecinos (según un 91%), son educativos para niños y jóvenes (para un 97%) y ayudan a mejorar la convivencia en los barrios (opina el 86%).
Este aumento de huertos en nuestras calles, por tanto, tiene un claro respaldo social y previsiblemente será un proceso que continúe fortaleciéndose, ya que el 87% de los españoles considera necesario crear más espacios verdes y huertos ecológicos en las ciudades, y unánimemente opinan que estos deben recibir apoyo por parte de los ayuntamientos (93%). De hecho, paulatinamente, las ciudades y municipios van elaborando sus propias ordenanzas reguladoras de los huertos, y se enfrentan al desafío de poder integrar la agroecología urbana en el proyecto general de ciudad, en un proceso de rehabilitación urbana y territorial ecológica y sostenible. En este sentido, el Gobierno de Extremadura ha anunciado la creación de la Ley de Flexibilización de la Producción Agroalimentaria, que facilitará la venta directa de alimentos entre quien los produce y quien los consume, sin intermediarios y a escala local. Y es que, además de los huertos, en nuestras ciudades se multiplican los grupos de consumo de productos ecológicos y de espacios donde poder encontrar alimentos de temporada, producidos localmente, y sin uso de pesticidas. Todo ello, reformula las relaciones entre lo rural y lo urbano. Las urbes se ruralizan, poco a poco, y se reconectan con sus entornos próximos, de los que antaño dependiera para alimentarse. Así, el 52% los españoles afirma que si conocieran a un agricultor de confianza que le vendiera las hortalizas y verduras que cultiva, le compraría a él sin dudarlo, y otro 40% lo haría si el precio le pareciera el adecuado. Indudablemente, construir un futuro socialmente justo y sostenible requiere repensar la relación de las ciudades con su entorno, así como en sus formas de producción y consumo. Y la agroecología urbana posiblemente jugará en todo ello un papel importante.
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